La paranoia está llegando a extremos inconcebibles, hasta un punto que solo cabe calificar como ridículo. La directora de un teatro alemán ha suspendido la representación de una ópera de Mozart ‘por si acaso’. Todos los buenos librepensadores han puesto el grito en el cielo: ¡una vez más los musulmanes están poniendo límites a nuestras […]
La paranoia está llegando a extremos inconcebibles, hasta un punto que solo cabe calificar como ridículo. La directora de un teatro alemán ha suspendido la representación de una ópera de Mozart ‘por si acaso’. Todos los buenos librepensadores han puesto el grito en el cielo: ¡una vez más los musulmanes están poniendo límites a nuestras libertades! Ya no hay que esperar a que ningún chiflado llame amenazando, o a que un clérigo reaccionario con afán de notoriedad eleve las manos indignadas hacia el cielo. Ahora las meras sospechas de que una obra que no interesa a nadie tal vez podría llegar a resultar ofensiva e incluso quizás generar una hipotética amenaza de unos presuntos islamistas radicales bastan para armar un revuelo mediático muy superior al generado por la guerra del Congo, con sus cientos de miles de muertos y de desplazados. Cualquier fantasía que sirva para señalar al islam como fuente de conflictos es aceptada con agrado, por muy infundada que esta sea.
Lo más gracioso del caso es que esta versión de Idomeneo había sido estrenada en Alemania en el 2003, sin que nadie protestase. Es decir: ya se sabe que esta ópera no ofende a nadie. Por si fuera poco, los líderes musulmanes alemanes han pedido que la obra sea representada, y se han comprometido a asistir a la representación, como muestra de que no hay nada ofensivo en ella, de que todo esto no es más que una burda fantasía. Pero esto no es suficiente. Algún comentarista malicioso dice que estos musulmanes son unos hipócritas, que lo dicen solo por contentar a la opinión pública… No importa lo que sintamos, digamos o pensemos: nuestros sentimientos, pensamientos y opiniones han sido ya decretados de antemano. Si lo que decimos no concuerda con el prejuicio establecido, ello solo sirve para confirmar nuestra malicia. Bien los sabemos los de Junta Islámica, acusados por Gustavo de Aristegui de ser ‘islamistas radicales’ e incluso ‘yihadistas’ tras emitir una fatua contra el terrorismo.
Resulta extraño ver enfrentados a Mozart y el islam, cuando las simpatías de Mozart por todo «lo turco» son de sobras conocidas. Mozart vivió en un tiempo en cual el sitio de Viena era parte del pasado y lo otomano se convirtió en una auténtica pasión. Hablamos de la moda de las «turquerías», cuando los otomanos introdujeron el consumo del café en las ciudades europeas, para desesperación de algunos sacerdotes, que advertían a los «buenos cristianos» contra los efectos perniciosos de este «brebaje sarraceno». También el famoso croisant tiene el mismo origen.
No nos dejemos engañar: en todo este asunto el único atentado contra Idomeneo lo ha cometido el director, inventándose un final con decapitaciones de cabezas en silencio. Son ganas de hacer callar a Mozart para decir lo suyo a una audiencia que nunca iría a ver una obra suya, y que solo ha ido al teatro para escuchar a Mozart. La paranoia siguiente es una construcción artificial. Seguramente los motivos de la directora del teatro y del «genial director» son más prosaicos. Del fracaso de su estreno en el 2003 pueden pasar a un éxito clamoroso, merced a la publicidad que hábilmente han generado.
Y mientras en mundo se desangra. Seríamos más conscientes del estado del mundo en que habitamos si la prensa y la manada de analistas de salón hubieran dedicado la mitad del esfuerzo perdido en este estúpido asunto a recordar que cada año mueren de hambre en el mundo más de 800 millones de personas. Seremos menos conscientes en la medida en que la prensa se dedica a propagar fantasías de este tipo, y le permitamos que ocupe nuestros amaneceres. Una fantasía creada al gusto del bienpensante europeo, satisfecho con su cultura de museo, incapaz de comprometerse con la realidad que le rodea. El fantasear sobre el ‘fanatismo oriental’ les hace sentirse bien consigo mismos, con su barriga inflada de televisión y de cerveza. Esos que hoy se escandalizan por unas amenazas que solo existe en sus mentes enfermizas son los mismos que hicieron la vida imposible a Mozart en su tiempo, representantes de lo peor de Europa, del inmovilismo y la conciencia rota en un tazón de porcelana.