Recomiendo:
0

Los tiempos de la construcción política de la utopía

Fuentes: Rebelión

Las disputas electorales, los intereses partidarios, la coyuntura, la urgencia política, medidas, decisiones, objeciones y oposiciones, todo ello conforma la dinámica política cotidiana. Esta forma de pensar y presentar a lo político potencia un aspecto central del juego de poder que es el de las relaciones de fuerza institucional. Hay otra relación de fuerza que […]

Las disputas electorales, los intereses partidarios, la coyuntura, la urgencia política, medidas, decisiones, objeciones y oposiciones, todo ello conforma la dinámica política cotidiana. Esta forma de pensar y presentar a lo político potencia un aspecto central del juego de poder que es el de las relaciones de fuerza institucional.

Hay otra relación de fuerza que se desdibuja, desnominaliza, rehuye y de ese modo queda obturada. Es la relación de fuerza que se piensa fuera de los tiempos electorales, y que se vincula directamente con la necesidad de construir un proyecto político alternativo no a este gobierno, al que pasó, o a la mediocridad que pretende serlo, sino a la forma misma del Estado.

Esta es otra instancia de observar lo político que importa inscribir esas disputas dentro de la formación social dominante que es esta figura. Esto permite comprender la relación dominante-dominado no como una mera entelequia sino como una relación histórica, inscripta dentro de un determinado bloque de poder y una formación social capitalista específica. Es decir, no es lo mismo pensar las relaciones de dominación en el Estado Liberal de Derecho, que en el Estado de Bienestar-social-interventor, o en el Estado neoliberal actual.

La dinámica de relaciones actuales entre capital-trabajo en estas latitudes, reclama que al menos problematicemos esos dos conceptos a partir de asumirlos como construcciones que condensan múltiples heterogeneidades, múltiples fracciones dentro de sí. En consecuencia, las relaciones sociales resultantes son la supremacía de alguna fracción dominante por sobre las otras, y la consecuente construcción de consensos con los sectores dominados; la inevitable construcción hegemónica, como dice Gramsci, que acompaña a todo proyecto de dominación.

Esta dinámica, más o menos móvil, más o menos sedimentada en la forma actual de la estatalidad reclama, para comprender los procesos políticos cotidianos, pensar las múltiples formas que asume el «gobierno de estado», antes que la estatalidad misma. Pensar las formas de intervención gubernamental, el despliegue de dispositivos de intervención social, económica, política, militar, etc., del Estado neoliberal, en las diferentes formaciones políticas del «gobierno de estado» es lo que nos va permitir cuestionar, enfrentar, demandar y oponer los proyectos políticos con capacidad real de disputa de poder.

A partir de los 70 hasta los tiempos que hoy corren, no se han presentado modificaciones sustantivas a la forma social neoliberal del Estado. Sí, es cierto, que han transitado formas gubernamentales contradictorias entre sí, defensoras de intereses contrapuestos dentro del sector dominante. El flanco débil de la gubernamentalidad orquestada por los militares en los 70 era su propio aparato, su faz represiva más atroz, y en consecuencia las resistencias y organizaciones que emergieron en ese marco profundizaron la demanda por la democratización y la construcción o recuperación del espacio público, un retorno de lo político en su dimensión más discursiva y de reconocimiento del otro como contendiente, antes que enemigo a aniquilar.

La recuperación democrática vino de la mano de la construcción de la gubernamentalidad radical a partir de las clásicas proclamas republicanas, cívicas e institucionales puestas en juego en la contienda electoral. No obstante, la ausencia de una construcción real de fuerzas capaces de desplazar los intereses dominantes dentro de la formación social neoliberal que hereda de los militares terminó, volviendo efímera la máxima democrática de que con ella «se come, se cura y se educa». La historia terminó convirtiendo a este tiempo en un interregno.

Un tiempo de paréntesis que luego terminó favoreciendo y creando el marco para un resurgimiento del proyecto de dominación política que apadrinó la casta militar. Los sectores más concentrados, conservadores e internacionalizados de la economía nacional, comenzarían a ocupar el bloque de poder y construir la nueva gubernamentalidad de los 90. Una burguesía nacional debilitada, un sector financiero local pulverizado, las patronales agrarias a la deriva y el sector obrero sindicalizado dislocado de la panacea de los derechos sociales, permitió la consolidación de un sector financiero internacional que convirtió a la estructura productiva nacional en una economía de servicios productora de trabajo precario y una creciente concentración de riqueza que terminaría eclosionando en 2001. Esta forma que asumió el «gobierno de estado» condensó los picos más altos de desocupación de los 35 años de la forma social neoliberal del Estado, favoreciendo una concentración de riqueza tan atroz que batió sus propios records permitiendo que el 10% de la población más rica gane 40 veces más que el 10% de la población más pobre.

El blanco de esta gubernamentalidad fue claro. La exclusión generada habilitó y demandó formas de construcción políticas que recuperaran lo colectivo, los lazos, la pertenencia (a una comunidad, a un trabajo, a una familia), el derecho a expresar y opinar sobre «política».

La crisis de 2001 y el reacomodamiento institucional y de fuerzas cambió fuertemente el escenario político nacional, acompasado con las transformaciones que la región latinoamericana comenzó a experimentar. La fracción de clase dominante en el poder se vio trastocada. Las grandes patronales agropecuarias vieron altamente beneficiado a su sector, tanto como para seguir acumulando y concentrando a pesar de un mecanismo del nuevo «gobierno de estado» como las «retenciones» desplegadas sobre «ellos». Los sectores financieros nacionales recuperaron espacio ante la necesidad del financiamiento de la producción de la industria nacional protegida ya instalada. La renta petrolera y las regalías mineras terminaron por conformar un patrón de acumulación con base en la extracción de recursos. La construcción del consenso vino de la mano de la generación de empleo, precario pero en definitiva en algún punto inclusivo, y el desentumecimiento de los derechos sociales.

El flanco débil, ahora sí, resulta más complicado identificarlo, y en consecuencia las formas de construcción política se tornan más confusas. Tal vez la inmediatez nos quita la mirada en perspectiva que el tiempo pasado nos permite hacer sobre las formas previas de la gubernamentalidad del estado neoliberal. Fácil es hablar, criticar o mostrar erudición sobre lo acontecido, cual especialistas que ofrecen «recetas y programas» para enfrentar una dolencia.

Construir ese diagnóstico es el trabajo del presente, y ante esto se torna vital resistir al juego de fuerzas institucionales. Eso es algo que desde una mirada en perspectiva debemos procurar. Necesitamos identificar el flanco débil, no para consolidar una fuerza que termine dirimiendo la confrontación en el tiempo electoral de hoy. Hay que ser realistas en ese sentido y reconocer que no hay estructuras, organización y articulación suficientes para confrontar en ese nivel. La cuestión no pasa por pegar para engrosar la oferta de «proyectos políticos electorales». Nuestros tiempos son los de las fuerzas populares, y desde esa posición se vuelve necesario construir política y pensar un proyecto político que combata la configuración del Estado neoliberal, que dispute la configuración del estado capitalista.

Entonces, seguir pensando en los tiempos institucionales los modos de construcción de un proyecto político popular, nos conduce en la dinámica actual a la lógica amigo-enemigo que propuso el «gobierno de estado» y que funcionalmente las fuerzas político-electorales reproducen. Esto implicaría mantener el doble estándar discursivo que tanto la fracción dominante despliega al presentar las medidas más progresistas en lo social, al tiempo que promueve la acumulación extractiva cuasi originaria. O la posición felizmente (auto)destructiva de la mal llamada «oposición» que se vuelve reaccionaria al confundir un escaso derecho social con el sinnúmero de políticas de asistencia, o embanderarse como defensores del derecho al trabajo que antes atacaron, y al mismo tiempo defensores del capital sin importar su procedencia; un juego que sólo es posible si uno construye a partir de pensar a la otra fracción de clase dominante, hoy en el poder, como el enemigo. Por eso le es funcional jugar ese juego, y por eso también son funcionales.

Entonces, nuevamente, combatir desde el flanco que más preocupa a la «oposición» porque es el fuerte de la actual dinámica de la gubernamentalidad para construir consensos, es simplemente seguir el juego y no construir nada que interese para estos lados. Qué nos queda si nuestra crítica a la desigualdad y la concentración de riqueza pasa por cuestionar el «gasto social», en equiparar un «Plan Trabajar» o un «Jefes y Jefas» con una imperfecta Asignación Universal. Si apostamos a un «cuanto peor, mejor», quien más lo padece no son ni el «amigo» ni el «enemigo», son los sectores que no entran en esta repartija, entonces, para qué queremos que la cosa esté peor, si lo que queremos no pasa por estos tiempos institucionales.

Poco se dice sobre el discurso de la «seguridad», que no es social; de los mecanismos represivos e individualizantes que crecen en el actual «gobierno de estado» y que la «oposición» reclama aún más; de los sectores dominantes que gozan de la acumulación que promueve el bloque de poder sin formar parte de él; de que las provincias más reaccionarias son las más beneficiadas por esta dinámica de acumulación. Esto sí amenaza a la forma Estado, al menos neoliberal, amenaza la propiedad y sus mecanismos de protección.

Por eso es necesario pensar en nuestros tiempos, en los que reclaman la construcción de poder popular, pensar en las formas organizativas que nos damos, las estrategias que desplegamos para construir un proyecto político inclusivo y popular. Y ahí entramos en una nueva paradoja, que carezco de palabras e ideas para resolverla, y eso es bueno porque no necesitamos recetas y el problema se resuelve de manera colectiva. Aquí la paradoja, nuestras formas organizativas forman parte de los mecanismos que el «gobierno de estado» está promoviendo. El debate tan vedado durante la época militar, hoy es el insumo para reglamentar y promover cada ley; la politización y la apertura de ese debate es el insumo del juego de los amigos y enemigos; la asamblea, la cooperativa, lo comunitario, son las formas que el mecanismo «social» de la gubernamentalidad promueve, impulsa y modula… miremos sino la estructura de los planes sociales, productivos y de trabajo hoy vigentes.

Criticar en consecuencia el flanco más fuerte, y por su propio peso el más expuesto, no nos permite pensar en perspectiva, necesitamos recuperar la mirada estratégica y los tiempos populares para darnos una propuesta que nos permita reconstruir la utopía.

Gerardo Avalle es integrante del Colectivo de Investigación «El Llano» y militante del Colectivo Bachillerato Populares en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.