El gobierno de Kirchner llegó al poder con la consigna de recrear «un país normal». Su trabajo fue cerrar la brecha abierta en diciembre de 2001 y su eficacia fue indudable. Tanto que para mucha gente, incluso para muchos de aquellos que suelen creer tener una «mirada crítica», lo más importante es conservar la normalidad. […]
El gobierno de Kirchner llegó al poder con la consigna de recrear «un país normal». Su trabajo fue cerrar la brecha abierta en diciembre de 2001 y su eficacia fue indudable. Tanto que para mucha gente, incluso para muchos de aquellos que suelen creer tener una «mirada crítica», lo más importante es conservar la normalidad. Sí, están de acuerdo con cambiar algunas cosas. Pero, eso sí, sin alterar la normalidad. ¿Cómo se lograría? No lo saben. Sólo saben decir: «estamos de acuerdo con las reivindicaciones. Pero no con la forma». Jamás dirán qué método genial habría que utilizar, porque jamás le pondrían el cuerpo a ninguno.
Miles de estudiantes y docentes, hace años y años, acumulan cuatrimestres en situaciones imposibles, decadentes, patéticas. La responsabilidad central por ello es de todos los que gobernaron la universidad, dirigieron el ministerio de educación y ejercieron la Presidencia de la Nación. Esa es la normalidad.
Y bien, un intento por alterar esa normalidad tan querida resulta ser una monstruosidad amenazante, un intento autoritario por dejarnos sin cursada, sin trámites, sin actas! (oh Dios, las actas!).
Los normalizantes en general se presentan con una postura que aparenta abrevar en la no-política, desprovista de intereses particulares en la búsqueda del bien común. Sin embargo, quien la enuncia, antes o después, siempre termina citando un caso individual para dar cuenta de la crisis que provoca la falta de normalidad («en mi caso son las últimas dos materias», «hace doce, doce días que quiero presentar un papel y no puedo»). Son los que quieren buscar otros canales de diálogo, pero en cuanto vuelva la cursada que no entre nadie a interrumpir en mi curso, eh. No se dan cuenta que la toma los obligó a hablar de algo más que de sus propios deseos y necesidades.
Los normalizantes son el gran producto de esta sociedad. Son el kirchnerismo. Son la necesidad de conformarnos con lo escaso que nos dan y operar con ello, porque diciembre de 2001 fracasó y esto es lo mejor que hay y que habrá. Son la claudicación. Jamás lo dirán, pero a ellos cambiar las cosas les parece mucho. Prefieren la sanción de leyes.
Lo más triste, de todos modos, lo encontramos en aquellos, especialmente profesores, que se escudan en los normalizantes para esconder su preferencia política. Cercanos a la gestión de la Facultad, cercanos al kirchnerismo, adoran a los adolescentes que enfrentan a Macri pero no quieren tanto a los jóvenes que criminalizan a un gobierno que subió tanto el presupuesto en educación. A veces no recuerdan que Filmus y Sileoni gestionaron la Educación en la Ciudad.
Muchos de ellos solían, como Laclau, teorizar sobre estrategias socialistas y hoy se conforman con destellos de populismo. Curioso, enfrentaron a la derecha normalizadora en el debate por el matrimonio igualitario. En una gran acrobacia intelectual, ahora encabezan el frente normalizador y exigen actas y garantías republicanas para continuar con un cuatrimestre que prometía producir una catarata de conocimiento.
Sería bueno que tanta pasión puesta en analizar minuciosamente a los estudiantes que toman y sus metodologías fuera utilizada también para reflexionar sobre el rol de los miles de estudiantes que nunca jamás se comprometen con nada que vaya más allá de sus necesidades personales y que prefieren una normalidad horrible que les permita seguir su inexorable curso de mediocridad; sobre la situación de miles de docentes que privilegian sus carreras y la acumulación de prestigio y ocultan su abandono de posiciones (ya no revolucionarias) progresistas a cambio de prebendas burocráticas; y, finalmente, sobre cientos de ex intelectuales, hoy autoridades de la Universidad, que buscan crear y recrear sus impotentes espacios de poder.
Ellos son la normalidad.