Más que de recursos técnicos, se trata de dotarnos de una cultura que no nos llegará por inspiración divina. Una cultura que puede convertir una simple computadora con un MODEM en una espina clavada en la garganta del poder
No es tan caótica como parece. No es tan democrática como dice el marketing publicitario. No es tan impenetrable como afirman los luditas. No es tan transparente como aseguran los entusiastas de la técnica. No es, y es. La Internet se ha revelado como el instrumento de esta época, para hombres y mujeres de nuestra circunstancia, tal y como lo fue el hacha petaloide en la sociedad primitiva, el molino de viento en la Edad Media y la máquina de vapor, en la era industrial. Aun cuando en su ámbito gravita el desamparado mundo que nos ha tocado en suerte y sus terribles desigualdades, la realidad es que ya sin ella no podremos replantearnos el futuro. Estemos donde estemos. Cualquiera que sea el lado del cachumbambé que nos toque.
Si cada uno de nosotros busca en la memoria cuándo fue la primera vez que escuchó hablar de la Internet y que puso por sí mismo una dirección en la barra del explorador de una computadora, los más avezados descubrirán que no hace mucho tiempo. Cuatro años; cinco, quizás. Eso no es nada, pero es muchísimo en la Internet, que cuenta ya con 700 millones de usuarios ―crecen a un ritmo del 25 por ciento cada año―, dispone de 9 mil millones de páginas y cada 9 meses revoluciona su tecnología de tal modo que ya casi cualquier cosa que se sueñe puede ser vista, leída y escuchada con solo asomarse a la pantalla de una computadora.
En teoría un email podría llegar a toda los usuarios de la red si se reenvía cinco veces, según un estudio divulgado hace apenas una semana por el psicólogo Stanley Milgram y publicado en la revista Science. Quien esté en la red, potencialmente puede hablarle de manera instantánea a ese universo. Pero estar no significa existir en la web. Tener capacidad de expresión no significa comunicación. Para que nos vean, nos escuchen, nos hablen y nos oigan no hace falta entender los complejos algoritmos de programación para la web, sino conocer las reglas de visibilidad que ha impuesto la telaraña y, en particular, tener muy claro con qué parte del universo web queremos sostener ese diálogo.
La Internet no es una abstracción. No le hablamos a una masa impersonal. No es una enorme plaza llena de gente, a la que se le habla por altavoces. Cada persona está capacitada para elegir con quién quiere hablar, qué quiere leer, a dónde va. El internauta es extraordinariamente electivo y exige que lo miren a los ojos. Muchas veces olvidamos que la Internet no es una sucesión de máquinas enlazadas por un cable, o por un enlace inalámbrico. Es comunicación en su sentido más primario: un ser humano que toca a la puerta de otro. O mejor, uno que puede tocar a la misma vez y en el mismo instante, a la puerta de muchos, y recibir igual número de llamadas, y contestar solo aquellas que le interese.
Esta herramienta de comunicación se ha convertido en el espacio de interacción social por excelencia, con infinitas facilidades para el intercambio, pero, también, con una peligrosa supeditación a los consorcios que tienen mayor influencia y que domestican el gusto y el pensamiento de la mayoría de la gente. Las estadísticas dicen que el 90 por ciento de los usuarios de la Internet buscan en primer lugar entretenimiento, facilidades de compra y acceso al correo electrónico. Después, solo un grupo, elige también informarse. Casi todos son consumidores pasivos de lo que ya existe, desentendiéndose del mejor atributo de la red: su multiplicidad de voces.
En ese contexto, solo el 10 por ciento de los sitios que hoy se enlazan en la red son considerados «alternativos». Es decir, expresan abiertamente un disentimiento de las instituciones del poder hegemónico y arman entre sí su propia telaraña que, por lo general, no tiende puentes con medios «tradicionales» de la web, o lo hace en contextos muy particulares de tensión noticiosa. Por supuesto, suelen ser ignorados por los grandes portales informativos del poder. De ese 10 por ciento, solo un 5 por ciento es detectado por las arañas digitales, como se conocen los potentes buscadores que deciden a dónde van buena parte de los navegantes y casi todos los náufragos de la red.
Sin embargo, en los últimos tres años, particularmente en los últimos 11 meses, un fantasma recorre la red: el de la falta de credibilidad del poder, que se acompaña de acciones en contra de sus instituciones. Aun cuando todavía no se puede hablar de una articulación entre los sujetos de estas acciones, sí es incuestionable que de manera abrupta la Internet ha empezado a ser utilizada no solo como un recurso propiamente de información y de contraste noticioso, sino como una poderosa herramienta de movilización contra las decisiones de ese poder global.
MEDIOS ALTERNATIVOS y PODER GLOBAL
En una de sus presentaciones ante el subcomité de Telecomunicaciones del Congreso de Estados Unidos, el senador demócrata Edward Markey, uno de los gurúes de la Internet en ese país, hace tres años anunció que tenía una noticia buena y otra mala que informarle a los legisladores: «La buena noticia desde Washington ―dijo― es que cada persona en el Congreso apoya el concepto de una superautopista de la información. La mala noticia es que nadie tiene la menor idea de lo que eso significa.» Y en verdad, no tenían la menor idea de a dónde podía llegar su fabuloso invento cuando Larry Roberts creó en plena Guerra Fría suA Arpanet. Desde el 11 de septiembre del 2001 hasta la fecha, la Internet se ha convertido en un dolor de cabeza y una obsesión para el gobierno norteamericano. Estados Unidos tiene más computadoras, más GPS (localizadores satelitales) y más bombas de microondas que nadie en el mundo, pero siente que su punto débil es su propia red electrónica. En febrero de este año, analistas adscritos a la administración Bush remitieron al Congreso su informe sobre la Seguridad Nacional en el Ciberespacio. «En el último siglo», afirma el documento, «el aislacionismo geográfico ayudó a Estados Unidos a eludir cualquier invasión física. En el ciberespacio las fronteras nacionales tienen poco significado. Las vulnerabilidades del ciberespacio están abiertas a cualquiera y en cualquier lugar con suficiente capacidad para explotarlas».
Desde Noam Chomsky, que lo repitió varias veces en el Congreso de CLACSO en La Habana, hasta los propios analistas del gobierno norteamericano, admiten con asombro que no esperaban lo acontecido en vísperas de la guerra contra Iraq en el propio Estados Unidos, el país donde ha sido más violentada y reprimida la opinión pública, y donde una campaña de terror paraliza la conciencia ciudadana. Aun así, más de un millón de personas se movilizaron contra la guerra en apenas tres semanas. El factor decisivo para esta ágil reacción fue la Internet. Para que se tenga una idea de lo que eso significó, basta recordar lo acontecido menos de tres décadas atrás: para organizar esa misma cantidad de norteamericanos contra la guerra de Vietnam, se necesitaron seis años de arduo trabajo y decenas de miles de víctimas civiles y centenares de soldados enfundados en sus féretros, desfilando en las pantallas de la televisión y del cine.
Hoy los grupos contra la globalización neoliberal son los que mejor aprovechan ese otro concepto de globalización que angustia a la administración yanqui. Si una web sirve para alistarse al Ejército norteamericano, también puede utilizarse para alistarse a una manifestación. Solo porque existe esta herramienta se entiende que pocas horas después del inicio de la guerra, universitarios barceloneses se concentraran en determinadas calles o que vecinos de San Francisco colapsaran cruces de su ciudad.
En San Francisco, por ejemplo, no solo se organizaron centenares de minimanifestaciones que volvieron loca a la Policía, imposibilitada de acudir a tantos sitios a la vez, y aunque detuvieron a unas 1 500 personas, en un abrir y cerrar de ojos a través de la web la gente lograba articular la resistencia frente a la represión. No problem y Act against war organizaron en horas seminarios sobre cómo dialogar con la policía. «Si eres arrestado, hay otro seminario sobre asistencia carcelaria», advertían sus páginas en Internet y sus mensajes a través del celular. Daban también instrucciones a los detenidos. «Si no te han grabado en vídeo, la policía tiene que probar que estabas cortando el tráfico, y no en la acera».
Cultura contra la guerra, un espectacular sitio español que ofreció desde pancartas hasta notas legales para enviar a legisladores y funcionarios de la administración de Aznar, reprodujo breves y eficaces textos de denuncias y hasta cantatas callejeras: «¿Condenó el Gobierno de Estados Unidos el uso iraquí de gas contra Irán? No. ¿Cuántos gobiernos occidentales condenaron ese acto entonces? Ninguno. ¿Cuántos litros de agente naranja usó EE UU en Vietnam? Más de 35 millones. ¿Cuántas resoluciones de la ONU ha incumplido Israel hasta 1992? Más de 65. ¿Cuántas resoluciones de la ONU ha vetado EE UU entre 1972 y 1990? Más de 30. ¿Cuántas cabezas nucleares tiene Iraq? ninguna. ¿Y cuántas EE UU? Más de 10.000. ¿Cuál ha sido el único país que ha empleado armas nucleares? EE UU»
La telaraña a la izquierda del Dios de la Guerra nunca antes había sido tan fuerte, tan consistente, tan extraordinariamente articulada. Páginas contra la guerra de todo el mundo coordinaron sus acciones, sus boicoteos, sus cartas de protesta a sus respectivos Gobiernos antes y durante la guerra. Se intercambiaban gratuitamente softwares y aplicaciones para reproducir mensajes o crear foros y weblogs (las llamadas bitácoras personales con un éxito sin precedentes en estos días). Las listas de correo convirtieron en personal y secreta las citas y los lugares de las protestas, que con la ayuda de teléfonos y mensajes cortos en los celulares (SMS) dieron una agilidad nunca vista hasta el momento a las marchas de protesta. No faltan ya enjundiosos análisis teóricos que dan cuenta de la aparición de la e-movilización, una etapa superior de la e-protesta y de la e-información. Se habla con entusiasmo de las heterarchies, un término recién nacido en la sociología para explicar esta inusual conjunción de las redes sociales con las redes digitales.
Pero hay más. Las estadísticas de tráfico y acceso de la red dieron otra señal importantísima: la Internet se reveló como el líder noticioso mundial, desplazando a la televisión por primera vez en los últimos 14 años de guerra mediática. El índice Buzz de Yahoo, que hace un seguimiento de la información más demandada en los buscadores, no deja lugar a dudas. De los diez términos más buscados la semana del 17 al 23 de marzo, el primero era » Iraq». Los internautas dejaron de buscar música y personajes famosos, para centrarse en la evolución del conflicto.
El tráfico en Internet aumentó tres veces más de la media antes de la guerra, con un elemento cualitativo esencial en este nuevo giro: la gente no solo busca noticias, sino que contrasta noticias. Una investigación de mercado realizada por el consorcio Store Media Metrix, valoró que los 15 principales sitios norteamericanos tuvieron un tráfico un 41 mayor que en las cuatro semanas previas al conflicto, pero en ese mismo período, en los principales medios alternativos norteamericanos, el tráfico aumentó en un 102 por ciento. Por primera vez en un suceso de atención pública, los grandes medios tradicionales norteamericanos se vieron obligados a incorporar enlaces a páginas de opinión «independientes». El diario británico The Gardian, por ejemplo, daba cuenta de que, en este período, el 49 por ciento de los 1,3 millones de visitantes únicos de la edición en línea procedieron de EE.UU.
Pero el poder se defendió en esos días, se defiende ahora y seguirá tomando medidas enérgicas para ejercer el control. No es un secreto para nadie que usaron durante la guerra y seguirán usando todos los medios a su alcance para combatir a todo precio lo que ellos llaman «terrorismo», un estigma que usan con amplio rasero. Si recientemente contemplábamos estupefactos la foto de George W. Bush y Bill Gates, con un pie de grabado en el que se aseguraba una estrecha colaboración entre el Gobierno norteamericano y Microsoft, el hecho no solo nos confirma lo que se venía realizando desde hace tiempo, sino que nos permite intuir qué clase de mundo se nos avecina. El Gran Hermano de George Orwell es una nana infantil al lado de lo que podrían estar inventando e implementando ahora mismo los brujos de la informática. El gran monopolio de las ventanas virtuales no es la única empresa que cede los datos de sus usuarios para deleite de los servicios secretos: los tres mayores proveedores de correo electrónico norteamericanos AOL, MSN (Microsoft) y EarthLink han reconocido haber instalado programas Carnivore para rastrear, leer e interceptar mensajes sospechosos.
Eso explica la agilidad con que logran desconectar las páginas inconvenientes, como Al Jazzira y Yellow Times, esta última con servidores en la Florida. Yellow Times publicó las primeras imágenes divulgadas en EE.UU. de las víctimas de la guerra en Ira, y poco después, el dueño de la compañía que alojaba el sitio ―por cierto, un cubano― dijo que había sido obligado por las autoridades a quitar la página porque «dijeron que violamos la cláusula de contenido para adultos».
No ha habido reconocimiento público de la intervención estatal en estos tijeretazos cibernéticos, ni de la institucionalización de la piratería en la web. Pero el poder posee ya, además de la bomba electrónica que tumbó de una sola vez todas las web y sistemas digitales iraquíes, una potente flota de corsarios. Durante los días de la guerra hubo cifras sin precedentes de ataques cibernéticos, realizadas por supuestos «manifestantes» en contra y a favor de la guerra que rara vez aparecieron denunciados públicamente. Lo extraordinario es que la mayoría de las páginas violentadas por los hackers criticaban a EE.UU. y a sus aliados.
No hay cifras fiables de cuánto se vulneró en la red en esos días, pero un cable de AP fechado en Londres, del 21 de marzo de esta año es muy elocuente: un experto en seguridad de la compañía F-Secure afirmó que solo en Gran Bretaña se habían registrado en un día «cerca de 800 ataques de desfiguración, diez veces más que en todo el mes anterior».
UNA PALABRA: ACCIÓN
Si convenimos en que es vital para nuestra existencia política que se conozcan nuestros argumentos; si es una certeza que la Internet es un medio más expedito que los tradicionales, donde nos marginan o nos silencian; si estamos convencidos de que la red de redes es una propuesta cierta de futuro en la que cada vez más se navega a nuestro favor, debemos armarnos de una estrategia coherente de desarrollo de la Internet que permita compartir lo que sabemos y tenemos, asegure el soporte técnico, favorezca a los que puedan lograr la mayor influencia en la red, estimule la diversidad, enlace la cooperación multidisciplinaria y convierta a cada uno de nosotros en un punto de resistencia, irradiante y vital.
En otras palabras, hay que pasar del timbiriche digital y la réplica mecánica de los medios tradicionales en la web, a organizar y armar a nuestro propio pelotón en la gran guerra de guerrillas que se ha desatado contra las elites del poder. No lo lograremos con sistemas de programación obsoletos, con fórmulas comunicativas gastadas, con una subestimación al medio que proviene de la ignorancia, con brechas digitales y de información entre nosotros mismos. Lo lograremos cuando seamos capaces de singularizar nuestros mensajes, a partir de soporte común que garantice inmediatez y eficacia informativa. Cuando dejemos de ser sordos y mudos porque ya podemos comunicarnos fluidamente en inglés, que, nos guste o no, es el idioma de la lucha global. Cuando interioricemos que la Internet tiene reglas que hay conocer. Cuando aportemos nuestros propios análisis y previsiones. Y sobre todo, cuando seamos capaces de generar acciones de movilización y de intercambio regular y personal con millones de personas en la red que quieren, como nosotros, una casa habitable y no este mundo inhóspito que nos tocó en suerte.
Más que de recursos técnicos, se trata de dotarnos de una cultura que no nos llegará por inspiración divina. Una cultura que puede convertir una simple computadora con un MODEM en una espina clavada en la garganta del poder. Como lo es Rebelión, el medio alternativo más leído en castellano, un proyecto de tres personas que no cobran nada por ello, que lo actualizan después de su jornada laboral y que han logrado establecer una red de colaboradores voluntarios con más de mil proveedores.
Si las enormes movilizaciones en Porto Alegre, San Francisco, Londres, Madrid, Cancún, Miami y cientos de ciudades han tenido lugar primero por Internet, nosotros no podemos estar ausentes en esa corriente de vida. Que desde la izquierda logremos entretejer nuestros actos y nuestras palabras, nuestra realidad y nuestras imágenes, nuestra pasión y nuestras voces, no depende de nadie más que de nosotros mismos.