En la información que habitualmente se ofrece sobre Palestina hay vacíos y realidades que no se insertan en la agenda mediática. Una de ellas es lo que sucede en los territorios ocupados por Israel cuando no hay grandes bombardeos ni masacres. Se informa muy escasamente de la vida cotidiana del pueblo palestino, de su hospitalidad, […]
En la información que habitualmente se ofrece sobre Palestina hay vacíos y realidades que no se insertan en la agenda mediática. Una de ellas es lo que sucede en los territorios ocupados por Israel cuando no hay grandes bombardeos ni masacres. Se informa muy escasamente de la vida cotidiana del pueblo palestino, de su hospitalidad, de su amabilidad y de la capacidad de resistencia frente al ejército invasor. «La verdad importa y el periodista ha de buscarla, aunque hoy esa búsqueda se haya sustituido por el simple hecho de presentar las versiones de los actores», afirma la periodista Teresa Aranguren, quien ha participado en un acto organizado en Valencia por el BDS-País Valencià. «A los palestinos sólo los vemos como víctimas o verdugos, pero siempre en relación con la violencia», agrega.
Teresa Aranguren inició su larga trayectoria periodística en la sección internacional del periódico «Mundo Obrero», en 1981. Un año después cubrió la invasión del Líbano por parte del ejército israelí. Entre 1986 y 1989 trabajó en el diario «El independiente», para el que informó desde Teherán de la guerra entre Iraq e Irán. En 1989 se incorporó a Telemadrid como corresponsal de guerra. Para el ente público cubrió la guerra del golfo y el conflicto de Yugoslavia. Es autora de los libros «Palestina: el hilo de la memoria», «Olivo roto: escenas de la ocupación» y el más reciente «Contra el olvido», publicado junto a Sandra Barrilaro. Actualmente es miembro del Consejo de Administración de RTVE a propuesta de Izquierda Unida.
-Como reportera especializada en el mundo árabe de amplia experiencia, ¿qué carencias detectas en el cronista y el reportero que se acercan a la realidad palestina?
-Los periodistas no somos marcianos, sino productos de nuestra sociedad. Los periodistas reflejan por tanto los estereotipos, prejuicios y valores de la sociedad de la que proceden. Pero el periodista, especialmente el del área de «Internacional», es también el que informa sobre otros. A lo largo de mi carrera, he constatado el «choque» que representa para el informador occidental, que participa de nuestra visión del mundo, llegar a Palestina para contar lo que pasa. Ocurre que Israel somos nosotros, Occidente. Quien se desplaza a la zona lleva consigo el relato, la percepción y el trasfondo cultural israelí; aunque después Israel no sea realmente tan Occidente como le gustaría ser. Pero hay un profesional que llega con una mirada predispuesta… Por eso, creo que lo primero que tiene que hacer un periodista es desprenderse de las anteojeras.
-¿Y de qué modo se quita el periodista los prejuicios?
-Creo que hay que empezar por hacer un ejercicio de humildad, de saber que uno no sabe, que puede interpretar incorrectamente o al revés la realidad o los textos. Recuerdo mi primera inmersión en el mundo árabe, que fue muy traumática: la invasión del Líbano por Israel en el verano de 1982. Antes del desplazamiento leí unas crónicas en las que se contaba con ironía, algo despectiva, aquello que el periodista hallaba en las calles de Beirut. Las crónicas hacían referencia a jóvenes libaneses en las que todos estaban muy ufanos y le sonreían al periodista. El corresponsal transmitía la idea de que se trataba de gente árabe inconsciente y contenta con la coyuntura de guerra. Pero cuando conoces un poco más la sociedad libanesa o palestina, te das cuenta de que, por principio, todo árabe que se encuentra con alguien -y más si es un forastero- va a sonreírle. La sonrisa es el primer gesto con el que se comunican.
-Pero la objetividad no existe…
-La obligación de un periodista es contar lo que pasa, una vez se ha establecido como válida la idea de que no es posible la objetividad. Pero tampoco existe la democracia, la libertad ni la justicia, aunque sí el esfuerzo y la búsqueda de estos principios. La objetividad consiste en buscar la realidad, en intentar enterarse de lo que ocurre. Pero esto se ha sustituido por las versiones de la realidad, es decir, eres objetivo si le pones el micrófono a un joven palestino en una calle de Jerusalén y luego te trasladas a la calle Ben Yehuda para hablar con un israelí. La realidad es compleja y las versiones forman parte de ella, pero no la explican ni la muestran. Hay que buscar hechos y datos. Sobre todo, porque hay versiones que se difunden precisamente para oscurecer la realidad. La versión israelí, poderosísima, contamina la percepción de la mayor parte de los periodistas occidentales.
-¿Qué se deja de contar, en tu opinión?
-Por ejemplo, la vida de la gente palestina. Sólo los vemos como víctimas o verdugos, pero siempre en relación con la violencia. Somos incapaces de ver qué ocurre cuando no hay un gran bombardeo con 20 muertos. ¿Cómo se desarrolla la vida de la población palestina? ¿Qué implica pasar todos los días por un check-point para llegar a tu casa? Tal vez la crónica que más acertadamente reflejaría la vida de la población palestina, hoy, fuera plantarse en un check-point de los territorios ocupados y hablar con la gente. Con describir eso ya estás transmitiendo una parte significativa de la realidad.
-¿Qué otros asuntos aparecen raramente en las crónicas de los corresponsales radicados en Palestina?
-La capacidad de resistencia de la población. Los que viajamos desde Europa, al menos en mi caso, pensamos que la situación es cada vez peor, con más asesinatos y asentamientos. Te indignas. Pero casi siempre la familia, el guía o el traductor palestino son quienes te sitúan en la realidad; te aplacan. Es la capacidad que tienen de no volverse locos como elemento clave de su potencial para la resistencia, de continuar siendo personas que no se dejan destruir. De hecho, los ocupantes se centran en quebrar esta capacidad de aguante y los vínculos de solidaridad interna. El muro, aunque digan que se levanta para evitar atentados palestinos, lo que hace básicamente es separar ciudades, por ejemplo Nablus de Calquilia. O hacer que te cueste varias horas, si el check-point de entrada a Belén está cerrado, recorrer los 12 kilómetros que separan Jerusalén de Belén. Cuando alejan a palestinos de palestinos, quiebran esa capacidad de resistencia.
-¿Ha cambiado la perspectiva en los últimos años?
-Creo que sí, la situación antes era peor. Pero ya decía que el periodista occidental no ve a la población palestina a un mismo nivel, es como si perteneciera a otra categoría humana. Los israelíes visten como nosotros, se nos parecen. Es la incapacidad, en un contexto atroz, de ver al otro como a un ser humano que sigue esforzándose en eso, en ser humano. Siempre me he sentido defendida por la población palestina. He tenido claro siempre que en caso de un tiroteo podría resguardarme en su casa, cosa que no tengo nada claro en el hogar de una familia israelí. La hospitalidad, la afabilidad y el buen trato, que cualquiera que vaya a Palestina puede vivir, no se refleja en la transmisión de las noticias.
-Visto lo que no se cuenta sobre Palestina, ¿cómo enfocabas tus crónicas?
-Considero que las mejores fueron las de 2002, cuando el ejército israelí volvió a ocupar las ciudades de Cisjordania. Había muchos periodistas en la zona, pero no podían entrar en las ciudades, que se hallaban bajo toque de queda. Tampoco pudo la Cruz Roja, los diplomáticos o los delegados de Naciones Unidas. Pero en ese momento había un acceso a la ciudad de Belén que te permitía entrar caminando. Era Belén una ciudad muerta, con las calles vacías y las ventanas cerradas, donde oías el ruido de los tanques al pasar. De pronto asomó una señora por una ventana y nos dio la bienvenida. Subimos a su casa, donde nos ofreció un té. Ella estaba a punto de parir, allí, con su familia y sin poder acceder al hospital. Fue la crónica del Belén cercado, bajo toque de queda, la infusión que te tomas, el intento de entenderte en inglés y el abuelo, músico, que tocaba el laúd. Precisamente la crónica terminó con el abuelo tocando un pasodoble. Esto reflejaba la capacidad de seguir resistiendo en medio de una guerra atroz. Uno de los miembros de la familia había muerto, unas calles abajo, por los disparos de un francotirador. El cadáver llevaba una semana en la casa…
-¿Cómo combatir los «apagones» informativos y defender la independencia del periodista de todo tipo de presiones?
-Es verdad que dos muertos palestinos no son noticia, hacen falta 20. Sin embargo, creo que hay algo que no podemos permitirnos: la excusa de que el periodista es un mandado. Ciertamente hemos de ser muy conscientes de las condiciones deplorables de la profesión y de la falta de medios (cada vez se envía a menos periodistas a la zona); pero el periodista tiene una voz que no tiene el ciudadano, ya que le ve, oye y lee mucha gente. Eso requiere una responsabilidad. Cuando se trata de una situación de ocupación y guerra, sabemos que los periodistas no matan pero pueden ayudar a que otro mate. No vale la excusa de que no se puede hacer nada, de que uno es un simple redactor. Al menos puede decir «no», eso no lo hago o no lo firmo. Puede que no te renueven el contrato, pero es que hay gente que está muriendo…
-Pensando en general, ¿tienen sentido las corresponsalías internacionales en un formato como el que impone la televisión? ¿No podrían locutarse desde Madrid esas piezas de menos de un minuto sobre cumbres de jefes de estado y grandes anuncios o declaraciones?
-Creo que eso forma parte de la degradación del oficio periodístico. Yo sí considero fundamental la red de corresponsales de TVE. Pero es verdad que la labor de un enviado especial o de un corresponsal no consiste en contar el panorama general. Para eso está mejor en la redacción, donde a uno le llegan los teletipos y cuenta con mayores comodidades. Ahora bien, el periodista que está en el lugar de los hechos puede aportar el detalle. La realidad o la verdad se hallan muchas veces en esos detalles. Es la búsqueda de algo que no está en los teletipos, y que te lo puede dar el reportaje en un barrio (no hace falta que sea en zona de guerra) por ejemplo de Berlín, hablando con los vecinos; eso no te lo da el panorama general, y es una información sin la cual estás manco: te quedas en un lenguaje del tipo «nuevos esfuerzos para retomar el proceso de paz». Muchas crónicas se han hecho así. Sin embargo, un reportaje sobre nuevos asentamientos en Cisjordania y lo que suponen para la vida de la gente, te da mucho más. El problema de no tener periodistas en los sitios es que la información se queda vacía de realidad, y te quedas en el lenguaje político y diplomático. Pero la vida no se reduce a eso.
-¿Cómo se busca la verdad?
-Antes en el periodismo se buscaba la realidad, pero ahora con los recortes empresariales se considera innecesario. Y se sustituye por un ciudadano que a través del teléfono móvil te envía unas imágenes. Me parece peligroso. Creo que es muy importante que el periodista se documente al máximo. La verdad importa, y hay que buscarla. Es lo que más se parece a la realidad. Por ejemplo, el departamento israelí que atiende a los periodistas y les concede la autorización para moverse por los territorios ocupados es muy eficaz. Llegas y desde el primer momento te ofrecen reportajes. Un hospital donde hay un psiquiatra que atiende a víctimas de atentados palestinos, una visita a un centro militar, a un Kibutz… Y así, sin parar. Puedes no moverte del hotel de Jerusalén y esperar a que te llamen de la oficina de prensa israelí. Yo nunca he ido a una de esas ofertas. Pero cuando he vuelto a España, me han continuaban llegando mensajes al móvil ofreciéndome reportajes. Son muy insistentes y eficaces, y más si saben que no eres proclive.
-Por último, ¿qué aporta la veteranía en el oficio periodístico?
-Al periodista que llega de nuevas, la administración israelí le da muchas felicidades para al día siguiente tener una crónica «in situ». Hay que estar un poco avisado ante ello. Cuando uno no conoce nada, a veces sigue la corriente muchas veces sin tener siquiera mala fe. Pero el periodista un poco especializado es un incordio, una «mosca cojonera». Cuando te llaman de la redacción, diciendo que hay un teletipo que informa sobre una apertura de un nuevo frente de combate o que el Imán de Jerusalén llama a la Yihad, yo que llevo un tiempo y tengo una cierta edad, puedo decir que eso esa información es una tontería. Pero el periodista recién llegado y que no conoce la zona, está a merced de las exigencias del jefe de redacción -que sólo busca un titular- y las ofertas de los gabinetes de comunicación israelíes.
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