Hace algunos meses escribí un artículo denunciando el tratamiento informativo que el Grupo PRISA, y especialmente el diario El País, daban a la realidad venezolana. Hablé entonces de una tendencia a presentar a Venezuela como un país en guerra, o, mejor dicho, a informar sobre Venezuela de la misma manera que se informa acerca de […]
Hace algunos meses escribí un artículo denunciando el tratamiento informativo que el Grupo PRISA, y especialmente el diario El País, daban a la realidad venezolana. Hablé entonces de una tendencia a presentar a Venezuela como un país en guerra, o, mejor dicho, a informar sobre Venezuela de la misma manera que se informa acerca de la realidad de cualquier conflicto bélico existente en el mundo. El Grupo PRISA hace en Venezuela periodismo de guerra, un periodismo propio del seguimiento a las evoluciones diarias de un país en guerra, no de un estado democrático donde el juego político se desarrolla principalmente en la arena del debate, la movilización ciudadana y la búsqueda de apoyos electorales. Para el Grupo PRISA Venezuela es un país en guerra, y así debe ser contado a los ciudadanos españoles.
Las crónicas, noticias y opiniones que se publican sobre Venezuela a diario, ya decíamos en aquel momento que cada día recordaban más a las crónicas, noticias y opiniones que se pudieran publicar de cualquier país en guerra. Venezuela está en guerra, en Venezuela hay en marcha un conflicto bélico del que los españoles deben ser puntualmente informados. Esa es la misión informativa del Grupo PRISA para con Venezuela.
Ahora, en un ejercicio de valentía suprema, el grupo PRISA se ha atrevido incluso a adentrarse en el corazón mismo de la guerra venezolana, en los campos de batalla donde las actividades bélicas se desarrollan a diario, allí donde los soldados cargan sus armas al hombro, y se producen los más crueles y sangrientos enfrentamientos. Todo ello lo pudimos observar en reciente documental ofrecido por CNN+ y Cuatro de nombre «Los Guardianes de Chávez», donde un intrépido reportero se adentra en las trincheras de la guerra para conocer de primera mano la opinión de los combatientes, así como poder contar en primera persona el desarrollo de las sangrientas batallas en suelo venezolano.
El reportaje no tiene desperdicio. A uno se le pone un nudo en la garganta nada más verlo, imaginando el infierno por el que tienen que estar atravesando a diario los pobres venezolanos. Es un reportaje digno de un Pulitzer. Desde este momento, no habrá una sola persona en el mundo que pueda decir que no sabe que Venezuela es un país en guerra. Un país acosado por la violencia armada, las guerrillas y los choques militares entre los partidarios de la revolución chavista, por un lado, y todos aquellos ciudadanos que sólo quieren vivir en paz y acabar con la acción bélica de los primeros, por otro. La imagen donde aparece el intrépido reportero con un chaleco antibalas, un casco militar y una pinta sui géneris propia del héroe periodístico que se va al frente de guerra a cubrir la noticia so riesgo de poner en peligro su propia vida, resumen perfectamente la intención de dicho documental: hacer llegar al espectador español los peligros cotidianos que se desprenden de la guerra a campo abierto y sin cuartel que sufren los venezolanos. Todo, por supuesto, en primera persona.
Sobra decir que no hay nada en el reportaje de PRISA que no vaya en esa línea de trabajo, salvo, si acaso, la chulería, la soberbia y la prepotencia con las que se desenvuelve un periodista extranjero entre los venezolanos y venezolanas. Por tanto, el reportaje en sí no es gran cosa. Un Totum revolutum donde se mezclan continuamente todos los tópicos ya explotados hasta la saciedad por la oposición venezolana y los medios de comunicación internacionales, además incurriendo en constantes contradicciones fácilmente detectables, y mezclando todos los temas entre sí sin el más mínimo interés por contextualizarlos, ni desde una perspectiva diacrónica, ni desde una perspectiva sincrónica. Se mezcla la delincuencia común con los grupos chavistas del 23 de enero, los líderes de éstos con el gobierno, a Chávez con las guerrillas de la frontera, las guerrillas de la frontera con las milicias bolivarianas, a ETA con todo el mundo (faltaría más, al ser un reportaje de consumo interno para el españolito medio), y así sucesivamente. Se presentan datos con el más puro sensacionalismo al estilo de la prensa del corazón o las tertulias deportivas nocturnas tan de moda ahora en la televisión española, aportando una serie de impactantes cifras (titulares) en pantalla, sin fuente de ningún tipo que pueda confirmarlas ni explicación ninguna, que se van combinando con las impactantes imágenes seleccionadas cuidadosamente por los editores del documental, así como la sugerente voz del reportero valiente, que tanto sirve para ir presentando a los diversos personajes que van apareciendo en pantalla, como para interpelar a los mismos con preguntas «inocentes», como para hacer exclamaciones existenciales a medida que sus ojos van viendo la cruda realidad en la que vive el pueblo venezolano. «Sólo ante el peligro», no hubiese sido un mal título para este reportaje.
Claro que el peligro sólo aparece cuando hay algo relacionado con el chavismo de por medio. La selección de las personas que intervienen en el reportaje está cuidadosamente medida. Mientras los partidarios del gobierno se canalizan en hombres y mujeres que pertenecen a grupos que ellos nos presentan como «armados», excepción hecha de una diputada chavista a la que hacen un par de preguntas mientras desayuna amigablemente con políticos opositores, de parte de la oposición tenemos la intervención de destacados personajes como son el caso del Carlos Ocariz, Antonio Ledesma, Alberto Federico Ravell y otros. La terna se completa con la entrevista a varios ex chavistas que ahora han cambiado de bando y se han pasado a la oposición. Mientras las entrevistas a los primeros están llenas de preguntas comprometidas, con las que buscar una frase-titular lo antes posible, las entrevistas a los segundos son una balsa de aceite, donde lo que se busca es justamente sacar rápidamente una frase-titular que vaya en consonancia con las anteriores. En ambos casos se busca mostrar el estado de guerra en el que vive Venezuela, de un lado mediante declaraciones de activistas chavistas que refuercen la tendencia a creer en el carácter eminentemente violento de los grupos a los cuales pertenecen, y, del otro, mediante declaraciones de los opositores denunciando dicha situación violenta, y acusando al Estado de ser cómplice, partícipe y responsable de la misma.
Todo resulta aún más significativo cuando sabemos que, según nos dice el propio reportaje al inicio, también existen grupos armados antichavistas, aunque al reportero valiente parece no importarle demasiado el detalle, ya que ni nos muestra nada de ellos en el reportaje, ni parece que haya tenido el más mínimo interés por buscarlos. Si además sabemos que la única acción armada de envergadura ocurrida en Venezuela durante el chavismo se dio hace exactamente ocho años con un intento de Golpe de Estado que derrocó a Chávez del poder por dos días e instauró una corta dictadura donde todos los derechos políticos y civiles de la ciudadanía fueron anulados por decreto, la cosa es curiosa.
En su paseo, el periodista nos lleva además por distintas zonas de la ciudad de Caracas. Nos lleva primero al conocido barrio del 23 de enero, bastión principal del chavismo armado, según nos dicen en el pseudoreportaje. Nos muestran muros donde hay pintadas caras de militantes de ETA, plazas con estatuas a miembros de las FARC, patrullas urbanas uniformadas que cuidan de la seguridad del barrio, y los lugares donde se reúnen estos grupos llenos de alegorías a la lucha armada, la violencia, los guerrilleros, y todas esas cosas tan terroríficas. Curiosamente, nos dicen que no existe aquí una delincuencia organizada como tal, al haber sido expulsada de los barrios por estos peligrosos grupos de choque del chavismo. Luego nos vamos de paseo a Petare. El barrio más peligroso de Caracas. Nos montamos en el coche de una patrulla policial y hacemos la ruta, donde, por fin, podemos oír los primeros tiros. Luego nos llevan a un hospital de campaña, donde no existen los más elementales servicios básicos para atender a los muchos heridos de guerra que llegan a diario al lugar. Todo ello bajo la presunción original de que Chávez y su gobierno, cuando no directamente los grupos de choque del chavismo, son responsables de la situación. Pero ¡oh! ¡Sorpresa! Finalmente nos enteramos que es un barrio que está en manos de la oposición. Un barrio donde no existen estos grupos de choque del chavismo, sino que es un barrio controlado por las mafias y la delincuencia organizada. Un barrio donde la violencia ha existido desde hace muchas décadas pero en el que, según el alcalde opositor que lo dirige, ahora está comenzando a decaer, «a diferencia de otras partes del país». Resumiendo: que en el barrio donde existen los grupos de choque del chavismo, controlados por el chavismo, no hay tiros, no hay mafias, no hay delincuencia organizada que atormente a la ciudadanía, mientras que en el barrio controlado por la oposición, donde no existen los grupos de choque del chavismo, la delincuencia campa a sus anchas, hay tiros, muertos y heridos todos los días, pero «la delincuencia está bajando». Vamos, queda clara, pues, la responsabilidad del gobierno venezolano y de los grupos de choque bolivarianos en la violencia diaria de Caracas. Clarísima.
Para después nos deja el capítulo de las guerrillas tradicionales. Se pueden encontrar en una zona fronteriza con un país como Colombia, que lleva cuarenta años en guerra civil y donde, precisamente, los territorios que limitan con Venezuela no están en manos del Estado colombiano, sino de la guerrilla de las FARC o de los paramilitares. Este dato parece ser insignificante para el intrépido reportero, pues en ningún momento nos habla de él en su crónica de guerra, como si no hubiese más remedio que equiparar las circunstancias de ese rincón de la frontera venezolana, con las que se pueden dar en cualquier punto de la geografía del Estado Español. El hombre se asusta y se escandaliza de que una pequeña guerrilla venezolana controle un casi imperceptible porcentaje del territorio venezolano, y que el propio ejército venezolano lo sepa y no haga nada por evitarlo. Es un escándalo, una situación similar a la del Ku Klux Klan en los EEUU de los años 50, llega a decir uno de los comentaristas en el debate posterior a la emisión del documental.
Sin embargo, lo que no se cuenta en el reportaje es que es verdad que en Venezuela hay asesinatos políticos realizados por grupos paramilitares, concretamente sindicalistas de izquierdas asesinados por grupos paramilitares de extrema derecha. Incluso el propio vicepresidente colombiano Francisco Santos, país donde se supone que existe el mayor número de asesinatos a sindicalistas registrados, señaló que Venezuela quintuplica a Colombia en cifras de sindicalistas asesinados. «El asesinato de sindicalistas que todavía sucede lo utilizan como herramienta contra el libre comercio, si uno mira en este continente hay tres países donde el asesinato de sindicalistas quintuplica a Colombia, el hermano país de Venezuela, es uno de ellos», indicó. No decimos que el vicepresidente colombiano esté diciendo la verdad, pero es obvio que tampoco es Venezuela un país donde los sindicalistas estén a salvo de los paramilitares de extrema derecha. Ninguno de los grupos paramilitares que llevan a cabo estos asesinatos en Venezuela, tuvieron espacio alguno en el reportaje de marras, ni se vio intención alguna por localizarlos o hacerlos públicos. El escándalo es la guerrilla bolivariana, de la que no se tienen datos de secuestros, asesinatos o acciones armadas de ocupación del territorio conocidas. Incluso un cura deslenguado se atreve a decir que una de las funciones de esta guerrilla es evitar que las FARC se instalen en territorio venezolano, dado que, según relata, hay enfrentamiento entre la guerrilla venezolana y las FARC, en tanto que la guerrilla venezolana defiende el minúsculo territorio venezolano que supuestamente controlan a su antojo.
Finalmente el reportaje acaba con unas imágenes de un reciente desfile de las milicias bolivarianas, un grupo militar, compuesto por civiles que se prestan voluntarios, cuyo objetivo, como el que se le presupone a cualquier otro ejército del mundo, es proteger a su país de posibles ataques contra su soberanía nacional. Esta ya sí que es la prueba definitiva de que el gobierno de Chávez es un gobierno armado hasta las cejas, un peligro para el mundo, una amenaza para la seguridad internacional. Un gobierno que está movilizando civiles para que tomen adiestramiento militar para que el país tenga capacidad de respuesta en caso de una agresión, interna o externa, contra su soberanía popular. Por supuesto, esta milicia urbana no sería más que el culmen de un proyecto armado que se inicia con los grupos de choque, se continúa con las guerrillas de la frontera, y que ahora se complementa con estas milicias populares directamente auspiciadas por el estado, así como con la politización del ejército nacional, en manos del chavismo.
Suponemos que el reportero prefiere un ejército mercenario en manos de los intereses de la burguesía, dispuesto a ir a hacer la guerra en Iraq o Afganistán cuando así lo ordene su amo, o a matar impunemente a 3000 ciudadanos venezolanos si estos osan levantarse contra las injusticias sociales y las inhumanas medidas neoliberales impuestas por un gobierno de turno. O, mejor aún, un ejército compuesto por mandos conservadores, formados en la academia de las Américas o similares, dispuestos a levantarse y derrocar a Chávez en el momento que así les sea ordenados por sus amos imperiales burgueses. Y, en definitiva, un pueblo desarmado e indefenso que no tenga la más mínima capacidad de reacción ante un nuevo Golpe de Estado o cualquier otro tipo de intento antidemocrático por derrocar a Chávez. Un pueblo que simplemente pueda mirar indignado como les quitan con la fuerza de las armas lo que ellos construyeron con la fuerza de los votos y el asociacionismo popular, pero sin la más mínima capacidad de respuesta, y quedándose únicamente a la espera de que los nuevos gobernantes inicien la caza, captura y depuración de todo aquel que haya movido un dedo durante el chavismo, apoyando a Chávez y/o su revolución.
Entonces, claro, ya no estaríamos en un país en guerra. Si no en un tranquilo país democrático donde unos cuantos terroristas insurgentes pretenden acabar con la paz nacional, la democracia, el Estado de derecho y la institucionalidad constitucional. Las crónicas serían bien diferentes. No habría guerra, sino intentos legítimos de un gobierno amigo por acabar con los perturbadores antidemocráticos. Todo valdría. No hay más que mirar al trato que el Grupo PRISA ha dado desde un principio a la situación en Honduras, y entenderlo. Y si quieren pruebas concretas, busquen el reportaje de Cuatro, de este mismo equipo de Reporteros intrépidos, en suelo hondureño. Verán lo diferentes que son las crónicas dadas en países en guerra (Venezuela), a las que vienen de aquellos países democráticos donde un gobierno legítimo lucha por defender la constitución y el Estado de derecho en su país contra los ataques de los rojos de turno.
El reportaje, visto lo visto, más que haberse titulado «Los guardianes de Chávez», debería haberse llamado «los guardianes del imperio». Sería, sin duda, un título más acorde al espíritu del reportaje, tanto por el nivel de sus contenidos, como, sobre todo, por la categoría de los intrépidos reporteros que lo han llevado a cabo. Ellos sí que son buenos guardianes de los intereses de sus amos. Simples perros guardianes.
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