Me gusta y admiro a Juan José Millás. Es tal su originalidad combinativa para tejer una sorna tras otra, que no conozco a quien siquiera le iguale en el dificilísimo arte retórico de la ironía en el plano periodístico. Por eso mismo no me ha gustado un pelo su última columna ‘Mal asunto’, dedicada íntegramente […]
Me gusta y admiro a Juan José Millás. Es tal su originalidad combinativa para tejer una sorna tras otra, que no conozco a quien siquiera le iguale en el dificilísimo arte retórico de la ironía en el plano periodístico. Por eso mismo no me ha gustado un pelo su última columna ‘Mal asunto’, dedicada íntegramente al presidente venezolano Chávez. Su habitual ironía la convierte en sátira contra él. Y en el terreno de la sátira, género en el que se censura o ridiculiza a alguien, la figura del ridiculizado o censurado importa mucho. A Chávez, a Morales e incluso a Lula hay que juzgarles, sin humor o con él, como a todo dirigente pero especialmente a ellos en un medio tan hostil y tan influido por los Estados Unidos, por la ‘buena voluntad’, no por sus gestos más o menos retonantes y afortunados según qué óptica…
Ya se sabe que la ‘buena voluntad’ no es algo demostrable y lo mismo pueden decir unos que la tiene un dirigente para otros nefasto o malvado, que al revés. Pero J. J. Millás muestra en sus artículos una sensibilidad abiertamente de izquierdas y desde luego inclinada a lo socializante. Por eso sabe muy bien él, como nosotros, cuándo está presente realmente esa buena voluntad por encima del afán del lucimiento personal y de grupo y cuándo no; lo mismo en el caso de los presidentes sudamericanos que en el caso de los españoles que se van sucediendo.
A fin de cuentas quizá la diferencia entre izquierdas y derechas no estribaría más que en eso y nada menos que en eso. Desde luego nuestras preferencia por el pensamiento de izquierdas no es sino porque a quienes los representan les atribuimos por definición ‘buena fe y buena voluntad’ de su gestión política a favor de todos, y ello aunque se equivoquen, se queden cortos o se pasen. Mientras que se las negamos, buena fe y buena voluntad, a quienes representan a la derecha o falso centro que sólo atienden al bienestar de sólo una porción de la sociedad en detrimento de las restantes.
Una vez más no trato tanto de defender políticamente a Chávez, sino de situar a Chávez en su circunstancia teniendo en cuenta esa presunta y muy probable ‘buena voluntad’: nacionalismo frente a anglosajonización.
Hace unos días me refería -sin saber que él, Chávez, también estaba en el ajo del asunto- que el cine norteamericano ha venido preparando insidiosa e involuntariamente -decía yo- durante más de medio siglo la mentalidad globalizadora/anglosajonizadora que hoy gran parte del mundo acepta con naturalidad. El gesto de Chávez de crear unos estudios cinematográficos en su país para realzar a los héroes venezolanos (tema de Millás en su artículo) es obviamente una manera de responder al espíritu yanqui cuya venenosa influencia comienza en Hollywood y en el cuantioso cine salido década tras década de él inundando las cabezas occidentales que ahora asienten con sumisión a la canalla que dirige el país estadounidense y a la globalización que en aquél tiene su caldo de cultivo.
Que a Millás no se le haya ocurrido otro tema para sus proverbiales chanzas que esta facilona invectiva contra Chávez, no me ha hecho ninguna gracia por la elemental razón de que la sátira contra el débil que, a su manera, se enfrenta al poderoso con armas de papel ya no es sólo sátira, sino escarnio. Y todo escarnio es una bajeza moral.
Millás, con esta columna no sólo me decepciona, sino que sobre todo me previene a partir de ahora contra él y su buen sentido. Pues imaginaba que había excluido de su pluma para ridiculizarles a los dirigentes latinoamericanos tan prendidos con alfileres y tan expuestos a todo, incluidas las CIAs…
Por cierto, las maniobras militares que Chávez ha ideado simulando un ataque de los yanquis no dirá Millás que no son mil veces más posibles que Afganistán e Irak otrora y ahora Irán o Corea del Norte, se atreviesen a atacar a Estados Unidos.
En fin, lo que quiero decir es que un escritor de bien, a mi juicio, para no ser visto como oportunista en un tema, ha de situar en esa ecuación de la buena/mala voluntad política al voluntarioso frente al David frente al gigante cabrón, es decir y para que esté bien claro, a Chávez frente a Bush.
Sólo si Millás centra todo su esfuerzo en destrozar con su arte a ese inmundo tipo y a lo mucho que representa, podrá redimirse a mis ojos.
Es muy difícil que los que escribimos a menudo no atentemos contra la coherencia personal. Por eso yo dedico una parte de mis energías a mantenerla a pesar de que soy una mota de polvo en el firmamento de los escritores, y nada en la de los consagrados como él. Quizá ellos no se sienten tan obligados a esa cualidad. Pero por eso mismo apenas leo a mis contemporáneos.