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A la izquierda no la une ni el espanto

Las viejas prácticas recicladas

Fuentes: Rebelión

Parece que no hay capacidad de aprendizaje. No hay vuelta que darle. En un mundo violento, desigual, injusto, donde de los 6000 millones de habitantes, 5000 millones son pobres, 3000 millones viven con menos de 2 dólares diarios, 2000 millones con menos de uno, y 1000 millones de seres humanos pasan hambre todos los días […]


Parece que no hay capacidad de aprendizaje. No hay vuelta que darle. En un mundo violento, desigual, injusto, donde de los 6000 millones de habitantes, 5000 millones son pobres, 3000 millones viven con menos de 2 dólares diarios, 2000 millones con menos de uno, y 1000 millones de seres humanos pasan hambre todos los días de sus sufridas existencias, la izquierda «revolucionaria» es incapaz de unirse.

En este mundo avasallado por el imperialismo, donde las empresas multinacionales saquean la riqueza producida por los pueblos, «pacíficamente» donde se den las condiciones, y donde no, apelan a la brutal fuerza de los ejércitos de las metrópolis, especialmente del yanqui, la izquierda «revolucionaria» sigue dividiéndose.

En nuestro país, gobernado por una administración condicionada por la etapa abierta a partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001, pero que claramente trabaja para seguir manteniendo los privilegios de los poderosos a costa del sufrimiento del pueblo, al frente de un Estado que reprime, secuestra y mata, todavía hay quienes dentro de la izquierda «revolucionaria» actúan como si fuesen los dueños de «la receta», poseedores de la «única verdad», para encabezar ellos -y sólo ellos- la Revolución que hará realidad el socialismo en esta parte del mundo.

Todos ponen en sus bocas la palabra «unidad», la utilizan como latiguillo, pero… ¡cómo se bastardea esa hermosa palabra!
Pues casi ninguno trabaja en serio para lograrla. La realidad indica que lo que priva es una profunda intolerancia, que lleva a la autoproclamación y al sectarismo. A generar aparatos para defender proyectos e intereses de minúsculas cofradías, en vez de los del pueblo. Que, en definitiva, la cultura burguesa está bien metida en aquellos que dicen combatirla.

Es así que en un escenario como el descripto más arriba, donde la burguesía como socia menor del imperialismo aún no consigue recomponer la «bonanza» de la que supo disfrutar en los ’90 -no es el estilo «K» el de su mayor agrado, sino la solución que encontró para proteger sus intereses ante la crisis de representatividad del sistema-, expresado claramente en la falta de cuadros de jerarquía que le devuelvan unidad política a sus propuestas, la izquierda «revolucionaria» no sólo es incapaz de intentar una unidad estratégica (algo que entra en el terreno de las utopías más lejanas), sino que ni siquiera tiene la inteligencia de golpear con un sólo puño en un escenario al que sólo considera táctico como el electoral.

El cierre de listas para la elección en Capital es un ejemplo claro de lo antedicho, y muestra el camino elegido otra vez por las direcciones de las diferentes corrientes de izquierda, que se presentó con ¡siete listas! diferentes, a saber: Movimiento al Socialismo (MAS), Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), Partido Obrero (PO), Frente Izquierda Socialista Revolucionaria (FISR), Convergencia Socialista (CS), Partido Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), y, haciendo un considerable esfuerzo, podemos contar también al Partido Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) del farandulero Castells. Otras han optado por el abstencionismo. Por supuesto que queda fuera del espectro revolucionario el PCA (al que ya muchos llaman PCredicoop), abiertamente volcado al kirchnerismo, integrado a la fórmula del ministro Filmus con el «banquero-comunista» (contradicción si las hay) Carlos Heller, cuya «banca solidaria» se quedó en el 2001 con los ahorros de sus «socios» como lo hicieron el resto de los bancos «capitalistas».

Esto, en la ciudad con mayoría macrista, gobernada por un Telerman que intenta ser una (mala) copia de la burguesía de principios del siglo XX, en la ciudad de Cromañón, del reaccionario Código de Convivencia, de los presos de la Legislatura, de los desalojos violentos, de la quema de asentamientos, y una lista interminable de atropellos e injusticias… ¡la izquierda presenta siete listas!

Este desatino en un país donde los trabajadores docentes y estatales están poniendo el termómetro social en su punto justo, más allá de la propaganda barata del presidente convocando una concentración en su honor en Plaza de Mayo, por haber «conseguido» el 16% de aumento para algunos gremios (entre los que está el del camionero jefe de la CGT, Hugo Moyano), cuando la Canasta Familiar tuvo un aumento de más del 25% en un año.

Este desatino (el de la izquierda) en un país donde el Estado mata a los trabajadores que protestan por verse condenados a subsistir y no a gozar de la vida, como ejemplifica dolorosamente el asesinato del docente Carlos Fuentealba, del cual son responsables tanto el gobierno provincial de Sobish (un cabal representante de la derecha cavernícola) y el gobierno nacional, el mismo que manda la gendarmería a «custodiar» las escuelas en las provincias, el mismo que engendra los grupos de choque que aprieta a los manifestantes. Un párrafo aparte merecen las burocracias de la CGT (que ante el asesinato de un trabajador lanzó un «paro» de dos horas) y de la CTA, que miró para otro lado cuando sus «representados» peleaban y paraban durante meses desarticulada y desamparadamente a lo largo y a lo ancho del país, y sólo atinó a decretar un paro general cuando la sangre de un compañero le salpicó en su propio rostro.

Este desatino (el de la izquierda) en el país donde sigue desaparecido después de siete meses el albañil Jorge López, donde los «grupos de tareas» siguen trabajando impunes, como lo demuestra el secuestro de Raúl Lescano, militante de la agrupación Quebracho, luego del acto convocado por el día de los Presos Políticos, perpetrado por una patota de civil a bordo de un auto particular sin patente. Lescano apareció luego de un pedido de hábeas corpus en una comisaría y después en la Superintendencia de la Policía, donde fue trasladado por orden judicial (del juez Ariel Lijo). Si eso no es prueba de la utilidad que le da HOY el Estado a esos grupos y metodologías…

Esto en el país donde los alimentos aumentan en forma brutal o escasean directamente, cuando todavía hay millones que pasan hambre. Un país donde el gobierno debe apelar permanentemente al engaño y la mentira, como lo prueba la vergonzosa intervención en el Indec para dibujar los índices económicos, y la realidad misma. Un país donde se considera pobre a aquel que gana menos de $930, pero cuya canasta familiar ya pasó los $2400. Un país donde el crecimiento económico va a parar al bolsillo de unos pocos, mientras la mayoría sigue viviendo en la angustia. Un país donde el Gran Capital sigue saqueando impunemente las riquezas y el sudor del pueblo.

¡Miren si hay motivos para concretar la Unidad!

Sin embargo, nada parece poder hacer unir a una izquierda cada vez más evidentemente funcional a los intereses que dice combatir.

Están los que acusan a los demás de sectarios y «ofrecen» sus candidaturas como prendas de unidad, pero siempre terminan solos porque la condición implícita (y muy mal disimulada) que intentan imponer es que todos deben ir detrás de sus lineamientos. O sea, son tan sectarios y autoproclamatorios como a los que pretenden acusar.

Están los que, tanto desde posturas pretendidamente leninistas como desde posicionamientos antielectoralistas filoanarquistas, se arrogan «la autoridad» de cumplir el rol de «medidores de izquierdismo», y sólo podrían hacer un «frente» consigo mismos.

Subsiste, en fin, la tremenda, la desalentadora problemática en la izquierda que se autoproclama revolucionaria, de la imposibilidad de la unidad. Y eso a pesar de que todos la enarbolan como bandera, pero le ponen tantos condicionamientos a su concreción que en realidad hay que concluir que lo que pretenden no es unidad respetando las lógicas diferencias de las diferentes corrientes de pensamiento, como corresponde, sino la uniformidad de pensamiento (el suyo), pretensión que es en esencia absolutamente reaccionaria.

Ni el espanto puede unirlos.

Debe haber responsables de ello.

Son los mismos responsables de que al mismo tiempo que -como ocurre hoy en Latinoamérica-, los pueblos se levantan, se ponen de pie para luchar contra lo que visualizan como las políticas que los han sumido en la miseria, cuando ya han empezado a asumir qué es lo que no quieren, desprecien, no tomen en serio o directamente ignoren a la izquierda tradicional, la sectaria, la incomprensible, la hermética, la que no puede ni podrá ser jamás con esas características una opción para las masas. Un ejemplo claro y cercano es aquél 2001.

Hay responsables para tanto desatino, sí que los hay.

Es imprescindible una renovación en la izquierda, de mentalidad, de método, de discurso, de sensibilidad, de acción hacia las masas. Es imprescindible un baño de humildad. La militancia debe preguntarse por qué con tanta condición objetiva para sembrar, sigue siendo una ínfima expresión de la sociedad. Lo cierto es que hasta ahora nadie dentro del espectro revolucionario ha acertado la fórmula, ha dado en la tecla. ¿No será que influye en gran medida la imagen de incoherencia e intolerancia que se le da a la sociedad, que escucha los mismos discursos bajo decenas de siglas diferentes e irreconciliables? ¿No será que una de las condiciones imprescindibles para empezar a ser escuchados, tenidos en cuenta, es la UNIDAD tan bastardeada? Si está harto probado que ninguna de las organizaciones de izquierda puede por sí sola llevar a cabo lo que dicen son sus objetivos, ¿no habrá llegado la hora de dejar de lado la intolerancia?
No hay revolución sin vanguardia, pero para ser «vanguardia revolucionaria» hay que serlo de masas. Para ello hay que constituirse primero en referencia, y luego en dirección legitimada por aquéllas. Cosa que hasta ahora nadie en la izquierda de este país ha sabido cómo hacer, y sin embargo continúan empecinadamente la autoproclamación y las viejas y probadamente ineficaces prácticas.

En definitiva, la dirigencia debe cambiar, o habrá que cambiar a la dirigencia.

La realidad está allí, tal como la hemos descripto: se cierne cruel sobre la existencia de los seres humanos. Es imprescindible cambiarla de raíz. La Revolución que nos libere de toda explotación y miseria es, entonces, más necesaria que nunca. Pero no será con las viejas prácticas de la vieja izquierda que se podrá llevar a cabo.