Desde que, a finales de los años 60 y principios de los 70, HERBERT MARSHALL MCLUHAM hiciera su planteamiento, cuando acuñó el término «aldea global» para describir la interconexión humana a escala planetaria, hasta la actualidad, su premonición no ha hecho otra cosa más que cumplirse. Su visión fue tan clarividente que originó toda una […]
El desarrollo imparable de las tecnologías de la información, de los sistemas de transmisión y procesamiento de la información a gran escala, han contribuido a crear una conciencia global que nos concierne a todos los habitantes del planeta con lo que ocurra en sus lugares más remotos y recónditos. O al menos, así debería ser.
Sociólogos de las Relaciones Internacionales, tan prestigiosos y reconocidos como es el caso MARCEL MERLÉ, rápidamente recogieron la idea y la incorporaron a su Sistema Internacional a través de la irrupción casi estrepitosa de un nuevo y determinante actor en la escena internacional: junto a los actores convencionales, debidamente clasificados en las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, aparece con entidad propia la Opinión Pública Internacional como un factor determinante de los acontecimientos mundiales.
Cada vez son menos los gobiernos y grupos de interés, nacionales e internacionales, que pueden escapar al escrutinio de los medios de comunicación en el resto del mundo, aunque esto no haya servido para mucho hasta la fecha.
Dentro de este esquema juegan un papel determinante las grandes agencias internacionales de la información: REUTERS, ASOCIATED PRESS, UPI, AFP. También tiene mucho que ver en la estructura de la información internacional el propio desarrollo de los grandes medios audiovisuales que les ha permitido, no sólo desplazar ocasionalmente a reporteros al lugar de la noticia donde quiera que se produzca, también ha hecho posible destinar con carácter permanente a corresponsales en las áreas más significadas desde el punto de vista de la información, las grandes capitales y metrópolis del mundo, para cubrir así la información de grandes extensiones geográficas, a veces de continentes enteros.
Si a esto sumamos la naturaleza del medio televisivo que, dada la imposibilidad de cegar sus emisiones para vastas áreas geográficas, especialmente si estas se hacen a través de satélite, se convierte en un vehículo de transmisión de culturas muy por encima de las fronteras, y si además tomamos en consideración que la comprensión parcial de los mensajes audiovisuales no requiere del conocimiento de un código determinado, ni siquiera de la lengua en la que se expresan, entonces empezaremos a tener una idea de cómo pueden estar influyendo los poderosos medios audiovisuales occidentales sobre otras culturas menos desarrolladas y más vulnerables a las influencias externas. El efecto es de inoculación de la cultura occidental en las demás culturas del planeta. La publicidad comercial es determinante en ese fenómeno.
El problema de este crecimiento hipertrofiado de los medios se encuentra en que es degenerativo. Los países más ricos y desarrollados disponen de recursos sobrados para financiar esta actividad informativa internacional. Esto les permite imponer su propia visión de la realidad y su manera de entender la vida a países menos desarrollados, cuyas poblaciones se ven expuestas, de la noche a la mañana, a una oferta imposible de atender para su nivel de desarrollo. Así se crean una profunda alienación y frustración en esas poblaciones que favorecen la aparición de patologías sociales crónicas y muy dramáticas, como son la emigración masiva y desesperada y la lacerante inseguridad ciudadana, por no citar otras menos conocidas.
La cosa se agrava si consideramos que esos países no pueden ni siquiera corresponder desde la limitación de sus medios de comunicación para hacernos llegar lo desesperado de su situación. El flujo informativo y comunicativo es casi unidireccional: desde los países más ricos y desarrollados hacia los más depauperados y atrasados. Esta brecha es cada vez mayor, y sus consecuencias empeoran con el paso del tiempo.
Hay ocasiones en las que la iniciativa de ciertas organizaciones y actores sociales occidentales en los países más atrasados consiguen revertir el flujo informativo y hacer que los hechos dramáticos de estos países aparezcan en nuestras pantallas y en las primeras páginas de los periódicos, pero siempre con un efecto limitado y poco duradero. Las exigencias de la actualidad imponen su ritmo y excluyen rápidamente la crónica de la miseria y el drama humano que conlleva.
En realidad, las inmensas posibilidades del desarrollo de los medios de comunicación social para crear una conciencia global se encuentran limitadas por los tremendos desequilibrios en el desarrollo entre las naciones y pueblos del mundo y el consiguiente acceso selectivo a los medios de comunicación. Así pues, en la actualidad la Opinión Pública Internacional no es ni la sombra de lo que debería ser. Apenas si nos sirve a los occidentales para otra cosa que no sea tomar conciencia de nuestro ombligo.