Un juez de la Audiencia Nacional acaba de dictar auto de procesamiento contra una joven marroquí de 19 años presuntamente yihadista por integración en organización terrorista, con un comportamiento radical en redes sociales, el deseo de unirse al Dáesh (Estado Islámico) y la voluntad de viajar a Oriente Próximo, figuras delictivas amparadas tras la última […]
Un juez de la Audiencia Nacional acaba de dictar auto de procesamiento contra una joven marroquí de 19 años presuntamente yihadista por integración en organización terrorista, con un comportamiento radical en redes sociales, el deseo de unirse al Dáesh (Estado Islámico) y la voluntad de viajar a Oriente Próximo, figuras delictivas amparadas tras la última reforma del Código Penal que castiga intenciones, dada la peligrosidad de esta gente si llega a cumplirlas.
Nada que objetar a lo anterior porque no es el objetivo de esta columna, más allá de apuntar que el magistrado ha tardado un año en elaborar el auto.
Lo que sigue es un intento de análisis de la imagen que ha acompañado la información, que los medios han repescado del momento de la detención en septiembre de 2015 en Gandía (Valencia).
En la fotografía aparecen nada menos que once guardias civiles rodeando a la detenida en una acera se supone cercana al domicilio, ocho de ellos visten uniforme oscuro que parece pertenecer al Grupo de Acción Rápida, la unidad antiterrorista del Cuerpo; presentes también otros tres agentes con la cara cubierta, de paisano y un chaleco amarillo reflectante que les identifica, no está claro ante quién, quizá ante sus compañeros.
El vestuario diferente de los agentes que intervienen revela distintas funciones, de intervención los de uniforme de campaña y botas y de investigación los de paisano, que se tapan para que no sean reconocidos por futuros investigados, temor que no tienen los obligados a utilizar con mayor frecuencia la fuerza física; quizá los del chaleco de alta visibilidad sean los mandos del resto.
Una guardia civil del hipotético segundo grupo, con un verdugo que únicamente deja libres los ojos, es la más cercana a la detenida. Ambas ocupan el centro de la imagen, dos mujeres, una el mal y otra el bien, la vista y nuestra esperanza se va hacia el amarillo chillón de la guardia civil.
La procesada vista de negro de los pies a la cabeza, parece llevar un niqab, prenda relacionada con el extremismo religioso saudí, que la lógica dice que uno se pone al salir a la calle, no en tu propio domicilio, por lo que los agentes permitieron vestirse de esta manera a la susodicha. Aquí surge la duda de si uno al ser detenido puede elegir el vestuario para salir de casa, por tenerlo previsto.
La joven está esposada, con grilletes metálicos en las muñecas a la altura de la cintura, es la única parte de su piel al aire que además contrasta con el negro de la túnica. Por la ficción televisiva uno está acostumbrado a que las fuerzas del orden inmovilizan al sujeto sospechoso y peligroso con las manos en la espalda y con bridas de plástico.
Finalmente, las fotografías publicadas en los medios de comunicación están firmadas por EFE, no por la Guardia Civil o el Ministerio del Interior como sucede en otras ocasiones en las que los propios agentes graban sus actuaciones e incluyen una marca, con lo que la conclusión es que los medios de comunicación fueron avisados de la operación en marcha o al menos la agencia de noticias del Estado.
El grupo además va caminando hacia el fotógrafo, por lo que la imagen es autorizada, saben que están siendo fotografiados, porque algunos desvían la mirada de la cámara.
En el fondo de las imágenes aparecen vecinos observando la escena, quizá desalojados del inmueble o vecinos curiosos o impedidos temporalmente de entrar en su domicilio o circular por el vecindario.
La fotografía tiene algo de irreal, de composición, Gandía y las personas que aparecen son secundarios. La imagen cuenta en un instante la actuación del Estado con amplitud de medios contra el terror, que no tiene cara, es un bulto negro y amenazante.
Con Joan Fontcuberta, premio nacional de ensayo y de fotografía, algunos descubrimos que la imagen publicada ha dejado de ser notario de la realidad, se acabó la neutralidad descriptiva de la foto, especialmente tras su transformación digital que la hace fácilmente manipulable. La evolución, lejos de reducir su valor, lo incrementa, porque dispara los significados de lo que nos quiere contar quien la difunde.
Viendo las múltiples interpretaciones que genera, la fotografía de la yihadista detenida no es verdad, pero es verosímil, uno de los mandamientos del nuevo orden visual.
Hasta las pesadillas en la cocina de Chicote tienen un guión detrás, están teatralizadas.
Fuente original: http://contextospnd.blogspot.