El 17 de enero de 2007 el diario español El País editorializaba sobre la situación en Cuba. Refiriéndose a Fidel con estas palabras: «Todos esperan que fallezca, aunque políticamente ya ha fallecido», el cotidiano ibérico lanzaba su profecía acerca de lo que ocurriría en la isla antillana: «Antes o después tendrá que ser un proceso […]
El 17 de enero de 2007 el diario español El País editorializaba sobre la situación en Cuba. Refiriéndose a Fidel con estas palabras: «Todos esperan que fallezca, aunque políticamente ya ha fallecido», el cotidiano ibérico lanzaba su profecía acerca de lo que ocurriría en la isla antillana: «Antes o después tendrá que ser un proceso que conduzca a una transición económica, social y democrática».
Luego de vivir los sucesos de estos días, que pudiéramos resumir en dos líneas fundamentales: la intensa actividad política del líder histórico de la Revolución, y los pronunciamientos de la dirección del gobierno revolucionario -en el acto del 26 de julio y en la sesión del parlamento- ratificando el rumbo socialista de los cambios «estructurales y de concepto» para actualizar el modelo económico cubano, cualquiera pensaría que el oráculo de Madrid se encuentra en una posición algo incómoda porque Fidel, como Yayabo, «está en la calle», y la «transición» precisamente por ser social y democrática no es para donde ellos decían. En justicia, se puede alegar en su defensa que los de El País – aunque destacan por su repugnante y manipulador entusiasmo funerario («todos esperan») que pinta a los cubanos como una especie de masa necrofílica- no son los únicos equivocados en la adivinación y si ellos, y prácticamente todos sus colegas, han errado tan de medio a medio, no lo han hecho para tratar de predecirnos el engañoso futuro que quieren para nosotros sino para empujarnos hacia él.
El País, junto al coro de la llamada gran prensa occidental, ha repetido hasta el cansancio una serie de pronósticos que -como la profecía hecha a Macbeth- debían presionar desde fuera, y, sobre todo, provocar, desde dentro de Cuba, el ambiente para su autocumplimiento. Así, decretaron el fallecimiento político de Fidel; anticiparon la aplicación de fórmulas capitalistas para encauzar la economía cubana, la apertura de espacios para una contrarrevolución fabricada desde el exterior y la lucha de tendencias dentro de la dirección revolucionaria, no porque tengan alguna evidencia sobre ello, sino porque es lo que sus patrones desean que suceda y con tal de construir esas corrientes de opinión sacan de contexto las declaraciones de un reconocido intelectual, las colocan junto a un connotado contrarrevolucionario y amplifican el editorial de una revista sin lectores, para dictar al socialismo una sentencia mucho más ajustada al capitalismo -sufrido más que disfrutado por la mayoría absoluta de los ciudadanos de este mundo- que a la realidad cubana: «No hay discurso ni ideología que pueda defender o justificar fórmulas económicas y sociales cuya ineficacia ha sido largamente demostrada e innecesariamente padecida». Preguntémosle por la ineficacia «largamente demostrada e innecesariamente padecida» a los que mueren sin conocer un vaso de leche mientras se botan millones de litros para mantener los precios, o a los que en el país más rico del mundo no tienen garantía de seguro médico. Cercar al socialismo, agredirlo, obligarlo a gastar enormes recursos en su defensa y después acusarlo de ineficaz es la materia prima con que la política imperialista alimenta su maquinaria de propaganda para desacreditar las alternativas y vender al capitalismo como la única vida posible, y ahí están los corresponsales extranjeros en Cuba para dar testimonio.
Pero por fortuna no sólo ellos dan testimonio, hace pocas semanas se exhibió en Cuba el inquietante filme «El escritor» de Roman Polanski. A diferencia de las historias hollywoodenses, donde la verdad siempre triunfa y el «cuarto poder» impone su «ética» a través de un periodista audaz y triunfador, en «El escritor» la verdad queda sepultada y el redactor paga con su vida el intento de contarla. Coincidentemente, a Polanski le debemos la que es quizás la mejor versión cinematográfica de «Macbeth». «El escritor» y «Macbeth»: la búsqueda de la verdad y la profecía autocumplida, dos de los eternos temas shakesperianos, y seguramente también dos buenas reflexiones para algunos de los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana; que las disfruten en lo que los cubanos nos dedicamos a resolver nuestros problemas, para nada sencillos, como erróneamente pudieron parecerle a algún lector de los editoriales madrileños hace tres años y medio.
Fuente original: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2010/08/03/las-profecias-incumplidas/