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Los años alfonsinistas desde el vértigo del quinto piso

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Diario de una temporada en el quinto piso, escrito por Juan Carlos Torre y publicado por Edhasa, es el registro personal de un ex integrante del equipo económico del primer gobierno desde la vuelta de la democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín. Aquí, Fernando Rosso reflexiona acerca de la experiencia alfonsinista que remite, en cierta medida, al presente político.

Luego de una experiencia académica en Europa durante la dictadura y mientras proyectaba publicar su libro sobre movimiento obrero y peronismo —basado en su tesis de doctorado— el sociólogo Juan Carlos Torre fue convocado a formar parte del gobierno de Raúl Alfonsín. Su amigo, el economista Adolfo Canitrot lo llamó para integrar la secretaría de Planificación al mando de Juan Vital Sourrouille, con un equipo que un año después tomaría por asalto el ministerio de Economía tras el desplazamiento del eléctrico y fugaz Bernardo Grinspun. De esos años habla Diario de una temporada en el quinto piso (Edhasa, 2021), un libro inclasificable en el que transcribe un diario personal (intercalado con grabaciones y cartas a familiares o colegas en el exterior), y en el que narra acontecimientos, disputas y resoluciones gubernamentales, pero también reflexiones íntimas, hipótesis o pequeños ensayos sobre la vida política en la Argentina de la década del ochenta. El Diario… no retrata sólo los días vividos en el corazón del ministerio de Economía y el mítico “quinto piso” (donde funciona la oficina del ministro), también cuenta los dramáticos eventos políticos que tuvieron lugar entre 1983 y 1989, entre el auge y caída del experimento alfonsinista.

Torre se inspiró en una costumbre muy inglesa: llevar un diario personal de  memorias, la inefable Margaret Thatcher volcó las suyas en el legendario Los años de Downing Street. El texto final es muy atractivo porque contiene reflexiones muchas veces “sin filtro”, devela el detrás de escena del poder, relata mil intrigas palaciegas; refleja las dudas propias o del personal gubernamental, los mecanismos para la toma de decisiones (o de indecisiones) o el desarrollo de ideas en estado embrionario que exponen de manera vivaz el devenir y la elaboración de un pensamiento político. Con las ventajas que otorga la inclinación hacia el lado pesimista de la vida, Torre realiza agudas observaciones in situ sobre las contradicciones argentinas que mantienen una rabiosa actualidad.

En una afirmación con fuertes reminiscencias gramscianas, Torre sentencia que «visto en perspectiva histórica, éste es un país que invierte tantas energías en reclamar reformas como en movilizarse para bloquearlas”. El eterno empate catastrófico del que hablaron tantas veces los gramscianos argentinos aparece nítidamente incluso en esos años en los que la dictadura había impuesto un avance significativo del capital sobre el trabajo que, sin embargo, no anuló la voracidad de nuestras clases dominantes ni la belicosidad intratable de nuestras clases subalternas.

Sobre el tema que abre el libro, en una carta a la socióloga Silvia Sigal, se permite dudar sobre lo que era incuestionable entre los integrantes de ese universo intelectual: la cuestión Malvinas. Escribe Torre: «Si derrota hay será complicado distinguir qué porción le toca a los militares y cuál a toda esa gente que se siente desafiando a la Tercera Flota Naval del mundo en nombre de una causa anticolonial. No se me escapan los deslizamientos de mi razonamiento. Entre el horror con que sigo esta historia y la simpatía con la que acompaño la movilización colectiva no hay mucha coherencia que digamos, pero prefiero la inconsistencia a la soberbia crítica de las almas bellas”. Más adelante, en otra misiva para la misma destinataria se arrepentirá de este deslizamiento y el eco popular que lo “nubló”, pero que en su momento no pudo dejar de manifestar.

En otros pasajes con resonancias que remiten a la amargura metódica de un Ezequiel Martínez Estrada, Torre asevera que sus palabras “no son más que exclamaciones sarcásticas sobre la imposibilidad del país” o que en la frágil arquitectura sociopolítica argentina hay una mano invisible en la sociedad que “se esfuerza a través de Alfonsín en evitar volverse contra sí misma, como si fuera consciente de su reiterada tentación por precipitarse en el abismo”. Como sabemos, el medio no fue el mensaje y la sociedad no se volvió contra sí misma sino contra el gobierno de Alfonsín.

El asombroso triunfo del radicalismo en 1983 abre la etapa a la que refiere el libro. Como testigo privilegiado, como un “becado” para el arte de la observación participante, Torre relata las disputas entre las alas política y económica; las negociaciones con la burocracia siempre impertinente del Fondo Monetario Internacional; las idas y vueltas con la CGT y las corporaciones empresarias; el derrotero que fue de la fallida “ley Mucci” de presunta democratización de los sindicatos a la incorporación de un sindicalista como ministro de Trabajo; el plan Austral, su año dorado y la implosión; el juicio a las Juntas y sus límites; los levantamientos militares; el copamiento al cuartel de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria.

Un gobierno que se proponía administrar la herencia de la dictadura militar en el más amplio sentido del término: construir un orden democrático, pero dentro de las coordenadas diseñadas a sangre y fuego por el mal llamado “Proceso”. Los desaparecidos, la herida de la guerra perdida y un incontrolable trastorno económico: años de inflación detonada, endeudamiento salvaje y un déficit fiscal insostenible.

El Diario… es la crónica de un ciclo interminable de fracasos —sobre todo en el terreno de la economía— que conducían a un trágico final.

Muestra también de manera transparente la posición del autor que ejerció una especie de defensa “sociológico-política” de una necesaria orientación económica ortodoxa. En ese sentido, también es el testimonio de un itinerario intelectual de gran parte de una generación. En una reveladora carta a su hermana del 5 de mayo de 1984, Torre intenta explicar ese “salto de Rubicón”  en su biografía que lo condujo desde las primeras armas en la nueva izquierda gramsciana a la fracción más conservadora del equipo económico de Alfonsín que reclamaba ajuste y “reformas estructurales”. Dice que entre los que experimentaron el torbellino de los años setenta había dos grandes grupos: los que lamentaban una derrota y los que hablaban de un error. Junto a muchos otros —José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola—, Torre se ubicaba en el último grupo, lo que significaba “revalorizar las libertades democráticas como plataforma desde dónde realizar nuestros ideales de reforma social”. Una especie de “dentro de la democracia todo, fuera de la democracia nada”. El problema fue que la “democracia de la derrota” como la calificó el ensayista Alejandro Horowicz es un sistema político colonizado por un orden donde el programa del “partido del Estado” es ejecutado por todos los “partidos de gobierno” aunque con diferentes modos o ritmos. Esto condujo a que no sólo tuvieran que cambiar los medios, también modificaron drásticamente los fines. Los “ideales de la reforma social” mutaron hacia la realpolitik y el pragmatismo de las “reformas estructurales” para una modernización que presuponía ajuste, subordinación al FMI, recortes salariales y privatizaciones para terminar con un “estado elefantiástico”. Todo lo que cuestionara ese “núcleo de coincidencias básicas” de los partidos tradicionales, ponía en riesgo no solo la economía, sino a la misma democracia. La paradoja: la hoja de ruta que presuntamente buscaba evitar los enfrentamientos que pongan en riesgo la institucionalidad era la que condujo más rápidamente a la catástrofe de la experiencia alfonsinista.

Lo que queda develado sin rodeos en el Diario… es que gran parte del programa de Carlos Menem radicaba en estado embrionario en el seno del gobierno de Alfonsín y, sobre todo, en su equipo económico. Dicho epigramáticamente: Alfonsín fue todo lo menemista que le permitió la relación de fuerzas. El Plan Primavera de 1988 y la alianza con las fracciones más liberales de los capitanes de la industria ya contenía las líneas generales de desregulación y liberalización económica de los noventa. Un programa que Eduardo Angeloz agitó a viva voz en la campaña electoral en la que enfrentó a Menem, a quien acusó de haberle robado el discurso.

El Diario… es perturbador para la lectura en el presente porque, por momentos, si se hace abstracción de nombres propios, lugares o tiempos específicos, pareciera que hablara de hoy.  Las referencias permanentes a la figura de Alfonsín por parte de Alberto Fernández alimentan el déjà vu. Las fantasías en torno a un “nuevo FMI” que modere sus exigencias por supuestas contradicciones de geopolítica internacional que lo cruzan también sobrevolaban en aquellos años; las peleas entre los gestores de la economía y las alas políticas; esa forma tan radical (en términos de Torre) de no resolver los problemas y procrastinarlos; el azote de la inflación permanente o el déficit insostenible.

Claro, Saúl Ubaldini aparece como un ultraizquierdista comparado con la parsimoniosa actitud de la dirigencia actual de la CGT, pero quizá la diferencia específica no sea aquella que precisamente juegue a favor del presente. Entre el mar de naufragios por los que atravesó el presidente radical, por lo menos había una cuestión clara: el liderazgo de Alfonsín sobre su gobierno. Hoy con el peronismo (todavía) de su lado, en la coalición del Frente de Todos, el liderazgo no se sabe dónde está. Parafraseando al periodista Martín Rodríguez cuando habló de un Mauricio Macri que había “llegado al poder para devolverlo” (a las corporaciones, a Clarín, al campo), pareciera que Alberto Fernández “llegó al poder para repartirlo”: entre las múltiples fracciones del frente y con la primacía de su socia mayoritaria. Un experimento que, tomando en cuenta los agrios acontecimientos del último tiempo y sobre todo la depresión pos-PASO, está dando mucho material para las notas de un observador omnipresente que se proponga registrar la intimidad política desde algún rincón de un quinto piso.

Fernando Rosso es periodista (@RossoFer)

Fuente: https://www.eldiplo.org/notas-web/los-anos-alfonsinistas-desde-el-vertigo-del-quinto-piso/