El pensamiento conservador y neoliberal reseteó su identidad y su estrategia histórica cuando entendió que podía ganar elecciones sin necesidad de recurrir a sus ex aliados de los cuarteles.
Ya lo ha hecho en 2015 en Argentina, cuando resistió al populismo y se autoproclamó republicano y democrático. La realidad lo desmintió, pero sin embargo se reinventa: ahora se ve a sí misma como una fuerza capaz de rebelarse contra el statu quo imperante. Sí, el mundo al revés.
Porque esa derecha (que representa al poder económico y responde a los intereses de las corporaciones locales y transnacionales) pretende instalar que el peronismo/populismo simboliza al Sistema y que ella encarna la frescura rebelde. Si no, veamos lo que escribió días pasados el ex funcionario macrista Federico Sturzenegger en el diario Perfil: “El peronismo representa al statu quo hoy, y lo seguirá haciendo en la oferta electoral de 2023. La revolución quedará para otro momento. El progreso también”.
El hombre, que participó como funcionario en el tristemente célebre Megacanje del ministro Domingo Cavallo en el año 1999 y presidió el Banco Central durante el macrismo, se anima a postular que la derecha neoliberal y clasista que representa es el estandarte doctrinario que liberará a los argentinos del poder autoritario al que están sometidos. Sin embargo, en este mundo del revés que la pandemia recrudeció, no es la única voz: forma parte de una estrategia de metamorfosis o cambio de disfraz de esa derecha, justo cuando está volviéndose (en el mundo) cada vez más intolerante y atrevida.
Neoconservadores, reaccionarios, libertarios (quienes conforman, para el historiador Pablo Stefanoni, las alt right o derechas alternativas) juegan hoy la carta de la rebeldía, en su afán de atraer, con un discurso de incorrección política, a las juventudes desencantadas. Cuentan con un uso creativo en las redes sociales: utilizan el troleo como guerrilla cultural y el meme como instrumento político, tal como afirmó el escritor Juan Ruocco. Militan por la libertad contra un Estado que dispone medidas restrictivas para combatir la pandemia, pero hacen alianzas con minorías pro-dictadura. Sobreactúan una defensa a la libertad de expresión pero son intolerantes con quienes los cuestionan.
Ante la carencia de liderazgos políticos, esa derecha cuenta con financiación, medios y estrategias comunicacionales. Si ha convencido a media sociedad de que un puñado de contrabandistas y evasores -encabezados por Macri (no por Ghandi)- fueran los encargados de combatir en 2015 la corrupción K y el populismo, conviene no subestimar su poder de fuego.
Para colmo, el mundo vive un tiempo de activismo neofascista caracterizado por el despliegue virulento y desinhibido de sus modos, atacando a las minorías sexuales, a los inmigrantes, al colectivo de mujeres, a las mayorías populares, al comunismo. El filósofo italiano Franco Berardi lo define como un apagón de la sensibilidad, una avalancha de “idiotez propagada por el mundo” en forma de “rebeldía contra la ciencia y la razón”. Justo es decir que la izquierda y el llamado progresismo han generado inmensos desencantos, producto acaso de su propia incapacidad para canalizar el inconformismo contra el sistema al que históricamente combatieron. Y desde ese lugar se volvieron moderados y vulnerables.
Como si el planeta estuviese gobernado por soviets, los voceros de la reacción neoconservadora se animan a arremeter contra el poder del Estado totalitario, supresor de derechos y libertades. Y utilizan todas sus armas: tilingos que en Argentina aun vociferan por los medios y las redes sociales que el coronavirus esconde un plan para implantar el comunismo; intelectuales rebeldes que llaman a desobedecer las reglas de confinamiento y cuidado; trasnochados personajes que sugieren fiestas clandestinas masivas como represalia contra las medidas de aislamiento, o intempestivos llamados al voto calificado.
No solo el neofascismo ha logrado absorber y resignificar sentidos que pertenecen a la izquierda o al campo popular. También, al parecer, el neoliberalismo. La presidenta del principal partido opositor, Patricia Bullrich, en un comunicado conmemorativo del aniversario de la Revolución de Mayo, llamó a recuperar la mística de 1810. Y citó a Mariano Moreno: “prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”. Representante del gobierno que endeudó trágicamente al país, aumentó la desigualdad, la pobreza y el desempleo, alimentó la timba financiera y persiguió a opositores, este mediocre cuadro político de la derecha bolsonarista vernácula apela a la mística revolucionaria de los hombres de Mayo, siendo como es, una de las caras visibles del proyecto de país colonial contra el que aquellos se rebelaron.
La derecha conservadora y neoliberal en la Argentina pretende refundarse en una mitología revolucionaria basada en la lucha contra un supuesto statu quo populista imperante. Apela al discurso de confrontación contra el Estado autoritario, soviético (?), y recurre a una épica rebelde, aunque no para defender a las mayorías excluidas del sistema (a quienes detestan) sino para sostener sus intereses de clase.
Y se reinventa con un discurso inverosímil, fraudulento, insospechado de autenticidad. Detrás de su épica revolucionaria se ven los hilos de los intereses corporativos que representan. En su boca, la palabra libertad suena como un piano desafinado: es el grito de un individualismo feroz, el rechazo de todo proyecto colectivo y solidario, encarnado en un Estado asistencialista que intenta poner algún freno al delirio de la sociedad de mercado. Y en pandemia, con el grito de libertad reivindica sus propios privilegios para evadir las normas de responsabilidad social en el cuidado sanitario. Nada de controles, nada de confinamientos: “la libertad por encima de todo, que muera quien tenga que morir”. Aunque después finge horrorizarse ante el tendal trágico de víctimas de COVID que desfilan a diario por la TV.
Pero esa derecha que grita libertad termina mostrando la hilacha: pide la desaparición de su adversario (“un país sin kirchneristas”, reclamó hace días un títere del periodismo reaccionario) o de la democracia misma (“hay que formatear a la Argentina de un modo más autoritario porque la democracia no es para cualquier país”, tal como refunfuñó, amargamente, otro exponente de la prensa conservadora local). En consonancia con la violencia verbal, un artefacto explosivo sacudió un local partidario del oficialismo, la madrugada del 25 de Mayo, en Bahía Blanca. Libertad para ser violentos y suprimir al enemigo: una marca registrada.
Curiosa esta derecha. Apela a la rebeldía y a la libertad en pos de una pretendida revolución sin pueblo, al que responsabiliza por el fracaso de sus propias políticas neoliberales. Se atreve, sin pudor, a afirmar que el peronismo es el Sistema y que ella representa la épica revolucionaria que romperá las cadenas del yugo autoritario populista.
Como ya quedó largamente demostrado, cuando gobierna endeuda y somete al país y a su pueblo al juego de sus propios privilegios. Tal como afirmó Atilio Borón, “la derecha procura, siempre y en todo lugar, pasar desapercibida o adoptar nombres que oculten su verdadera identidad: “centro”, “progresista”, “moderada”, y otros eufemismos por el estilo”. Ahora es revolucionaria, rebelde o libertaria.
Este neo discurso dirigencial y mediático de la derecha argentina no es otra cosa que fuego electoral. A no dudarlo. Sin embargo, como en 2015, tampoco conviene subestimarlo.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.wordpress.com