La prensa española de mayor tirada, al día siguiente de los atentados en Londres (8/7/2005), confirma que nosotros somos los buenos de la película y que el terror y el crimen están fuera de occidente. En efecto, los países occidentales representamos la civilización, la paz, el respeto, la democracia y la tolerancia. Nosotros repartimos felicidad […]
La prensa española de mayor tirada, al día siguiente de los atentados en Londres (8/7/2005), confirma que nosotros somos los buenos de la película y que el terror y el crimen están fuera de occidente. En efecto, los países occidentales representamos la civilización, la paz, el respeto, la democracia y la tolerancia. Nosotros repartimos felicidad y diseminamos democracia por doquier, combatimos el hambre y la pobreza, garantizamos los derechos humanos. A cambio de eso, tenemos que sufrir unos bárbaros ataques terroristas, producto de mentes fanáticas y enfermas que nos odian precisamente por ser tan buenos.
La descripción de los atentados en la prensa agota los adjetivos, «otro infierno», «matanza», «plan diabólico para causar la máxima mortandad posible», «carnicería terrorista», «masacre», «crimen bárbaro», «asesinato en masa», … y los testimonios, «todas las heridas que un médico puede ver en una vida, las he visto en unas cuantas horas» (El Periódico)
«Fue como un sueño surrealista. Horroroso, como una película de desastre» (El País)
«Vi un hombre: parecía que había que había ardido completamente y volado desde el techo del autobús», «había gente sin manos ni piernas» (El Mundo)
El editorial de La Vanguardia nos muestra en qué radica la maldad de los terroristas,
«Sus atentados, dirigidos contra población civil inerme, son de una crueldad pavorosa, puesto que se cometen en lugares de alta densidad de personas donde no existe opción para escapar. La logística de la muerte de este tipo de terrorismo es implacable y fría».
¿Habrá caído el autor en que esta descripción encaja perfectamente con nuestras intervenciones militares? Nosotros tiramos bombas en ciudades y matamos a una cantidad infinitamente superior de civiles que, obviamente, tienen pocas opciones para escapar. Eso sí, lo hacemos de manera refinada, como corresponde a nuestra avanzada sociedad: desde 10.000 metros de altura y con la última tecnología. Lo que algunos llaman progreso.
En fin, descripciones terroríficas las encontramos a lo largo de un buen número de páginas. Así es la cobertura que obtiene un atentado que se cobra 37 muertos (la cifra que se daba al día siguiente) en un país occidental. Nadie cuestiona eso. Ha sido un horrible atentado y así debe reflejarse. Pero sólo a modo de comparación pensemos que en los primeros seis meses de 2005 han muerto más de 8000 iraquíes a causa de ese producto de la invasión que llaman «insurgencia» (1). Eso da una media de más de 40 muertos diarios. O sea, lo que han sufrido los londinenses el 7-J es lo que sufren cada día los iraquíes. ¿Qué cobertura se da a las matanzas cotidianas en Irak? Unas breves referencias, algo del tipo «nueva jornada sangrienta en Irak», como mucho. Y ahora pasemos a los deportes.
Por supuesto, según casi todos los medios el fin de los atentados no guarda relación con la invasión de Iraq y quienes tomaron parte. Una opinión generalizada es que los atentados son un «ataque a la democracia», como recogen diversos articulistas: «la pesadilla que persigue a toda sociedad democrática y civilizada» (editorial de El País), «los valores democráticos que el terrorismo pretende destruir» (Isabel Hilton, El País), «nuevo golpe a la democracia» (titular del ABC), «Hay un estado de estado de guerra terrorista contra la democracia» (editorial del ABC), etc.
Algunos incluso aprovechan para hacer propaganda de la UE, como el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, para quien «éste es un ataque a la democracia y a las libertades fundamentales que conforman el corazón de la UE», o el propio editorial de El País, que de paso nos invita a que olvidemos el debate sobre la Constitución Europea: «las diferencias sobre la Constitución o sobre los presupuestos de la UE son nimiedades al lado del desafío que tiene ante sí la sociedad libre europea».
Otra opinión es la que ejemplifica Blair, «quieren cambiar nuestro estilo de vida», pero «no nos dejaremos intimidar». Toda una muestra de valentía de quien seguramente nunca sufrirá un ataque terrorista. Coincidiendo con Blair, Carlos Herrera (ABC) nos cuenta que «como en Madrid, quieren asesinar a una civilización, a una forma de vivir, a una manera de creer y sentir».
En una muestra de osadía periodística, el editorial de La Vanguardia reconoce que, «aunque el objetivo de este terrorismo no es tal o cual ciudad, sino golpear al mundo occidental, a las sociedades avanzadas y a los valores que representan», eso que quede claro por adelantado, «es evidente (…) que los criminales han puesto el foco en la foto de las Azores».
¡La foto de las Azores! La autocensura de los medios de comunicación llega a extremos tan ridículos que ni siquiera se atreven a decir las cosas por su nombre. ¿Tanto cuesta usar una expresión como «los patrocinadores de la invasión de Iraq»? Pues eso parece, no vaya a ser que alguien relacione el mundo occidental y sus maravillosos valores con la destrucción y la muerte. Bravo, todo un ejercicio de estilo periodístico.
Finalmente podemos señalar otros posibles objetivos de los terroristas. Según Gustavo de Arístegui (ABC), se trataría de una «Guerra Santa total», y según Fernando Reinares (El País), lo que se persigue es «la unificación política del mundo musulmán (…) algo así como un imperio político islámico».
La única excepción clara y contundente a esta norma la encontramos en el artículo de Robert Fisk, publicado honrosamente en La Vanguardia. Fisk nos muestra algunas declaraciones realizadas por Osama Bin Laden, como «si atacáis con bombas nuestras ciudades, nosotros atacaremos con bombas las vuestras». ¿Por qué nadie toma esto en consideración? ¿Tan extraña resulta esta reciprocidad? ¿O es que ya nadie quiere admitir que occidente ha bombardeado y matado, tirando por lo bajo, a decenas de miles de personas inocentes? ¿Eso no cuenta, no tiene ninguna influencia, ninguna consecuencia? Preguntas que no figuran en los medios.
Bin Laden también dijo, poco antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, «Que Bush nos diga por qué no atacamos a Suecia, por ejemplo» (2) Eso, que lo diga Bush o quien sea que defienda que los terroristas quieren «destruir la democracia» o «los valores». ¿Es que Suecia no es un país democrático? ¿Es que los suecos no tienen valores? Más preguntas sin respuesta.
Veamos, para tener un testimonio directo, lo que dice el grupo al que se le atribuyen los atentados:
«Ha llegado el momento para vengarnos del Gobierno británico cruzado y sionista por las matanzas que comete en Irak y Afganistán (…) advertimos al Gobierno de Dinamarca y al de Italia, y a todos los gobiernos cruzados de que recibirán el mismo castigo si no retiran sus tropas de Irak y Afganistán» (3)
Ante esto, los «expertos» eligen interesadamente centrarse en la palabra «cruzado» y divagar sobre ella, ignorando el resto del mensaje. Así, abundan las opiniones, como ya hemos visto, de que los atentados son parte de una «guerra global contra los ‘cruzados’ (cristianos), a los que ve como enemigos del Islam», como sostiene el general Mohamed Qadri Said, subdirector del Centro Al Ahram de Estudios Políticos y Estratégicos de El Cairo (4). Que esta interpretación se contradice flagrantemente con el texto es algo que hasta un niño puede ver: no se amenaza en general a los países cristianos (cruzados) sino sólo a los países cristianos (cruzados) que tienen tropas en Irak y Afganistán. Luego hablar de una guerra santa contra todos los cristianos no es más que una mera fabulación, aunque muy conveniente para distraer la atención sobre nuestros crímenes.
Entonces, dado que nosotros nunca hacemos daño a nadie, no cabe hablar de venganza. Y la imagen de un iraquí que se convierte en terrorista porque un ejército extranjero ha destruido su casa y matado a su familia, un iraquí enloquecido de dolor que ya no tiene nada que perder, gracias a nuestras acciones, es algo inconcebible. Nosotros somos una sociedad civilizada y pacífica, no tenemos nada que ver con todo eso.
Sólo practicando este cinismo sin límites puede comprenderse que Blair se queje amargamente por recibir «un ataque salvaje cuando tratamos el problema de la pobreza en África». Y como no podía ser menos, también esto ha tenido su eco en la prensa española. Desarrollando este contraste entre un «pueblo de nobles costumbres» como el británico y los bárbaros terroristas, encontramos el artículo de Valentí Puig (ABC):
«El ataque a Londres, en coincidencia con la reunión del G-8 en Edimburgo, da la pauta del reto: las sociedades abiertas se reúnen, entre otras cosas [¿qué serán esas otras cosas?], para buscar soluciones para la gran precariedad africana, sociedades abiertas fundamentadas en el derecho y en la tolerancia, al tiempo que las redes de Al Qaeda urden la muerte y el exterminio.»
Así somos nosotros, «democracias pacíficas y ejemplares», como reza el editorial del ABC. Ésta es la premisa fundamental, y todo lo demás, incluyendo la realidad, se adaptará para ser compatible con ella. Así, el colonialismo, la trata de esclavos, el reparto de África, la explotación de los niños, la financiación de guerrillas, el apoyo a dictadores, la represión y los millones de muertos, mutilados y desplazados que todo eso causa, es algo que debemos enterrar en el olvido. Y el presente, que tiene nombres parecidos, debe ignorarse, como si no estuviera ocurriendo ahora mismo. Sí, ahora mismo.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿qué motiva a los terroristas?
Un estudio realizado por el analista político de la Universidad de Chicago, Robert Pape, basado en el análisis de las vidas de 462 terroristas suicidas entre 1980 y 2004 (incluyendo 71 de Al Qaeda), concluyó que el 95% de los ataques suicidas no tienen en común la religión sino un objetivo estratégico claro: obligar a las democracias occidentales a retirar sus fuerzas militares de sus países de origen (5)
Pero esta conclusión no gusta a la prensa española, que parece preferir, al margen de cualquier estudio empírico, la misma doctrina que emana de los discursos de Bush:
«La cultura del odio y la muerte no soporta el éxito de las sociedades abiertas en su continua perseverancia hacia mayores cotas de libertad individual y colectiva» (Editorial de El País)
En otras palabras, nos tienen envidia. Somos tan estupendos que algunos no lo pueden soportar, y por eso nos atacan y se inmolan. Los terroristas, que vivían tan felices recibiendo nuestra benevolencia, fueron seducidos por «la cultura del odio y la muerte», momento en el que empezaron a odiar de manera incontenible hasta decidir sacrificar su vida por esa causa. ¿Pero cómo opera esa «cultura»?
Según un experto marroquí, Abdalá Rami, se ha entrado en una fase de «yihad individual»: «Actualmente, gracias a Internet, una persona se radicaliza, adquiere la formación terrorista, prepara y ejecuta el atentado por sí solo» (El Periódico)
O sea, Internet es un instrumento del diablo. ¡Hay que controlar Internet! Blair ya se ha puesto a trabajar en ese sentido y para empezar ya ha pedido el control policial de correos electrónicos y llamadas a móviles. «Esta legislación es justo lo que necesitábamos», dice el ministro del interior británico (6)
No tengo la menor duda de que esa clase de legislación encante a un ministro del interior, pero es dudoso que también guste a la gente. Porque finalmente, en una interpretación de la realidad tan hábil como contraria a la lógica, se acaban confirmando las políticas represivas y asesinas de los gobiernos, el recorte de derechos civiles y la escalada militar. Para Valentí Puig, ya citado, «ahora pueden eclipsarse muchas dubitaciones sobre la intervención militar en Irak», pues como señala Edurne Uriarte (ABC), «si uno se refugia en Bush, en la pobreza o en Irak, se puede permitir divagar en esa fantasía escapista de la alianza de civilizaciones». Así que, «liberados de manías antiamericanas, debiéramos identificar en Bin Laden la preocupación que amenaza nuestro porvenir» (David Gistau, El Mundo)
En este punto uno debería serenarse y preguntarse cuáles son verdaderamente sus problemas, los de su país, los del mundo. ¿Es el terrorismo la principal fuente de muerte e infelicidad en Gran Bretaña? ¿qué hay de los miles de muertos por el tabaco o por los accidentes de tráfico? ¿qué hay de los millones de pobres? ¿no son cosas por las que deberíamos preocuparnos más? Sin duda todo eso provoca mucho más sufrimiento, pero combatirlo es algo que no conviene a ciertos intereses. Implica cosas tan desagradables como subir impuestos a los ricos, reducir beneficios empresariales, redistribuir la renta, etc. En cambio, combatir el terrorismo refuerza el control del estado, distrae a la gente de sus problemas cotidianos y multiplica los beneficios de la industria militar. Así pues, los políticos y la prensa servil tienen claras sus prioridades. Espero que la gente medite y descubra cuáles son las suyas.
Referencias:
(1) http://edition.cnn.com/2005/WORLD/meast/06/30/iraq.main/
(2) http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_3966000/3966877.stm
(3) http://www.elmundo.es/elmundo/2005/07/08/internacional/1120835498.html
(4) http://www.bolivia.com/noticias/AutoNoticias/DetalleNoticia27518.asp
(5) http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2005/07/09/AR2005070901425.html
(6) http://www.diariodeleon.es/inicio/noticia.jsp?CAT=113&TEXTO=3888941