Sin afán de demeritar el valor del proyecto Wikileaks que conduce Julian Assange, indiscutiblemente laudable, da la impresión a veces que el periodista más acosado por las cortes subsidiarias de Washington incurre en ciertos excesos de optimismo, que aunque comprensibles dada la insospechada influencia de sus filtraciones en el estallido de la indignación global, cabría […]
Sin afán de demeritar el valor del proyecto Wikileaks que conduce Julian Assange, indiscutiblemente laudable, da la impresión a veces que el periodista más acosado por las cortes subsidiarias de Washington incurre en ciertos excesos de optimismo, que aunque comprensibles dada la insospechada influencia de sus filtraciones en el estallido de la indignación global, cabría acotar por razones que enseguida vamos a escudriñar. Assange no escatima en lo referente a las bondades de los sistemas de información modernos: «[son] el más importante campo de educación política masiva que haya existido jamás». Las desorbitadas expectativas depositadas en los nuevos vehículos de comunicación virtual, particularmente el Internet, fácilmente pueden cuestionarse cuando se observa la función confidencial que desempeñan. El periodista australiano acierta cuando sugiere: «Los medios tradicionales… son meros espacios para dirimir pleitos entre distintas facciones del régimen». Pero cuando refiere a las comunicaciones digitales-alternativas, el tono entusiasta de tales referencias azuza cierta intranquilidad. En relación con el alcance de Internet, Assange explica: «El número de personas expuestas [a los dominios de la red cibernética], el número de culturas expuestas, el número de idiomas expuestos, el puente geográfico es más grande que en ningún otro momento de la historia» (La Jornada). Exactamente aquí radica el peligro, y no necesariamente la virtud, de las tecnologías comunicacionales. Máxime si se contempla que la reproducción intensiva de los abusos de poder, vía tecnología o medios de comunicación, no ha conseguido subvertir el sistema político, y sí en cambio, estas mismas cibertecnologías, han contribuido más que ningún otro instrumento a la configuración de una maquinaria proto-orwelliana de vigilancia global.
En la coyuntura del escándalo que envuelve a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), allá en los crispados dominios del tío Sam, tras la filtración de información ultraconfidencial que un tal Edward Snowden proporcionó a la prensa, cabe adentrarse en los orígenes del Internet, en el ámbito de sus funciones no declaradas, así como en sus tentativas de legitimación ideológica, tan sigilosas e imperceptibles aunque no por ello menos condenables.
DARPA: el progenitor de Internet
Pocos saben que el origen del internet está orgánicamente ligado con las agencias de inteligencia más furtivas en Estados Unidos. DARPA es el acrónimo de la expresión en inglés Defense Advanced Research Projects Agency (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa); es un apéndice del departamento de defensa de Estados Unidos, responsable de la elaboración de proyectos tecnológico-militares, inaugurada en el contexto de la Guerra Fría como órgano de vanguardia en la carrera armamentista que sostuvo Estados Unidos con la URSS (Wikipedia). Más tarde, esta agencia auspiciaría el nacimiento de ARPANET, el predecesor de Internet.
Con el propósito de apuntalar a Estados Unidos como potencia tecnológica, especialmente después del desafío que supuso el lanzamiento de la misión soviético-espacial Sputnik, el departamento de estado de Estados Unidos puso en marcha múltiples proyectos de desarrollo militar, a través de DARPA, entre los que destacan: satélites, transbordadores espaciales, radares, misiles, dispositivos electrónicos de vigilancia, redes de ordenadores, etc.
Cabe señalar que uno de los departamentos más importantes de DARPA es la Oficina de Tecnología en Procesamiento de Información, precursora en el desarrollo de los controles modernos para sistemas de información.
Pariente consanguíneo de DARPA, la NSA, también enquistada en los dominios del departamento de defensa, es uno de los pilares de la inteligencia norteamericana, actualmente en la mira de la prensa por las filtraciones que pusieron al descubierto las subrepticias acciones de espionaje doméstico e internacional que desarrolla Estados Unidos. Según el portal ABC.es Internacional, la NSA «cada día intercepta 1.700 millones de correos electrónicos, llamadas telefónicas y otros elementos de comunicación».
En los perímetros de este binomio DARPA-NSA, se urden los fundamentos materiales de la neototalitaria (ciber)policía planetaria.
Fahrenheit 911
La legitimación de los sistemas de seguridad/espionaje global se nutre de dos tramas ideológicas, que vale la pena identificar: la guerra contra las drogas, y el choque de civilizaciones.
En Drugstore Cowboy (1989), película estadunidense dirigida por Gus Van Sant, el personaje que interpreta William S. Burroughs profetiza amargamente: «Los narcóticos han sido sistemáticamente satanizados y utilizados como chivos expiatorios… Vaticino que un futuro próximo la ‘derecha’ va a utilizar la histeria de las drogas como pretexto para configurar un aparato policiaco internacional». No es accidental que en el alba de los 70’s, exactamente en los años que Ronald Reagan inauguró la llamada «guerra contra las drogas», DARPA intensificara el desarrollo de tecnologías tácticas y el procesamiento de información.
Otro tanto ocurre con los dramáticos acontecimientos de septiembre de 2001. El 9-11 acarreó el endurecimiento de leyes «anti-terroristas» a escala planetaria, cuyo vértice fue la atribución de poderes de vigilancia discrecionales a las agencias de seguridad, una política que sistemáticamente contraviene el derecho fundamental a la privacidad (recuérdese la USA Patriot Act o Ley Patriota, promulgada en octubre de 2001). Entre otras disposiciones, las nuevas leyes facultan a las autoridades para interceptar discrecionalmente comunicaciones electrónicas.
El caballero de la noche
Pasó inadvertido, acaso porque todos atendían la representación del guasón, a cargo del actor Heath Ledger. Pero no puede obviarse que el segundo film de la más reciente trilogía de Batman hace una apología de las políticas de espionaje/seguridad en boga, que perversamente evocan las violatorias mociones que siguieron al 9-11. Con base en un emisor-receptor de datos virtual, el personaje que interpreta Morgan Freeman vulnera los sistemas de información -aunque no sin falso remordimiento-, a petición de un cada vez más vomitivo Batman, con el fin de averiguar el paradero del guasón, transgrediendo flagrantemente la privacidad de los ciudadanos, pero con la venia de nuestro multimillonario héroe, y amparado en la premisa de que ciudad Gotham atraviesa una «emergencia».
Cualquier parecido con la moderna narrativa de los gobiernos, es mera coincidencia.
Blog del autor: http://lavoznet.blogspot.mx/2013/06/la-profecia-de-1984-o-la-ciberpolicia.html
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