Es evidente, y nos hemos referido a multitud de ejemplos en artículos aquí publicados, que la cultura capitalista llega hasta los últimos rincones de nuestro modo de vida. Nuestro modelo costumbrista, de hábitos, de hobbies, de referencias, de modelos, está imbuido casi al 100% en el capitalismo. Es la cultura capitalista la que nos proporciona […]
Es evidente, y nos hemos referido a multitud de ejemplos en artículos aquí publicados, que la cultura capitalista llega hasta los últimos rincones de nuestro modo de vida. Nuestro modelo costumbrista, de hábitos, de hobbies, de referencias, de modelos, está imbuido casi al 100% en el capitalismo. Es la cultura capitalista la que nos proporciona los diferentes patrones laborales, consumistas, de ocio, etc. Y, por supuesto, de necesidades. La cultura capitalista impone unos objetivos vitales, nos introduce en ellos, una escala de valores, que día a día, sin darnos cuenta, vamos reproduciendo, incluso sin pararnos a pensar porqué lo hacemos. En el presente artículo vamos a referirnos a un ejemplo de lo que decimos: la Lotería Nacional. O si queremos usar su rimbombante nombre: Loterías y Apuestas del Estado.
En efecto, aunque no es el único juego (quinielas, lotería primitiva, bonoloto, cupón de la ONCE, y un larguísimo etcétera, cuyos resultados además nos comunican diariamente por la televisión pública), la Lotería es el emblema nacional de mayor raigambre histórica en cuanto a los juegos de azar se refiere. Y su fecha de mayor participación y difusión: la Navidad. Todos estamos acostumbrados al espectáculo de cada 22 de Diciembre, desde sus preliminares, pasando por la propia celebración del Sorteo (que también es retransmitido en directo por la televisión pública), hasta el seguimiento y la celebración de los afortunados. Y todo ello, ¿por qué? Pues el motivo está muy claro: porque queremos ser ricos. El sistema en primer lugar nos inculca la importancia de ser ricos, en su escala de valores, y luego nos da sus «herramientas» para poder serlo.
Y al día siguiente, y durante varios días, todos los medios de comunicación (la prensa escrita, la radio, las televisiones, las revistas, etc.) dedican una buena parte de sus reportajes (sobre todo si los premios han sido cercanos geográficamente hablando) a entrevistar a los agraciados, a conocer de sus vidas anteriores, de sus vidas futuras, de sus intereses, etc. Es la fiesta nacional del entusiasmo, de la alegría, de la celebración, en unas fechas además muy próximas a la Navidad, que se considera el culmen del consumismo. Además, ahora, los premios se quedan «un poco más en casa», desde que el Ministro Montoro ordenó que todos los premios superiores a 2.500 euros tributarían a Hacienda al 20%. Qué bien si todas las fortunas que en España superaran dicha cantidad tributaran al 20%, todos seríamos un poco menos pobres de lo que somos.
Recojo las palabras de Antonio José Gil Padilla, de su obra «En los límites de la irracionalidad», cuando sostiene: «El panorama actual en el mundo es poco alentador. El único valor y principal referente es el dinero. El objetivo es acceder a él de la forma más rápida posible. Los poderosos se enriquecen más y más en veloces operaciones financieras o a través de fusiones, cuya meta principal es el aumento de la productividad mediante reajustes y reducciones de plantilla, los pequeños negociantes buscan soluciones fáciles, los menos favorecidos recurren a las loterías y a los concursos, la delincuencia es el recurso de una masa creciente que no encuentra otra solución menos violenta. Unos nuevos sectores privilegiados son instrumentalizados a cambio de una suculenta recompensa. El equilibrio y la «felicidad» de la mayoría se miden en papel moneda, y están en relación directa a su situación económica y a su capacidad adquisitiva para el consumo. La vida se nos ofrece hoy día como un gran casino en cuyas mesas de juego se participa a través del engaño y de la ilusoria creencia de hacer fortuna, olvidándose de que los verdaderos ganadores son los dueños del negocio».
La idea es hacernos creer desde la propaganda del sistema que la próxima vez nos puede tocar a cualquiera. Que la próxima vez puede cambiarnos la vida. Pero en realidad, los que han tenido la suerte de ser agraciados, lo han hecho a costa de aumentar la miseria de una mayoría que también tenía ese mismo sueño. Porque es el mismo sistema quien fomenta ese sueño. Un sueño de felicidad, de poder y de gloria. La Lotería Nacional, y el resto de los juegos de azar, representan otra manifestación de las reglas de juego capitalistas, que redunda como siempre en un aumento de las desigualdades de la clase trabajadora, de una concentración de la riqueza de todos en manos de unos pocos, gracias al esfuerzo y al sacrificio de la mayoría. En palabras de Andrés G. Pardeiro: «¿Pero por qué ese empeño? ¿Qué están defendiendo realmente estos medios? Pues como buenos perros guardianes del sistema capitalista vigente, están defendiendo la ideología de la clase dominante, la del neoliberalismo que pretende hacernos creer que ahora somos pobres, pero que podríamos convertirnos en ricos en cualquier momento; que cualquier obrero, trabajador, autónomo, parado o jubilado no tiene porqué acabar sus días en la misma clase explotada en la que ha nacido, que el sueño americano de que todo el mundo puede tener éxito y reconocimiento está al alcance de la mano». Pero lo que realmente está al alcance de nuestra mano es acabar con este montaje: no jugando. La solución está simplemente en dejar de ser cómplices de este diabólico sistema.
Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es/
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