Protagonista indiscutible en los últimos treinta años de historia del sindicalismo argentino. Golpeó tanto como negoció con todos los Gobiernos. Luces y sombras en el derrotero de Hugo Moyano desde los inicios en Mar del Plata hasta la cumbre del poder sindical.
En el comienzo de 2018, Hugo Moyano volvió a los primeros planos de la escena pública por la distancia y disputa con el Gobierno de Mauricio Macri. Después de la marcha del 21 de febrero en la avenida 9 de Julio y de retirar a su corriente de la conducción de la CGT, todos bajaron el tono y volvieron a una pax hasta nuevo aviso. Con voces de personas que acompañan de cerca al líder camionero y comparten su esquema de poder, opositores que lo enfrentaron, funcionarios que lo apañaron (y lo padecieron), periodistas que lo investigaron y académicos que lo estudiaron, el artículo reconstruye un perfil de quien puede ser considerado el último vandorista.
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Cuando la pesada mano de Hugo Moyano comenzó a ejercer presión y atenazaba el cuello del abogado, la negociación llevaba más de siete horas. El histórico dirigente de los camioneros tenía los ojos negros cargados de ira, los músculos de los brazos -tonificados por las prácticas regulares de box casero- lucían más tensos que de costumbre y el considerable cráneo respiraba agitado a centímetros del rostro del letrado.
La multinacional Coca-Cola había resuelto rescindir el contrato que tenía con la compañía de logística Román y en el mismo acto despedir a más de trescientos trabajadores encuadrados en el sindicato de camioneros. Para llevar adelante las tratativas que prometían ser vidriosas, la empresa había requerido los servicios del abogado estrella del universo patronal: Daniel Funes de Rioja.
«Escuchame, ¡la puta que te parió! Vos no te movés de acá hasta que terminemos de arreglar todo», ordenó el Negro antes de soltarle el pescuezo en el preciso instante en que la sangre que fluía hacia el cerebro comenzaba a escasear.
El hombre de voz gruesa, traje elegante y prolijo cabello engominado fue ministro de Planeamiento de la Nación durante la dictadura militar presidida por Jorge Rafael Videla; funcionario en la administración de Carlos Saúl Menem; jefe de la poderosa Coordinadora de Industrias de Productos Alimenticios (Copal) y estridente vocero de la Unión Industrial Argentina (UIA). Con toda esa trayectoria a cuestas, Funes de Rioja jamás vivió una situación como la que le tocó sufrir aquel lejano septiembre del 2003 frente al jefe máximo de los teamsters argentinos.
La decisión unilateral de pasar a un cuarto intermedio en las negociaciones paralelas que se llevaban adelante en dos oficinas del Ministerio de Trabajo de la Nación no fue del agrado del líder gremial. Cuando el representante de la cartera laboral le informó la decisión de la otra parte, Moyano cruzó ágilmente hasta la sala donde deliberaba la delegación empresaria para continuar el «intercambio» por otros medios.
Seis horas después de que se reanudaran las negociaciones, a la una de la madrugada, las partes arribaron a un acuerdo: Román abonaría las indemnizaciones de los trescientos empleados y la nueva empresa operada por Coca-Cola Femsa retomaría a todo el personal. El pato de la boda fueron los setenta empleados que había contratado la mundialmente famosa compañía de gaseosas para asegurarse el funcionamiento de una flota propia y que quedaron en la calle poco tiempo después.
Para Funes de Rioja, la jornada culminó a las cinco de la mañana, cuando Noemí Rial, en ese momento secretaria de Trabajo, lo cubrió en la huida por una puerta trasera del edificio. «Yo no alcancé a ver las escenas de pugilato» recuerda la exfuncionaria, pero asegura que presenció insultos de todo tipo y color.
Con la sorpresiva acción, Moyano cumplía con la máxima que decreta que siempre hay que «golpear para negociar», un principio que rigió la práctica de gran parte del sindicalismo tradicional y que en Argentina se conoce como «vandorismo», en homenaje al dirigente de la otrora vigorosa Unión Obrera Metalúrgica, Augusto Timoteo Vandor, el hombre que pasó a mejor vida cocido a balazos por una formación de la izquierda peronista en los vertiginosos años setenta del siglo pasado. En esta ocasión, ligeramente modificado por un literal «apretar para negociar», una embestida que llevó adelante con la misma mano de hierro con la que Moyano conduce desde hace tres décadas el estratégico sindicato del transporte y que aplica hacia arriba y hacia abajo, a izquierda y derecha.
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Hugo Antonio Moyano nació en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, el 9 de enero de 1944. Un año y ocho días antes de la fundación del primer sindicato de camioneros del país y veintiún meses antes de la multitudinaria movilización que parió al peronismo. Poco tiempo después, su familia se mudó a Mar del Plata, la localidad balnearia más popular de la Argentina. El cambio se produjo cuando su padre, Juan Antonio Moyano, fue trasladado a La Feliz por el cuartel de bomberos en el que se había enlistado, profesión que ejerció antes de convertirse en camionero. En el puerto de la ciudad, que crecía industrialmente al calor de las transformaciones del modelo sustitutivo de importaciones, Celina Carrizo, madre de Hugo, consiguió conchabarse en una fábrica de conservas en la que descabezaba anchoítas. La imagen de las maltratadas manos de Celina, su ferviente fe en el credo evangélico y su pasión por el peronismo dejaron su impronta en el único hijo varón de la familia.
Su vida laboral comenzó temprano: a los once años ingresó a trabajar en una empresa de chacinado en la que etiquetaba salamines, y a los diecisiete ya era parte de la compañía de transporte Verga Hermanos. Ocupó el lugar del «lechuza», como se apoda en la jerga camionera al acompañante del chofer porque viaja mirando curiosamente para todos lados. Dos años después fue elegido delegado gremial. Se puso al frente de una pelea exitosa: junto a un grupo de compañeros lograron que la empresa proveyera el atuendo de trabajo. Lo paradójico fue que nadie pudo aprovechar la novel victoria: los avergonzaba llevar estampada en el pecho la marca con ese peculiar nombre.
Moyano tiene setenta y cuatro años y tres gestiones matrimoniales. Con su primera esposa, Olga Beatriz Mariani, tuvo cuatro hijos: Pablo Hugo Antonio, actual secretario adjunto del sindicato camionero; Paola María Isabel, hoy esposa del presidente de la emblemática Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Claudio «Chiqui» Tapia; Karina Eva Beatriz y Emiliano, cuyo nombre homenajea a Emiliano Zapata, el líder campesino de la temprana revolución mexicana. Cuando finalizaba el año 2011, en la localidad rural de Exaltación de la Cruz, al norte de la provincia de Buenos Aires, Emiliano se desplomó en la calle y falleció a la corta edad de 36 años víctima de un infarto y luego de haber enfrentado por largo tiempo un cuadro de psicosis aguda por la que estaba medicado.
Con su segunda pareja, Elvira Cortés, militante y alguna vez integrante de la mítica formación de derecha peronista Guardia de Hierro en Mar del Plata, tuvo a Facundo, hoy diputado nacional por el partido Frente Renovador que lidera Sergio Massa y a Huguito, hoy abogado del sindicato y la federación de camioneros y asesor de la Confederación General del Trabajo (CGT).
Antes de partir hacia Buenos Aires con el inicio de la primavera democrática del año 1983, Moyano había avanzado unos cuantos escalones en su carrera gremial y política: llegó a secretario general de la seccional Mar del Plata de Camioneros, fue uno de los fundadores de la Juventud Sindical Peronista (JSP), alcanzó las secretarías generales de la CGT y del Partido Justicialista de la ciudad.
Liliana Zulet es la mujer con la que comparte su vida en la actualidad y con quien tuvo a su último hijo, Jerónimo. Pero también con ella engendró una sociedad muy productiva en términos de los «emprendimientos» que rodean al poderoso aparato camionero: conduce la obra social, entre otras empresas íntimamente relacionadas con el gremio. Estas relaciones conocieron la luz pública cuando el Poder Judicial avanzó y luego enfrió causas judiciales de manera directamente proporcional a las peleas del dirigente con el presidente Mauricio Macri.
Moyano y su última esposa se conocieron en una situación peculiar a mediados de los años noventa del siglo pasado. El sindicato adeudaba una considerable cifra de dinero (500 mil dólares) a la empresa de salud Amel, propiedad de Zulet, por algunos servicios que brindaba al gremio. El pleito llegó a los tribunales y a una instancia de negociación extrajudicial. Allí no hubo vandorismo que valga: la mujer cobró hasta el último centavo de la deuda y hasta se atrevió a robarle el corazón al hombre más fuerte del sindicalismo argentino en el último cuarto de siglo.
Cuando conoció a Zulet, ya había ganado la secretaría general de la seccional Buenos Aires (Provincia y Capital) del sindicato en 1987, había ejercido el cargo de diputado provincial en una banca que obtuvo ese mismo año y en 1992 se hizo del premio mayor en la corporación camionera: fue encumbrado como máximo líder la Federación Nacional de Trabajadores Camioneros (FNTC).
A mediados de los años noventa fue una de las cabezas visibles del MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos), el nucleamiento de sindicatos que enfrentó al Gobierno de Menem y produjo una ruptura en la CGT, separándose de aquellos dirigentes abiertamente participacionistas. Cumplió una función clave en la crítica transición del país que estalló en toda su plenitud en el año 2001. Moyano formó parte del bloque «devaluacionista» junto a una facción de los empresarios y las organizaciones políticas tradicionales. Patentó «la Banelco» cuando denunció las coimas que se produjeron bajo el Gobierno de la Alianza para aprobar la reforma laboral a la que enfrentó en las calles. Alcanzó un tercio de la jefatura de la CGT a nivel nacional en el año 2003 (como parte de un triunvirato) y, finalmente, quedó como secretario general único por tres períodos consecutivos bajo las administraciones de Néstor y Cristina Kirchner.
Fue un pilar de la gobernabilidad y la coalición kirchnerista, con la que rompió en el año 2012. Al año siguiente llegó a la presidencia de uno de los equipos de fútbol más importantes de la liga nacional, el Club Atlético Independiente, en el que fue reelegido en 2017, y alcanzó la vicepresidencia segunda de la AFA. Los vaivenes con la administración Macri aún están en curso: un romance inicial, una pelea discursivamente rabiosa y una precaria paz silenciosa.
En su discurso público tiene un amplio arsenal de citas de Juan Domingo Perón -a quien leyó profundamente- para todas las ocasiones y las más variadas circunstancias. Y acude a referencias a Dios cuando la situación lo requiere. Pero desentrañar su relato es fácil, lo difícil es dilucidar su práctica; lo importante no es lo que dice, sino lo que hace.
Su última esposa ocupa un lugar destacado en el podio de la estructura de poder de Moyano, una posición que comparte y disputa con Pablo, Facundo, Huguito y un amigo y compañero de ruta: Juan Carlos Schmid, miembro del triunvirato de la CGT y secretario general del sindicato de Dragado y Balizamiento.
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Al día áspero y frío no le preocupa que sea 21 de septiembre. La mañana lluviosa se rebela contra todas las convicciones del calendario. En el barrio porteño de Parque Chacabuco está situada la biblioteca sindical Eva Perón, que pertenece al gremio de camioneros. Es el lugar que Pablo Moyano eligió para hablar de su padre. Los ojos marrones claros resaltan en el rostro, y las canas avanzaron soberbiamente en el cabello negro de este hombre de 47 años. Viste de manera simple con un buzo gris plomo, cuello redondo, jeans, zapatillas y campera deportiva. Como un pibe de cualquier barrio del conurbano bonaerense.
Antes de comenzar la entrevista, impone un breve recorrido por las instalaciones y los archivos alojados en la institución. Destaca uno de los estantes con carpetas que contienen todos los recortes de diarios, revistas o publicaciones en las que aparece Hugo Moyano desde que comenzó su trayectoria gremial. Luego pasa a la solitaria sala de computadoras donde están digitalizados videos y audios de entrevistas, actos, movilizaciones y «quilombos de todo tipo» que tuvieron al histórico líder como protagonista. Se detiene especialmente en el acto del año 2011 en el que Moyano renuncia a la presidencia del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires y al cargo que ocupaba en la Junta Ejecutiva Nacional, porque el PJ se ha transformado en «una cáscara vacía». Repasa los cuadros que están en una de las paredes de la sala central y que muestran a Moyano con diferentes personalidades sociales o políticas: con el expresidente Raúl Alfonsín (a quien Pablo llama «El Alfonso»), con Saúl Ubaldini (a quien denomina simplemente Saúl), con el fallecido referente peronista Alberto Balestrini, con el dirigente gremial jujeño Carlos «Perro» Santillán o con el papa Francisco. Se detiene y resalta especialmente la fotografía que muestra a su padre recién liberado de la cárcel bajo la dictadura. Frente al retrato de Moyano con la expresidenta Cristina Fernández bromea: «Con este vamos a hacer como hizo Néstor», y amaga con bajarlo. Uno de los actos simbólicos más potentes de Néstor Kirchner en los orígenes de su Gobierno fue retirar los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone (presidentes de facto de la última dictadura) de las paredes del Colegio Militar. Cuando se le consulta si el enfrentamiento con Cristina llegó a tanto, Pablo asegura que no, que «no es para tanto». La serie se cierra con un retrato junto al hijo del legendario dirigente camionero estadounidense Jimmy Hoffa. «Este seguro no tenés ni idea de quién es: Jimmy Hoffa Junior», revela con orgullo.
El hijo mayor de Moyano subraya que su padre siempre fue un tipo que se pudo reponer en los momentos más difíciles y se remonta a los años del llamado Proceso y a los inicios de la década del noventa del siglo pasado, «el momento de mayor poder del menemismo, cuando se creó el MTA, precisamente para pelear contra las políticas liberales de ese momento». El primer aspecto que acentúa, como producto de esa constancia, es el crecimiento del aparato del gremio.
Según el relato de los periodistas Nicolás Damin y Diego Genoud, hasta un mediodía del año 2002, Pablo no solo no conocía a su medio hermano Facundo, sino que tampoco sabía de su existencia (Más allá del padre, Revista Anfibia). Ese día, asado de por medio, se unieron las dos partes de la familia y, a partir de aquel encuentro y reconocimiento, el hoy legislador nacional ingresó en la intimidad de la familia y en su esquema de poder.
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En una oficina de la fundación Estrategia, ubicada en el corazón de la city porteña, con impecable camisa -capaz de superar cualquier desafío de la blancura-, barba meticulosamente recortada y iPhone última generación, Facundo Moyano repasa el itinerario de quien asegura es «un hombre fuerte».
Es viernes y el tradicional casual de los oficinistas del microcentro se impone en el ambiente relajado que el hijo del dirigente comparte con sus colaboradores. El joven reparte el tiempo de su exposición pública entre el universo político-gremial y el mundo de la farándula: fue relacionado (y se dejó relacionar) con la veterana diva de la TV nacional Susana Giménez y estuvo en pareja con la reconocida modelo Nicole Neumann. Un día en la sección política de los diarios, otro en la portada o las tapas de las revistas del corazón.
Una llamada interrumpe el inicio de la conversación.
La lista única era para la competencia por el liderazgo del golpeado Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires. Esa tarde, los Moyano participaron en pleno de un acto en la localidad bonaerense de Merlo en apoyo a Gustavo Menéndez, el candidato unitario. En ese evento, Hugo Moyano fue uno de los oradores centrales.
Otras miradas no coinciden tanto con la benevolencia que se desprende del relato de sus familiares más íntimos y consideran que, del otro costado de lo más expuesto públicamente, hay un lado B difuso, velado, oculto e intrigante.
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«Moyano siempre tuvo su lado oscuro», afirma un funcionario que ocupó un cargo importante en la administración kirchnerista y que prefiere el off. Cultivó cierto trato con el dirigente y opina que «es un tipo de décadas y en cada una tuvo sus contrastes».
Pablo Moyano recuerda que acompaña a su padre desde muy pequeño: «Estuve junto a él cuando lo venían a buscar los milicos», asegura. Y afirma que Moyano pudo reponerse de esos momentos muy difíciles y peligrosos.
Efectivamente, Hugo Moyano estuvo detenido dos veces bajo la dictadura militar. La primera, durante la jornada del primer paro general contra el Gobierno de facto, que se realizó aquel recordado 27 de abril de 1979 y lo tuvo entre sus impulsores. Fue liberado a los tres días. La segunda, en abril de 1981, mientras organizaba un acto relámpago en la peatonal de Mar del Plata y terminó en la dependencia del Batallón 601 de esa ciudad. Luego de cierto amedrentamiento psicológico por parte de sus captores, fue trasladado a una comisaría y liberado al día siguiente. De aquella jornada es la foto que cuelga en las paredes de la biblioteca y muestra a un joven Moyano, delgado, el pelo negro azabache brillante que casi anula la frente, alzado en hombros de otros manifestantes, con los brazos en alto y los dedos en V, un signo que en la Argentina quedó como propiedad casi exclusiva del arsenal simbólico del peronismo.
Pero el terror en Mar del Plata, como en gran parte del país, comenzó antes del golpe cívico-militar de marzo de 1976. Como parte de la radicalización política de los años setenta se extendieron y se constituyeron en Mar del Plata dos organizaciones de ultraderecha peronista: el Comando de Organización (CdO) y las Concentración Nacional Universitaria (CNU), fundada por un grupo de estudiantes de Derecho e integrada por jóvenes de las clases medias altas y altas. Fue el brazo local de la temible Triple A (Alianza Argentina Anticomunista), una organización de tinte fascista y paramilitar que se dedicó a asesinar salvajemente a militantes sociales, políticos, de la izquierda peronista y de la izquierda en general.
La investigación histórica y judicial demostró que los abogados que integraban la CNU también asesoraban a la CGT local en Mar del Plata, de cuyo Consejo Directivo formaba parte Moyano. La organización fue acusada por dieciocho homicidios producidos entre 1975 y 1976. También hay denuncias contra militantes sindicales como participantes activos de las patotas que recorrían impunemente las calles de la ciudad por las noches para cazar opositores y activistas «subversivos». En la causa judicial, una sola persona acusa directamente a Moyano como instigador y organizador de estos grupos de tareas que realizaban el trabajo sucio, muchos de los cuales luego se integraron al aparato del Estado totalitario. Lo que es indiscutible es la afinidad ideológica entre la ortodoxia sindical de la JSP y estos grupos.
Los interrogantes sobre la relación de Moyano con estas organizaciones y su rol específico o complicidad con la masacre silenciosa que precedió al golpe lo acompañaron a lo largo de toda su trayectoria.
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«Uno, cuando mira el universo sindical, se puede decir que el sindicato camionero y el liderazgo de Hugo Moyano es un liderazgo tradicional, es parte de ese sindicalismo tradicional», reflexiona Facundo Moyano. «Pero después, cuando mirás la historia y lo analizás desde la práctica gremial, la calle lo ha encontrado más con la izquierda y la CTA que con los gremios tradicionales. En 1994 la Marcha Federal la cierra mi viejo y estaba el Perro Santillán, estaba Víctor De Gennaro. Siempre estuvo luchando. Estuvo en los noventa en el MTA, después en la CGT Disidente, denunció ‘la Banelco'», fundamenta.
Efectivamente, junto al fallecido Juan Manuel Palacios de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), Hugo Moyano fue una referencia de la resistencia en la larga noche del neoliberalismo. En 1994 constituyeron el MTA, luego provocaron juntos una ruptura de la CGT sobre la base de una postura más confrontacionista.
Fue convocante de movilizaciones masivas como las llamadas «Marchas Federales» y de paros nacionales contra los planes económicos de Menem. Bajo el Gobierno de la Alianza, en abril del año 2000, enfrentó la reforma laboral y denunció coimas en el Senado para su aprobación, lo que quedó en la memoria colectiva con el tristemente célebre calificativo de «Ley Banelco».
Según la versión de Moyano y otros sindicalistas, el entonces ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, soltó imprudentemente en una reunión privada (incluso con algunas copas de más) que no veía inconveniente para la aprobación de la reforma entre los senadores peronistas porque para ellos tenía «la Banelco» (la metáfora refería a la línea de tarjetas más conocida en ese momento para retirar dinero de los cajeros automáticos).
El día que se aprobó, en la madrugada de un miércoles, la movilización fue reprimida y varios dirigentes moyanistas fueron encarcelados.
Todas estas acciones lo convirtieron en una de las figuras más ruidosas del antimenemismo. Un hecho que, sin embargo, no impidió conexiones con la administración del riojano, que pasaron por lo que algunos califican como los «sótanos de la democracia»: el jefe de los servicios de inteligencia del Estado (Side).
«Cuando fue eyectado de la Side, el Tata Yofre tuvo tiempo de sugerir a un reemplazante: el abogado laboralista Hugo Anzorreguy, que tenía un estudio jurídico con sus tres hermanos desde el cual asesoraba a varios gremios. Entre ellos, los colectiveros de Palacios. El nuevo ‘Señor 5’ terminó por ser el interlocutor principal del Gobierno con los sindicatos rebeldes, sin perjuicio de haber destrabado la causa judicial que logró encarcelar por unos días a Moyano», revelan los periodistas Mariano Martín y Emilia Delfino en la única y completa biografía publicada en el país sobre Moyano. (El hombre del camión, Sudamericana, 2008). «Señor 5» es el apodo del jefe de los servicios de inteligencia porque ocupa la oficina del quinto piso de la sede central de los dueños de todos los secretos.
«Que el agente de diálogo de uno de los sindicalistas más combativos con el Gobierno sea el máximo jefe de los espías no deja de ser, de mínima, paradójico», ironiza el exfuncionario del off.
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Ingresar al edificio de la CGT de la calle Azopardo 802 es como un viaje al siglo pasado a través de una invisible máquina del tiempo. La tarde gris de finales de octubre torna más solitario al imponente inmueble. Las placas de bronce y los bustos inmóviles se amontonan anárquicamente en la entrada y agasajan a Saúl Ubaldini, José Ignacio Rucci, al 20º aniversario del primer paro general contra la dictadura y a otros tantos referentes (conocidos o no tanto) que fueron protagonistas de retazos de historia de la CGT. El portero indica con escasas ganas que el ascensor es manual.
Cuando se abre la puerta en el quinto piso, lo primero que se observa es la oficina de la Secretaría Gremial a cargo de Pablo Moyano, a cuyo título renunció a principios de 2018 por diferencias con la conducción de la central. Un hombre de estatura media, espaldas anchas y un peso imponente espera en el pasillo. En la primera oficina, otros cinco hacen nada rodeando una mesa y saludan desinteresadamente.
En la siguiente sala, detrás de una puerta doble de madera lustrada, bajo un formidable cuadro pintado en blanco y negro con la clásica foto del abrazo de Perón y Evita y con el lema «El peronismo será revolucionario o no será nada», se encuentra Juan Carlos Schmid, uno de los tres secretarios generales que comandan la central desde 2016. Una efímera y deslucida conducción con los días contados. Con ritmo pausado y acentuando las palabras, Schmid define a Hugo Moyano como un hombre de poder:
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La columna vertebral de ese sistema de poder es, sin dudas, el sindicato de camioneros.
Paradójicamente (o no tanto), su densidad creció de manera inversamente proporcional al debilitamiento de la estructura productiva, logística y de transporte del país producido por el «modelo» del que Moyano se consideraba el enemigo público número uno. El desmantelamiento de la red ferroviaria que trajo consigo la oleada de privatizaciones de la última década del siglo pasado concentró aún más el traslado de mercaderías en el transporte carretero. En una extensa y profunda investigación académica sobre la estructura del gremio y su itinerario, los investigadores Enzo Benes y Belén Fernández Milmada traducen esta realidad a números: el 96 % de las toneladas transportadas se realiza a través de camiones, y los ferrocarriles trasladan apenas un 4 %. (Revista Desarrollo Económico, 2012).
Pero, además, Moyano desarrolló una estrategia de expansión que también se alimentó de las transformaciones producidas en el mundo del trabajo por el vendaval neoliberal.
El exfuncionario del off reflexiona sobre lo que considera una contradicción del Negro:
Benes y Fernández Milmada describen las fases de esta orientación:
En las puertas del ascenso del Gobierno kirchnerista, cuando todavía administraba interinamente el país el senador Eduardo Duhalde, el Ministerio de Trabajo de la Nación aprobó en marzo de 2003 una reforma del estatuto del sindicato camionero de Buenos Aires en la que este redefinió la actividad del sector como «logística».
Entre los nuevos potenciales representados estaban los trabajadores de los depósitos de mercadería, los encargados de la carga y descarga de vehículos, los que administran los stocks y preparan los pedidos, entre muchos otros empleados que estaban encuadrados en otros gremios (esencialmente en Comercio).
«Es importante mencionar que los vínculos políticos del gremio ayudaron al éxito de esta estrategia. El Ministerio de Trabajo tomó una actitud permisiva frente a los conflictos por encuadramiento, fallando a favor de Camioneros en la gran mayoría de los casos», certifican los académicos antes mencionados.
Algunos no dudan en deducir que Moyano controla más del 80 % del Producto Bruto Interno: transporte de cosechas, ganados, hidrocarburos, minerales, mercaderías para el consumo local y para exportar, insumos para industria, logística y almacenamiento de mercancías. Además del traslado de correspondencia, que pretende reconvertirse hacia e-commerce, y la sensible recolección de residuos, que puede arruinar el ambiente de una ciudad o un distrito tan solo con algunas horas de paro. Con sus aliados, controla los puertos y gran parte del traslado de personas. En términos del arte militar, diríamos que tiene la llave del país.
Además del amparo y favoritismo del Estado, el furioso crecimiento del sindicato estuvo unido a una estrategia de alianzas con grupos empresarios donde el emblema es la turbia relación con la empresa OCA, la compañía postal privada más importante del país, cuyos siete mil trabajadores están afiliados al sindicato de camioneros. La firma que se destaca por el violeta de su marca, con el que sus fundadores mediterráneos quisieron homenajear al Obispado de la clerical provincia de Córdoba, hoy formalmente está en manos de un excéntrico empresario sospechado de relaciones íntimas con Moyano que, por supuesto, niega rotundamente.
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Patricio Farcuh se mueve como un testaferro, actúa como un testaferro y habla como un testaferro. Sin embargo, niega tajantemente ser un testaferro. Lleva marcado en la generosa frente el mote de ser el prestanombre de Hugo Moyano en OCA. En los papeles, es dueño de la empresa; en los hechos, quién sabe. Llega una hora después de lo acordado a la sede central que la firma tiene en el barrio de Balvanera en la Ciudad de Buenos Aires.
La manzana que la compañía ocupa en la calle La Rioja al 300 fue escenario de una cinematográfica imagen bélica en mayo de 2017, cuando cerca de quinientos gendarmes garantizaron su reingreso a las instalaciones luego de diez meses en los que no le permitían entrar. En ese momento, Farcuh culpaba a Moyano y a una parte del grupo gerencial que, casualmente, todo el mundo identificaba con Moyano. Es más, uno de los días en los que estuvo impedido de entrar a la empresa intentó acercarse y fue expulsado por el propio dirigente camionero -según Farcuh denunciaba en ese momento- con el aval de la Policía. Del otro lado lo acusaban de haber desfalcado la empresa, endeudarla irresponsablemente hasta dejarla al borde de la quiebra.
Arranca echando espuma por la boca contra todos aquellos grandes medios que, siendo «el empresario más importante del país», no publicaron una línea sobre aquel espectacular incidente, y se ensaña especialmente con las cadenas CNN y O Globo, que, según él, naturalmente deberían haber hecho portada catástrofe con su figura en el centro. Agrega el condimento de que en once oportunidades sufrió atentados contra su vida. Si todos fueran ciertos, serían demasiados para este hombre de cuarenta años, calva juvenil, casi un 1.80 mts. de altura y tatuajes en todo el cuerpo. Tuvo una atropellada trayectoria empresarial al frente del grupo RHUO (Recursos Humanos Organizados), que presta múltiples servicios, varios en áreas en las que manda el sindicato de camioneros (limpieza, logística o personal eventual). Se traslada aceleradamente en moto, hizo una acelerada carrera y habla de manera acelerada. Amontona palabras y despliega desordenados argumentos, mezcla números caóticamente y ninguna cuenta cierra.
Asegura que Moyano escuchó a la gente equivocada, que no hay ningún documento que certifique que Camioneros haya puesto plata para pagar los sueldos, como se rumoreó en el tiempo en que fue «expulsado» de las oficinas, y que si la empresa esponsorea al club Independiente es porque las impresiones cuestan mil veces más baratas que en cualquier formato de publicidad.
En 2010 compartió palco con Pablo y Facundo Moyano en un partido de la Selección Argentina en el mundial de Sudáfrica. Dice que se encontró de casualidad, tan de casualidad como los integrantes de la barra brava de Independiente que también estaban allí.
Seis meses antes, apenas había recuperado el control operacional de la empresa, culpaba a Pablo y Hugo Moyano, a la barra del club de Avellaneda y a un sector de la gerencia por la «usurpación»:
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«Moyano aplicó el estilo Jimmy Hoffa, a quien admiraba como dirigente. Hugo introdujo dos variantes en la conducción que, combinadas, le permitieron ganarse a los camioneros: estructura verticalista a cambio de pelea constante por los intereses de los afiliados», sintetizó para la biografía de Delfino y Martín un hombre que trabajó como asesor de Moyano, .
Pablo Moyano asevera sin ninguna duda: «Nosotros a veces en forma chistosa decimos: ¿cuántos trabajadores se tatúan una frase o una cara de su dirigente gremial? Y vos ves por la calle que muchas veces un compañero te lleva un gorrito, una campera, un chaleco de Camioneros, ese es el sentido de pertenencia que tienen los trabajadores y que se dio precisamente por los años de lucha que dio él». En ese marco, el tema de la democracia sindical no le parece relevante: «¿Democracia sindical? Creo que en todas las organizaciones sociales hay participación, podrá haber alguna que no deja participar a los trabajadores, pero en la gran mayoría hay participación».
Facundo Moyano es más crítico del sistema sindical argentino. De hecho, siendo diputado presentó un proyecto de ley al que calificó de «democracia sindical» para retocar aspectos de la estricta regimentación del sindicalismo. Pero considera que, por el hecho de elegir a sus dirigentes a través del voto directo, Camioneros es un sindicato democrático, «a diferencia de la UOM, de la UOCRA o de la UTA, que tiene un estatuto que es asesino».
«Moyano no consigue las cosas porque sea democrático, las consigue porque tiene un poder de la puta madre», se exaspera el exfuncionario del off. «Camioneros no es un sindicato democrático. No quiero imaginarme mucho una lista opositora en Camioneros. Yo no pondría las manos en el fuego por la democracia sindical en Camioneros», sentencia.
Tampoco Sebastián pone las manos en el fuego porque, de haberlo hecho, las tendría carbonizadas. Sebastián trabajó ocho años en el gigantesco centro logístico de ocho manzanas que el supermercado Carrefour tiene en la localidad de Esteban Echeverría, al sur del conurbano bonaerense. Él sí que experimentó una situación especial con esto de la democracia. Fue contratado por la empresa de logística GPS (Grupo RUHO). A mediados de 2016, junto a un conjunto de compañeros protagonizó un conflicto con la exigencia de que la empresa abone las cargas sociales, una lucha que llegó hasta un paro de dos días cuando «un compañero llevó a su nena descompensada al médico y no la quisieron atender en la obra social».
Sebastián y su grupo fueron despedidos, y a los pocos meses lograron una medida cautelar de reinstalación en la Justicia. El día que tenían que volver a trabajar, activistas de Camioneros se movilizaron con la amenaza de parar todo si Carrefour permitía el ingreso de los despedidos.
Para este modus operandi interno hay una referencia más cercana en tiempo y espacio que el legendario Hoffa del que hablaba el asesor de Moyano. En Quién mató a Rosendo Rodolfo Walsh describió el lado oscuro de la luna vandorista: «El vandorismo tiene su discurso del método que puede condensarse en una frase: ‘El que molesta en la fábrica, molesta a la UOM; y el que molesta a la UOM, molesta en la fábrica’. La secretaría de organización del sindicato lleva un prolijo fichero de ‘perturbadores’, permanentemente puesto al día por los ficheros de las empresas». En una larga conversación con el periodista José Tcherkaski, que se publicó como libro (Moyano por Moyano, Junta Palabras, 2001), Hugo Moyano sintetizó su discurso del método:
Hasta ahora, parece que en Camioneros las cosas se hicieron siempre «bien» para que no surja una oposición.
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El 15 de octubre del año 2010 el estadio del club River Plate estaba repleto. Más de cien mil almas convocadas por la CGT conducida por Hugo Moyano se reunieron para conmemorar el Día de la Lealtad. El verde que caracteriza al gremio de camioneros era preponderante entre las banderas del estadio. Fueron invitados el expresidente Néstor Kirchner, en ese momento diputado nacional, la presidenta en funciones, Cristina Fernández, los gobernadores y legisladores del peronismo.
Con campera de cuero como la que lucía e hizo famosa Saúl Ubaldini, camisa blanca como para una gala y anteojos como de intelectual, Moyano hizo un enérgico y reflexivo discurso. Después de aclarar en dos oportunidades que el acto no era una demostración de fuerzas, afirmó:
Y casi al finalizar su alocución arrojó a los cuatro vientos la frase maldita:
En la larga mesa del escenario donde estaban sentados los políticos se cruzaban miradas incómodas y cuchicheos desaprobatorios por semejante imprudencia. El resto es historia conocida: la expresidenta respondió al «compañero secretario general», después de aclarar dos veces que siempre valoró el sentido de responsabilidad del dirigente, que ella trabajaba desde los 18 años.
Para muchos ese duelo público y a cielo abierto fue el inicio de una grieta que no se cerró jamás. En esa grieta se gestaron los cinco paros generales que enfrentó la expresidenta en su segundo mandato antes de encaminarse a la madre de todas las derrotas frente a Mauricio Macri en las elecciones de 2015.
Un investigador autorizado en la historia del complejo vínculo entre movimiento obrero y peronismo, el sociólogo Juan Carlos Torre, asegura:
Juan Carlos Schmid asegura con delicada diplomacia que «en el terreno de las apuestas políticas, Moyano no ha sido tan certero, ¿no?, pero es un hombre que ha tratado de incursionar en ese campo con todos los desafíos que eso implica».
«Hay que contextualizar todo, pero yo no participé de sus apuestas políticas, salvo en el PCET (Partido por la Cultura, la Educación y el Trabajo, partido fundado por Moyano)», se distancia moderadamente Facundo Moyano. «Después del año 2011, armé un bloque con Omar Plaini. Después no participé de las legislativas de 2013 con (Francisco) De Narváez, no participé tampoco cuando le hizo algún tipo de guiño a Macri», explica.
Pablo es mucho más tajante y categórico: «Una de las críticas puede ser la alianza que se hizo con De Narváez en ese momento, esa puede ser una crítica, haber errado en ese momento, haber hecho una alianza con uno de los empresarios más oligarcas que hubo en los últimos años».
En octubre de 2015, en plena campaña electoral, Macri, entonces candidato por la coalición Cambiemos, realizó un acto para inaugurar un busto de Perón en la Ciudad de Buenos Aires. Era difícil separar el evento institucional del acto de campaña y todo parecía indicar que lo primero era una excusa para lo segundo, justamente cuando disputaba una porción del voto peronista.
Para Facundo, la participación de su padre en el evento fue un claro guiño al actual presidente. Pablo asegura que fue un mero acto institucional.
«Hay gestos de los que no se vuelve», sentencia el exfuncionario del off y explica: «Eso fue claramente marcar su apoyo al macrismo. Creo que es una relación más de negocios que de política. No creo que su vínculo tenga que ver con la política». Ana Natalucci, socióloga, investigadora del Conicet y especialista en sindicalismo, asevera: «Yo creo que Hugo jugó para Macri en el acto de inauguración del busto de Perón. Él no es inocente, es un dirigente que condujo la CGT doce años: uno puede exigirle a Moyano que no puede tener ingenuidad. Si vos hacés un acto con el Momo Venegas, que era el sindicalista más impresentable que tuvo este país, con Macri, agradeciendo que donó un busto de Perón… Si eso no es jugar a favor de Macri, no sé bien qué sería».
Luego de haber apoyado a Menem, como la mayoría de los peronistas embriagados con el caudillo riojano en 1989, en su itinerario posterior Moyano respaldó a José Octavio Bordón en 1995; a Eduardo Duhalde en 1999; a Adolfo Rodríguez Saá en 2003 -quien llevaba como candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires al exmilitar carapintada Aldo Rico, con quien compartió un acto-; al kirchnerismo en el período 2005-2011; a «uno de los empresarios más oligarcas que tuvo este país», Francisco De Narváez, en 2013, e implícitamente a otro empresario, un poco más rico que el anterior, Mauricio Macri, en 2015.
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El sindicalismo tradicional argentino desde el peronismo siempre transitó las difusas junturas entre la resistencia y la integración, según la definición del historiador Daniel James en su clásico trabajo sobre el fenómeno. (Resistencia e integración, el peronismo y la clase trabajadora argentina, Siglo XXI, 2013).
Hace más de cuarenta años, el teórico marxista inglés Perry Anderson delimitó la naturaleza de la acción sindical en general en un artículo que se publicó traducido en el número 13 de la revista cubana Pensamiento Crítico: «Pero, al mismo tiempo, a causa de la naturaleza paradójica del sindicalismo -un componente del capitalismo que por su naturaleza lo es también antagónico-, ni siquiera los peores sindicatos suelen ser meras organizaciones de adaptación a la situación imperante. Si lo fueran, a la larga perderían sus miembros por no obtener ventajas económicas».
La socióloga Ana Natalucci asegura que «Moyano es el dirigente que logró reposicionar a la CGT en la discusión política, ese es un saldo que hay que ponérselo en su factura. Lo hizo mal, ‘a lo camionero’, si querés, eso de ‘Te tiro el camión encima’. Pero me parece que esa idea de que el peronismo no podía ser solo un partido profesionalizado, sino que debe representar otros intereses, eso lo pone en juego Moyano».
Pese a las derrotas que el neoliberalismo infligió a lo que se conoce como «el movimiento obrero organizado», la Argentina continúa siendo un país con una gravitación preponderante de la clase trabajadora y sus sindicatos. Con un 37 % de agremiados, está entre las naciones con más alta tasa de sindicalización del mundo. El cambiemismo de Mauricio Macri identifica en esas trincheras de la sociedad civil uno de los mayores obstáculos para la llamada «modernización».
Detrás de la rabia que destilan los editoriales de los diarios poderosos que cada dos por tres dedican una a Moyano o al moyanismo reside un odio clasista hacia todo ese universo que a su manera representa.
Cómo lo «representa» es otro cantar. Hace más de cuatro décadas que no maneja un camión, sus hijos devenidos en sindicalistas profesionales prácticamente no pasaron por la experiencia de la vida como trabajador de base y el emporio camionero se convirtió en un aparato semiempresario, donde muchas veces es difícil distinguir de qué lado del mostrador se encuentra. Pese a todo esto, Moyano asegura que la burocracia sindical no existe, es parte de una época sobreideologizada y de un tiempo superado, de los años lejanos de la hegemonía ideológica y cultural de la izquierda:
En algún momento de esa larga conversación, el periodista sugiere elípticamente que desentrañar el relato de las personas es fácil, lo difícil es dilucidar su práctica; que lo importante no es lo que dice, sino lo que hace. Por eso advierte, como al pasar: «Yo suelo creer la mitad, porque la otra mitad son los hechos».
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Moyano-el-ultimo-vandorista
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