«El capitalismo multinacional no se proponía compartir el globo con otras culturas. No. Se propuso hegemonizar un proceso industrial avasallante, que al pretender una expansión siempre rentable, ante los signos mundiales de rebeldía en los 60’s, trazó una ofensiva estratégica contrarrevolucionaria, destructora del tejido social rebelde. Fue así como con el terror vaciaron de talento […]
Judith Valencia
Estamos ante un sistema comunicacional corporativo que viene sistemáticamente pulverizando y sustituyendo, por medio de sus diversos agentes multinacionales, toda cultura que se asume en radical oposición a la lógica del capital y a la consecuente mercantilización de la existencia, incluyendo los bienes comunes como el agua, la tierra, el aire y la biodiversidad.
El accionar de este sistema no sólo es una práctica cotidiana alienante, disociativa y funcional al mismo, sino que nos permite dar cuenta del agotamiento de un modelo civilizatorio que encuentra en Nuestra América -y en todo el Sur Global- el epicentro para la construcción de alternativas anticapitalistas y descolonizadoras, que localizan en el discurso del Buen Vivir, un horizonte emancipatorio.
Tradicionalmente, se nos ha disciplinado para pensar que el acto comunicativo es una secuencia lineal donde ya están establecidos los puntos emisores, receptores y los canales comunicativos. Expresión de ello es la anquilosada fórmula «E-M-R» donde E es el emisor, M el medio y R el receptor.
Nuestra cotidianidad desmonta fácilmente esa ecuación, planteando a la comunicación como un proceso dinámico, con agentes dialógicos: el emisor es también punto de recepción de mensajes, así como el receptor también emite sus códigos y pautas. Allí hay un ir y venir constante que nos muestra como sujetos activos dentro de la dinámica comunicacional y no como esa «masa» amorfa y pasiva, pensada desde las escuelas anglosajonas.
Esta perspectiva euro-occidental y colonizante, modula al ser en los cánones «virtuosos» del egoísmo, el desarraigo social, la insensibilidad, la indiferencia, la pasividad, la irreflexividad, la impotencia y la negación del otro (la otredad) como germen fascista inoculado por la razón mediática transnacional: distorsionar para desinformar, demonizar para destruir.
Desde estos parámetros, justificamos las prácticas irreverentes contra esta subjetividad programada, que por extensión es castrante y limitante. No queremos ser militantes del civismo indulgente que es indiferente antes las conductas de la institucionalidad alienante: la segregación del otro, la exclusión por antonomasia, la mercantilización como norma y la configuración de una pobreza espiritual reproductora de la mayor vileza humana edificada sobre el planeta.
Es por ello que nos negamos a ser súbditos de la razón mediática dominante, estructurada por las estrategias corporativas transnacionales para legitimar el pensamiento único, sustentado en la globalización del capital.
Bajo esta lógica, los pueblos del Sur Global no somos sujetos proponentes de construcciones alternativas, sino que somos reducidos a ser actores del modelo consumista de las denominadas bondades del progreso que la industrialización de Occidente ha impuesto en el sistema-mundo moderno colonial, en el cual la usura y la especulación caminan como adalid del éxito para el enajenado sujeto «emprendedor», que asume estas prácticas como marco normativo de su cotidianidad y del tejido social donde se desenvuelve.
Asimismo, asistimos a un flujo asimétrico de productos de información y comunicación, que va de la mano con las variaciones y desigualdades en el acceso a las redes comunicacionales, incluyendo la web 2.0.
Así como existe un centro y una periferia económica, lo mismo ocurre en el ámbito de la comunicación. Estamos ante una arquitectura, articuladora del poder económico y mediático, con un extendido mosaico constructor de estereotipos reproductores del modelo civilizatorio que codifica y cosifica el comportamiento humano.
Dicha estructura está configurada en diversos niveles interrelacionados;
- Los grandes consorcios mediáticos: CNN, CBS, Fox, Warner, Sony, Televisa, RAI, BBC, NBC, entre otros.
- Las productoras cinematográficas: Disney, Warner Brothers, Universal, 20th Century Fox, Paramount, Sony, Lionsgate, Columbia Pictures.
- Las compañías de videojuegos: Nintendo, Capcom, Square Enix, Sega, Konami, EA, Atari, Activision, Ubisoft.
- Los medios impresos: The Guardian, Der Spiegel, The Washington Post, El País, The Daily Journal, Wall Street Journal, New York Times, etc.
- Las redes sociales digitales como Twitter, Facebook e Instagram, por nombrar algunas de las más conocidas, que en el marco del flujo asimétrico informacional y comunicativo que denunciamos, se han convertido en un negocio lucrativo para unos pocos, fomentando a su vez una cultura de la participación alienada donde los dominados reproducen su dominación.
Esta plataforma asume el rol de mantener una estructura geopolítica mundial afín a la unipolaridad del imperialismo estadounidense, elaborada luego de culminar la Segunda Guerra Mundial, buscando contener mediática y políticamente toda disidencia que implique reconfigurar su geografía del poder, preservando así la hegemonía construida.
Como parte del problema de la hegemonía imperante encontramos los contenidos que esta industria comunicacional produce y reproduce, con el objetivo de automatizar al ser humano para el consumo constante, generando al mismo tiempo un conjunto de relaciones sociales marcadas por la intolerancia, el clasismo, el racismo y la homofobia, haciendo poco viable el amor en un marco de respeto e igualdad sustantiva.
Si miramos desde el Sur, en una militancia liberadora, tendríamos como punto de partida un rechazo a toda negación del otro, reconociendo la diversidad de pueblos históricamente constituidos que han contribuido significativamente al enriquecimiento cognitivo, cultural y espiritual de la humanidad.
Se trata, pues, de decodificar toda esa estructura para poder deconstruirla y des-plegar lo que se encuentra en los intersticios de la colonialidad, esto es, todo el movimiento «subterráneo» que, como potencia latente, nos invita a plantearnos y a asumir la cultura como un proceso dialógico, campo de confrontación simbólica, de lucha por el control de significados y de negociación del poder social, íntimamente enlazado con lo político, lo social, lo económico, lo epistémico y lo estético.
A partir de todo lo anterior, nos asumimos como colectivo de guerrilla comunicacional, entendiendo a la misma como:
Toda acción o praxis que apunta a revelar la dimensión geopolítica de la comunicación, al tiempo que hace posible el des-pliegue de fuerzas colectivas emancipadoras que vienen estructurando una pluralidad de mundos posibles, todos ellos en radical oposición al capitalismo corporativo de nuestros tiempos.
En otras palabras, la acción guerrillera, enmarcada en una comunicación para la liberación, es una ofensiva constante para visibilizar otras teorías, otros discursos, otras prácticas -e incluso otros sentires- que contrarresten la disociación cognitiva y la ahistoricidad del no-ser engullido por el capitalismo, configurando alternativas civilizatorias sustentadas en el respeto a toda forma de vida y en la relación armónica del ser humano con su entorno, como respuestas al ecocidio que genera la acumulación ampliada del capital y el asalto del mismo a los bienes comunes de la humanidad.
Para nuestro caso, la imagen de una guerrilla evoca a un pequeño grupo de personas ejecutando una acción de resistencia y/o contra-ofensiva: ataques puntuales, articulados y rápidos con el objetivo de desmontar el actual modelo unidimensional, creando las condiciones para la emergencia efectiva de lo multidimensional, lo participativo, lo democrático-popular.
Reivindicamos al Sur Global, asumiéndonos parte del mismo, como proponente de otras civilizaciones posibles que han sido invisibilizadas, promoviendo el acceso a, y la producción de, contenidos comunicacionales antisistémicos que apuntan a la creación de nuevas dinámicas sociales y al rescate de valores humanistas y biocéntricos.
Nos declaramos en continua lucha por la construcción de una sociedad más justa en la que las diferencias en cuanto a cultura, etnia, género, preferencia sexual, edad, profesión, trabajo, credo, entre tantas otras, no se conviertan en motivo de discriminación.
«Es aquí, en la esfera de los rituales cotidianos donde se hace la verdadera revolución»
Alí Rodríguez Araque
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