El establishment, integrado por corporaciones extranjeras en un 70%, celebró estruendosamente el sorpresivo anuncio de la Presidenta de cancelar la deuda con el Club de París. Esta vez, va a resultar difícil argumentar -como ocurrió en el caso del FMI- que se trata de una decisión «nacional y popular». Es a todas luces la señal […]
El establishment, integrado por corporaciones extranjeras en un 70%, celebró estruendosamente el sorpresivo anuncio de la Presidenta de cancelar la deuda con el Club de París.
Esta vez, va a resultar difícil argumentar -como ocurrió en el caso del FMI- que se trata de una decisión «nacional y popular».
Es a todas luces la señal que un gobierno debilitado emite en dirección al poder real, el de los temibles «mercados», que regresaron con el cuco del «riesgo país», la famosa «vulnerabilidad externa» y la vieja patraña de las inversiones extranjeras que vienen a salvarnos (ver Marsans-Aerolíneas, etc.).
Es paradójico que se elija el Día de la Industria para anunciar el desembolso y, de un saque, 6.706 millones de dólares de las reservas del Banco Central, para contentar a los que nos amenazan con limitar nuestros créditos internacionales si no «regresamos al mundo» (es decir, a los noventa). Ya en marzo, el embajador de Francia advirtió que no habría créditos blandos para el proyecto del tren bala si no se arreglaba con el Club de París. Y el arreglo pasaba por aceptar el visto bueno del FMI o «pagar cash». Más claro…
En los momentos más álgidos de la «guerra gaucha», los portavoces locales del «regreso al mundo» empezaron a postular que se debía abandonar por completo el actual esquema cambiario dejando que el dólar cayera, a sabiendas de que eso significa incremento del desempleo. Después del «Cletazo», desde el gobierno se dejó de sostener el dólar caro. Era una señal de «sensatez», de regreso a medidas ortodoxas.
Con el argumento relativamente razonable de que se debía crear un colchón financiero para ponerse a resguardo del huracán que amenaza al mundo, se defendió a capa y espada la intangibilidad de las reservas aposentadas en el Banco Central. Que sí se pueden usar parcialmente para pagarle al Club de París pero no, por ejemplo, para crear un Banco de Desarrollo Industrial como el que propusimos en un proyecto legislativo que duerme en Diputados desde 2005.
Una fórmula que usó Brasil exitosamente con el Bandes, que ahora vendría a apoyar a empresarios argentinos, en proyectos reducidos y acotados. Una fórmula, esa sí «nacional y popular», que empleó el primer gobierno de Perón, para que el Estado se apoderase de parte del excedente agropecuario y lo empleara en promover la industria nacional.
No hay que leer en estas líneas una crítica obtusa a las inversiones extranjeras genuinas o el infantilismo de negar la correlación de fuerzas a nivel mundial. Hay frustración y cansancio al advertir que carecemos de un modelo de país y que nuestros recursos genuinos no se emplean en función de un plan de desarrollo, en el que la inversión pública (no el gasto) debe jugar un papel decisivo. Como ocurrió en el caso de Brasil, que impulsó con gran fuerza su desarrollo industrial para recién buscar un lugar en los mercados financieros internacionales. Y un lugar que no fuera el de un simple subordinado.