El cuadro de situación es poco alentador: Las estadísticas oficiales señalan que la brecha entre los más ricos y los más pobres aumentó de 20 a 27 veces en los últimos 10 años. El crecimiento de la economía no se corresponde con la situación del pueblo trabajador. En lo que va del gobierno de Kirchner, […]
El cuadro de situación es poco alentador: Las estadísticas oficiales señalan que la brecha entre los más ricos y los más pobres aumentó de 20 a 27 veces en los últimos 10 años. El crecimiento de la economía no se corresponde con la situación del pueblo trabajador. En lo que va del gobierno de Kirchner, las ganancias empresarias subieron un 20 % mientras que los salarios sólo se recuperaron el 10 %. El aumento del trabajo en negro, con salarios basura y condiciones laborales precarias, explica el descenso de la desocupación.
Sin embargo, las luchas por la recuperación del salario durante el 2005 dieron un nuevo impulso al conjunto de la clase trabajadora, que ahora busca cómo encaminar las distintas experiencias de base hacia una corriente nacional.
Kirchner, ¿el primer trabajador?
A fines de 2004, los empresarios y el Gobierno brindaron por los balances positivos de la economía post-devaluación. Supuestamente, si al país le va bien, al pueblo trabajador también ¿no es así?… En realidad parece que no. Mientras las empresas se llevan ganancias privilegiadas, el Gobierno prefiere que el trabajador siga cobrando un 20 % menos que hace 3 años. Tanto el Presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez, como el Ministro Roberto Lavagna, afirmaron a boca torcida que un incremento general de sueldos podría disparar la inflación. ¿Quién puede creer semejante mentira? Como afirman los trabajadores del Subte, protagonistas de la victoria salarial más importante de los últimos años: «toda la historia económica demuestra lo contrario: los aumentos salariales tienden a producirse después de que aumentan los precios, por la desesperación de los trabajadores ante la pérdida del poder adquisitivo. El aumento del salario no implica aumento de los precios, sino una disminución de las ganancias empresariales».
Efectivamente, desde la devaluación del peso en 2002, el costo de la mano de obra se fue en picada y las ganancias empresarias en pleno ascenso. Empresarios y funcionarios descorcharon su champán y brindaron por la recuperación definitiva de la economía gracias al incremento del PBI (8,5 % anual) y el extraordinario superávit fiscal (98.000 millones de pesos).
Hace unos años, la clase trabajadora estaba separada principalmente entre ocupados y desocupados. Hoy, se encuentra dividida en distintos segmentos, producto del golpe económico que sufrió a partir de la devaluación. Desde 2002, el sector de los trabajadores empobrecidos creció abruptamente. Con el aumento de la canasta familiar, el salario cayó en sólo tres años entre el 15 y el 20 %. Algunos pudieron recuperar una parte de su ingreso (como el caso de algunas empresas metalúrgicas), pero otros siguen con los sueldos atrasados (sobre todo en el sector público). El crecimiento se centró en sectores que no producían empleo (como la agroindustria) y las fuentes de trabajo creadas por las empresas fueron de condiciones laborales muy precarias.
Evidentemente avanzó la heterogenización salarial entre las distintas fracciones de clase, y se concentró aún más la riqueza social en pocas manos. Un informe de la CTA, realizado por el economista Claudio Lozano en febrero de este año, sostiene que «si la brecha entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre de la población era de 20 veces durante los noventa, hoy es un 35 % más amplia (supera las 27 veces). Hoy la pobreza es un 96 % superior y la indigencia es 300 % más alta que en los noventa».
El mismo informe muestra cómo los grupos empresarios incrementaron al máximo sus ganancias y los trabajadores debieron conformarse con migajas: «Mientras el PBI crece aproximadamente un 20 % anual en términos nominales, los salarios crecieron como máximo un 10 % y las ganancias de las principales firmas exhiben porcentajes mucho más pronunciados. Mientras las principales cien empresas exhiben un aumento mayor al 170 % las primeras 10 muestran un crecimiento de su rentabilidad superior al 400 %». Este proceso no es nuevo, si bien se agudizó en los últimos años, ya que la participación de los asalariados en la renta nacional que llegaba al 50 % en 1975, hoy apenas alcanza el 18 %.
Por otra parte, la disparidad de ingresos entre sectores públicos y privados, y en estos últimos a su vez entre formales e informales aumentó las brechas en la misma clase. Según Claudio Lozano, «mientras los trabajadores registrados exhibían una caída del 3 % respecto 2001, los trabajadores no registrados mostraban una pérdida del 26 % y los estatales del 28 %».
El crecimiento del trabajo informal o en negro explica la reducción en los índices de desocupación. Si bien el proceso de profunda informalización comenzó hace 15 años (desde entonces creció más del 300 %), durante los últimos tres años fue vertiginoso. La consultora Nueva Mayoría salió a explicar esta situación: «Hoy ya hay un trabajador en negro por cada uno en blanco. El salario de los informales es prácticamente la mitad de los formales. Además quienes están en negro, no sólo carecen de protección laboral alguna, no tienen cobertura de salud, no tendrán mañana prestación jubilatoria, ni tampoco crédito para el consumo. La realidad es que pese al crecimiento, la baja de desempleo y la creación de trabajo formal, el porcentaje del trabajo en negro ha crecido, por la sencilla razón que con la salida de la crisis, se han creado más puestos de trabajo en negro que en blanco. Aproximadamente el 90 % de quienes trabajan informalmente, están por debajo de la línea de pobreza y no llegan a cubrir los 735 pesos de la canasta familiar básica.» Este informe destaca como un problema grave que los informales no tienen representación sindical ni están organizados como los desocupados.
Y hablando de los desocupados… ¿Cuál es su situación hoy? Según cifras oficiales, la desocupación se redujo del 17 al 13 % en los últimos dos años (contando los planes de empleo como trabajos). Muchos siguen cobrando el plan trabajar (casi 2 millones), que desde 2002 se mantiene en un monto de 150 pesos por mes. Teniendo en cuenta el aumento de la canasta básica, más que un plan de empleo es una pequeña cuota alimenticia, a la que, por otra parte, no pueden acceder todos los desocupados, ya que los planes trabajar no son universales.
La dura batalla por una «vida digna»
Sin embargo, el 2000 arrancó con aires nuevos. Por primera vez, los desocupados enfrentaron a los sectores empresariales con puebladas en las provincias. Más tarde, la lucha se extendió al Gran Buenos Aires, donde los desocupados comenzaron a organizarse no sólo por trabajo (a través de emprendimientos productivos y comunitarios) sino también en pos de la construcción de una nueva sociedad (por ello incorporaron espacios de decisión asamblearias y talleres de educación popular, entre otras cosas, como punta de lanza para empezar a imaginar otra realidad). A su vez, varios sectores de trabajadores ocupados no se resignaron a perder su fuente de empleo y fueron recuperando sus fábricas (algunas bajo control obrero), a partir de allí comenzó una dura lucha por el trabajo genuino en Neuquén, Santa Cruz y Salta, y sectores docentes se enfrentaron a sus propias direcciones burocráticas para defender sus derechos laborales y conseguir aumento de salario. En medio de estas luchas, la pueblada del 20 de diciembre de 2001 con epicentro en Plaza de Mayo hizo temblar los cimientos del modelo de los 90 que arrasó con el trabajo en Argentina. Los dos años siguientes, el nuevo Gobierno de Duhalde-Kirchner tuvo que recurrir a la represión, judicialización y criminalización de la protesta social (muertos, procesamientos, presos) para apaciguar al pueblo. Sin embargo, en 2004, la clase trabajadora ocupada comenzó a levantar cabeza: el Centro de Estudios Nueva Mayoría indica que ese año, con 226 paros, se duplicó la conflictividad registrada en 2003 (122 conflictos). En tanto el 2005 arrancó con la victoria de los trabajadores del Subte por medio de la democracia de base y la acción directa, sumado a la fuerte lucha de los trabajadores del Hospital Garrahan.
La victoria de los trabajadores del Subte elevó el techo salarial, inaugurando una etapa de conflictos por la recuperación del ingreso. La lucha se da incluso en el plano del sentido común, ya que expresa la necesidad de vivir dignamente, con un salario incluso mayor al de la canasta familiar, no sólo por el derecho a la supervivencia, sino también a la cultura y la recreación.
La recomposición de la clase obrera se viene dando desde abajo. La estructura de base del movimiento obrero argentino (comisiones internas y cuerpos de delegados), convive con la superestructura del sindicalismo burocrático. Hoy algunas comisiones internas aprovechan ese poder de «base» para presionar a las direcciones sindicales «negociadoras por naturaleza» y llevar luchas importantes, como el caso de Subtes, Garrahan, Lafsa, Infosic, Docentes de Buenos Aires, Salta y Santa Fe, etc. Sobre esta fuerza, los trabajadores se preparan para dar una pelea de intereses en las paritarias que se abren este año y el próximo para redefinir alrededor de 120 convenios colectivos (es el caso de los trabajadores de Metrovías que ya armaron una Comisión de Paritarias que elaborará un proyecto).
El 2005 trajo además los intentos de recomposición por medio de encuentros o intersindicales que comenzaron a reunir organizaciones de trabajadores y forjar una nueva unidad entre sectores ocupados y desocupados.
Las perspectivas del Trabajo en los próximos años
Las perspectivas de crecimiento no vislumbran un cambio sustancial en la situación social, ni siquiera para mantener un modelo económico sin turbulencias.
La Argentina sigue con una abultada deuda pública, del orden de los 125.000 millones de dólares equivalente al 85 % del PBI. En los próximos 6 años habrá que pagar 44.000 millones de dólares por los bonos emitidos y 26.000 millones a los organismos financieros. En promedio deberá pagar 8.000 millones de dólares por año (más del 20 % de la recaudación impositiva total). ¿Cuánto quedará para gastos sociales, educación, salud? ¿Cuánto se destinará a las inversiones productivas necesarias para superar el techo de crecimiento real? ¿Y cuánto quedará para solucionar la crisis energética, el gran límite para contar con una industria fuerte?
Mientras tanto, los intereses de la deuda siguen subiendo cientos de millones de dólares por el aumento de la tasa de interés de EEUU.
La situación excepcional para Argentina entre 2002 y 2004, con la soja a 700 pesos la tonelada, ha llegado a su fin, aunque todavía se mantiene en un precio por arriba del histórico (hoy está en 470). El precio del petróleo también es conveniente, pero como en 8 años se pueden acabar las reservas, se corre el riesgo de una fuerte dependencia económica que limite el crecimiento propio.
Si bien las predicciones de la economía son positivas (se calcula que este año el PBI crecerá entre un 6% por efecto de arrastre, y la recaudación aumentará el 10%), los analistas prevén un posible estancamiento a mediados de año. El problema central es la balanza de pagos, que ahora está inclinada hacia el lado de las importaciones. La baja de las exportaciones (se espera que crezcan no más del 5 %), se suma a la caída gradual de los precios de los productos de exportación. Martín Hourest, economista de la CTA, indica que «las exportaciones crecen un 15 % contra las importaciones que suben un 64 %. A esto se le agrega la notable primarización de nuestras ventas externas, basadas en bienes que no generan empleo».
El otro peligro es la inflación, que paso a paso viene preocupando al gobierno. Varios factores impiden frenar esa tendencia, como el agotamiento de la infraestructura productiva ociosa, el aumento del petróleo y la creciente puja salarial, que para algunos es una «excusa» de nuevos aumentos.
De todas formas, el Gobierno tiene un par de cartas a su favor: El aumento de las exportaciones a lugares no tradicionales como África (Argelia), América (Venezuela, Brasil) y Asia (China, Pakistán, Corea, India), el aumento de la producción agraria, el precio sobre el promedio histórico de la soja, y el aumento del precio de la carne, la leche y el petróleo.
Las perspectivas que se plantean para los próximos años son materia de polémica para los economistas y políticos tanto de izquierda como de derecha. Algunos sectores creían que saliendo del default iban a llover las inversiones. Lo cierto es que el pago a rajatabla de la deuda externa impide al país fortalecer su estructura productiva.
Otros sectores confían en una política de intervención que incite a las empresas a distribuir mejor el ingreso y crear nuevos puestos de trabajo, a través de un shock distributivo con subsidios del Estado. Es el caso de la CTA. Pero hasta ahora, los empresarios no han demostrado ninguna disposición en ese sentido.
Sólo las luchas fuertes de los trabajadores organizados independientemente de las estructuras sindicales han servido para distribuir mejor las ganancias. Sólo con las duras luchas de los desocupados de Santa Cruz y Jujuy se han logrado recuperar miles puestos de trabajo genuino. Sólo la resistencia activa ante el vaciamiento empresarial ha conseguido recuperar las fábricas y las fuentes de trabajo. Y sólo la unidad sólida y en la lucha entre estos sectores se podrá revertir la suerte de la clase trabajadora, hoy golpeada pero con un pie adelante.
ALGUNOS DATOS:
– La informalidad laboral es hoy un 60 % mayor que la vigente durante los noventa.
– El ingreso promedio de los argentinos ($ 648) es un 12,9 % más bajo que la línea de pobreza ($744), cuando en los noventa era un 25% superior.
– El 42,8 % de la población activa recibe ingresos inferiores a los $ 323 de la canasta de indigencia.
– La participación de los asalariados en la renta nacional que llegaba al 50 % en 1975, hoy apenas alcanza el 18 %
– Las principales cien empresas exhiben un aumento mayor al 170 % las primeras 10 muestran un crecimiento de su rentabilidad superior al 400 %
– Aproximadamente el 90 % de quienes trabajan informalmente, están por debajo de la línea de pobreza.
Más información en www.anred.org