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Los Kirchner

Fuentes: La República

La súbita e inesperada desaparición del ex presidente argentino Néstor Kirchner le otorga una dosis incalculable de angustiosa incertidumbre al futuro político de ese país. Precisamente la que con la muerte queda expuesta, de manera dramática y desgarrada, como fragilidad institucional y anorexia política de construcciones colectivas. Un balance de conjunto, requerirá más de una […]

La súbita e inesperada desaparición del ex presidente argentino Néstor Kirchner le otorga una dosis incalculable de angustiosa incertidumbre al futuro político de ese país. Precisamente la que con la muerte queda expuesta, de manera dramática y desgarrada, como fragilidad institucional y anorexia política de construcciones colectivas. Un balance de conjunto, requerirá más de una columna. Es que esta incertidumbre resultante, refleja la contracara de la política, no su reafirmación, como sostuvo livianamente en las páginas editoriales de este diario el ex embajador argentino en Uruguay, Hernán Patiño Mayer. Kirchner no recuperó la política sino que la sustrajo (si es que algo quedaba aún), aunque sin ella haya logrado posteriormente conquistas inimaginables antes de su asunción presidencial. Porque la perplejidad e inseguridad no surge de la lacerante aunque inevitable evidencia de la finitud humana, sino de la exaltación de la personalidad por sobre el estatuto partidario, la inteligencia individual por sobre la producción intelectual colectiva, la improvisación y la astucia coyuntural por sobre el programa y la estrategia, la sorpresa por sobre la previsión y el rumbo político. Si la defunción de un individuo es tan determinante en la historia, conjuntamente con la exaltación de sus aparentes virtudes, se desnudan las miserias e incapacidades sociales para prescindir de él, para sustituirlas en otro u otros, o para forjar agrupadamente el propio destino sin aguardar salvadores o benefactores ocasionales. Sus apologistas o admiradores dejan de ser pares o compañeros para constituirse en devotos, abandonan la potencia crítica y la independencia de juicio para honrar la obediencia, la disciplina o inclusive la genuflexión. Son anónimos autores de un inexorable mito, o en otros términos, involuntarios mistificadores.

El reconocimiento de tales límites, no me ahorra lágrimas propias, contagiadas cada vez que las veo brotar de los acongojados ojos populares como resultó en desbordante magnitud, ni debilita una insaciable e inexplicable obsesión de enterrarme entre pilas de periódicos de todo el mundo para leer hasta la más mínima opinión, fútil o enjundiosa, sobre el significado de esta repentina muerte que parece haber caído como la maldición de un rayo en un árbol a punto de fructificar. Pero menos aún me ahorra la sorpresa de no encontrar entre cientos de análisis, tanto de críticos acérrimos como de apologistas, una sola línea que nos recuerde la mora explicativa del matrimonio presidencial respecto al origen de su fortuna y sobre todo las implicancias políticas de esta opacidad o disimulo para el sistema político. Tampoco acerca del carácter contadamente circunscripto y hasta cuasi secreto del colectivo que toma decisiones y el modo en que éstas son adoptadas. No sostengo que la riqueza material individual sea obstáculo genérico para la construcción de alternativas de izquierda o inclusive progresistas en los países capitalistas. Al contrario, a varios acaudalados mecenas (empezando por Engels o Fourier en el siglo XIX) debemos más de una contribución al cambio social radical. Sino que una izquierda será imposible sin límites y controles estrictos a la utilización de la política para el enriquecimiento personal. Es decir, sin un claro rechazo a la corrupción y autonomización del poder. Por eso es tan potente e indispensable el ejemplo del Presidente Electo uruguayo, que por caso dona una proporción enorme de su salario y habita lo que su oponente calificó como «sucucho», o la afirmación del Presidente boliviano Evo Morales de que de los cargos públicos se debe salir empobrecido y no, inversamente, enriquecido. Claro que no sólo sirve el ejemplo individual, que resulta siempre valioso testimonio, sino finalmente, la institucionalización de la honestidad mediante institutos de control, transparencia y publicidad.

Kirchner nació en una familia relativamente humilde. Nieto de un almacenero e hijo de un empleado postal de la árida y despoblada ciudad de Rio Gallegos y de una inmigrante chilena de Punta Arenas, asistió a las escuelas y universidad pública y desde el retorno de la democracia en 1983 fue funcionario público. Primero en la Caja de Previsión Social de la provincia (aunque un año después se vio obligado a renunciar), luego en 1987 fue electo Intendente de la ciudad hasta 1991 cuando ganó la gobernación (las reformas de la constitución provincial le permitieron la reelección indefinida) hasta por fin ser electo Presidente de la Nación en 2003. El caso de su esposa no difiere demasiado ni en sus orígenes sociales (aunque naciera y se criara en la ciudad de La Plata) ya que es hija de un chofer de ómnibus, ni tampoco demasiado en el tiempo respecto al ingreso a la función pública. Desde el año 1989 (dos después de que su esposo fuera intendente) fue electa legisladora provincial en la Cámara de Diputados de Santa Cruz (y reelecta en 1993 ). Pasó luego a ser senadora nacional por esa provincia en 1995 , aunque dos años después cambió a la Cámara de Diputados , y en 2001 fue otra vez electa senadora, repitiendo en 2005. Él pasó al menos 23 y ella 21 años de su vida cumpliendo ininterrumpidamente cargos públicos, legislativos o ejecutivos.

Afortunadamente, en Argentina, los salarios de intendentes, gobernadores, legisladores y demás altos cargos políticos, inclusive el de presidente, no son exorbitantes, aunque siempre resultan escandalosos comparados en magnitud con los salarios mínimos que perciben la mayoría de los trabajadores. Son relativamente próximos a los de jueces, decanos o rectores universitarios, secretarios de estado, directores de áreas ministeriales, gerentes, etc., que permiten vivir muy cómoda y holgadamente pero no enriquecen a nadie, ni aseguran grandes capacidades de atesoramiento pecuniario. Podrán ser causa de cierta movilidad social ascendente, pero nunca de un salto de clase. No se compran campos, edificios ni fábricas con buenos salarios. Obviamente el matrimonio pudo intervenir privadamente en los años de la dictadura en los que ejercieron la abogacía recién recibidos y que dieron lugar a rumores explicativos de que amasaron una fortuna millonaria patrocinando juicios de ejecución hipotecaria por la famosa circular 1.050 del Banco Central. Aquella que liberó las tasas de los créditos hipotecarios a la fluctuación del mercado, permitiendo a las entidades bancarias otorgar créditos a particulares sin fijar de antemano los intereses, cosa que hizo impagables los préstamos posteriormente. Pero la excusa parece una humorada, además de un antecedente desdoroso, si fuera cierto. Ni el propio Martínez de Hoz podría haber logrado en tan poco tiempo semejante patrimonio como el que declararon al presentarse a la primera elección presidencial partiendo de cero como lo sugieren los orígenes sociales expuestos. La ausencia de referencia a esta inquietud clave para toda vida política, no se explica por respeto a la investidura o el ejercicio del duelo sino que constituye una verdadera renegación en sentido freudiano, de la concepción política subyacente a este silencio. Personalmente valoro con simpatía el desalineo y desprecio por la moda que el ex presidente cultivaba tanto como rechazo la obscena exhibición de signos de distinción consumista de su esposa. Pero la ausencia de preocupación por el tránsito ostensible entre mansiones y hoteles propios distantes cientos de kilómetros entre sí, de jets privados (y públicos para uso privado) y vida de jet set, se explica por la naturalización tinellizada de la corrupción y la despolitización de la sociedad argentina a la que contribuyó también el kirchnerismo sin que parezca hoy interesado en revertir.

No es ajeno a esta desinstitucionalización referida el hecho de que hasta las reuniones de gabinete se han suprimido para sustituirlas aparentemente por la interacción personal con cada ministro o secretario, o al menos eso podría deducirse ya que también fueron eliminados mecanismos de comunicación con la sociedad como las conferencias de prensa y la información sistemática de la agenda. Esta suerte de gestión en cenáculo, de círculo áulico del que por lo general fueron excluyendo a los más progresistas e independientes exponentes originales (como González García, Bielsa, Filmus o Bonasso) refuerza el carácter insustituible del «jefe» y el culto a su personalidad. Encaja además muy bien con el funcionamiento verticalista del peronismo en general, con el manejo chantajista de la caja para las intendencias y gobernaciones, con la distribución desigual de la coparticipación federal, con el disimulo de sus corruptelas, y permite explicar el por qué del fracaso o sabotaje de la declamada y nunca efectivizada «transversalidad» o la organización de bases autónomas, autorganizadas o no tuteladas o punteriles.

Buena parte de mis amigos y colegas están fascinados con los resultados de la experiencia del kircherismo. Sean los varios que ocupan cargos en el poder del estado o los que se nuclean en el espacio llamado «Carta Abierta». Les reprocho omitir estos problemas y encubrir sus consecuencias políticas y concesiones, además de frenar indirectamente potenciales procesos de recomposición de las fuerzas progresistas e impedir la ruptura de alianzas con las fracciones más corruptas de los punteros municipales y la burocracia sindical. Pero no les falta razón cuando caracterizan a las fuerzas antagonistas. Este espacio sostiene además que los gobiernos del binomio Kirchner han sido, después de Perón, los mejores de la historia argentina. También disiento con eso. Creo que, si bien es muy difícil comparar momentos históricos y exigencias divergentes en el tiempo, los de los Kirchner han sido, desde el punto de vista de la radicalidad y efectividad de las medidas, los mejores gobiernos de la historia del país. Dejaré para el domingo próximo la fundamentación de esta tesis, pero me adelanto a sintetizar que Perón jamás hubiera impulsado o acompañado medidas en el plano de los derechos humanos, la independencia judicial y las relaciones exteriores, como las que promovieron los Kirchner.

Si a algún progresista sólo le interesa el qué y no el cómo, no puede dejar de nuclearse allí. Si no le preocupa el sostenimiento de las conquistas sociales más allá de la vida de sus impulsores originarios, si considera a la política una rama de la filantropía, menos aún. Si se valora y comparte el lamentable lema popular de que «roban pero hacen» es claro que no habrá mejor opción.

Pero el riesgo del personalismo carismático es que el hachazo invisible y homicida, como metaforizó Hernández la muerte, quiera llevarse también las enormes e insoslayables conquistas que impulsó y motorizó su reciente víctima.

Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.  

Fuente original: La República

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.