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Desde los calabozos de la policía secreta colombiana en Barranquilla

Los mismos errores

Fuentes: Rebelión

El Estado no cambia. Las equivocaciones que nos han llevado de guerra en guerra por toda nuestra historia Republicana, se cometen una y otra vez, actualizándose entre ambientes cada vez más hostiles. El trabajo valiente de abogados penalistas y defensores de Derechos Humanos ha descubierto en Colombia una avalancha de procesos penales «fabricados» a la […]

El Estado no cambia. Las equivocaciones que nos han llevado de guerra en guerra por toda nuestra historia Republicana, se cometen una y otra vez, actualizándose entre ambientes cada vez más hostiles.
El trabajo valiente de abogados penalistas y defensores de Derechos Humanos ha descubierto en Colombia una avalancha de procesos penales «fabricados» a la medida de quien quieren acallar.
Políticos independientes, sindicalistas, estudiantes, maestros, académicos, periodistas y científicos han sido involucrados en delitos impensables y algunos de ellos no obstante haber desmantelado la farsa, terminan muertos a tiros en las calles, como le ocurrió miserablemente a Raúl Correa de Andreis para citar solo un caso de los más sonados en los últimos años.
Somos todavía un país que no soporta pararse frente a un espejo. Como el leproso que se mutila con las uñas los `pequeños pedazos periféricos de su piel inerte, así el país se arranca pedazos vitales, elimina, obstruye o calla las voces que podrían sacarlo de su ruina.
Ostentamos el triste record de ser el país más peligroso para el ejercicio del periodismo en América. Con unos medios plegados al poder político y sus aparatos, el periodista independiente se convierte en una molestia a la cual hay que detener con la injuria, el temor o las balas.
La familia como, una institución del periodismo colombiano, ha sido un triste ejemplo de cómo el «para – estado» llega a extremos demenciales con el fin de sacarse de encima la voz de su propia realidad. Quizás haya sido ese el único caso en el mundo en el cual a un diario primero le matan a tiros a su director y luego borran, con una bomba atroz, toda su planta física.
Simplificar ese episodio de la historia del periodismo colombiano a una guerra entre los Cano y el narcotraficante Pablo Escobar, es una conclusión miope. Lo que era Pablo Escobar en vida, hoy está multiplicado por cualquier cantidad en todo el país, el Estado y sus instituciones. El mismo Estado que lo creó, se deshizo de él con un balazo en la cabeza. Y hoy, sus métodos de secuestro de periodistas, de intimidaciones, compras de conciencia, acorralamientos y ejecuciones extrajudiciales parecen una política oficial dentro de un Estado que sin pena ninguna, sigue cometiendo los errores de hace un siglo.
*Corresponsal de teleSur en Colombia.