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La revolución de las conciencias

Fuentes: Rebelión

En una reciente conferencia de prensa he oído hablar al presidente de México, López Obrador, de la revolución de las conciencias en su país, un cambio de paradigma, un cambio paulatino de mentalidad del pueblo en cuya virtud ya no se deja engañar. En definitiva, un despertar al que contribuido concluyente y poderosamente la instantánea intercomunicación de la ciudadanía que permiten las nuevas tecnologías…

Una revolución que se está produciendo en todos los países de todo el mundo. Y por supuesto también en España, tan necesitada de superar su particular hecho traumático cuya herida no acaba de cicatrizar; que no acaba de cicatrizar al ser la mitad de los herederos del mismo quienes predominan en la sociedad española con el cortejo de riqueza, prebendas y blindaje que para esa mitad de la población supone haber sido los ganadores de dicho trauma, la guerra civil, hace tres cuartos de siglo. Herederos a su vez de los dominadores sociales durante la dictadura franquista que duró cuarenta años…

 En efecto. La mentalidad, las conciencias individuales que sumadas configuran la conciencia colectiva española, como dice López Obrador, está también atravesando esa revolución. Revolución que consiste nada menos en ir percatándose de lo que hasta no hace mucho se hacía imposible de percibir salvo en casos muy particulares que no podían afectar a la evolución de los acontecimientos y graves pormenores que se fraguaban entre los bastidores del poder político, religioso, militar, civil… Y una circunstancia trascendente que está presente en esa revolución de las conciencias favorecida por la intercomunicación ciudadana es la importancia de dos fenómenos conexos.

Uno es la irrelevancia de hecho del poder político al lado de la importancia, de hecho también, del protagonismo del periodismo y de consuno los medios de comunicación que llamamos “oficiales”. Hasta tal punto eso es así, que podría decirse que los principales, por no decir los únicos responsables, del destino de nuestra nación inmersa en una democracia burguesa diseñada por los albaceas franquistas, no son propiamente los gobernantes si no los medios de comunicación, el periodismo, los periodistas. Porque la gente se va dando cuenta del engaño, de la trampa que viene funcionando muy bien desde hace más de un siglo. La trampa que consiste en hacernos creer, justo el periodismo, que el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial son los tres poderes del Estado, de acuerdo con el diseño de la democracia moderna que hizo el barón de Montesquieu, que no podía imaginar el poder que alcanzaría lo que hoy llamamos cuarto poder que en realidad es el primero. Pues en todos los países vertebrados bajo esa convención pero especialmente en España, los tres son títeres manejados por los titiriteros dueños de la prensa y de los medios audiovisuales y sus ejércitos de periodistas pagados por ellos y bajo su obediencia implícita.

Todos ellos bien situados económicamente y configurada su “conciencia” en los centros de formación profesional de acuerdo con la mentalidad trasnochada de los poseedores cuyas haciendas van pasando de una generación a otra. Las excepciones de periodistas más o menos “insumisos” que confirman la regla general, son imprescindibles para permitirse señalarlos aquellos, los poseedores y su plana mayor mediática,  como “prueba” de que lo que acabo de decir no solo es inexacto sino también tendencioso y propio del radical izquierdista.

Y digo todo esto por la obviedad de que el poder de la imagen y de la megafonía de los medios es tal, que la suerte de las naciones occidentales depende de ellos mil veces más que de los otros tres poderes. Les basta poner un potente foco en un hecho de por sí irrelevante al lado de otro grave o muy grave a la luz de una bombilla mortecina, para que la historia del presente vaya por el camino deseado por los dueños de un país y sofocadas fácilmente unas cuantas voces discordantes pertenecientes a un partido político o bien independientes a las que pocos escuchan, y a las que pocos hacen caso porque apenas se las oye y se las ve. Pues a ese partido político, rebelde o pacíficamente revolucionario, poco a poco lo han ido adelgazando ellos mismos a lo largo de los años, y a esos independientes que ahora en la Internet denunciamos y bramamos… nos censuran o nos solapan tras toneladas de basura tecnológica de la imagen principalmente o directamente, no publicando nuestros argumentos…

 En España, en la dictadura de Franco la Iglesia era su pulmón, su corazón y su alma. En esta farsa democrática, el periodismo dio un puntapié a los curas a raíz de la Transición, y el pulmón, el corazón de la monarquía y de un régimen político que ha funcionado desde el principio bajo apariencias de que es el pueblo quien gobierna al elegir a los partidos, es el periodismo.

El poder ejecutivo (se ha visto a lo largo de estos cuarenta y cinco años) ha hecho amagos de cambios sustanciales que apenas han prosperado o han sido abrogados por los dos partidos de la alternancia. Sin embargo los predicadores y predicadoras de los medios, tanto impresos como audiovisuales oficiales”, han impedido, impiden dirigir la atención a dos objetivos a la altura de las necesidades de una gran mayoría silenciosa española, que son, un proceso constituyente que corrija una transición tramposa, o bien, de acuerdo con las posibilidades que ofrece el artículo 149-32º de la Constitución, un referéndum Monarquía/República que zanjaría la suerte natural política y social de España; referéndum, por otro lado, también imprescindible para decidir la suerte de territorios inveteradamente independentistas españoles. 

 La revolución de las conciencias, que no pueden pensarse a sí mismas, está pidiendo a gritos la consumación de un proceso político y social a la altura del siglo que estamos viviendo, envuelto a su vez en amenazas extintivas inéditas, de la Humanidad y de la vida sobre la Tierra… 

 Jaime Richart es antropólogo y jurista

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.