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Los desaparecidos de Jujuy: aquella dignidad perdida

Fuentes: Revista Wayruro

Largometraje Documental «Nadie Olvida Nada» de Wayruro Comunicación Popular ¿Son suficientes 80 minutos para medir la magnitud de una tragedia? La última película documental del realizador jujeño Ariel Ogando «Nadie olvida nada», intenta responder sin dejar de lado la frescura. A pesar del dolor y del desgarro. Es casi como un corte transversal de la […]

Largometraje Documental «Nadie Olvida Nada» de Wayruro Comunicación Popular

¿Son suficientes 80 minutos para medir la magnitud de una tragedia? La última película documental del realizador jujeño Ariel Ogando «Nadie olvida nada», intenta responder sin dejar de lado la frescura. A pesar del dolor y del desgarro. Es casi como un corte transversal de la sociedad donde acaeció la catástrofe.

El baño de sangre ejecutado por la última dictadura militar argentina, inundó también el siestero atavismo del norte del país. Pocas cosas iban a seguir siendo iguales, aunque la amnesia, la pátina engañosa del olvido hayan querido exorcizar todo el paisaje. Este film, en casi 80 minutos, destraba por primera vez el dique manso de aguas, en realidad, muy turbias. Y nos invita sin exaltación, a que reconozcamos otra vez aquel paisaje doméstico y pasmoso. Los espontáneos espacios donde quedaron suspendidos ciento nueve sueños. Ciento nueve documentadas razones para transitar hoy con cierto estremecimiento toda la comarca de voces, osadías y miedos de ciento nueve evidentes pulsos robados al conjunto de silencios y traiciones, en medio de la más honda y pestilente noche que conoció jamás la sociedad jujeña. El film hace su eje allí y timonea en órbitas sucesivas guiada por testimonios firmes y equilibrados de los que han sobrevivido al espanto, para quienes de seguro la memoria no se puede traducir a un pequeño parque en las afueras, a un fragmento breve del entorno.

Es lamentable que Olga de Aredes ya no esté con nosotros. Quedó en esta película posiblemente su última declaración. Nos dirá, certeramente, que antes en los ingenios a los rebeldes y contestadores se los llevaba «el familiar», y que más luego, las propias camionetas de la empresa con esbirros de turno. Ingenio Ledesma se llevó a su esposo y después a ella misma, matando de a poco sus pulmones.

Nosotros tenemos que saber imaginar lo que la película también sugiere. Imaginar, por ejemplo, además de los apagones, el fétido aire ledesmense. Imaginar las sotanas ensangrentadas de monseñor Medina y del cura rubio Germán Mallagray. O que en la lentitud bucólica del paraje de Guerrero funcionó un centro de tortura y muerte. Imaginar lo que sucedió, y que ocurrió justo acá, en este mismo aire liviano de montaña.

Imaginar que el asesino comisario Haig por aquellos días tomaba muy a menudo su café en la vereda de la confitería «La Royal» de calle Belgrano. Imaginar que le dio él mismo día y hora para la desaparición del profesor Vicente Cosentini, que a su vez se interesaba por la suerte de un amigo, hoy igualmente desaparecido.

Tenemos que hacer el esfuerzo e imaginar toda la placidez del cementerio de Yala quebrada por los paleos de diez o doce personas – civiles y militares – cavando en la noche hoyos para cuerpos fusilados.

Imaginar la misma geografía cruzada de exterminio. Imaginar la terrible soledad de aquellos que reclamaban. Taciturnos peregrinajes en aquellas inertes horas ciudadanas. Son los punzantes ecos que resuenan en casi 80 minutos de película, habitada de ética activa y acariciado homenaje.

Valioso intento de acercarnos hasta el presente, el archivo viviente de un puñado de voces que siguen atravesando lo más obturado del trayecto, que es la ausencia de remedio a través de la justicia a tanta atrocidad; no hay que imaginarlo demasiado.

Afinando nuestra atención, logramos advertir en el curso del testimonial, la música aplanada que se endilga por algunos resquicios que permite el discurso. Lo mismo que el paisaje se filtra en nuestra mirada, como custodia de lo medular. Entonces, la obra es un alambique donde parece que nada quedó librado al azar.

Son casi 80 minutos destinados a gravitar casi como una advertencia: la historia ajena, en algún instante también nos concierne. Bagaje intransferible de cualquier sociedad. Como tal, hemos pagado un gravoso tributo a la inercia.

Y para que el paisaje recobre un poco de la dignidad original, hará falta un largo carnaval que no nos deje dormir. Y que provenga de las voces de los justos, de los éticos, de los que no olvidan, de los que se atreven a imaginar.

La dignidad no es un bien de uso. Se la defiende con variadas armas y a cómo de lugar. No está explicitado en el film, pero es algo sencillo de imaginar.

En Jujuy existen ciento nueve documentadas razones que nos obligan a transitar con menos candidez el pasado. A indagar en el paisaje por las voces de la dignidad perdida.

Mayo de 2005.-
*Escritor, poeta, realizador y guionista.