«Nuestra historia está dominada por lo falso» (U. Eco) Tapizada como está nuestra Historia con mentiras de todo tipo, vivimos una fase del engaño que mutó también mediáticamente hacia lo que parece un nuevo «callejón -ideológico- sin salida». Sin dejar de ser un gran negocio. Una nueva-vieja mercancía de la propaganda dominante disfrazada de «filosofía» […]
Tapizada como está nuestra Historia con mentiras de todo tipo, vivimos una fase del engaño que mutó también mediáticamente hacia lo que parece un nuevo «callejón -ideológico- sin salida». Sin dejar de ser un gran negocio. Una nueva-vieja mercancía de la propaganda dominante disfrazada de «filosofía» para incautos, nos ha convertido en consumidores voraces de falsedades para enseñarnos a admirar nuestro despojo y explotación como obra «maestra» de un sistema cuyo sentido no se limita a producir pobres sino, también, seres engañados y dóciles.
Le llaman «pos-verdad» a la «plus-mentira» y a la lógica de un sistema de mentiras, actualizado, bajo reglas que el «consumidor» desconoce -relativamente- pero que acepta bajo las fórmulas largamente ensayadas con los parámetros del modo de «comunicación» predominante. Se trata de «la edad de las mentiras» de «gran calidad» y con no pocas pautas para que cierto pensamiento (y gusto) afiancen simpatías, coincidencias y placeres derivados de las falacias. La estética de lo falso.
Es el camino que encontró la ideología de la clase dominante para darse sobrevida. Ya no saben qué inventar. Han manoseado todos los recursos «filosóficos» que prohijaron y hoy no tienen cosa significativa que proponer porque queda en claro que no tienen futuro. Entonces mienten con todo. La ideología de la clase dominante tiene efectos nocivos, desde sus torres de marfil mass media, aliadas con no pocas mafias «académicas», para idear falacias que son «consumidas» por personas que, con no poca frecuencia, lo gozan. Muchas creen que es indispensable sustituir la verdad con mil mentiras.
Durante mucho tiempo la ideología burguesa ha ensayado modelos de falacias muy diversos, incluso con gran «realismo». Han inventado su «verdad» absoluta -y su fatalidad- para que aceptemos como única realidad los intereses usureros del capitalismo. Ese «realismo» burgués ha potenciado el arte de mentir, no sólo en «agencias periodísticas» y «medios de comunicación» cómplices», sino incluso en documentales y campañas políticas, de «gran realismo». Han sido líderes en el arte de la mentira vestida de «realidad». Con ese «gran realismo» afirmaron la existencia de las «armas de destrucción masiva», crearon «realidades» falaces y nos acostumbraron a aceptar, con mansedumbre, la palabrería de las campañas políticas como una forma necesaria del engaño. El «realismo» de las mentiras y su propagación impune no es más que otra modalidad narrativa inventada, exprofeso, para evangelizar audiencias bajo la tesis resignada de que «así es el mundo», «así son las cosas», es crudo y nada cambiará… y hay que hacerse cínicos porque eso queda «nice». Está de moda.
En su modalidad más descarnada dicen que harán lo que jamás veremos y juran no hacer todo lo que, después, hacen para ahogarnos. Juran terminar con la «inflación», juran «no endeudar a los pueblos», prometen «pobreza cero»… en el colmo de las falacias de «campaña» enfatizan su «odio a la corrupción» para esconder sus complicidades con los paraísos fiscales y con las mafias financiaras. Se yerguen como adalides de la «renovación» para articular las más rancias formas del saqueo y la explotación, mientras culpan a otros de las canalladas que ellos mismos tienen preparadas para su «gestión». Así ganan elecciones, feligresías y defensores. Lo falso promovido como real.
Ese realismo con que se desgarran las vestiduras para mentir, presenta al mundo como un casos sobre el cual la única solución son ellos con sus mentiras, casi siempre estrambóticas, y se las impone, cronométricamente, como la verdad publicitaria suprema que se financia en su mundo con «rating». Esa lógica del engaño ideada por los laboratorios de propaganda política para resolver la trama del capitalismo, y sus crisis, viene en capítulos de falacias. Y eso embelesa a muchos por comodidad individualista. Mentir pasó a ser un gran negocio y dejarse engañar un evento que no exige esfuerzo. Algunos creen ver en «las falacias oligarcas» la escuela sacrosanta del «pragmatismo» para darle estatus a lo que es un fraude premeditado por los farsantes que juegan al póker con todas las cartas a su favor. Nadie se engañe, no es la realidad, es una ficción, a veces muy forzada, barnizada con realismo narrativo. Y tiene adeptos voluntaristas entre sus víctimas.
Y todo eso sirve, además, para esconder la realidad de un mundo donde la industria imperialista más importante es la fabricación de armas; para esconder las conductas delincuenciales de no pocos negocios ilegales (cuarteles de guerra psicológica); el tráfico de drogas, armas y personas. Una realidad a la que la inmensa mayoría de los seres humanos está sometida por una minoría pavorosamente armada y experta en engañar. Una realidad en la que, por otra parte, crece el malestar, avanzan las revoluciones y hay hambre de ideas para derrotar al capitalismo. Se moderniza un arsenal con los dispositivos tecnológicos y psicológicos más avanzados en la ruta de reprimirnos ideológicamente con la historia de que «todo es mentira», de que hay que resignarse y de que hay que disfrutarlo.
Un equipo de guionistas disfrazados de «periodistas», escribe para que el arte de la mentira parezca una etapa liberadora e inevitable. Mentir a toda hora para que ya no importe lo «real», incluso en el círculo de los «intelectuales» burgueses amaestrados por los monopolios de la «opinión pública»; incluso en los terrenos académicos. La lógica de las mentiras-mercancía despliega su propio lenguaje, en apariencia «serio», y se hace pasar por aceptable, incluso, para sus víctimas. La filosofía de «las falacias de mercado» recurre a cuanto simbolismo encuentra, incluso hecho exprofeso, para que todos se traguen las mentiras y todos las acepten a-críticamente. Pero, a la hora de cobrar, a la hora de las ganancias, la «verdad suprema» siempre es el capitalismo. La parte más dura y dolorosa está en las «feligresías» de la mentira atrapadas en una emboscada descomunal y donde (contra su voluntad) aportan su cuota de complicidad para completar la tarea mass media responsable de desfigurarlo todo con la fuerza significativa de los intereses burgueses decididos a cambiar el orden existente de la realidad. Y para eso, echan mano de las armas de la guerra ideológica y de las patologías esquizofrénicas más democratizadas. Hasta que la mentira estructural sea más verdad que la realidad objetiva, que el despojo a la clase trabajadora y que la lucha de clases. Contra ese infierno ideológico, decía Lenin, «La verdad es siempre revolucionaria».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.