Ni una semana ni un sueño ni una canción que la vida es así de claro, sin tanta palabrería, compararse. A que no es estimulante rivalizar, a que no lo de someter a prueba tus capacidades, y luchar contra otros y sentir que te arrinconan, provocan, incitan, obligándote a sacar lo que se supone mejor […]
Ni una semana ni un sueño ni una canción que la vida es así de claro, sin tanta palabrería, compararse. A que no es estimulante rivalizar, a que no lo de someter a prueba tus capacidades, y luchar contra otros y sentir que te arrinconan, provocan, incitan, obligándote a sacar lo que se supone mejor de ti. A que nada invita tanto a mantenernos con ganas como eso de triunfar por encima de contendientes, igual de deseosos y en grado parecido o semejante de posibilidades, para desperezar la modorra y la rutina y, de paso, llenar de brinquitos un estomago que, últimamente, solo lo está haciendo de alimentos y preocupaciones. ¿Cómo negar que no es parte de lo que nos motiva a seguir? Si no contendemos ¿dónde queda el impulso? ¿Existe algo que nos haga saltar con más bríos de la cama o quedarnos en ella soportando un comercial tras otro y ver en qué termina todo aquello que, con la música que lleva, nos ofrece el show? ¿Es que hay algún invento superior para llevar a un país al desarrollo; para conseguir el tuyo propio? Según los anuncios que nos rodean parece que no, como tampoco una filosofía que demuestre mayor eficacia o un lugar para la ilusión.
Póngase de la manera en que se ponga en todo caso lo que menos importa- o importa a ellos- serían los matices. Poco el nombre del canal, la naturaleza del programa o el tema de que va; menos, quién eres tú. Medir las armas, pelear, enfrentarse en pos de un objetivo parece propio de la condición humana y con eso basta para dispararnos por cualquier flanco y a cualquier hora un America’s Next Top Model, un Project Runway, un Top Chef o un Fear Factor. Conseguir algo o tener el dominio a expensas de quien se deja en el camino un acto de lo más naturalito y formal, aparte animoso y, ¡cómo no!, rentable; de la forma en que lo empapelan e imponen lo único, hasta donde sabemos, ciertamente eficaz y con resultados. Para qué andarse con remilgos entonces si, los programitas en cuestión, no hacen más que reflejar las bases de la estructura social por la que hemos de regirnos y, al final, son un simple entretenimiento ahí que ni molesta o daña y a todos satisface. Si son copia de lo que queremos, da algún color a la monotonía y nos relaja como nada de tantas y tantas horas de realidad ingrata casi nunca dispuesta con cara bonita. Si esta otra es realidad igual que, también, pudiera tocarnos y, con ventaja, más atractiva. Y ese ritmo frenético. Y la edición impecable. Y las lágrimas. Y lo humano.
Hay muchos, muchísimos, casi todos: American Idol, Objetivo Fama, Bailando por un sueño, Date my Mom, American Inventor, Latin American Idol, La Academia, Survivor, The Amazing Race, The Apprentice, Nashville Star… un ramillete de opciones como para no tener que ir a visitar al vecino y ninguna bajo el nombre de Avaricia. Ya queda poco, en verdad, que no se someta a competición o lidia; mínimo el espacio donde, esta suerte de híbrido entre concurso y reality show, no se instale gozoso para plantar sitio en una programación televisiva, diz que variada, que cada día se revela más monocorde y sin rastro de que vaya a cambiar sus fundamentos ni detenerse aquí. Y no es que niegue que la idea de competir, a la manera en que se hace en el deporte, no seduzca- de hecho me declaro un adicto a los concursos- ni que en sus orígenes, tal vez, hubo cierta creatividad y frescura en las propuestas de este tipo o que de algunas de ellas, sobre todo las relacionadas con el mundo del espectáculo, surgieran presencias que, con el tiempo, se convirtieron, en figuras imprescindibles o relevantes como es el caso de aquella Corte Suprema del Arte cubana o los Festivales de San Remo; de ningún modo que, cuando se realizan con oficio, gusto y sinceridad, puedan generar en una función atractiva y respetable. Más, sería buscar con lupas y, como sea, no estaba aún el agregado del melodrama y la intimidad del competidor como premisa. Era juego pero no montaje. Además, repare en el matiz: idol, fama, top, amazing, estrella, sueño, survivor, runway. El objetivo final que, aparte de la recompensa, es siempre un camino artificial previamente construido por ti y el valor reducido a la fotografía, la figuración y la propaganda lejos, muy lejos, del respeto a las verdaderas capacidades del hombre como hombre y a siglos del mérito que cada cual se merece sobre la base de sus aportes a la cultura y la sociedad. De hecho no es enriquecer la cultura lo que se busca ni, la idea, poner tus dones al servicio de una comunidad para contribuir a su mejoramiento- esto si descontamos el derecho, entre los premios, de montar tu propio negocio con todo lo que el símbolo encierra de triunfo individual y poderío.
Con la cara de bobo que todos debemos de tener como para dar por descontado que esto es en efecto lo que nos entretiene y no respetar nuestras diferencias, somos testigos de un esquema que va repitiéndose de un proyecto a otro con escasa variación y que se nos quiere hacer ver, en cada caso, como novedad. La estructura, siempre similar: un grupo de participantes, o un solo contendiente, que intentan sobrevivir en medio de condiciones adversas, pruebas a vencer, pocos recursos o datos a mano y sobrado espacio a su «creatividad» con la que arreglárselas e imponerse en la porfía. Conforme al tema que los centre más o menos duradera su frecuencia en pantalla. En dependencia del rating que consigan, una sola edición o sagas. A veces el jurado es el público, otras un reducido team de «personalidades» que vieron pasar sus mejores momentos y ahora se aferran a lo que venga, como anfitriones, si los hay, algún figurón de lujo tratando de demostrar que también sirve para estos trajines. Lo demás lo pone la técnica y, por supuesto, la «gente común» que son el plato fuerte de la comilona. Luego no faltará una pobre gordita que nos remueva el corazón con sus apuros, quien padezca de bulimia u otra enfermedad de moda, el que tiene problemas de comunicación con sus padres o pareja o aquel que, fiel guardián de un importante secreto, llegado el momento preciso, como se sospecha, hablará hasta por los codos. Por el medio, y producto de la convivencia tal cual se espera, saldrán a relucir temores, complejos, envidias, celos, antiguos traumas, intrigas, conatos de romance o romances concretizados. Habrá un malo, y un bueno, y un tímido, y un creído, y un gracioso, y un buenagente y de esta parte a lo que falta una caravana interminable de tormentos y dificultades, con bronca incluida, que nos confirmará cuan tan parecidos a lo que somos son esos que pelean por llevarse la tajada más grande a su casa. Justo el instante en que se nos olvida cuales son, de verdad, las circunstancias que nos presionan. Minutos en que política, religión, diferencias de clase, raza, género o de sexo, discriminaciones y explotación, tan caro a las opiniones que toda vez se vierten sobre otros países, desaparecen del mapa porque, antes que todo, el show cuida mucho, en su verosimilitud, de presentarse neutral. Y es que, sin lugar a dudas, hay aspectos de la realidad que no parecen divertir tanto.
Pero ocurre que se continúa insistiendo en que aquí está todo, que al no ser artistas ni políticos sino simples desconocidos los que desgranan ante el lente aspectos interiores de su vida y esa parte de las personas no vista desde el exterior, ahora si se juega a ser veraz, creíble, sincero. Veraz, creíble y sincero a la manera en que se concibe de continuo, sin aceptar nada como consecuencia de desajustes o conflictos sociales- un mensaje sutilito que ni pintado. Guardando muy bien, de paso, la labor selectiva que realiza la postproducción para decidir qué es lo que tiene o no que salir al aire subordinado como está todo a lo único que interesa: el espectáculo. Sin contar con los casting previos, que desechan lo que no pueda aportar carnaza al fuego. Obviando la presencia, detrás, de compañías publicitarias, auspiciantes y promotores que modelan el camino por donde debe ajustarse el comportamiento. Sin tomar a pecho los negocios paralelos que imponen sus normas y los contratos de exclusividad con sus respectivas pautas. Como se nota, un concepto muy democrático de la existencia, una visión naturalista y desprejuiciada del mundo y, los que en él habitamos, exenta por completo de límites y presiones. La vida, sin alternativas, tal cual es.
Aunque de la televisión no hay que creerse nada y se sepa que está diseñada para atraer audiencia y no otra cosa- al menos es el juicio que se maneja- que para fines comerciales y afanes de lucro se destruya en forma pública la integridad de cada cual y se retoce con la vida, los sentimientos, la moral, pretendiendo un reflejo serio que no deje lugar a cuestionamientos, no creo que sea como para encogerse, precisamente, de hombros. La historia es, con mucho, más larga y peligrosa. Porque los espectáculos televisivos de este corte, que no son más que una versión ligera de las leyes que predominan en el país que los produce, se encuentran, en el fondo, lejos de ese carácter ingenuo y sentido de relájate y goza y no le des muchas vueltas al asunto con que se les apellida con frecuencia. Y el ansias por seleccionar, dar una categoría, una clasificación, en «lo más», «lo menos», «lo peor», «lo mejor», » lo por encima o por debajo de», a cada cosa con la que vivimos o conocemos- que, en el canal monotemático sobre geografía, te presenta los most horrifying fenómenos de la naturaleza, en el dedicado al mundo animal, del cinco al uno, the most estrange epecies y, en el que trata de historia, por el estilo- es una acción tan concreta como para tener su base en toda una teoría, y un fundamento ideológico, que los sitúa más allá de una simple distracción con la que animar las horas de ocio. La Academia, The Apprentice, Objetivo Fama, aparte de sus dudosos aportes culturales, elevan a la categoría de norma, con esos caramelos de miel de los que no hace falta hablar, una de las peores conductas del ser humano: el egoísmo; reducen la capacidad de este a la noción de que para conseguir lo que desea es imprescindible eliminar al otro; debilita la imagen de que también se puede conseguir progreso actuando en colectivo o de conjunto o, así de sencillo, emulando y reafirma el juicio de la individualidad como meta. Y todavía quedará el derecho de no darle importancia; pero, lo que sucede, es que, encima, aburren; que, a fuerza de repetir las mismas tomas, reiterar encuadres semejantes, insistir en los mismos tipos de conducta, escoger iguales fragmentos de música para mantenernos en vilo y machacar sobre un tono parecido de conducción, por más que no puedan imaginárselo, satura y cansa. Además, ¿para qué diez, veinte, cincuenta a un tiempo?¿Qué queda para los que estamos a la espera, digamos, de un vestigio de originalidad o una avalancha de frescura? ¿Por qué intuir que, en el circo, cabemos todos?
A los concursos de reality show signados por estas premisas, como a todo lo falso, les llegará su momento y cuando así sea ya se contará con algo que los supla sin desmerecer. Para una televisión que explota el morbo en propiedad de asesinos confesando sus crímenes en pantalla y se regodee en escenas donde alguien le muele la cabeza a golpes a otro sin asomo de pena, nada más sencillo de resolver. Y se volverá a jugar con nuestros sentimientos, con el afán que cada uno lleva tapado de lucir superior al que tiene cerca, con lo estimulante que resulta sentir que te arrinconan, provocan, incitan, obligándote a sacar lo que se cree mejor de ti. Porque, es que si no contendemos ¿dónde queda el impulso? ¿Cómo negar que no es parte de lo que nos motiva a seguir? ¿Es que hay un invento superior para procurarnos la ilusión? Porque es que todos, al tener esta cara de ignorantes que llevamos, con seguridad, y sin saberlo, lo somos.
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Aramís Castañeda Pérez de Alejo es crítico santaclareño residente en Miami