El mayor desafío de las más de dos décadas en el poder del presidente ruso Vladimir Putin, se resolvió sin sangre, pero para los medios occidentales ha mostrado la debilidad de su régimen y de su estrategia en Ucrania, donde quedó demostrado que fuerzas de mercenarios combaten junto al ejército regular sin orden y, a veces, en confrontación.
Después de apuntarse aparentes éxitos como el control de la importante ciudad sureña de Rostov del Don y de algunas guarniciones militares, Prigozhin reculó y aceptó el acuerdo mediado por el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, que acuerda que se trasladará a territorio bielorruso con garantías para su vida y las de quienes lo secundaron, Los miembros de Wagner que no participaron en el motín podrán integrarse al ejército regular ruso.
La noticia de la rebelión cayó como balde de agua fría sobre el Kremlin. En su breve mensaje a la nación, la mañana del sábado el mandatario ruso calificó la decisión de Prigozhin de “traición” y “puñalada por la espalda” al ejército y al pueblo rusos.
La directora del canal de televisión estatal ruso Russia Today (RT), Margarita Simonyan, sostuvo que “sin duda, la rebelión del grupo Wagner contra el Kremlin fue un acto organizado por los servicios de inteligencia del Reino Unido, Estados Unidos y quizás uno de la región de Asia Occidental”. El canal de televisión israelí i24 News se hizo eco de dicha declaración, señalando que Simonyan se refería al régimen israelí, específicamente a su servicio de espionaje, el Mossad.
Es arriesgado aventurar cualquier pronóstico acerca del impacto que esta efímera aventura tendrá en la moral de las tropas rusas, en la capacidad de Putin de mantener su autoridad, en la estructura de mando de sus fuerzas armadas y, en última instancia, en el desarrollo de las operaciones bélicas en el extenso frente ucranio.
Lo que dejaron en evidencia esas 24 horas de amotinamiento fue el carácter propagandístico de los grandes medios de comunicación occidentales; su alineamiento total con la agenda de los gobiernos y las corporaciones que hacen de la guerra un gran negocio y el mejor pretexto para desviar la atención de sus graves problemas internos; la rusofobia que plaga a sus redacciones y que se abstiene de cualquier objetividad.
Es lo que el comunicólogo Aram Aharonian llama “la internacional del terror mediático”, que se aprovecha a diario del asesinato de la verdad. Al menos desde la invasión a Irak.
El episodio puso al descubierto nuevamente la total falta de escrúpulos con que empresas mediáticas de pretendido prestigio están dispuestas a inventarse noticias, sea para ganar la encarnizada lucha por las audiencias o para empujar narrativas con la expectativa de que la contaminación informativa termine por convertir sus anhelos en realidades.
Lo que omiten los medios occidentales es que Ucrania se ha convertido en un territorio de alta participación de organizaciones militares privadas que responden a los Estados Unidos y, en general, a las principales potencias de la OTAN. Los beneficios de utilizar este tipo de empresas privadas son claros para los gobiernos: las compañías privadas gozan de amplias libertades y muchas menos restricciones a sus operaciones que los ejércitos regulares.
Y las formalidades se vuelven más tenues cuando los contratistas son grandes corporaciones armamentistas interesadas en trasladar y probar nuevos equipos directamente en el terreno en el conflicto. Tras los asesinatos cometidos por los mercenarios en Irak y Afganistán, los gobiernos de EEUU y la OTAN procuraron situar bajo las sombras los contratos con organizaciones militares privadas o a rechazar su vinculación si ésta se hace pública.
Los gobernantes ucranianos y sus aliados celebraron la revuelta como una señal de debilidad rusa, un indicio del inminente desmoronamiento de las fuerzas armadas y el punto de inflexión que llevará a la victoria final de Kiev en el campo de batalla.
Lo que dejó en claro el episodio, es que se convierte en una advertencia sobre el peligro a permitir o estimular el surgimiento de milicias privadas que no responden a otro interés que el lucro y que se encuentran sujetas a la voluntad de individuos como Prigozhin, temerarios, inmorales y ajenos a cualquier miramiento ético en la búsqueda de sus objetivos. Todos recuerdan la salvaje intervención de los mercenarios de la estadounidense Blackwater junto a tropas estadounidenses en Irak.
Según los medios, que diagnosticaron la caída no solo de Putin sino de Rusia, los servicios de Inteligencia de Estados Unidos había sido avisado de una posible rebelión del grupo de mercenarios Wagner y de su líder, Yevgeni Prighozin, un día antes de la rebelión de la tarde-noche del viernes con la toma de la ciudad de Rostov, sede del cuartel del mando sur del Ejército.
The Washington Post señaló que Prigozhin habría ofrecido a las autoridades ucranianas revelar la posición de las tropas rusas que participaban en la guerra. Moscú habló de fake-news, Prigozhin dijo que era algo ridículo. Pero el Post ya había hecho su trabajo de desinformación.
Los documentos, filtrados a través de Discord, dicen que Prigozhin realizó la oferta a finales de enero, en medio de grandes bajas en las filas del Grupo Wagner: contactó con los servicios de Inteligencia militar ucranianos (HUR) para trasladar que, si Kiev retiraba a sus fuerzas de Bajmut, daría a Ucrania información sobre la posición de tropas rusas.
Serguei Shoigú, ministro de Defensa ruso, uno de los apoyos claves de Putin desde su llegada al poder, siempre consideró un advenedizo a Prigozhin, un empresario que pasó diez años en prisión y que se forjó vendiendo perros calientes en las calles, regentando restaurantes, explotando minas de oro en África y, finamente, logró una vertiginosa ascensión como contratista militar, patrón de los mercenarios del Grupo Wagner.
El choque entre Prigozhin y Shoigú había disparado la tensión en las fuerzas armadas rusas. El momento clave ocurrió el 10 de junio, cuando el Ministerio de Defensa ruso ordenó a Wagner que se acogiera a la política del gobierno por la que todos los grupos de voluntarios armados debían firmar contratos con el Ejército.
El viernes, Prigozhin, decidió romper de manera definitiva con los altos mandos militares rusos, amotinar a sus tropas y emprender una marcha hacia Moscú para exigir que le entregaran al ministro de Defensa, Serguei Shoigu, y al jefe del Estado Mayor, Valery Gerasimov, a quienes responsabiliza por los malos resultados de la guerra en Ucrania.
Los mercenarios, paramilitares y presos sacados de las cárceles del grupo Wagner fueron hasta ahora la punta de lanza de la ofensiva rusa contra Bakhmut, en la región minera de Donetsk, donde los ucranianos erigieron su bastión en la parte del Donbás que había escapado a la conquista rusa y donde se desarrollaron duros combates, con miles de muertos por ambas partes, pero sobre todo en las unidades atacantes Wagner.
La elección que hizo Putin de romper con Prigozhin tiene un problema: detrás queda un ejército de 25 mil combatientes armados con tanques, carros blindados, cañones y el arsenal que les quedó de su asalto a Bakhmut.
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)