La reaparición de Cristina Fernández terminó con la «tregua» política impuesta por su salida momentánea del escenario político nacional a causa de un problema de salud. Ese tiempo también fue utilizado para suspender una respuesta a la derrota electoral en las recientes elecciones. Los cambios en el gabinete responden a los resultados del 27 de […]
La reaparición de Cristina Fernández terminó con la «tregua» política impuesta por su salida momentánea del escenario político nacional a causa de un problema de salud. Ese tiempo también fue utilizado para suspender una respuesta a la derrota electoral en las recientes elecciones. Los cambios en el gabinete responden a los resultados del 27 de octubre pasado. Comenzó el pase de facturas, premios y castigos para ganadores y perdedores.
La llegada del gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, a la jefatura de gabinete en reemplazo de Juan Manuel Abal Medina (un apellido símbolo del «peronismo combativo»), es un «homenaje» a la «liga de gobernadores feudales» del peronismo y un retroceso del ala «progresista». Pero a la vez es una jugada fuerte de Cristina en la interna peronista, un apoyo a los gobernadores contra el peronismo de la provincia de Buenos Aires, y especialmente contra quien quiere ubicarse como el «heredero» natural: Daniel Scioli.
El otro cambio destacado fue al ascenso de Axel Kicillof al cargo de ministro de Economía, lo que puede ilusionar a muchos como un giro más «heterodoxo» de la política económica. Sin embargo, como se explica acá, el rumbo será más o menos el mismo: intentar evitar un ajuste abierto pero, como se viene haciendo hasta ahora, para aplicarlo en cuotas. Además el gabinete económico se completa con un «pragmático» y «banquero de toda la vida» al mando del Banco Central, en reemplazo de Mercédes Marcó del Pont (que hace unos días había «reconocido» la inflación y fue catalogaba de «demasiado heterodoxa»). El ahora exministro de Economía, Hernán Lorenzino, continuará con sus negociaciones para «normalizar» la situación de la deuda (junto con Boudou estarán al mando de la «Unidad de Reestructuración»), para que el gobierno pueda tener a mano la posibilidad de iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento que subordine la economía a la dependencia del capital financiero internacional. Por abajo y por ahora*, Guillermo Moreno, seguirá intentando tapar con parches los baches del «modelo», solucionando la cuestión la inflación con el único método que conoce: negando su existencia.
Al otro día de los cambios, «los mercados» respondían con bajas en los títulos que se cotizan en Bolsa, porque esperan cambios más «drásticos».
Pero el «modelo» no tiene un problema de «nombres», sino de estructura. El drenaje de dólares que está vaciando las reservas se debe al saqueo petrolero y gasífero que se realizó en las últimas décadas y que, pese a la «expropiación» parcial de YPF-REPSOL, luego entregada a Chevrón, nunca fue revertido. Además de una clase empresaria que acumuló ganancias millonarias, sin inversión, cuestiones (entre otras) que están en la base de la inflación actual.
Otro cambio menos rimbombante pero significativo, es la salida de Norberto Yaguar del Ministerio de Agricultura (candidato K derrotado en Chubut) y la llegada de Carlos Casamiquela, un técnico al que califican de «moderado» y «cuidadoso de las formas». Algunos voceros del «agro» se mostraron entusiastas porque: «Para el agro, anoche la noticia fue que por primera vez el kirchnerismo tendrá un ministro de Agricultura que sabe de campo, y no a políticos que utilizaron ese despacho como plataforma electoral» (AgroNoa, 19/11/13). La «batalla» contra la oligarquía, una fábula menos del relato.
La tendencia a encumbrar funcionarios con perfiles más «técnicos» es una ley en momentos de declive o de crisis: se retiran un abogado y un politólgo (Lorenzino y Abal Medina) y llegan dos economistas, Kicillof y Capitanich, un «técnico» moderado a Agricultura y un banquero de profesión al Banco Central. Analizando la «hegemonía menemista», Adrian Piva describió cómo estos cambios (avances de los técnicos y economistas, en detrimento de los «políticos»), eran manifestaciones distorsionadas en la superestructura de las crisis económicas y la pérdida de poder político del gobierno (Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, Bs. As., Biblos, 2012).
Desde el punto de vista político, las figuras de Capitanich y Kicillof muestran los dos sectores más «firmes» en los que pretende apoyarse el gobierno (el sector más K de la liga de gobernadores con «poder real», y La Cámpora porque es «del palo», no en tanto fuerza «militante», sino como funcionarios y administradores). A la vez evidencia que, aunque continúa el «arbitraje bonapartista» de Cristina, se encuentra debilitado, lo que se expresa en que tiene que ceder parte del poder a figuras con peso propio en el gabinete. Su fortaleza es directamente proporcional a las debilidades del resto de los líderes de los partidos patronales (tanto dentro como fuera del peronismo) y la «paradoja» es que su «imagen» se mantiene a costa de que está en retirada.
A su vez, el ascenso del chaqueño a la jefatura de gabinete, así como la salida de Abal Medina, marca una concesión a los gobernadores, tanto como el intento de «equilibrar» la interna del PJ, que tiene en la «autonomía» del PJ bonearense uno de los factores más importantes a tener en cuenta para la política del kirchnerismo de llegar en la mejor relación de fuerzas posible a fin de condicionar la «sucesión». Un nuevo gabinete a la medida de una coyuntura de deterioro de las variables económicas. Pero más que una solución es un nuevo «relanzamiento» de la interna.
La actuación de Cristina con un video de impostado «intimismo», donde mostró los regalos simbólicos (unas flores de Hebe de Bonafini, un «perro bolivariano»), dejó claro que «progresismo» sólo se reduce a eso: símbolos (degradados).
Además de pejotista y exjefe de gabinete de Duhalde, Capitanich es un fanático religioso y militante contra el derecho al aborto. Cristina lo encumbra en el poder real, a días de que se realice un nuevo Encuentro Nacional de Mujeres el fin de semana que viene en San Juan, donde estará planteado redoblar la lucha por este derecho elemental.
El kirchnerismo quedó, en definitiva, preso de su propia política restauradora (de la autoridad estatal y los negocios capitalistas). De la épica (para consumo interno del sector progresista), de la «superación del pejotismo» a la dependencia del PJ tradicional para contrapesar a Scioli (y Massa). Como en las novelas de Chandler, no hay peor trampa que la que uno se tiende a sí mismo.
Si se analiza la trayectoria de los algunos de los ministros de Economía que tuvo el kirchnerismo, se confirma el cambalache y el tranfuguismo de los políticos patronales. Lavagna coqueteó con Macri y con Massa, al igual que el fugaz Miguel Peirano, hoy parte su equipo; Martin Lousteu, el ministro de «la 125» es una de las principales figuras del UNEN en la Capital. Y lo mismo puede decirse de los políticos, el mismo Massa o Alberto Fernández fueron ministros y funcionarios kirchneristas.
Frente a ellos, el millón doscientos mil votos que obtuvo Frente de Izquierda nos dejaron un mandato a las organizaciones que lo integramos. Para esos jóvenes y trabajadores el FIT apareció como una opción política coherente, con un programa para que la crisis la paguen los empresarios, que tomaba las demandas sentidas por la población trabajadora.
La inflación es una de las principales formas de ajuste que vienen sufriendo los trabajadores con el deterioro de su salario, por eso comienza a plantearse el reclamo de un «doble aguinaldo» o plus de fin de año. Hay que apoyar esas demandas y exigir a los sindicatos y centrales acciones reales y medidas para conseguirlas.
Pero además, frente al fin de ciclo kirchnerista, las debilidades de las oposiciones patronales y partiendo del triunfo de haber obtenido representación parlamentaria a nivel nacional y en varias provincias, el FIT tiene un enorme desafío: encontrar las vías para multiplicar las fuerzas militantes y luchar por recuperar los sindicatos, para reorganizar a la clase obrera, unificarla contra la división que impone la burocracia sindical. Lograr que esas franjas de cientos de miles de trabajadores y jóvenes que comenzaron a dar pasos en su conciencia avancen en un sentido revolucionario. Y eso presupone luchas políticas, organizativas, ideológicas, programáticas y de estrategia.
Para conquistar una fuerza militante capaz de imponer un programa alternativo obrero frente a la crisis: por un salario mínimo igual a la canasta familiar, indexado por la inflación, por la renacionalización y el control obrero del 100% del petróleo y el gas, así como del transporte. Por dejar de pagar la deuda externa y la nacionalización de la banca, bajo el control de los trabajadores; la expropiación de la oligarquía y la burguesía agraria. Solo con medidas de este tipo que afecten a los capitalistas y que levantarán nuestros parlamentarios en el Congreso y las Legislaturas, y que deberán encontrar las vías para articular y trabajar en común con las organizaciones obreras. Para evitar que descarguen la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. El triunfo político conquistado por el FIT es un primer paso que hace posible pelear por esta perspectiva.
* El «por ahora», duró poco, a pocas horas renunció y se va a cumplir una tarea a la embajada de Italia