I Libertad de expresión Casi todas las constituciones de los Estados que se reclaman democráticos reconocen el derecho de sus ciudadanos a expresar y difundir libremente sus ideas y opiniones. La actual Constitución española lo hace en su artículo 20. Más aún, en su apartado d) reconoce el derecho «a comunicar o recibir libremente información […]
Casi todas las constituciones de los Estados que se reclaman democráticos reconocen el derecho de sus ciudadanos a expresar y difundir libremente sus ideas y opiniones. La actual Constitución española lo hace en su artículo 20. Más aún, en su apartado d) reconoce el derecho «a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión».
Pues bien, si se tienen en cuenta las posibilidades materiales de ejercer estos derechos, uno no tarda mucho en descubrir que son muy pocos los que pueden hacerlo. Tan sólo quienes disponen de medios para expresar y difundir sus opiniones y para acceder a las informaciones. No es necesario argumentar largo y tendido para afirmar que la libertad de expresión y de información se reduce, en las sociedades burguesas, a la libertad de acceso, tanto a los medios como a las fuentes de información.
Como se trata de medios, la diferente posesión de los mismos constituye la desigualdad. La persona que carece de medios, o, más exactamente, de medios de intercambio comunicativo, no puede hacerse entender. Es el perjudicado en el intercambio social, si es que llega a participar en él. Y no se trata de ninguna metáfora. Hay que imaginarse al disminuido físico o psíquico, al ciego o al sordomudo, al analfabeto, y compararlo con el político, sobre el que se concentran cámaras y micrófonos, cuyas palabras se difunden a los cuatro vientos y penetran el pensamiento, las emociones y la acción de la gente. Si Marx tenía razón cuando decía que la emancipación era la reducción de las relaciones al hombre, la investigación de los medios resulta entonces una tarea científica emancipadora. Su material no permite más tratamiento que el de reducir el mundo humano al hombre mismo, ya que los medios de información y comunicación no se conciben de otra manera.
El estudio de los medios debe entenderse, por consiguiente, como un campo de trabajo que aspira a una mayor precisión en la comunicación y a un conocimiento más profundo de sus causas. Su objetivo estriba en descubrir las condiciones de la libertad, o falta de libertad, concreta de los seres humanos en la comunicación pública.
Hoy día la comunicación se ha convertido en un sector estratégico de la economía, la cultura y la política. Y, como en las demás industrias, durante los últimos decenios se ha efectuado un acelerado proceso de concentración que ha dejado la comunicación y la información en manos de unos cuantos productores privados que pueden contarse con los dedos de una mano, y sobran dedos. Baste recordar los nombres de R. Murdock, Berlusconi o Polanco, que el 95% de las imágenes difundidas por los medios de comunicación las suministra una agencia yanqui o que el 90% de los conocimientos almacenados en los bancos de datos son de propiedad privada usamericana.
En suma, que estos pocos tienen el poder de definir la realidad para los muchos, de decirles lo que pasa, lo que es bueno y malo, lo que hay que hacer y no hacer, cómo hacerlo, etc. Este poder de fijar el programa social de cualquier comunidad es la clave del control social. Lord Nordcliffe, dueño de uno de los consorcios más poderosos de periódicos de principios del siglo XX, lo explicaba así, sin pelos en la lengua: «Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quién deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar.»
Y lo que nos cuentan suele ser casi siempre la historia de los otros, no la nuestra. Y si estamos ocupados en vivir la historia de los demás no tenemos tiempo de preocuparnos de la vida propia. Pues si nos ocupásemos de ella y descubriéramos cómo la determinan otros, no nos quedaríamos de brazos cruzados e intentaríamos cambiarla a mejor.
Como se sabe, bajo las condiciones del capitalismo, la libertad se entiende fundamentalmente como libertad de comprar y vender. La libertad de circulación es para las mercancías, sobre todo las suyas. Pero no así para las personas, que si quieren moverse también se convierten en mercancías. Eso es lo que ocurre con el tráfico entre lo que políticamente se conoce como el Norte y el Sur.
La retórica de la libertad se ha utilizado en la historia para justificar la represión de las libertades. La tan cacareada «sociedad de la información» a la que, según nuestros políticos nos llevan las TIC, se ha traducido en la «sociedad de la manipulación», como la denomina Julián Marcelo. El libre flujo de las comunicaciones se aplica únicamente a las suyas, a sus películas y a sus agencias de noticias, lo mismo que a sus residuos tóxicos, sus medicamentos y sus semillas transgénicas. Libertad para la contaminación de las mentes, de los cuerpos y de la naturaleza. Se obstaculiza o se impide el acceso a quienes necesitan conocimientos que sirvan a su emancipación y desarrollo espirituales y materiales. Y se prohíben las informaciones que cuestionen el sistema de dominio.
De ahí que, al mismo tiempo, se ejerza un control rígido de la producción de información. Así, el ejército usamericano sólo permite que informen de sus acciones periodistas previamente seleccionados por ellos, encastrados en su maquinaria de guerras, los embedded journalists.
A finales de la década de 1970 la UNESCO encargó a una Comisión, presidida por el irlandés Sean McBride, el estudio de los problemas de la comunicación en el mundo. El Informe McBride se presentó a la Asamblea General en 1980. Poco después, el Gobierno estadounidense, encabezado a la sazón por Reagan, retiró a su país de dicho organismo por interpretar que la reclamación de los países pobres del Tercer Mundo a disponer de sus propias fuentes de información y a producir los conocimientos y medios necesarios para satisfacer las necesidades de sus sociedades era una limitación al libre flujo de la información y la comunicación. Se consideraba que este afán era lesivo para los intereses nacionales de los EUA, es decir, para los oligopolios de su industria de la comunicación. La difusión de este informe en inglés está oficialmente prohibida en los EEUU.
Pero hoy, desaparecida la guerra fría tras el derrumbe de la URSS y de la casi totalidad de países comunistas, aparecen nuevas formas de restricción. Ante la poca credibilidad que le merece a la opinión pública del mundo, el Gobierno de los EEUU, los poderes fácticos del fascismo sin rostro amable, reaccionan con cínica sinceridad. Las frecuentes intervenciones de los soldados y marines yanquis en todo el mundo, y muy en particular las últimas de Afganistán e Iraq, han levantado una inquietante ola mundial de antiamericanismo. De ahí que el brazo armado del imperialismo, el Pentágono, haya orquestado una concomitante «ofensiva psicológica» para contrarrestarla. Por si fuera poco con sus emisoras de La Voz de América, sus agencias de noticias, su retahíla de organismos e instituciones de exportación cultural del american way of life, sus numerosos instrumentos para el dominio y colonización de las conciencias, el Pentágono se arranca ahora con la creación de las IO (Information Operations). Dirigidas por la Oficina de Influencia Estratégica, estas operaciones tienen la tarea de crear noticias falsas, mentir y desinformar a los medios y militares amigos y enemigos. El jefe de todos estos especialistas en guerra psicológica y relaciones públicas, el general Simon Worden pretende realizar campañas negras de desinformación y blancas de información selectiva para que se publique en todo el mundo. «En situaciones de crisis», reza la directiva, «las Operaciones de Información cumplirían una función disuasoria y flexible para comunicar nuestros intereses nacionales.» Y más claro aún: «Las IO pueden aplicarse para conseguir resultados físicos y psicológicos de apoyo a los militares.»
Nada nuevo en el mundo. Hace casi doscientos años, el general alemán K. Clausewitz dijo ya en su famoso tratado De la guerra que la mayoría de las noticias son falsas.
La Primera Guerra del Golfo iba a ser el primer conflicto bélico televisado y luego resultó ser invisible por la ausencia de imágenes del mismo. Hoy, la estrategia del Pentágono y de la Administración del Llanero Solitario con respecto a la Segunda ha cambiado. Haciendo gala de una prepotente sinceridad se han lanzado a la compra abierta de periodistas en distintos países para que den una versión favorable de sus tesis e intereses, sinceridad que es de agradecer. Pero no podrán informar de todo. Se les proporcionarán 19 reglas de obligado cumplimiento periodístico. Entre ellas:
*No informar de las bajas estadounidenses.
*Los jefes de unidad podrán vetar o embargar los trabajos de prensa.
Por otro lado, los grandes diarios de los EUA colaboran en esta campaña de desinformación y confusión con titulares sensacionalistas y falsos rumores, ampliando así la histeria de los ataques terroristas con armas químicas y biológicas. Esta histeria le sirve a la Administración Bush para limitar asimismo la divulgación de los conocimientos científicos, con la excusa de que podrían caer en manos de terroristas que, por lo demás, no pagarían ningunas royalties.
En suma, que el propugnado libre flujo de las informaciones y conocimientos no deja de ser un cruel sarcasmo. Por eso vale la pena recordar las palabras de A. Einstein a propósito de Por qué el socialismo:
Bajo las condiciones actuales, los capitalistas privados controlan las principales fuentes de información (prensa, radio, enseñanza). Por eso es sumamente difícil y, a decir verdad, totalmente imposible en la mayoría de los casos, que el ciudadano individual llegue a conclusiones objetivas
Se sobornan periodistas para que publiquen reportajes falsos sobre las bondades de la invasión de Iraq. Hasta se les proporcionan las crónicas ya redactadas en árabe en una oficina del Pentágono. Se organizan programas de formación para periodistas extranjeros en varias universidades usamericanas provistos de cuantiosas becas, etc.
A los periodistas y medios independientes, no sumisos, que quieran hacer uso de la tan cacareada libertad de información se les declara la guerra abierta. Una más de sus muchas guerras a—- Y no en sentido figurado. Se les ataca a cañonazos, como en el caso del Hotel Palestina de Bagdad, donde murió el periodista español José Couso a consecuencia de los disparos de un tanque yanqui. La justificación de semejante salvajada, todavía impune, fue que los soldados se sentían amenazados por los disparos provenientes del hotel. Y tenían razón, los únicos disparos eran los de las cámaras que registraban su barbarie. Los relatos de los supervivientes son espeluznantes, como los de la italiana Sregna.
Se bombardean emisoras de radio y televisión, los transmisores de Internet, como se hizo con Belgrado durante la guerra contra Yugoslavia, y se hace ahora contra las instalaciones del canal árabe Al Jazeera. Los testimonios son tan abundantes que no pueden ignorarse sino a mala voluntad.
A pesar de todos estos esfuerzos, su descrédito aumenta de día en día. Millones de personas se manifiestan contra la esclavitud porque sospechan que la violencia física y simbólica contra las personas se acerca a su fin. El capitalismo acelera su disolución en tanto en cuanto pone en el mercado técnica medial, armas de fuego, socialización destructiva.
En vez de libertad para consumir productos y estilos de vida yanquis, es menester una definición de libertad que se centre en los derechos humanos, la libertad del racismo, sexismo, enfermedad, hambre, degradación ambiental y otras muchas formas de opresión. La verdadera tarea de la libertad no está en hacer la guerra, en agotar los recursos, en alimentar el voraz apetito del capitalismo, del Baal capitalista, sino en combatir estas prácticas opresivas e inhumanas donde quiera que se manifiesten.
2. El terrorismo mediático
La comunicación es necesaria para la verificación del conocimiento y el acuerdo en la modificación de las condiciones sociales. Pero los pocos que detentan el oligopolio de la industria de la comunicación no están interesados en la ampliación de conciencia ni en la creación de unas condiciones sociales que aumenten la calidad de vida de los muchos a costa de reducir o eliminar sus ingentes beneficios. De ahí que tanto los contenidos de sus mensajes como la forma de presentarlos estén diseñados para obstaculizar u ocultar el conocimiento. Y el principal instrumento utilizado es el leguaje. El empleo deliberado del lenguaje para la confusión de las conciencias y la ocultación de la realidad es lo que se suele entender por manipulación.
El uso manipulador del lenguaje es tan antiguo como el dominio de unos seres humanos sobre otros. Todos los dominadores, magos, religiosos, políticos, económicos, intelectuales, etc., utilizaron las palabras para confundir, aterrorizar, ocultar y mantener la ignorancia sobre las verdaderas relaciones de dominio y explotación.
El lenguaje, como el terrorismo, va dirigido a los civiles y genera miedo, ejerce violencia simbólica o psicológica. Produce efectos más allá del significado. Las palabras son como minúsculas dosis de veneno que pueden tragarse sin darse uno cuenta. A primera vista parecen no tener efecto y luego, al poco tiempo, se manifiesta la reacción tóxica
El arma más letal es el lenguaje. Sin palabras no hay guerra.
El objetivo estriba, naturalmente, en que tan sólo se conozca una versión de los hechos, o sea, la comunicación unidireccional y unilateral, irreversible. Pero, por su definición, la comunicación contiene el elemento de la reciprocidad, de la dicción y la contradicción, de compartir el conocimiento. Por eso contradice la voluntad autoritaria, la cual recurre al uso de la fuerza, de la violencia física. Reciprocidad significa franqueza, apertura para los otros. En la comunicación abierta se concreta el conocimiento y el raciocinio. La violencia, ya sea física o psicológica, lo deforma, puesto que no pregunta por lo falso y lo correcto. No son medios de la violencia física, no son bombas, pero convierten a los seres humanos en cosas, y la política que se transmite a través de ellos está sometida a la coacción que los medios ejercen sobre los fines.
Cuando oímos la palabra violencia pensamos inmediatamente en la violencia física, esto es, en la aplicación de métodos violentos para imponer la voluntad propia. Pero también se ejerce violencia cuando se falsea y tuerce la realidad hasta el punto de obligar a las personas a actuar en contra de sus intereses. Se habla entonces de violencia psicológica o simbólica, esto es, de la capacidad para imponer la validez de significados mediante signos hasta el punto de que otra gente se identifique con ellos. Este tipo de violencia adopta múltiples formas, mucho más frecuentes que la violencia física. Son más sutiles, menos evidentes, indirectas. Además, cuando se aceptan dócilmente los significados y valores de los poderosos no hay que pagar sueldos, uniformes ni armas de un cuerpo represor más caro e incómodo.
El capitalismo necesita la dominación psicológica del individuo y la manipulación de su conciencia. Así lo integra a su sistema de valores. Mientras la gente acepte este sistema social no es necesario someterla con policías, tanques ni ejércitos. Como la coacción abierta sería inaceptable, y como sólo una pequeña parte de la elite puede ser sobornada con recompensas tangibles, el Estado tiene que convencer a la inmensa mayoría de los ciudadanos de la inevitabilidad y virtud de sus acciones mediante la ideología.
La manera más efectiva para ocultar los actos de violencia psicológica y física de un sistema social que genera angustias, incertidumbre por el futuro, precariedad en el empleo, discriminación de todo tipo, etc., es crear un discurso que mantenga el miedo y haga creer a la población que no hay otra alternativa que la resignación. Es decir, el discurso de la mentira y del engaño. Como ya apuntó G. Orwell, los actos de violencia pueden hacerse más aceptables mediante eufemismos como «seguridad», «libertad», «democracia», «guerra limpia», etc. El lenguaje se convierte así en una especie de placebo, la gente se siente mejor. Pero las bombas mutilan los cuerpos sin distinguir si son amigos o enemigos, niños o soldados.
Hay que intoxicar mucho las mentes para admitir que la guerra es una acción humanitaria, que la destrucción de vidas y haciendas, el envenenamiento de tierras y aguas con uranio empobrecido, el empleo de napalm, agentes químicos, bombas «margarita», llamadas así porque arrasan una milla cuadrada sin dejar siquiera hierba, y tantas otras armas de destrucción masiva aplicadas por los EE. UU, contra las poblaciones de Japón, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, etc., son instrumentos de la libertad y la democracia. Para aterrorizar a la propia población con la amenaza del «ántrax», una bacteria que puede curarse con un sencillo tratamiento de antibióticos.
La fascinación de la violencia responde a la filosofía del éxito social a cualquier precio, del individualismo y egoísmo primitivos frente a la cooperación y la solidaridad propias de la especie humana. Lo que predomina en la pantalla, ya sea en los informativos o en la ficción, es el derecho del más fuerte, no los ideales democráticos de igualdad y dignidad humana.
Donde rige la violencia no impera el derecho. Es posible que la violencia simbólica del derecho resulte la más fuerte, pero las leyes las leen y enseñan muy pocos, mientras que millones y millones viven diariamente la victoria del más fuerte en el marco de sus cuatro paredes.
Por lo que respecta a los medios audiovisuales, la violencia se presenta tanto en los programas de actualidad (boletines de noticias, temas del día, documentales) como en los de ficción (series, telefilmes y películas). Los formatos de los informativos se clasifican en abiertos o cerrados. Un formato es abierto cuando proporciona espacio en donde se puede cuestionar y contestar la perspectiva oficial y en donde se pueden presentar y examinar otras perspectivas. Las ambigüedades, contradicciones y conclusiones o posibles desenlaces generados en el programa quedan sin resolver. Ejemplos: películas individuales o documentales de autor. Un formato es cerrado cuando opera dentro de los términos de referencia establecidos por la perspectiva oficial. Las imágenes, argumentos y pruebas están organizados para converger en una sola interpretación preferida y se marginan o excluyen otras conclusiones. Ejemplos: boletines de noticias, series de acción. Abierto y cerrado son conceptos estáticos en función de que el programa ofrezca uno o más puntos de vista.
Estas constricciones conducen a una forma de noticias que se presenta como informe objetivo e imparcial del acontecer. Los boletines de noticias (telediarios) tienden a presentarse en un estilo que oculta el proceso de selección y decisión que subyace tras la información y que apenas deja margen para el comentario o la argumentación. Las opiniones que se presentan son casi siempre las de los detentadores del poder en las principales instituciones: ministros y políticos de los partidos mayoritarios; miembros destacados de la policía y de la judicatura; dirigentes sindicales y de las organizaciones patronales; portavoces de los grupos de presión y de intereses, como iglesias y organizaciones profesionales. El resultado es que los boletines de noticias y telediarios, que es la fuente exclusiva de información de la mayoría de la población, constituyen una de las formas más «cerradas¨ de presentación y opera por lo general en términos de la perspectiva oficial.
La mayoría de las noticias sobre violencia las proporcionan las autoridades y se refieren a las respuestas gubernamentales a la violencia. Pero rara vez se explican los objetivos subyacentes de la violencia, y casi nunca se justifican. No se discuten los motivos ni las condiciones sociales que los provocan. La información se presenta descontextualizada, esto es, incomprensible. Se ofrecen unas cifras, pero se callan otras. Así, por ejemplo, el número de muertes provocadas por la violencia terrorista en América Latina entre 1968 y 1981 ascendió, según datos de la CIA, a 3.668. Pero se oculta que esa cifra no es más que el 4% de los 90.000 «desaparecidos» latinoamericanos durante el mismo periodo.
El lenguaje sigue siendo uno de los principales instrumentos de la violencia simbólica. Las palabras y los conceptos se utilizan conscientemente para violentar la capacidad cognitiva de las grandes masas de la población, para confundir las mentes, y en última instancia para imponer significados que se contradicen con la realidad. Piénsese, por ejemplo, en el empleo de la «represión» utilizada por el gobierno de Israel contra los palestinos y justificada como «prevención». La lista de ejemplos podría extenderse ad nauseam . Baste recordar la discriminación que se ejerce contra la mujer a la hora de emplear las mismas palabras o conceptos a personas de uno u otro sexo: fulano y fulana, hombre público y mujer pública, etc. Hasta el mismo Diccionario de la Real Academia de la Lengua practica la violencia de género en las definiciones de sus entradas.
El lenguaje importa, y cómo lo utilizan los medios. Si se puede violentar al público, esto es, si se le puede persuadir hasta el punto de que se identifique con los significados oficiales, se le puede movilizar para que apoye y acepte la transferencia de fondos del wellfare (bienestar) a la seguridad y al warfare (guerra), equivalente al eslogan nazi de mantequilla por cañones.
Sí, se requiere un uso perverso del lenguaje para hacer creer estas cosas.
El término terrorismo merece mención aparte. Hoy no existe medio de comunicación escrito, radiado o televisivo que no hable de él todos los días. Ni político que no lo mencione en todas sus manifestaciones públicas. Se trata de una palabra omnipresente en el discurso político de estos últimos años, hasta el punto de convertirse en objeto de la política, de la acción militar y en obsesión pública. Hoy va indisolublemente unido a las nociones de «seguridad», «libertad», «fundamentalismo» y otras.
En el lenguaje político existe desde la época del «terror» de la Revolución Francesa. Pero no se puso de moda hasta la segunda mitad del siglo XX, con los actos de violencia protagonizados por los independentistas argelinos en Francia, por el Frente de Liberación de Palestina, el IRA, ETA, las Brigadas Rojas en Italia, la RAF en Alemania, etc. Aunque también las organizaciones fascistas como la OAS francesa, el sionismo, la CIA y el exilio cubano de Miami han llevado y llevan a cabo acciones terroristas. El concepto de terrorismo se suele asociar con la violencia de determinados grupos y organizaciones radicales de izquierda o del fundamentalismo islámico contra el Estado, o, mejor dicho, contra un determinado tipo de Estados, contra lo que se denomina «Occidente», «sistema de vida occidental», etc., encarnado en los EEUU, Inglaterra, Israel y sus amigos, por decirlo en el lenguaje habitual.
Es en los EEUU donde se ha venido aplicando el término durante los últimos 50 años hasta allegar a la actual «guerra al terrorismo» decretada por la actual banda de fundamentalistas que rige los destinos de este país y pretende regir los del resto del mundo.
Sin embargo no existe todavía una definición clara de «terrorismo», aunque todo el mundo cree saber qué es. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como «dominación por el terror». Para el Webster’s es el «uso sistemático del terror como medio de coerción, atmósfera de amenaza o violencia». La definición que se aplica en la llamada «guerra mundial contra el terrorismo» es ambigua y tautológica: terrorismo es lo que hacen los terroristas. Mas, ¿quiénes son los terroristas? Los que cometen actos de terrorismo, nos dicen. «Terrorismo es una barbarie moderna que llamamos terrorismo » (Georg Shultz). «Terrorismo es un ataque a nuestro modo de vida» (Donald Rumsfeld). «Terroristas son los enemigos de la libertad» (Congreso de los EUA).
Los representantes de los 25 países integrantes de la Unión Europea y de otros 10 de la ribera sur del Mediterráneo, reunidos en Barcelona a finales de noviembre de 2005 en la Cumbre Euromediterránea, tampoco se pusieron de acuerdo en una definición de terrorismo. El general Leonid Ivashov, jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas rusas en el momento de los atentados del 11-S, y que, por tanto, vivió los acontecimientos desde dentro, discrepa radicalmente de sus colegas yanquis. En la Conferencia Axis for Peace 2005 afirmó categóricamente que el terrorismo internacional no existe, y que los atentados del 11 de septiembre de 2005 fueron un montaje. No se trata más que de un terrorismo manipulado por las grandes potencias, y no existiría sin ellas. En vez de fingir una «guerra mundial contra el terrorismo», sería mejor restablecer el derecho internacional y la cooperación pacífica entre los Estados y sus ciudadanos, recomienda este general.
La histeria desatada tras los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, alimentada por el gobierno, sus «expertos» y los medios masivos de comunicación ha cambiado los protagonistas del mal. Si antes los malos eran los comunistas, los rojos, los jóvenes rebeldes, ahora es el fundamentalismo islámico.
Los ideólogos de esta «guerra al terrorismo», guiados por la idea del «choque de civilizaciones», entre el «Oriente» islámico y el «Occidente» cristiano (sociedad capitalista) recurren al lenguaje del terrorismo para encubrir la defensa del sistema y sus privilegios. No parecen haber aprendido de la historia. En este sentido, la retórica del terrorismo tiene mucho que ver con el lenguaje colorista utilizado antes para designar a los enemigos del sistema: «terror rojo», «peligro amarillo», etc. La noción de terrorismo se restringe a la oposición a la política de los EEUU y sus aliados, que quedan así exentos de cometer ellos mismos actos terroristas. Una de las tácticas fascistas consiste en presentar las mentiras como verdades, los asesinatos como respetables (selectivos).
Sin embargo, cualquier definición de «terrorismo» puede aplicarse a las acciones de los Estados Unidos. ¿Empleo de la violencia para conseguir fines políticos? Ahí está la guerra de Vietnam. ¿Ayuda mercenaria contra Estados soberanos y gobiernos democráticamente elegidos? Ahí están la contra nicaragüense, las numerosas invasiones y ataques militares contra México, República Dominicana, Cuba, Haití, Panamá, Granada, etc. Entre 1945 y 2003 los EEUU intentaron derrocar a más de 40 gobiernos extranjeros y aplastar a más de 30 movimientos nacionalistas. Durante ese periodo bombardearon alrededor de 25 países causando la muerte a varios millones de personas y condenando muchos más a la agonía y desesperación. ¿Violencia de gobiernos contra su propia población? Véase la represión de tantos dictadores entrenados y apoyados activamente por los EEUU. ¿Violencia contra civiles inocentes? Las 400.000 toneladas de bombas de NAPALM y los 11.200.000 galones (1 galón = 4,5 litros) de agente naranja lanzados en Vietnam siguen matando. Según la agencia Reuter, los militares usamericanos que arrasaron Faluya urgieron a la población civil a que abandonase la ciudad. Pero a continuación pregonaron que su objetivo eran todos los varones entre 18 y 45 años de una población de 100.000 habitantes. ¿Es esto terror? Se cortó el abastecimiento de agua a Faluya, Tell Afar y Samarra, a 750.000 civiles en total. ¿Es esto terror? La cantidad aún desconocida de bombas de uranio empobrecido arrojadas en Yugoslavia e Irak, de racimo en Afganistán, de fósforo blanco en Faluya, y así sucesivamente, no sólo destruyen vidas humanas, sino que también esquilman bosques, tierras y aguas. De bombardeos tipo carpet bombings se acusó precisamente al mariscal Goering en los procesos de Nuremberg, además de ser una violación de la IV Convención de Ginebra, Protocolo I, de 1947.
Según los medios dominantes, los terroristas son «cobardes», calificativo que no se ajusta a hombres y mujeres que sacrifican voluntariamente sus vidas por sus ideales. Por eso hay que fumigar sus madrigueras para sacarlos a la luz del día y exterminarlos como si fuesen ratas. O «desecar los pantanos donde viven como si fuesen reptiles» (Rumsfeld). De nuevo el simbolismo vertical de los valores. Arriba el bien (nosotros), abajo el mal (ellos). Sólo los de arriba, superiores en inteligencia (luz), moral y fuerza, pueden vencer a los de abajo, inferiores, en las tinieblas, arrastrados, y débiles. Los seres superiores, siempre erectos, descargan su furia desde arriba, desde el cielo. Cabe que sus acciones provoquen algún mal menor. Como la limitación de las libertades individuales, los asesinatos políticos, el derrocamiento de gobiernos, la tortura, la contratación de criminales, el millón de iraquíes muertos por los efectos de la guerra, esto es, las enfermedades debidas a la destrucción de las plantas potabilizadoras, los hospitales, las centrales eléctricas, la falta de alimentos y medicinas, etc. Eso son «daños colaterales».
La violencia salvaje, típica del poder totalitario, deja su impronta en el lenguaje de los militares yanquis. Así, el general de los marines John Sattler afirma que la ofensiva contra Faluya «ha partido los riñones a los insurrectos», expresión que ya pronunció Mussolini a propósito de Grecia. He aquí algunos nombres dados a sus operaciones militares:
«Tormenta del desierto», durante la cual enterraron vivos a 300.000 soldados iraquíes en la primera Guerra del Golfo.
«Cortina de acero», operación militar durante la segunda semana de noviembre de 2005, para sellar la frontera con Siria y destruir los pueblos y aldeas de la misma, paráfrasis del «telón de hierro» empleada por Churchill tras la II Guerra Mundial.
Sus bases llevan nombres como «Campo Asesino», «Campo de los Cazadores de Cabezas»,»Base de Operaciones Avanzadas Dragón de Acero», «Operación Relámpago», «Operación Matador», «Brigada del Lobo», «Escuadrones de la Muerte», etc.
El colmo de esta perversión lo manifiesta el Pentágono cuando califica de «acto de guerra» el hecho de que tres de los encarcelados de Guantánamo se suiciden al no poder aguantar las torturas a los que llevan sometidos desde hace varios años, o el sarcasmo cruel de los sionistas de Israel cuando descargan los obuses de su aviación contra unos niños palestinos que juegan en su trocito de playa y lo justifican con la falacia de que el obús asesino no era suyo. ¿Quién lo puso entonces en el avión y quién apretó el gatillo?
El lenguaje militar penetra todas las acciones y programas gubernamentales. La expresión guerra a… se ha convertido en un comodín de las campañas políticas, sobre todo en época de elecciones
La única guerra a la pobreza consiste en cambiar las condiciones que la crean, cambiar el modo de vida, de despilfarro, de pensar, de distribuir la riqueza. Todo esto se opone a la guerra.
Puede decirse que la economía mundial, organizada según las necesidades del gran capital, es el último productor de terror para poblaciones enteras a lo largo y ancho del planeta. ¿Hay algo más aterrador que el hambre y la desesperanza?
Los llamados medios de comunicación de masas apenas mencionan estos hechos, sobre todo los usamericanos. De ahí que su pueblo sea uno de los peor informados del mundo. El 11 de septiembre de 2001, fecha de los terribles atentados de Nueva York y Washington, donde murieron 3.000 personas ocurrieron también estas cosas que recopiló y publicó poco después un grupo anarquista brasileño:
35.615 niños murieron de hambre (datos de la Fao), ¿dónde?, en los países pobres.
Programas especiales de TV: ninguno
Artículos de periódicos: ninguno
Mensajes del presidente: ninguno
Actos solidarios: ninguno
Minutos de silencio: ninguno
Duelos por las víctimas: ninguno
Foros organizados: ninguno
Mensajes del papa: ninguno
Cambios en las acciones de la Bolsa: no les preocupó
Euro: siguió su camino
Nivel de alerta: cero
Movilizaciones del ejército: ninguna
Teorías conspirativas: ninguna
Principales sospechosos: países ricos.