Vivimos en una época donde los nuevos ídolos, resonancia de la vacuidad, se llaman Steve Jobs, París Hilton, Cristiano Ronaldo, Lady Gaga. Apoyada por una maquinaria implacable, la incultura de masa regida por la prohibición de pensar hipnotiza la juventud mundial. Ninguna contra-educación formal puede hacer frente a este torrente de imágenes y de sonidos […]
Vivimos en una época donde los nuevos ídolos, resonancia de la vacuidad, se llaman Steve Jobs, París Hilton, Cristiano Ronaldo, Lady Gaga. Apoyada por una maquinaria implacable, la incultura de masa regida por la prohibición de pensar hipnotiza la juventud mundial. Ninguna contra-educación formal puede hacer frente a este torrente de imágenes y de sonidos acumulativos que domina la cotidianidad de cada uno. Deporte, televisión, publicidad hicieron los pilares de la manipulación de las conciencias.
El basamento de la hegemonía capitalista no es fundado más en la coerción, sino más bien en la seducción y la servidumbre voluntaria. Desde hace tiempo, la industria del espectáculo «es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de las condiciones más desalmadas». Es el nuevo opio del pueblo para repetir la famosa cita de Marx relativo a la religión. Por su carácter divertido, la industria cultural es un regulador social, a la vez manifestación de la inepcia existencial y compensación con efecto sedativo.
El deporte-espectáculo moviliza más que nunca capitales inverosímiles y masas magnetizadas por la pantalla, distrayéndoles de su miserable realidad social. Nada peor para desperdiciar el tiempo que las misas deportivas que colonizan el espacio público y canalizan la energía de las masas. Ávidos de poder, empresas multinacionales, incluso Estados (Dubaï, Qatar) especulan sin contar con este proceso innoble de embrutecimiento. Qatar, organizador de la copa del mundo 2022 para un coste astronómico valorado a 50 mil millones, desarrolló una ambiciosa diplomacia deportiva tomando posesión del club de Paris Saint-Germain y creando una red de difusión televisada planetaria. «El mismo contenido ideológico dominante, a menudo exclusivo, de los grandes medios de comunicación, comentarios políticos, los chismes periodísticos, las conversaciones diarias (incluido los intelectuales dichos de izquierda), el espectáculo deportivo aparece como una propaganda ininterrumpida para la brutalidad, el embrutecimiento, la vulgaridad, la regresión intelectual » nos explica el sociólogo francés Jean-Marie Brohm.
En estos tiempos tumultuosos marcados por el empobrecimiento y el déficit de sentido, la trampa para tontos es identificarse con los tótems del éxito, del mundo deportivo o del mundo del espectáculo, que ocultan la realidad trágica del mundo capitalista. Jóvenes de las favelas o de los barrios populares de Marsella, todos aspiran a la celebridad o por lo menos se inspiran en los modelos de consumo de sus ídolos. Desconectado de la realidad, los jóvenes reproducen mecánicamente los comportamientos de las estrellas comercializadas hasta sus aspectos a veces insólitos, desde el aspecto de prostituta de los bajos fondos de Rihanna, al aspecto metrosexual bling-bling de Cristiano Ronaldo.
La «tele-realidad», que ha invadido el espacio televisivo en pocos años, es sólo un simulacro que hace perder la noción de la realidad a la gente ansiosa de celebridad. Vitrina de la depreciación del ser, estos programas son, con sus antivalores, una metáfora de la sociedad capitalista. Estrategia solapada, utilitarismo, traición, son las bases de estas emisiones que gratifican las prácticas individualistas y narcisistas. En esta sociedad escópica donde cada uno debe hacer su propia promoción, el consumidor mismo se hace a través de las redes sociales y otros blogs una mercancía.
Es aún más difícil escapar al asedio de la publicidad que es omnipresente. Nos sigue como la sombra, tanto en el espacio público como en la vida privada. Pasmado por la proyección de la imagen, el ser no existe más sin su representación. El credo de la publicidad se resume a : «consumo, luego existo». Es el súmmum del fetichismo de hacer creer que el consumo de objetos tiene el poder demiúrgico de formar la personalidad. Think different, -pero sobre todo compra igual- decía cínicamente el eslogan de una marca que participó más en la homogeneización de la sociedad que en la emancipación de los espíritus. Cada uno está convencido de poder elegir mientras que sólo se conforma a incitaciones como los carneros de Panurgo.
Ya es hora de discernir lo que depende de nuestro propio juicio y lo que procede de influencias externas para tomar el control efectivo de nuestra vida. Una buena dosis de inteligencia crítica es necesaria para salir del carril consumerista. El individualismo verdadero se expresa en el rechazo de este movimiento generalizado de despersonalización y de apatía política.
Si mis deseos de una sociedad mas justa, no se traducen en una acción que haga de mi un ser mas justo, mi actuar necesariamente proyecta sobre la sociedad lo que soy: un hombre exactamente igual al que combato.
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