Con enemigos así, ¿quién quiere amigos? Dicho popular invertidoUn dato curioso dentro de la dinámica sociopolítica venezolana de los últimos años es que, mientras por un lado la hostilidad de los medios masivos privados al gobierno de Chávez ha sido manifiesta, desatada e incontrolada, por otro lado los mismos representantes y partidarios de dichos medios […]
Con enemigos así, ¿quién quiere amigos?
Dicho popular invertido
Un dato curioso dentro de la dinámica sociopolítica venezolana de los últimos años es que, mientras por un lado la hostilidad de los medios masivos privados al gobierno de Chávez ha sido manifiesta, desatada e incontrolada, por otro lado los mismos representantes y partidarios de dichos medios aducen constantemente que no hay libertad de expresión y, sobre todo (aquí está el dato curioso), que son víctimas de ataques sistemáticos por parte del gobierno. ¿Cómo explicar esto? ¿Quién ataca a quién o quién se defiende de quién?Atendiendo exclusivamente a los hechos, es evidente que ambos bandos se atacan recíprocamente y también queda claro, en términos observacionales, quién inició la ofensiva, al menos en forma expresa. Son cosas que pueden fácilmente demostrarse con hechos. Pero, en cualquier caso, esto no es relevante, al menos para efectos de esta nota.
Sabemos que en el fondo de todo hay un importante «conflicto de visiones», como dijera Sowell, y, un poco más en la superficie, hay una clara incompatibilidad de intereses, con fuerte base económica, enmarcada en una lucha de poderes. Entonces, no es nada interesante decir, por ejemplo, que varios medios iniciaron la ofensiva ya desde el mismo comienzo de la campaña electoral de diciembre del ’98 o que fue el entonces candidato Chávez quien comenzó a plantear el papel de los medios privados en función de los grupos privilegiados, convirtiéndose así en una amenaza ante la cual ellos optaron por defenderse. Me parece que este proceso es algo archiconocido sobre todo por los analistas marxistas y antimarxistas, a propósito de cuestiones como las estructuras ideológicas, las relaciones de dominación, etc., por lo cual no voy a adentrarme en estas profundidades.
Más interesante que eso, creo yo, es averiguar acerca de la naturaleza y el significado de la expresión «ataques a los medios», cuando ésta se usa desde el ángulo de los medios y de sus defensores (o, de otro modo, desde el ángulo de la oposición al gobierno).
Los ataques de los medios al gobierno pueden verse muy fácil y claramente nada más que sintonizando dos programas diarios de sendos canales de TV, uno en la mañana y otro al atardecer, aparte de las caricaturas de varios diarios de circulación nacional, casi todas cargadas de la típica amargura del vencido y de quien agotó su creatividad ante tantas derrotas. Tenemos, además, una abultada documentación escrita y audiovisual al respecto, particularmente durante el célebre paro petrolero y en los días anteriores al golpe de estado de abril de 2002.
¿Y qué hay de los ataques del Gobierno a los medios? Nadie puede negar la permanente crítica del gobierno y sus aliados a los medios, a sus dueños y, prácticamente, a todo lo que éstos hacen o dicen.
Realmente, quien niegue alguna de estas recíprocas agresiones será porque no quiere ver los hechos o porque perdió totalmente su capacidad de análisis y argumentación (cosa nada extraña, ciertamente), de modo que, para efectos de esta nota, partiré de esa situación, soportada por hechos: hay y ha habido, a raíz del caso Chávez, una recíproca agresión entre los medios y el gobierno. Ambos, además, se acusan mutuamente de ser «atacados» por la otra parte (cada uno se coloca siempre en la posición de víctima).
Pero en esta nota me interesa analizar la acusación de la oposición, condensada en la expresión «los ataques del gobierno a los medios» y quisiera mostrar que, efectivamente, el gobierno no sólo ha mantenido una sistemática ofensiva anti-medios, sino que, mucho más que eso, ha logrado herirlos gravemente. Me interesa ahondar un poco, como ya dije, en la naturaleza y sentido de esta ofensiva (o sea, en la semántica de la expresión «los ataques a los medios»).
Voy a restarle crédito y seriedad, de entrada, a las difundidas interpretaciones en el sentido de que este gobierno es una dictadura y que, en consecuencia, reprime la libertad de expresión. Esto contradice los hechos aquí resumidos: si se reprimiera la libertad de expresión, no existirían los ataques de los medios al gobierno, cosa que sólo puede negar quien haya renunciado incluso a sus capacidades observacionales.
Precisamente, este es el gran error de la ofensiva mediática (o de la «defensiva» mediática, si Ud. prefiere) y es justamente el núcleo del significado de la expresión «los ataques a los medios», como veremos al final.
1. Aun asumiendo que este gobierno y todos los gobiernos de izquierda sean una tiranía o una dictadura, hay algo que lo hace diferente a todos los demás y es que jamás clausuró a ningún medio (como, en cambio, sí lo hicieron muchos ‘demócratas’ venezolanos, tales como Alfredo Peña y Enrique Mendoza, por sólo citar a los más recientes, y varios presidentes de USA). En la URSS, en China y en Cuba se eliminaron los medios masivos privados, en cada caso por razones que valdría la pena discutir, pero que no interesan aquí. Pero este gobierno no ha cerrado, y ni siquiera oficialmente censurado, a ningún medio comunicacional, aun cuando casi todos los defensores del gobierno así lo han pedido insistentemente (y erróneamente, a mi juicio). En eso, la ofensiva mediática de este gobierno ha sido históricamente excepcional. Nadie, en su sana capacidad de observación y análisis, podría aducir ni un solo hecho a favor de esta interpretación del «gobierno tirano» que reprime la libertad de prensa. Esta interpretación es en realidad una justificación de algo más profundo, que no se quiere mencionar y que aquí trataré de mostrar.
Al contrario, la estrategia ofensiva de este gobierno ha consistido en dejarlos hablar a sus anchas, aprovechándose de las infracciones a aquella famosa máxima: «Es mejor callar y pasar por tonto antes que hablar y despejar las dudas». Claro, luego de eso la ofensiva chavista suele explotar esta fase en la que los medios pican el anzuelo: deciden hablar y «despejan las dudas».
Los «ataques a los medios» ha sido, básicamente, toda una estrategia de permisibilidad de torpezas, de dejar que se cometan los errores para luego resaltarlos y dejarlos en evidencia, con lo cual se va erosionando la autoridad de los medios.
2. Bajo este contexto, nuestros medios privados cometieron siete clases de errores fatales:
– Producir información inconsistente con los hechos: en unos casos los medios se han dedicado, simple y llanamente, a mentir, mientras que en otros casos la información que divulgaban era equivocada y, debido a que les resultaba conveniente, se apresuraban a difundirla sin antes investigarla. Entre los casos más célebres de mentiras está el de que las muertes del 11 de abril de 2002 habían sido ordenadas por Chávez. Como muestra, véanse los titulares y editoriales de El Nacional, El Universal y Tal Cual, al amanecer del golpe de estado de esa época (por cierto, esos mismos medios a los pocos días se encargaron prudentemente de borrar todo rastro de esas editoriales y titulares, de modo que somos privilegiados quienes logramos obtener copias de esas ediciones). Y, entre los casos de noticias falsas divulgadas por la premura de las conveniencias, es muy significativo el caso de la denuncia, hecha con bombos y platillos, de que el hijo del entonces presidente de la petrolera nacional (Dr. Rodríguez Araque, PDVSA) estaba cobrando ilegalmente una astronómica suma en flagrante delito de enriquecimiento ilícito. Luego resultó que este hijo del Dr. Rodríguez Araque no sólo no tenía contacto alguno con la nacional petrolera, sino que… ¡había muerto unos 13 ó 19 años antes!
Sin temor a equivocarme, puedo decir hay más de 500 mil casos probados de esta primera clase de errores, entre mentiras y equivocaciones apresuradas, entre todos los medios opositores y desde la campaña presidencial de diciembre de 1998 hasta esta fecha.
– Manipular los elementos de un hecho: esta clase de errores consiste, dado un cierto hecho, en informar acerca del mismo ocultando o minimizando convenientemente algunas partes relevantes del hecho y/o sugiriendo elementos inexistentes o maximizando elementos irrelevantes. En general, la información en cuestión tiene un referente real, pero la misma no se elabora con fidelidad a los hechos, sino según criterios de conveniencia e interés.
Se trata de las famosas «verdades a medias» o, dicho en la jerga de los cineastas, el hecho se muestra «editado». Esta clase de procesamientos tiene en general infinitas variaciones y ha sido tema de numerosos chistes en el plano de las situaciones cotidianas, muchas de las cuales han sido utilizadas por nuestros medios.
En realidad son tantos los casos documentados, que haría falta todo un libro para reseñar sólo los más curiosos. Aquí me limitaré al caso de los «Pistoleros de Puente Llaguno», el cual resulta totalmente idéntico a la técnica humorística de aquellas viejas caricaturas de prensa, llamadas «El Detalle que Faltaba». En estas caricaturas, se presentaba un primer cuadro que describía un cierto hecho, pero luego, en el segundo cuadro, se presentaba un elemento diferente, adscrito al mismo hecho, pero que lo contextualizaba, con un efecto tal que sólo después de ver el segundo cuadro uno entendía la referencia del primer cuadro bajo un significado diametralmente opuesto. Exactamente lo mismo ocurrió con dos videos de los medios privados de TV, uno divulgado hasta la saciedad y otro totalmente engavetado, que sólo pudo ser conocido a través de las investigaciones judiciales que, junto a muchos otros elementos, determinaron la inocencia de esos «pistoleros». En el primero de ellos (el único que fue convenientemente publicitado) se presentaba a los «Pistoleros de Puente Llaguno» disparando, pero sin mostrar contra qué cosa disparaban, mientras que la voz del locutor en off se encargaba de afirmar que disparaban contra la marcha de la Oposición y que ellos eran los autores de los muertos de esa tarde (curiosamente, luego resultó que todos esos muertos pertenecían a la multitud de personas que salieron a defender al gobierno en Miraflores, además de que sus familiares siempre acusaron a los golpistas, y no a la gente de Llaguno, de esos asesinatos).
Pero en el segundo video, convenientemente escondido, se mostraba un plano visual más amplio, en el que claramente se veía a los mismos «pistoleros» disparando desde Puente Llaguno contra la Policía Metropolitana, involucrada en el asalto al palacio de gobierno. No sólo se ve con claridad que la marcha de la Oposición no había llegado al lugar, sino, lo que es peor, no se ve a ninguna persona en el escenario, con excepción de los tanques de la Policía Metropolitana, la cual tenía la orden de reprimir a los defensores del gobierno (la Policía Metropolitana estaba al mando del entonces Alcalde Mayor, uno de los más viscerales golpistas). En definitiva, tal como en los chistes de «El Detalle que Faltaba», la realidad era que quienes disparaban desde el Puente Llaguno lo hacían exclusivamente contra los tanques de la policía golpista del Alcalde Mayor. Otras evidencias de otro tipo, y que no vienen al caso, mostraron luego que disparaban en defensa propia y, además, que sus disparos no llegaron a tocar a nadie. Sin embargo, nuestros medios manipularon la información (mostraron lo que les interesaba y ocultaron lo que no les convenía), hasta el punto de hacer creer que estos «pistoleros», organizados por Chávez, eran los autores de las muertes que efectivamente ocurrieron lejos de ese lugar en distancia y en tiempo, y que, salvo alguna excepción, no pertenecían a los manifestantes anti-gobierno, sino a quienes esa tarde se arriesgaron a luchar por el gobierno. De allí en delante sigue la triste historia del «premio» que el gobierno español de entonces, también involucrado en el golpe de estado, otorgó al periodista que condujo el primer video.
– Silenciar ciertas clases de hechos y magnificar otras: el anterior tipo de error se refiere a un mismo hecho, cuyos distintos elementos o componentes se manipulan, mientras que éste se refiere a clases de hechos.
Ya se sabe qué clase de hechos silencian los medios y qué otra clase magnifican. El criterio es callar todo aquello que favorezca al gobierno y amplificar todo aquello que lo desfavorezca. El ejemplo que ya ha pasado a ser histórico es el de los días 13 y 14 de abril del 2002, cuando el pueblo se lanzaba a las calles y Chávez retomaba el poder, mientras la TV privada transmitía cartones animados y la Prensa privada informaba sobre accidentes de tránsito.
Aparte de ese ejemplo emblemático, está luego la sistemática omisión de los resultados de todas las encuestas sobre tendencias políticas (cuyos resultados siempre han favorecido al gobierno, en todos los casos). Por poner dos referencias, la gran mayoría de quienes votaron contra Chávez en el referendo del 15 de agosto de 2004 ignoraba que las encuestas anteriores daban un amplio margen de victoria al presidente, de modo que quedaron sorprendidos con los resultados (ya que, como contraparte, los medios les habían asegurado que Chávez perdería ese referendo, de donde cultivaron el caldo para el posterior reclamo de ‘fraude’, cosa que estuvo lejos de ser demostrada). La otra referencia tiene lugar actualmente, a propósito de las próximas elecciones presidenciales de diciembre 2006: los medios han silenciado los resultados recientes de las cuatro compañías encuestadores que hasta ahora han trabajado sobre esas elecciones: Datos, Datanálisis, Consultores 21 y Northamerican Research. Además de este caso de las encuestas, mientras actualmente en el exterior ha estallado el escándalo del DAS colombiano, hasta el día de hoy los medios privados venezolanos no han dicho absolutamente nada al respecto (estoy seguro de que, si alguna vez lo hacen, será trivializando el hecho; ver más adelante acerca de la ‘trivialización’).
Otro tanto ocurre con los indicadores macroeconómicos sobre el crecimiento de Venezuela, acerca de los cuales no se dice nada en los medios, mientras que los mismos eran siempre el aperitivo constante de todo programa noticioso durante los primeros meses del gobierno de Chávez y, sobre todo, durante la época del paro petrolero, cuando esos indicadores bajaron significativamente.
Luego, en lo que se refiere a la magnificación de hechos desfavorables al gobierno, hay también abundantes ejemplos. Los más recientes han resultado los más llamativos, ya que, considerando su gran futilidad, puede deducirse que en los últimos meses los medios no han logrado encontrar fallas gubernamentales importantes. Efectivamente, los medios han destacado cosas como una supuesta relación sentimental del Presidente con una actriz o un supuesto fracaso en la vía Caracas-Litoral (que si el viaducto no pudo ser implosionado, que si a las defensas de la nueva carretera les faltaron 10 tornillos, etc.) o una supuesta explotación de uranio en alianza con Irán o una supuesta adquisición de misiles nucleares iraníes…
En fin, nunca como antes los medios habían estado tan urgidos de cosas como un gran asesinato cuyo autor sea un alto miembro del gobierno, por ejemplo, o una gran desgracia colectiva atribuible a la irresponsabilidad del gobierno. De allí a invertir altas sumas para que ocurra cualquiera de este tipo de cosas, no hay sino medio paso, con lo cual llegamos a la siguiente clase de errores.
– Preconstruir hechos noticiosos: equivale, grosso modo, a lo que los lingüistas llaman «elicitar» (ellicitate, en inglés), lo cual aproximadamente consiste en decir algo previamente planificado, que sea capaz de promover una cierta respuesta del interlocutor en la cual se haga más fácil examinar un cierto proceso lingüístico. Claro, en el caso de la preconstrucción de hechos noticiosos no existe el más mínimo interés investigativo ni, mucho menos, científico (no creo que haya nada más alejado de la Ciencia que las actitudes de los medios; por eso impresiona ver a tantos académicos defendiendo a los medios y llevando pancartas con la consigna de «Con mis Medios no se metan»). Pero sí existe el mecanismo de la elicitación, al menos en principio.
Los hechos no se generan mientras el mundo mantenga unas mismas condiciones de flujo de sucesos, pero surgen inmediatamente apenas se alteran las condiciones de ese flujo. Provocar una muerte durante una manifestación, con el objeto de que se generen hechos convenientes, es un ejemplo de este mecanismo. Recientemente asesinaron al Sr. Aguirre, reportero gráfico de Últimas Noticias, justo durante una manifestación de marcada sensibilidad hacia el gobierno. No tengo datos para asegurar que esta muerte haya sido un caso de ‘elicitación’, ni menos para afirmar que los promotores hayan sido algunos medios. Pero el propio director del diario al cual pertenecía la víctima acaba de declarar su convicción personal de que fue un hecho «preconstruido», bajo ciertas intenciones.
Aparte de esto, si queremos un caso soportado en evidencias y claramente indiscutible, tenemos aquella famosa transmisión de Globovisión en la que, durante una manifestación de la Oposición, una mujer arremete rabiosamente contra uno de los guardias nacionales que vigilaban el evento y se le cuelga del cuello. Éste, sacado de sus casillas, le da una voltereta a la fina dama y la arroja contra el suelo, pareciendo que el golpe parte su cuerpo en dos. Pero, he aquí la gran casualidad: en una marcha multitudinaria, en la que es imposible que las cámaras de los medios hagan un seguimiento del tipo persona-por-persona, ocurre inexplicablemente que, mucho antes de que la fina dama agrediera al guardia nacional, ya la cámara estaba enfocando la escena, a la espera de que ocurriera algo. En una escena tan bien enfocada, tan impecablemente anticipada, ¿no sabía el camarógrafo todo lo que iba a ocurrir? No hubo temblores de cámara ni fallas de zoom ni de encuadre. Fue toda una escena de película tipo Shwarzeneger, en la que se mostraron los momentos previos, los momentos del desenlace y los momentos finales, todo impecablemente anticipado. Pero no fue sólo eso: al examinar el video en la computadora, se descubre que, desde el segmento de video en que el guardia nacional toma a la dama por el cuello y la lanza contra el suelo, la velocidad de cuadros aparece alterada, de modo que la escena sea percibida como un brutal «batacazo asesino» contra la indefensa dama. Yo, personalmente, al ver el video en la transmisión noticiosa, no me explicaba cómo la mujer seguía viva después de semejante caída ni de dónde el guardia había sacado tanta fuerza ni tanta técnica para semejante movimiento defensivo, sólo visto en las más truculentas películas norteamericanas. A los pocos días quedó en evidencia que todo había sido preparado por Globovisión: la fina dama había aceptado el guión según el cual ella agredía a un guardia y además asumía cualquier riesgo derivado, pero a conciencia de que el guardia no iba a disparar contra ella ni le iba a causar mayores daños. De hecho, esta fina dama no requirió de cuidados médicos especiales.
– Trivialización: esta clase de errores, estrechamente ligada a la tercera de las ya mencionadas, consiste en disminuir el impacto de ciertos hechos que en sí mismos son decisivos, pero que, siendo contrarios a los intereses de los medios, resultan imposibles de silenciar. Podría incluirse en alguno de los demás apartes de esta lista, pero le dedico un ítem especial por ser una de las estrategias más convenientemente utilizadas y uno de los intentos menos torpes, tal vez el que más efecto ha surtido a corto plazo.
Un ejemplo resaltante fue la noticia de los paramilitares capturados en Venezuela, con planes de magnicidio. Los medios privados plantearon el asunto en términos de broma: que si los cachitos de la panadería, que si los indefensos menores de edad capturados, que si la manía persecutoria del gobierno, que si las cortinas de humo, etc.
Lo mismo ocurrió con aquel dispositivo detectado en Maiquetía, hace unos tres años, el cual tenía por objeto el derribamiento del avión presidencial: todo se divulgó en tono burlesco, promoviendo la percepción de un gobierno paranoico e histriónico. Esto se complementó con la entonces ineficiente política comunicacional del gobierno. Como veremos después, a medida que dicha política se iba fortaleciendo, esta estrategia se iba debilitando proporcionalmente.
Por ejemplo, el golpe de estado del 2002, que en su momento fue divulgado por los medios como un «vacío de poder», ahora pasó a ser presentado como una traición que un grupo minoritario (el de Carmona) ejecutó contra el deseo de la gran masa de manifestantes de ese 11 de abril, que «democráticamente exigían una recapacitación» al gobierno (dicho textualmente por el conductor de uno de los programas de opinión de uno de estos medios). Según esto, ahora resulta que ninguno de los manifestantes de ese día apoyó el golpe de estado, sino que todos fuimos víctimas, incluyendo a quienes asaltaron el Palacio de Miraflores ese mismo día. En realidad, esta última excusa es mucho menos torpe que la del «vacío de poder» (que ni ellos mismos se la creían) e intenta contrarrestar la comunicación oficialista, muy efectiva en demostrar que se trató de un golpe de estado y no de una iniciativa de personas «preñadas de buenas intenciones», como plantearon al principio.
Recientemente, con el caso del DAS colombiano y ante cierta eficiencia que ha ganado la política comunicacional del gobierno, ya los medios no han recurrido a la «trivialización», sino al silenciamiento informativo. Igual que durante los días 13 y 14 de abril del 2002, cuando tampoco lograban una buena estrategia de trivialización debido a la magnitud de los hechos, ahora en este caso tampoco la logran, esta vez, además, por una mejor capacidad comunicacional del gobierno.
– Mezclar la función de comunicar con la de promover acciones de masas: se ha dicho hasta la saciedad que los medios privados han intentado convertir su función de medios comunicacionales en una función de actores políticos. Esto es correcto, excepto por el hecho de que esa función comunicacional jamás fue genuina y, en el fondo, siempre fue política (en los sistemas capitalistas los medios siempre han sido medios políticos antes que medios comunicacionales). La diferencia, en realidad, estuvo más bien en pasar de un rol disfrazadamente «referencial» a un rol expresamente «conativo» o «apelativo», orientado a exhortar al público a actuar en determinado sentido. Los ejemplos no sólo sobran, sino que resultan vergonzosos: el cintillo con una cuchara golpeando una cacerola, indicando el horario de los cacerolazos, debajo de todas las imágenes televisivas, es un caso representativo. Las cuñas con lemas del tipo «Hoy, todos a marchar», «Todos a la calle», etc., también son muestras significativas.
Recientemente, ya esa estrategia no pesa sobre los medios, sino sobre un interesante apéndice: los entrevistadores y entrevistados de los programas de opinión. Ahora son éstos quienes incitan a acciones públicas, de modo que los medios se «lavan las manos» simplemente invitando a un opositor que haga este tipo de llamados u ordenándole a alguno de los conductores de sus programas que lo haga.
El último ejemplo ocurrió con el caso de los asesinatos del empresario Sindone y de los niños Faddul y su chofer: uno de los conductores de un programa de opinión se desgañitaba histéricamente diciendo que todos tenían derecho a manifestar públicamente y que había que hacerlo, para protestar contra la ineficiencia del gobierno ante la delincuencia. Este ejemplo nos lleva al último ítem.
– Forzar relaciones entre hechos: en muchos casos los medios ni siquiera mencionan al gobierno, pero sí desatan toda una campaña de días, semanas y meses haciendo énfasis en noticias que puedan asociarse a la responsabilidad del gobierno, de modo causa-efecto.
Hubo, por ejemplo, un canal de TV que diariamente recogía cuanta noticia había, por pequeña que fuera, sobre atracos y robos, hasta el punto de que más del 80% del espacio noticioso estaba destinado a eso. Y todo ello con la respectiva escenografía de cámara y sonido. Se trataba de crear la percepción de malestar, de infelicidad y de nerviosismo, que luego los propios mecanismos psicológicos del público se encargaran de vincular políticamente.
Mientras se silencian las noticias positivas, se enfatizan casos angustiantes que hagan infelices a las personas, con el objeto de perturbar el clima social o eso que los sociólogos llaman el «estado de bienestar». Mientras durante todos los gobiernos anteriores el mismo tipo de hechos jamás fue interesante para los medios, ahora resulta algo de primera plana (se cambió así aquella máxima periodística de que «si un perro muerde a un hombre, no es noticia; pero si un hombre muerde a un perro, eso sí es noticia»).
Entre todos, el ejemplo más reciente, ya mencionado, es el secuestro-homicidio de los niños Faddul y de su chofer (en realidad, para los medios el énfasis estaba en los niños, más que en el chofer). En este suceso los medios hicieron un esfuerzo de lógica sobrehumana para mostrar una relación directa entre el suceso y la responsabilidad del gobierno. El efecto deseado no se pudo materializar por la misma influencia de los dolientes: nadie está de acuerdo en que terceras partes se aprovechen del propio dolor, cosa que los medios no fueron capaces de prever. 3. ¿Por qué esta lista anterior puede verse como clases de errores fatales o como estrategias fatalmente erróneas? Básicamente porque, lejos de lograr su objetivo, fortalecieron al gobierno mediante la consolidación de un pensamiento crítico que ahora plantea una grave amenaza a la influencia de los medios sobre la opinión pública. Es un hecho que el índice de credibilidad de los medios privados en Venezuela está tocando un piso histórico.
Ocurre que, por tendencia natural, el ser humano (y aun todo organismo vivo) busca proveerse de información acertada sobre el medio que lo rodea. Esta tendencia hace que el individuo rechace, por propia naturaleza social, la información falsa o distorsionada o de mala calidad. En el caso de las sociedades evolucionadas, los individuos aspiran que los medios masivos les satisfagan, al menos parcialmente, esa necesidad de información. De allí también nace el derecho a la información y luego, estrictamente en función de este derecho, nacen las libertades de expresión y de «prensa». Éstas no son un beneficio gratuito de los medios sino una obligación estrictamente correlativa y condicionada al derecho a la información de las sociedades, de modo que cada vez que dichas libertades crezcan desproporcionada y disociadamente de aquel derecho, serán rechazadas por las personas., por tendencia natural.
Para que se produzca este rechazo sólo hace falta que se rompa el equilibrio entre el grado de madurez de la gente (el pensamiento crítico) y el grado de encubrimiento o de elaboración en la manipulación de la información. Toda manipulación mediática, para que sea eficiente, debe tener tal grado de elaboración que sus mecanismos manipuladores pasen desapercibidos ante la capacidad crítica de los destinatarios. Y fue aquí, justamente, donde la política comunicacional oficial puso su énfasis. Mientras en una primera fase, aquella de la permisibilidad de torpezas, el gobierno dejó que los medios cometieran a sus anchas todas las clases de errores mencionadas en la lista anterior, en esta segunda fase se ocupó de desmontar los mecanismos de base de esos errores.
Más adelante mostraré ejemplos de esta respuesta del gobierno en esa segunda fase. El hecho es que resultó un golpe tan fuerte para los medios, que, cuando se quejan de los ataques del gobierno, se están refiriendo precisamente a esta irreverencia que los deja al desnudo y bajo una total pérdida del respecto público en el cual habían fundamentado tradicionalmente su rol social y su autoridad moral e intelectual. Al final volveré sobre esta idea, que en realidad es la hipótesis de respuesta a los planteamientos iniciales de este papel.
No quiero decir que esta lista de equivocaciones haya resultado directamente en más apoyo al gobierno, sino en más independencia de las personas con respecto a los medios y en más rechazo a la manipulación, o sea, en un mayor crecimiento humano, lo cual, indirectamente, ha llevado a muchos a pasarse «al otro bando». Esto debería favorecer al gobierno si éste resultara al final un gobierno honesto y realmente dedicado a las clases mayoritarias. Si no, esto mismo sería un resultado fatal también para el gobierno.
Quiero decir que el ideal de una sociedad comienza por el pensamiento crítico e independiente. Pero ocurre que una de las trabas para una verdadera oposición crítica a los desaciertos de Chávez ha estado en esa lista de errores de los medios de comunicación masiva. En la medida en que Chávez haya acertado y los medios se hayan equivocado, en esa misma medida habrá Chávez para rato. Y en la medida en que ambos, Chávez y los medios, se hayan equivocado, todavía quedará la esperanza de una opinión pública autónoma e independiente que alguna vez, más temprano que tarde, logrará encontrar su vía de acceso al propio control y al propio diseño de su destino. En todo caso, siempre tendremos que agradecerle a los medios privados por esos errores.
4. La contraofensiva (u «ofensiva», si Ud. Prefiere) del gobierno con respecto a la acción de los medios privados puede ser dividida, como ya dije, en dos fases: la de permisibilidad, dejar hacer, y la de desmontar los mecanismos de manipulación. Sobre todo en esa segunda fase, la contraofensiva ha ido evolucionando muy lentamente (cualquiera puede sospechar que también la primera fase haya evolucionado desde un primer momento pasivo, de simple ‘dejar hacer’, hasta un momento activo, más refinado, de ‘hacer que hagan’, o sea, de tender trampas informativas a los medios, de modo que éstos cometan errores convenientes).Durante los primeros meses de su gobierno, Chávez asumió personalmente la estrategia, sin mucho orden y sin ninguna técnica. Se limitaba, en sus programas «Aló Presidente», a llevarse un ejemplar de algún periódico, a leer la noticia del caso y a desenmascararla, casi siempre con buenas evidencias que los medios no lograban contra-argumentar. Claro, el Presidente no se quedaba, ni mucho menos, en un análisis informacional, sino que solía cerrar el asunto con ciertos calificativos del tipo de «mentirosos», «la canalla mediática», «irresponsables» y otros por el estilo. Se puede decir que era una estrategia en tres partes: a) seleccionar y citar la información, b) mostrar evidencias en contra y c) calificar o caracterizar.
Muchos creyeron que esta parte ‘c’ obedecía a la intención discursiva de simplemente insultar o injuriar. De hecho, los medios, como no tenían contra-argumentaciones a la parte ‘b’, soslayaban eso y centraban sus quejas en ‘c’, considerándola un insulto. Pero se trataba en realidad de una caracterización, algo así como desbautizar a los medios de su prestigio tradicional y rebautizarlos como manipuladores. Al menos, si esto no fue así dentro de los procesos mentales de Chávez, sí lo fue en sus efectos: en sus seguidores y admiradores esta parte ‘c’ de la estrategia no funcionó como un insulto sino como una nueva tipificación de lo que antes era considerado muy prestigioso y casi sagrado.
Y toda la estrategia, en sus tres partes, resultó además algo novedoso, ya que todos estábamos acostumbrados, a lo sumo, a las políticas de retaliaciones y chantajes de los anteriores presidentes con respecto a los medios (recuérdese los casos Ibáñez-Lusinchi, Matos-CAP, OpusDei-Caldera…), pero no habíamos visto en el país a un gobernante encarar de modo sistemático, pública y directamente, la manipulación noticiosa en sí misma, desmontarla con argumentos y luego concluir en una caracterización del verdadero rol de los medios y de su cara oculta.
Quienes desde mucho antes de la aparición de Chávez ya sabían de esta cara oculta de los medios, quienes estaban cansados de su diario irrespeto a través de programaciones mediocres e indignas y quienes repugnaban sus constantes tendencias amarillistas y mercenarias, en general se sintieron reivindicados con esta estrategia de Chávez. Quienes desde muchos años antes ya entendían las relaciones de opresión y conocían la función de los medios masivos privados dentro de esas relaciones, no pudieron menos que aplaudir. Por supuesto, los medios sólo resaltaban esa parte ‘c’ de la estrategia, pero tampoco lo hacían con argumentaciones, sino con las consabidas y gratuitas cantaletas de «ataques a la libertad de expresión», «el tirano», «la dictadura», etc. Pero no se daban cuenta (y todavía para este momento no parecen haberse percatado) de que en las masas iba surgiendo una actitud cada vez más crítica ni de que estaban quedando cada vez más desnudos ante la vista de las mayorías.
Después de esa estrategia inicial, que sólo estaba a cargo del propio Chávez (recuérdese que sus primeros equipos gubernamentales brillaron por su ineptitud en materia comunicacional y parecían estar tan engañados por los medios como las propias masas analfabetas), poco a poco, tal vez demasiado lentamente, comenzaron a proliferar en el bando del gobierno distintas iniciativas dedicadas a lo que en el fondo era un «análisis del discurso» de los medios. No me estoy refiriendo a los mecanismos de lo que llaman «contra-información» o «comunicación alternativa» (entre ellos, la Web «Aporrea.org» debe ser reconocida, especialmente durante los días del golpe de estado y del paro petrolero). Aunque estos mecanismos han venido cumpliendo un papel importante, en realidad se trata la mayoría de las veces de un papel proselitista y de defensa directa del gobierno. Me refiero, en cambio, a esos otros mecanismos de análisis discursivo, aunque no sean nada técnicos, que tienen la virtud pedagógica de ir formando el pensamiento crítico y las capacidades de razonamiento, incluso si sus efectos alguna vez pudieran volverse un boomerang contra eventuales desmanes del mismo gobierno.
En esta línea, un caso conocido, polémico y controvertido es el programa «La Hojilla». No creo que puedan negarse muchas de sus debilidades (sobre todo en el plano de la moderación y del uso del razonamiento), pero, por otra parte, tampoco puede negarse que la sola reposición comentada de muchos de los segmentos previamente transmitidos por los medios privados y cargados de manipulación informativa ha sido de por sí suficiente para neutralizar esa carga. Por más enemigos que tenga, aun en el seno del chavismo, este programa ha logrado dejar en evidencia el engaño y la distorsión proveniente de los más groseros y vulgares programas de opinión de los medios privados (digo esto porque, precisamente, una de las acusaciones contra «La Hojilla» es la de ser ‘grosero’ y ‘vulgar’, acusación que a menudo surge de una cierta actitud del tipo que podría llamarse ‘la Urbanidad de Carreño’, que sólo atiende a los formalismos ‘educados’ y no a las cuestiones de fondo). En todo caso, no se trata aquí de defender o impugnar ese programa, sino de mostrarlo como un caso de alto impacto de esos mecanismos de desmontaje discursivo que han ido surgiendo en el seno de los seguidores del gobierno.
Otro ejemplo, que no ha sido tan atacado por su inelegancia, fue el de «Los Roberto», con un análisis discursivo de cierta técnica, aunque enmarcado siempre en un fondo humorístico-burlesco. En las emisoras oficialistas de radio (especialmente en RNV) hay muchos ejemplos más de estos mecanismos basados en la estrategia de reposición y desmontaje de segmentos transmitidos por los medios opositores. En este sentido, hace más de sesenta años, en un libro titulado Signos, Lenguaje y Conducta (publicado por Losada de Buenos Aires en 1962, p. 264), Charles Morris ya había previsto que
Cuando el individuo hace frente a los signos que se le presentan con un conocimiento de cómo operan los signos, le es más fácil defenderse contra la explotación por parte de los demás, así como está mejor capacitado para colaborar con ellos, cuando tal cooperación se justifica. Si se pregunta qué especie de signo le sale al paso, con qué propósito se lo emplea, qué pruebas hay de su verdad y adecuación, su actuación se transformará de respuesta automática en conducta crítica e inteligente
5. Entonces, si uno se pregunta por la extensión semántica, por los alcances de la expresión «Ataques del gobierno a los medios», uno puede, al menos hipotéticamente, proponer que la referencia está en ese estado de pérdida de credibilidad, de desenmascaramiento, de pública desnudez, al que han quedado reducidos los medios masivos privados.Antes, esos mismos medios habían construido todo un prestigio y un radio de influencia sobre las masas oprimidas (y sobre la sociedad, en general), lo cual constituía una autoridad moral e intelectual no sólo para imponer visiones del mundo, sino, más que eso, para imponer privilegios y ventajas, desde implantar presidentes y gobiernos, nombrar ministros y controlar las tomas de decisión hasta organizar el reparto de botines, decirle a la gente cómo tenía que vestirse o qué cosas comprar, gerenciar las tendencias artísticas, literarias, religiosas y culturales…
Era una época donde el control social estaba en manos de los medios masivos. De allí que la empresa mediática, en general, resultó ser una de las más codiciadas y de allí también que todo gobierno que quisiera mantenerse en el poder tenía que someterse a las imposiciones de esos empresarios o, al menos, pactar con ellos. Se hizo famosa aquella máxima de que «los medios son los que tumban gobiernos». Pero, después de Chávez, que resultó ser toda una excepción histórica a esa máxima, aquella autoridad moral e intelectual de las empresas mediáticas se vino abajo estrepitosamente.
Chávez erosionó el poder de los medios aun conviviendo con ellos, aun sin tocarlos físicamente y sin emplear la fuerza ni los recursos autoritarios gubernamentales (al estilo de la Presidencia Ibáñez-Lusinchi, entre otras), sólo estimulándolos a manipular la información a sus anchas (fase 1) y luego desmontando sus ficciones (fase 2). Fue, literalmente, una derrota por la vía intelectual y, aparte de eso, toda una lección pedagógica en materia de eso que suelen llamar «enseñar a pensar».
Después de este gobierno, las ventas por concepto de colocación de ejemplares de los periódicos opositores han bajado sensiblemente, como nunca en la historia, hasta el punto de tener que reducir sus páginas y sus volúmenes de tiraje (por cierto, el director de El Nacional declaró una vez que esto se debía a la necesidad de una mayor comodidad para los lectores, de donde se deduce que hay al menos un empresario de medios que todavía cree en la ingenuidad de la gente). El rating de las estaciones de Radio y TV opositoras se ha visto sensiblemente disminuido, mientras el de las estaciones pro-gobierno ha aumentado a niveles nunca antes vistos (de hecho, el programa «Aló, Presidente» es el de mayor rating entre todos, aunque esto también podría explicarse por esa patológica obsesión de no poder vivir sin el enemigo; por eso, tal vez, este alto rating no pueda tomarse del todo como dato de la victoria del gobierno sobre los medios).
Otra evidencia de esta erosión de la autoridad de los medios está en que, antes, todo periodista o entrevistador era admirado, cortejado y aplaudido por la gente común cuando aparecía en las calles. Las personas podían sentirse orgullosas de estrecharle la mano, de obtener un autógrafo, etc. Ahora, en contraste, esos mismos personajes no se atreverían a circular por las calles del oeste de Caracas y muchos de ellos andan con guardaespaldas. Después del golpe de estado, era patético verlos refugiados en los rincones de sus oficinas de trabajo, temblando de miedo ante toda una «turba», como decían, que rodeaba esas instalaciones. Ya mucho menos personas ahora les piden autógrafo… Evidentemente, eso no debería ocurrir, ya que los empleados de los medios son sólo eso, empleados. Significa que el pueblo todavía debería avanzar más en una auténtica cultura de la crítica a los medios y, por tanto, debería encontrar formas más eficientes de condena y rechazo a la manipulación informativa. Todavía queda camino por recorrer, también hasta el día en que los empresarios de medios entiendan que ya los viejos roles no funcionan y que deben empezar a concebir para ellos mismos una función diferente dentro de las sociedades del futuro, aun si éstas siguieran siendo capitalistas.
El hecho es que ya los medios no cuentan con el sustento ficticio de aquella autoridad de otras épocas, cuando las masas excluidas eran analfabetas, ingenuas, y, por tanto, reverentes a esa autoridad. Ahora, en Venezuela, esas mismas masas les han perdido todo respeto a las empresas privadas de medios masivos. Han descubierto que tenían una doble cara, han descartado la cara ficticia y han penetrado hasta la cara del fondo. Los medios, repito, han quedado desnudos y expuestos. Ahora tienen ante sí mismos toda una actitud irreverente, igual que la tienen también los obispos, los cardenales y el alto clero (ese es otro tema, pero, de paso, sólo recuérdese la reacción del público ante aquella célebre arenga del Cardenal Castillo Lara en Barquisimeto, en enero de 2006).
Y es allí, justamente allí, donde estos medios acusan el golpe. Allí está toda la referencia de la expresión «Ataques a los Medios». A pesar de eso, todavía sin querer darse cuenta de lo que ocurre y todavía creyendo que las masas siguen siendo ingenuas, siguen pregonando que el gobierno «persigue a los medios», que es una «dictadura», una «tiranía» y que se ha cercenado la «libertad de expresión». Es obvio para cualquier ser medianamente pensante y observador que los medios siguen diciendo lo que les dé la gana. Lo que no es tan obvio es por qué, siendo así, se quejan de los «ataques a los medios» y del cercenamiento de la «libertad de expresión». Es por eso por lo que valen la pena las preguntas e hipótesis de respuesta planteadas en este papel.
En definitiva, los empresarios de medios han resultado los mejores puntos de apoyo a este gobierno, después de haber caído como víctimas de su estrategia comunicacional. Es por eso por lo que puede invertirse aquel viejo dicho: «con enemigos así, ¿quién quiere amigos?» En efecto, ¿de qué otro modo se explica que Chávez esté llegando a los ocho años en el gobierno, por encima de toda esa gigantesca oposición mediática y de todos los intentos por derrocarlo? Al respecto supongo que nadie puede creer la hipótesis de los 50 dólares del Cardenal Castillo Lara ni tampoco aquella otra de que la mayoría de los venezolanos son brutos. Hubo una época en que a quienes defendíamos, al menos por principio, a este gobierno, nos increpaban «¿Y cómo tú, siendo tan inteligente, estás apoyando a este gobierno?» Ahora, años después, ya no hacen esa pregunta, lo cual podría significar que o ha variado el concepto de inteligencia o ya aprendieron de qué lados puede estar la inteligencia (por cierto, jamás he creído que la inteligencia esté típicamente en las universidades y academias ni, mucho menos, entre quienes defienden a los poderosos 6. ¿Quiénes quedan? ¿Quiénes todavía están seriamente convencidos de que se ha cercenado la «libertad de expresión», que los medios privados están permanentemente amordazados y que el gobierno no cesa en su agresión a los medios? ¿Quiénes todavía a estas alturas se atreverían con sincera convicción a salir a la calle exhibiendo pancartas del tipo «con mis medios no se metan»?
Según parece, sólo quedan aquellos que renunciaron a su derecho biológico a estar informados, aquellos que negociaron ese derecho a cambio del derrocamiento de un gobierno elegido por las mayorías, pisoteando así las intenciones de las grandes masas. Quedan aquellos que renunciaron también a sus capacidades de observación y de argumentación. Quedan también aquellas mentes enfermas que no pueden vivir sin sintonizar Globovisión o sin leer El Universal y, en síntesis, sin vivir su día sin despotricar contra Chávez, ya convertido en obsesión. En fin, queda sólo la irracionalidad y el viscero-pensamiento.
No es nada nuevo. Entre muchas otras cosas, ya un viejo bolero, sumamente acertado como toda sabiduría popular, había cantado lo que parece ser la actitud hacia los medios por parte de quienes todavía creen en ellos, por parte de quienes renunciaron a su derecho a la información verdadera:
Voy viviendo ya de tus mentiras, / sé que tu cariño no es sincero / sé que mientes al besar / y mientes al decir «te quiero» / me conformo porque sé / que pago mi maldad de ayer. / Siempre fui llevado por la mala / y es por eso que te quiero tanto, / mas si das a mi vivir / la dicha de tu amor fingido / miénteme una eternidad / que me hace tu maldad feliz. / ¿Y qué más da? / La vida es una mentira; / miénteme más / que me hace tu maldad feliz.