Desde las «trincheras» del periodismo se «despachan» palabras como balas. Palabras cargadas de rabia, intolerancia, ignorancia, desinformación y morbo que apelan a las emociones más bajas de las personas. Atrincherados en sus «cuarteles», profesionales y no profesionales del periodismo utilizan sus teclados, grabadoras y teléfonos inteligentes para fijar en la comunidad su representación de la […]
Desde las «trincheras» del periodismo se «despachan» palabras como balas. Palabras cargadas de rabia, intolerancia, ignorancia, desinformación y morbo que apelan a las emociones más bajas de las personas.
Atrincherados en sus «cuarteles», profesionales y no profesionales del periodismo utilizan sus teclados, grabadoras y teléfonos inteligentes para fijar en la comunidad su representación de la realidad.
O lo que es peor, la imagen de país que los directores de los medios tradicionales y no tradicionales quieren reproducir en la opinión pública a través de panfletos, de izquierda y derecha, que sacrifican el periodismo riguroso.
Cada día la sociedad es bombardeada desde las trincheras mediáticas de manera inmisericorde. Los constantes ataques no dan tregua a las mentes que no encuentran sosiego en medio de mensajes de terror y violencia.
Noticieros de radio, televisión y medios impresos inoculan miedo y desesperanza con sus notas periodísticas. El sensacionalismo de sus titulares apela a las emociones básicas de las audiencias y generan pánico.
La opinión mesurada y equilibrada que pudiera tener un ciudadano frente a su país es sepultada entre miles de mensajes que infunden angustia diariamente.
«Con licencia para violar», «José Obdulio se comió su propia candela», «Daniela fue rescatada sana y salva del terror del secuestro», «Los mantenidos ponen más cachos», «El Viaje al infierno de Adrián Fernández»… son una pequeña muestra de los «despachos» de prensa que reciben los colombianos en diferentes formatos y géneros periodísticos.
En medio del proceso de paz, que el gobierno Colombiano sostiene con las Farc, se ha mencionado el rol de los actores armados legales e ilegales, se ha insinuado con temor el de los empresarios en el conflicto, pero poco se ha dicho sobre el rol de los medios de comunicación en el conflicto.
Tampoco se ha cuestionado el papel que los medios han cumplido en medio de esta negociación de paz y el que deberían cumplir ante un eventual posacuerdo. ¿Quién controla los medios de comunicación en Colombia?
¿Quién ejerce vigilancia y se pregunta por la responsabilidad de los periodistas, profesionales y empíricos, en la construcción de la realidad y los imaginarios sociales?
¿Quién pone límite a las fobias provocadas por los medios de comunicación, a los odios fomentados desde las pantallas de televisión y a las estigmatizaciones creadas a través de titulares de prensa?
La sociedad colombiana se ha quedado cruzada de brazos, inerme, narcotizada con cápsulas de desinformación y opiniones disfrazadas de noticias, que consumen a diario sin oponer resistencia.
El gobierno colombiano permite que esto pase para no ser acusado de no respetar la libertad de prensa, no invita a debatir el papel de los medios en este momento crucial, de transición.
Detrás de los gobiernos y los periodistas, están los empresarios, nacionales y extranjeros, dueños de las empresas de comunicaciones que atacan o apoyan las políticas públicas de acuerdo con sus lazos con las diferentes administraciones gubernamentales.
Y detrás de ambos, o mejor de cara al país, está el «periodista» que empuña el micrófono, que escribe desde su teclado, que informa desde la cabina de radio o el set de noticias.
Pero el periodista no es «víctima» de esos poderes sino responsable frente a su gremio, frente a sus colegas y, lo más importante, frente a la sociedad que se convierte en blanco de su falta de ética, de su falta de amor por su profesión.
¿Qué se requiere para que la sociedad cuestione a sus periodistas? ¿Qué falta para que los periodistas se cuestionen a sí mismos sobre su papel en medio de este proceso?
Es fundamental recuperar el ejercicio periodístico profesional, ético y equilibrado que contribuya a la construcción de un nuevo país con representaciones de la realidad, diversas, incluyentes y constructivas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.