Puntual, como de costumbre, acudió Bernabé López García (BLG) a su cita privilegiada con EL PAÍS (EP); en esta ocasión, con motivo de las elecciones legislativas en nuestro vecino del Sur («Marruecos: la factura democrática», EP, 7/9/2007), cuyos desastrosos resultados apenas han sido objeto de análisis serio en nuestro país. Por algo será. Lo cierto […]
Puntual, como de costumbre, acudió Bernabé López García (BLG) a su cita privilegiada con EL PAÍS (EP); en esta ocasión, con motivo de las elecciones legislativas en nuestro vecino del Sur («Marruecos: la factura democrática», EP, 7/9/2007), cuyos desastrosos resultados apenas han sido objeto de análisis serio en nuestro país. Por algo será. Lo cierto es que el sistema político marroquí ha sido rechazado en las urnas.
En su anterior artículo en ese diario («Aplazar la utopía, defender la dignidad», 30/4/2007), puntualmente publicado el mismo día en que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptaba su última -hasta ahora- resolución sobre el Sáhara Occidental, el señor BLG se esforzaba por desvelarnos las excelencias del Marruecos invasor y las ventajas de someterse al plan del Majzén para anexionarse el Sáhara Occidental (aquella provincia número 53 bajo la dictadura del general Franco), una vez ya bombardeado, invadido, masacrado y ocupado, contraviniendo -salvaje, sangrienta e impunemente- la legalidad internacional y pergeñando, después, todo tipo de sobornos, patrañas y mentiras para intentar legalizar la tan ansiada anexión. No hay que olvidar que, cuando Mauritania, tras firmar la paz con el Frente Polisario, se retiró de «su parte» Sur del Sáhara -conforme a los ilegales Acuerdos Tripartitos de Madrid, tan ilegales que ni siquiera llegaron a publicarse en el Boletín Oficial del Estado-, Marruecos también invadió y ocupó «la parte mauritana», algo que nuestros gobernantes y los mandatarios de la ONU suelen pasar por alto cuando los dirigentes marroquíes pretenden hacer valer la «marroquinidad» del Sáhara Occidental, pretensión ésta no reconocida por ningún país del mundo.
El mencionado artículo -con el que BLG intentaba hacernos tragar la píldora- fue objeto de numerosas y acendradas críticas, la mía entre otras («Sáhara Occidental: La legalidad internacional no es una utopía«), que EL PAÍS, como es habitual, no quiso publicar. Sí interesó, en cambio, a otros muchos medios de comunicación -incluso extranjeros- comprometidos con el periodismo honesto y no sometido al lobby promarroquí, que han publicado o recogido mi trabajo crítico en sus sitios web (sería harto aburrido para el lector hacer una relación exhaustiva de los mismos; basta con echar una simple ojeada en Internet).
Incluso Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística, valoró mi artículo algo mejor que EL PAÍS, hasta el punto de traducirlo -espontánea y desinteresadamente- al francés, inglés e italiano, y publicarlo en su sitio web como copyleft. Con lo cual, Tlaxcala ha hecho posible que ese trabajo pueda dar la vuelta al mundo y ser leído y reproducido por todas las personas interesadas del planeta. La amplia acogida de mi artículo en muchos medios contrasta con el silencio y el sospechoso desinterés de los directivos de EP, a quienes parece no estremecer un ápice la dolida crítica que manifestaba el profesor José Vidal-Beneyto en su artículo «El Sáhara y la MPC», que posiblemente pasara desapercibido para muchos lectores, a las puertas ya de la masiva huída veraniego-vacacional en el momento de su publicación. Y puesto que EP se negó a concederme derecho de réplica para refutar las tesis de su articulista, exponer claramente la verdad histórica ante la sociedad y posibilitar así un debate serio, yo mismo me ocupé de enviar mi «joya literaria» (¿les suena?) al Secretario General de la ONU, Sr. Ban Ki-moon, a nuestras autoridades del Ministerio de Asuntos Exteriores y, asimismo, a algunos destacados miembros del PSOE, para intentar -¡ingenuo de mí!- que no siguieran mirando para otro lado.
Un mes después de BLG, le tocó el turno -acudir a las páginas de EL PAÍS a defender la posición de los dirigentes marroquíes- al señor Abdelkáder Chaui («Un proyecto para pactar el consenso», 31/5/2007), para denostar a su manera -no sabemos si por encargo- al Frente Polisario, representante legítimo del Pueblo Saharaui y reconocido como tal por Naciones Unidas. Firmaba el Sr. Chaui su artículo, correctamente, como novelista marroquí, informándonos, a pie de firma, de haber pasado años encarcelado en Marruecos por defender el derecho a la autodeterminación del Sáhara Occidental (es decir, por defender la legalidad internacional vigente). Con lo cual, por si el contenido de su artículo no había quedado suficientemente claro, enviaba a los lectores un mensaje más claro aún, que venía directamente de la Embajada de Marruecos en España, quién sabe si por designio del Monarca alauita, jefe supremo de todos los creyentes. Porque lo que el novelista, Sr. Chaui, omitía (no decía) era que hacía ya tiempo que había regresado al buen camino y se había reconvertido pasándose al bando de los buenos, mereciendo así diversos y sucesivos cargos en la Administración marroquí, hasta situarse hoy nada menos que como Ministro Plenipotenciario de la Embajada del Reino de Marruecos en España (Madrid). ¡Claro! ¿Cómo no iba a denostar al Frente Polisario, si ello va incluido en el sueldo? Pero eso, ni lo decía el autor ni lo aclaraba EL PAÍS.
Escribí entonces una carta al Defensor del Lector de EL PAÍS, quejándome indignado, entre otras cosas, de esa ocultación grave por parte de de un periódico que se autodenomina independiente, y dolido en mi interior por la desvergüenza y la cara dura tanto del autor como del medio de comunicación que le servía de soporte ideológico. Ni el Director ni el Defensor de EL PAÍS (propongo este cambio de matiz en la denominación del oficio, en vista de su verdadera función) se dieron por aludidos, ni verbalmente ni por escrito, ni pública ni privadamente. Ni se disculparon ni enmendaron el…¿olvido? del Sr. Chaui. Tampoco éste lo hizo. En cambio, esa carta mía de denuncia sí tuvo acogida, de nuevo, en otros medios de comunicación y sitios de Internet, tanto en su versión original en castellano como en su traducción al inglés.
Debieron lloverle no pocas quejas y cartas sobre este mismo asunto al director de EL PAÍS, hasta que, pasado ya bastante tiempo (¡casi dos meses desde la publicación del artículo de Chaui!), se dignó permitir publicar una de ellas, muy bien escrita, de Miguel Prol Rodríguez , titulada «Información incompleta«, en la que dicho lector denunciaba lo mismo que yo (la «omisión» del cargo oficial del Sr. Chaui , lo que explicaba sus gratuitos ataques al Frente Polisario), solo que …más suave y más diplomáticamente. Así, EP se lavaba las manos, como hace con cierta frecuencia, dejando que sea otro, un tercero ajeno a la Redacción del periódico, quien corrija un simple error. Para esa operación de maquillaje, muchas cartas de los lectores le vienen que ni pintadas a ese periódico: Dado que un lector (la llamada participación ciudadana) ha escrito una carta (si es que ésta llega a ser escrita y, aún así, publicada), el problema (en caso de que los lectores se hayan percatado del mismo) queda ya resuelto. EP se ahorra así (silencia, calla, oculta) una disculpa y una reparación clara e inmediata del error, lo que debiera hacer motu proprio, por obligación y por iniciativa propia ¿No hay un código deontológico, un Libro de Estilo y hasta un discreto y diminuto apartado de Fe de errores?
Esas artimañas, y bastantes más, por parte del que había venido siendo mi periódico, me obligaron a escribir una amplia Carta abierta sobre el Sáhara al Director de EL PAÍS, titulada «Sáhara: las cosas claras», en la que, harto ya de tanto silencio y tanta manipulación, desahogaba mi ira sobre la peculiar política informativa de EP en lo concerniente al Sáhara occidental y el Pueblo saharaui. De nuevo, la respuesta fue el silencio. No obstante, esa carta, al igual que las anteriores, fue recogida por otros medios de comunicación solidarios con la causa saharaui (Sáhara Libre, Guanche.net, Cantabria por el Sáhara…), en donde está a disposición de quienes quieran leerla.
Como toda esta ya larga historia de silencios y ocultaciones daría para escribir un libro, dejémoslo ahí de momento y volvamos al principio de estas líneas, al reciente artículo, ya citado, de Bernabé López García sobre las elecciones legislativas en nuestro vecino del Sur. Nuestro digno autor, sabedor sin duda de la cada vez mayor polvareda que levantan sus publicaciones, se cuida muy mucho, esta vez, de nadar y guardar la ropa. Y así, después de haber intentado vendernos la moto en su anterior trabajo («Aplazar la utopía, defender la dignidad«) sobre las bondades de la anexión del Sáhara Occidental a Marruecos, ahora, en su último artículo, además de moderar un tanto su tono respecto a las excelencias marroquíes (57 por ciento de analfabetismo, régimen semifeudal, ausencia de democracia, etc.), ni siquiera menciona la palabra tabú Sáhara (no vaya a ser que se levante de nuevo el siroco), ni los territorios ocupados (provincias del Sur, región autonómica, en clave alauita), ni la feroz represión ejercida contra la población saharaui, especialmente endurecida durante las semanas previas a las elecciones.
Y es precisamente en este punto donde la botella -el citado artículo de BLG- está medio llena o, más bien, medio vacía; donde las medias verdades esconden las medias mentiras (que se ocultan, se silencian, no se dicen). Porque lo cierto es que BLG se calla al respecto, no dice, oculta -a sabiendas- que los dirigentes marroquíes han obligado a celebrar elecciones en un territorio sobre el que no ostentan ningún título de soberanía, un territorio que no pertenece a Marruecos, como ya resolvieron la ONU y el Tribunal Internacional de Justicia en su momento y como ha vuelto a recordar hace escasos días la Conferencia Internacional de Juristas por el Sáhara Occidental. Silencia BLG que, por esa razón, los gobernantes marroquíes han exacerbado la represión sobre los saharauis de los territorios ocupados; que la soldadesca mantiene vigiladas las escuelas; que se sigue violando impunemente la legalidad internacional. Y EL PAÍS calla, no informa y, por lo tanto, oculta. Como si no funcionaran los teletipos y no le llegara la información de las agencias de prensa. Y nuestro Gobierno sigue mirando para otro lado. Tampoco esto lo dice BLG.
Mucho ha cambiado EL PAÍS -o eso creo yo- desde que en julio de 2005 publicara «El Sáhara y los intelectuales marroquíes», firmado por los escritores Gonzalo Moure, Suso de Toro, Ana Rossetti y Ricardo Gómez. ¿O tendrá que ver con que el Sáhara Occidental y el Pueblo saharaui -al igual que las promesas incumplidas que nos ha recordado Vidal-Beneyto- no entraban dentro del «¡ZP, no nos falles!» de aquella inesperada noche electoral? ¿Ni siquiera con la firma de quinientos escritores y varios miles de ciudadanos y ciudadanas más?
Tal vez conviniera investigar la procedencia material de estas reiteradas «desviaciones» del Sr. BLG, así como también las profundas razones de la habitual desinformación de EL PAÍS sobre la cuetión saharaui. La consigna hoy -¿desde qué instancias políticas, mediáticas y del mundo de los negocios?- es: ¡silencio! Silencio sobre el Sáhara. Todo un ejemplo de memoria histórica y educación para la ciudadanía.
¿Qué se oculta tras esa rígida consigna de silencio sospechoso y culpable? Digámoslo claro: el incumplimiento de nuestros compromisos históricos, políticos y morales (con la ONU, con la legalidad internacional, con el pueblo saharaui, con la ciudadanía española, con las palabras de S. M. el Rey antes y después del paso a mejor vida del General, con los buenos oficios del Sr. Felipe González «el joven» en su visita a los campamentos de Tinduf…); la sumisión al Imperio (tiempo habrá para hablar del Africom y de los estrechos vínculos USA-Rabat); la miopía y los desatinos de la política exterior española; los buenos negocios de ciertas empresas españolas, francesas y estadounidenses, para las cuales «el silencio -el mantenimiento del statu quo- es oro»; el expolio de los recursos naturales del pueblo saharaui a sus espaldas; las componendas de nuestros gobernantes; la alianza fraternal o paterno-filial entre sendas monarquías; el olvido y la desvergüenza de ciertos políticos; los hurtos a nuestra transición «democrática»; los veraneos de algunos gobernantes y ex gobernantes -franceses y españoles- en bellos parajes marroquíes, y las alianzas y negocios que en ellos se cierran a espaldas de los pueblos; la autocensura y/o cobardía de algunos profesionales de la información; la ausencia de una verdadera educación para la ciudadanía que honre los valores democráticos, la memoria histórica, los principios que nos dimos «nosotros, los pueblos del Mundo…» -como reza, tan bellamente, el frontispicio de la Carta de las Naciones Unidas, instancia suprema para el mantenimiento de la paz-, el respeto de los Derechos Humanos y la exigencia de que otros los acaten y respeten; la venta de armas a quienes violan la legalidad internacional… Todo ello, en contra de la voluntad, la dignidad, las ansias de paz y los legítimos derechos del Pueblo saharaui; en contra de la voluntad de la inmensa mayoría de la población española (Encuesta-Barómetro del nada sospechoso Real Instituto Elcano) y de millones de personas informadas y solidarias de todo el mundo mundial. «La solidaridad es ponerse en el lugar de los otros…», decía no hace mucho, públicamente, el ex presidente Felipe González. ¿A qué «otros» se refería? ¿A los Carlos Slim y Cía?
Las reiteradas «desviaciones», silencios y «olvidos» de los señores BLG y Chaui, así como las prácticas de desinformación y falta de información al respecto por parte del diario EL PAÍS, muy bien pudieran tener un mismo trasfondo material: el alineamiento con un statu quo injusto e ilegal y la preeminencia de los intereses y los beneficios sobre los principios que rigen la legalidad internacional. Hay silencios mucho más elocuentes que las palabras y que, por tanto, hablan por sí solos. Silenciar no es informar, sino, a veces, precisamente desinformar. Existe aquel dicho de que «quien calla, otorga» y, como señalábamos anteriormente, hay silencios sospechosos y culpables, cuando no encubridores de iconfesables intereses y burdas mentiras. ¿Tendremos que volver a gritar «¡No en nuestro nombre!»?
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Luis Portillo Pasqual del Riquelme es doctor en Ciencias Económicas, ex profesor de Estructura e Instituciones Económicas en la Universidad Autónoma de Madrid, ex jefe de Redacción del Boletín Económico de ICE y ex responsable de Estudios Económicos e Investigación en Información Comercial Española. Revista de Economía. Autor de ¿Alimentos para la Paz? La «ayuda» de Estados Unidos (IEPALA, Madrid, 1987).