Hay un mito. El que la Plaza de Mayo es una Plaza peronista. Como todo mito, tiene su fundación en un hecho central que se identifica como el origen de una forma de pensarse como cuerpo colectivo. Y en este sentido, el peronismo tuvo en aquel histórico 17 de octubre su nacimiento. Que no fue […]
Hay un mito. El que la Plaza de Mayo es una Plaza peronista. Como todo mito, tiene su fundación en un hecho central que se identifica como el origen de una forma de pensarse como cuerpo colectivo. Y en este sentido, el peronismo tuvo en aquel histórico 17 de octubre su nacimiento. Que no fue sólo peronista, sino argentino, popular, de todxs, fue el despertar de un pueblo, ese 17 de octubre, ese «aluvión zoológico» es nuestro, es de lxs de abajo, de lxs que queremos una patria justa, libre, digna y soberana.
Cierto es también, que esa plaza la compartió/usurpó la dictadura cuando Malvinas, y mucho pueblo gritaba victorioso ahí. Cierto es también que a pocos años de ese 17, tanta chusma molestaba y por eso algunas bombas cayeron sin piedad.
Cierto es que esa Plaza se volvió roja y blanca radical para celebrar el retorno a la democracia, y gritar nunca más frente a la asonada militar de Campo de Mayo, ahicito de la plaza.
Pero también es la Plaza que inteligentemente se apropió de unas madres que no hablaban, no se detenían, sino que «circulaban» para denunciar en silencio lo que el dispositivo del terror imponía.
También fue la plaza que le reclamó en los 90 a un autoproclamado «peronista» el derecho de los jubilados y los docentes, de los trabajadores y de los sin trabajo… otrora sectores peronistas.
Cierto es que la plaza roja y blanca radical se encontró casi vacía cuando asumió allá por 1999 un rojo y blanco radical, y fue la misma plaza que dos años después echó ante gritos, palos y gases sobre esas mismas madres caminantes, entre otro muchxs, a ese rojo radical que no salió por el balcón sino por el aire porque la calle era de otros, era nuestra.
Cierto es que esa plaza se indigestó pero digirió a la media clase porteña sus reclamos de mano dura ante el delinque, al grito ex-post facto, del que mata tiene que morir[1].
Felizmente fue esta plaza la que no resistió ver un cartel de «Viva Videla», y comenzó a gritar que la calle no se regala. Pero fue, también, una plaza que alojó por mucho tiempo al acampe piquetero, con carteles que reclamaban «cambio social», «justicia», «trabajo», sin embargo el plato no calló tan mal.
Fue la plaza bicentenaria que recibió a Chávez, Lula, Correa, Evo… la plaza sindical, la plaza piquetera, la plaza docente, de Mariano Ferreyra, la estudiantil, pero parece ser que no fue la plaza de las corporaciones, de las patronales, de la derecha que se oculta tras el discurso de la (in)seguridad, y reclama (in)seguridad jurídica, empresarial, de mercado… esa plaza tuvo que irse a otro lado, dentro de la misma ciudad, o a Rosario, cerca del mercado de granos.
Parece ser, que más que una plaza peronista, es una plaza popular, de los sectores populares de ayer y de hoy, y que la disputa circula en torno de qué es lo popular y quien logra hegemonizar su contenido. Pero no sólo es discurso, es cuerpo, y la disputa es por quien la ocupa y le da sentido.
Por eso es una plaza que horroriza tanto a tan pocos, por eso es una plaza que a diferencia de la del monumento a los españoles, o la cercana a la del Congreso, todo allá en Buenos Aires. ¿Hay plazas populares en las provincias? Qué pasó en ellas en 1810, 1945, 1955, 1976, 1983, 1987, 2001… No sé, pero al menos tenemos calle, y ellas se convierten en verdaderos campos de batalla. Sino mirá el Cordobazo, y tantos «azos» repartidos por todo el territorio nacional.
Al menos podemos decir que hay calles populares, en Córdoba han conformado plazas improvisadas para espanto del tránsito vehicular. Para los sindicatos históricamente es Colón y General Paz… también lo fue Vélez y 27 cuando Atilio López o Tosco peleaban con la CGT. Tal vez no hay plazas, pero esas calles son como venas por las que circula sangre de lucha.
Para las organizaciones sociales y políticas, tal vez podría decirse que Colón y Cañada, algo obrero/trabajador, algo estudiantil por la cañada del Cordobazo. Pasa que Córdoba borra sus plazas, las reforma como a la radical, o ex radical, la del oso, o la ex-Vélez Sarsfield (todos los nombres refieren a la misma) o las esconde o enreja como la San Martín, le saca las históricas pisadas que la definieron. Pero eso también hace que todo fluya más intensamente y rápido, todo circule como por las arterias de la ciudad, y concentre en un punto nodal. La Vélez y San Juan, ellas, calles.
Pero acá no podría afirmar que ellas son del todo populares… no son calles clasistas… les da lo mismo que transiten sobre ellas los tractores de los patrones rurales que los campesinos del norte de Córdoba… aunque hay más oficiales de uniforme y gorro azul con estos últimos. Les da lo mismo que caminen sobre ella estudiantes que gritan «laica y pública» que aquellxs que gritan «sólo papá y mamá».
Pues, no sé, que geografía tan extraña esta que define lo popular de un territorio. Miremos, por lo pronto, a esas calles menos públicas, menos nombradas, la de los barrios populares; sigamos construyendo en las barriadas, ahí seguro está y se construye poder popular. Pero no seamos esencialistas; como dijo Guevara, en cualquier lado y en cualquier continente.
[1] Cierto es, que esta frase se dijo un tiempo después, frente a unos micrófonos mediáticos, no de escenarios. Pero su contenido y extracto social permite hacer esta impura transpolación.
Gerardo Avalle es Militante del Movimiento Lucha y Dignidad, en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba. Miembro del Colectivo de Investigación «El llano en Llamas» .
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