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Argentina

La sinceridad mediática y la campaña electoral

Fuentes: Episteme

Cada vez resulta más difícil concebir la posibilidad de que en nuestro país se desarrolle una campaña política sobre el terreno de la sinceridad. Es que en el ámbito de lo político, el protagonismo mediático es de tal magnitud que condiciona, inexorablemente, el desenlace de la contienda electoral. Obviamente, no somos tan ingenuos para suponer […]

Cada vez resulta más difícil concebir la posibilidad de que en nuestro país se desarrolle una campaña política sobre el terreno de la sinceridad. Es que en el ámbito de lo político, el protagonismo mediático es de tal magnitud que condiciona, inexorablemente, el desenlace de la contienda electoral.

Obviamente, no somos tan ingenuos para suponer que la sinceridad es un atributo inherente al sistema capitalista. No, en absoluto; pues, si así fuere muchas de las iniquidades que se perpetúan en el mundo se hubiesen desvanecido. Pero aun así es dable sostener que, en otros tiempos -tal vez en sus orígenes-, era mucho más perceptible la ausencia de sinceridad que hoy en día.

En los tiempos que corren, el principal bastión con el que cuenta este sistema para «contrarrestar» sus crisis y ocultar las arbitrariedades -estamos hablando del capitalismo moderno- es sin lugar a dudas los medios de comunicación.

Por cierto, nos hemos referido infinidad de veces a la manera en que los medios de «información» nos muestran cómo «realidad» una distorsión recurrente de «lo real».

Pues, detrás de esa realidad construida mediáticamente se oculta el verdadero propósito de esa construcción que no es otro que resguardar e incrementar el poder de los sectores dominantes.

No por azar la concentración económica se ha desarrollado, históricamente hablando, de manera simultánea con la concentración mediática. Sin acudir a tiempos muy lejanos, es suficiente observar nuestra propia historia para visualizar como el proceso concentrador avanzó paralelamente. Por un lado, los fuertes vínculos que supo establecer la prensa hegemónica con la dictadura (recordemos, entre otros, el caso de papel prensa) y, posteriormente, su proceso de expansión ininterrumpida, acaparando espacios en el ámbito radial y televisivo, durante el gobierno «privatizador» de Carlos Menem. Entre tanto, en esos mismos períodos, se puso en marcha el mayor proceso de concentración económica sufrido en la Argentina bajo la tutela de José Alfredo Martínez de Hoz y de Domingo Felipe Cavallo.

Ya en fechas más recientes, y como consecuencia del debate que tuvo lugar en los momentos previos a la sanción de «la ley de medios», quedó al descubierto el poder de concentración que en materia de comunicación tienen ciertos grupos privilegiados -principalmente «Clarín»- y su notable injerencia en distintas áreas institucionales (en especial en el ámbito del poder judicial y en una amplia franja de legisladores de la oposición) que, en teoría, no debieran estar a su alcance. Pero como bien sabemos la teoría corresponde al plano de lo hipotético y de las probabilidades; en cambio, la práctica corresponde al plano de lo real y concreto.

Lo cierto es qué, si bien la ley de medios resultó un avance significativo en términos comunicacionales, ha quedado demostrado que no es la panacea para evitar que estos grupos continúen distorsionando la realidad en función de su propósitos; y mucho menos cuando cuentan con la suficiente influencia para obtener del poder judicial dictámenes que obstaculicen no solo la plena vigencia de la mencionada ley, sino todo aquello que a su juicio (léase intereses) resulte inconveniente.

No es fruto de la casualidad que diarios como «Clarín» y «La Nación» realicen la defensa a ultranza de determinados miembros del poder judicial como acontece con el «supremo» Dr. Fayt (quien, generalmente, en sus fallos adopta posiciones contrarias a los reclamos del gobierno kirchnerista) o como aconteció con otros funcionarios judiciales entre otros: Bonadío, Campagnoli, Marijuan, por solo citar algunos que siguen la misma línea. Y en cambio, se encarguen de denostar a aquellos que no garanticen la perpetuidad de su «señorío», como suelen hacerlo con la Procuradora General de la Nación o con algunos otros jueces y fiscales que desarrollan sus funciones con absoluta responsabilidad.

Es evidente que bajo «el emblema republicano» y la supuesta «independencia del poder judicial» que aducen defender se ocultan sus verdaderas intenciones que no son otras que debilitar a aquellos gobiernos que no les son afines y, por el contrario, instalar en la casa de gobierno a aquellos gobernantes que se subordinen a sus requerimientos.

Es, precisamente, esta última cuestión la que en el curso de la semana dio lugar a la difusión de una noticia que, bajo el intento de descalificar a uno de los candidatos del Frente para la Victoria (FPV), se multiplicó en los medios hegemónicos con el claro propósito de mancillar la figura de Florencio Randazzo. Quien en su exposición frente al auditorio de Carta Abierta (https://www.youtube.com/watch?v=3rNQZrRC-W0#action=share, en los tramos finales de este discurso podrá encontrarse la «polémica frase») explica cómo y cuando decide ser candidato a la presidencia y que al ver la imposibilidad de ser reelecta la presidente, Cristina Fernández de Kirchner decide hacerlo porque «el proyecto se quedaba manco».

Dicha expresión, y quien se tome el trabajo de observar el discurso podrá percibirlo, se encuentra dentro de un contexto que solo quien proceda de mala fe puede atribuir a una actitud burlona de parte del ministro del interior. Sin embargo, los medios se ocuparon de resaltar la frase que descolgada del relato expuesto, terminó siendo la noticia mediática.

La exposición de Randazzo tiene algunos detalles interesantes, como cuando revela una conversación con Macri donde éste último explica haber actuado de determinada forma por pedido de «Clarín», lo que pone de manifiesto cual es la «independencia» que declaman estos sectores. O cuando explica los «negocios» que se hacían a través del sistema ferroviario, pero lógico eso no suele ser relevante para estos «informadores»; pues el propósito de estos grandes multimedios no será nunca informar.

Un párrafo aparte merece «la actuación» de Karina Rabolini en el programa de Fantino, donde simula una «suerte de llanto» por las expresiones de Randazzo. Actitud que contrasta con la asumida en otro programa televisivo donde supo mostrar una contagiosa sonrisa ante una agresiva frase de la diputada Carrió que dijo literalmente que «la diferencia entre Cristina y Scioli es que a éste le falta un brazo». Al parecer algunas personas pueden pasar de la risa al llanto incluso en circunstancias no tan agraviantes; se ve que solo es cuestión de proponérselo.

Demás está decir que los medios ni se inmutaron ante las expresiones de «lilita» que no solo tenían un destinatario directo sino una carga peyorativa muy fuerte. Pero por sobre todo, vale resaltar «la inconfundible coherencia» de la diputada devenida macrista al momento de emitir sus «tradicionales» -y dejando de lado sus falsas denuncias- juicios erróneos; pues, equiparar a Scioli con Cristina revela su estado de inimputabilidad.

Como vemos la sinceridad no es, ni ha sido, un valor de referencia para los grandes medios de información, pero en épocas electorales esa ausencia de referencia se agudiza todavía más. Si por otra parte, hasta en los programas de entretenimiento (que obviamente, son producciones de los grandes grupos) de mayor audiencia ya se ha consagrado a tres candidatos como posibles presidenciales, no resulta difícil adivinar donde se encuentran depositadas las simpatías de las corporaciones mediáticas.

Sin embargo, a pesar de ello la última decisión no está tomada y tal vez como lo señaló la actual presidenta la ciudadanía deseche «las pantomimas» y opte por las propuestas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.