Elaborado por el autor en base a informe de Damián Bil, Viviana Rodríguez Cybulski y Emiliano Mussi.
La fuerte devaluación del peso argentino no cerró el problema económico sino que es la expresión de una crisis más generalizada. Lejos de un problema cambiario, la caída del valor del peso implica el sinceramiento de la contracción de la economía argentina, en un contexto general de devaluaciones de los llamados «países emergentes». El comienzo de la guerra de divisas se da ante las perspectivas de un menor crecimiento chino.
El gobierno pasó de sostener que no iba a devaluar a defender el dólar oficial a 8 pesos como el de «convergencia». Este papelón es superado por su idea de que la Argentina está exenta de la crisis mundial gracias a sus políticas anti-cíclicas. La oposición patronal no se queda atrás en su incapacidad explicativa. Atribuyen la devaluación al mal manejo del Ministro de Economía, Axel Kicillof, por keynesiano o marxista, cuando ellos proponían lo mismo durante la campaña electoral. El precio del dólar es sólo el síntoma de una situación mucho más compleja. No estamos blindados frente a la crisis ni hemos perdido ninguna oportunidad. Veremos más adelante que el crecimiento de los últimos años es resultado directo de la crisis mundial y por lo tanto la caída era inevitable en manos de este o de cualquier otro gobierno que no realice una transformación social de fondo. Como en toda crisis, los trabajadores deberán pagar las peores consecuencias. Pero los capitales también verán en cuestión su supervivencia y esto se traducirá en una crisis política. Aunque dura e indeseable, la situación actual también representa una posibilidad para la clase obrera.
Disputa por la renta agraria y el salario
El crecimiento latinoamericano de los últimos años estuvo impulsado por tres grandes motores. Al aumento de la tasa de explotación lograda a partir de la caída del salario real desde los 70, se sumó la fuerte suba del precio de las materias primas y el acceso a divisas por endeudamiento. La opción de endeudarse estuvo disponible para Brasil pero no para Argentina ya que el default no fue resuelto -pese a los numerosos intentos por acordar con el Club de París y con los fondos buitres [2].
En Argentina, el alza en la tasa de explotación empieza a evidenciarse desde los ’70. No se revirtió con la suba del salario real ocurrida en el período 2003-2009 y se profundizó cuando el proceso inflacionario empezó a licuar lo que se conseguía en paritarias [3]. La renta de la tierra que empezó a crecer desde 2004 implicó ingresos extraordinarios que impulsaron el crecimiento tanto del gasto social como el gasto destinado a los capitales industriales que se beneficiaron con esa riqueza que el Estado les transfería y aún transfiere. La inmensa mayoría de esas empresas son poco competitivas: su productividad es baja por su escasa dotación tecnológica y los salarios que pagan -aunque bajos- son más altos que los del sudeste asiático. Sin los subsidios y la protección arancelaria serían empresas inviables. Sin acceso al crédito internacional y sin posibilidad de gravar a los mismos capitales que subsidia, el Estado hizo de la apropiación de renta agraria el sostén de todo el «modelo» [4].
El aumento del precio de la soja ocultó esto e hizo parecer que estábamos ante la oportunidad de un despegue productivo. Debido a las sostenidas transferencias del Estado, aumentó la actividad económica y el empleo se recuperó. Aunque el grueso del total fue precario y en negro. La mayor parte de la clase obrera continuó amenazada por el desempleo. Este carácter de población sobrante para el capital se evidenció en la persistencia de la asistencia social como un componente fundamental del ingreso pese al supuesto boom industrial y al nuevo «modelo de crecimiento con inclusión social» [5].
Los mecanismos por los cuales la riqueza que proviene de la renta van hacia el Estado y los capitales son complejos pero claves para entender la forma que adopta la crisis. Hasta 2008, el impuesto a las exportaciones agrarias (las llamadas «retenciones») financiaron los subsidios del Estado. Pero luego del conflicto con la patronal del campo y el fracaso de establecer un sistema de retenciones móviles, el mecanismo de transferencia por excelencia pasó a ser el tipo de cambio [6]. La moneda expresa la capacidad de compra en el extranjero del conjunto de la economía y está determinada por la fuerza que tienen los capitales radicados en ella de disputar una parte de la riqueza producida por los obreros a nivel mundial. Las monedas más fuertes son las de los países con mayor productividad. La Argentina tuvo a lo largo de su historia momentos en los que su capacidad de compra superó a la que correspondía a la paridad de su moneda en función del peso relativo de sus capitales en el mercado mundial. De los últimos años, se destaca la dictadura y la década del ’90 con la ilusión de que un dólar era igual a un peso (cuando la paridad cambiaria correspondiente a la productividad local con respecto a la de los EEUU se encontraba cerca del 2 a 1). En esas ocasiones, la clave para sostener la sobrevaluación eran los ingresos de divisas por el endeudamiento externo. Como vemos en el gráfico 1, ese proceso de sobrevaluación empieza a repetirse desde el 2006 (aunque con más fuerza desde 2009), pero no se financia con deuda externa sino con los dólares de la soja.
El peso (al cambio oficial) se encuentra sobrevaluado desde 2007 como forma de apropiación de renta. Eso empujó también la inflación, que evolucionó a más de un 20% anual durante esos años, incluso por sobre el salario. La devaluación, que al 24 de enero alinea el valor del peso escasamente por encima de la paridad, implicaría a su vez una reducción de los costos laborales para el capital, y una mayor erosión del salario para los trabajadores por la inflación y la pérdida de poder adquisitivo. Pero al no generarse nuevos sectores competitivos, la acumulación de capital en Argentina no tiene perspectivas de relanzarse de forma virtuosa. La salida de la burguesía implica, entonces, peores salarios y condiciones para la clase obrera.
La sobrevaluación implica que el dólar está más barato de lo que corresponde a la capacidad de compra real de la industria local. Esto es evidente cuando la mayor parte de los capitales locales no logra exportar y sin embargo accede a importaciones, y en el caso de las empresas extranjeras radicadas en Argentina logran remitir ganancias en dólares a sus casas matrices. ¿De dónde salen estos dólares? De los exportaciones de las mercancías de origen agrario y minero. Por ejemplo, por cada tonelada exportada de soja los exportadores reciben divisas que están obligados a convertir en pesos. Al estar barato el dólar (sobrevaluado), los exportadores reciben menos pesos de lo que deberían recibir por cada dólar. Lo que es barato para unos resulta caro para otros. En 2008, el agro consiguió una victoria pírrica porque aunque frenó la suba de las retenciones no pudo impedir la quita de renta de la tierra vía tipo de cambio. Pedir una devaluación lo hubiera enfrentado de lleno no solo con la clase obrera sino con el resto de los capitales que se benefician con el tipo de cambio sobrevaluado.
¿Cómo se llegó a la sobrevaluación? Con la inflación. Al subir los precios y mantener fijo o devaluar el tipo de cambio pero con una tasa menor que la suba de precios, el peso se fue apreciando. El gobierno emitió para comprar los dólares provenientes de la renta agraria por encima de la capacidad productiva real de la economía de absorber esa magnitud de billetes. Con la inflación, el gobierno resolvía otro problema: el aumento de la tasa de explotación. Gracias a que la suba de precios fue mayor a la suba de los salarios acordada en paritarias (y muchísimo mayor a los salarios en negro) también lograba un beneficio para las empresas. Así, mataba dos pájaros de un tiro. Por un lado bloqueaba al sector agrario y por el otro ejecutaba la baja salarial que necesitaban los capitales industriales. Además, se ganaba el favor de las empresas multinacionales que al obtener dólares baratos podían remitir utilidades infladas a sus casas matrices. El problema es que lo hacía con un mecanismo no impositivo que no le permitía recaudar y que aún amenaza a las arcas públicas. La esperanza del gobierno era que todos estos favores llevarían al capital internacional más concentrado a habilitar préstamos para la Argentina -como había ocurrido en los ’90 cuando la moneda estaba sobrevaluada. Esto nunca ocurrió y el déficit fiscal empezó su expansión. La emisión se volvió la herramienta para cubrirlo, estimulando más la inflación.
Escalada inflacionaria y demanda de dólares
Pero esta dinámica es insostenible en el largo plazo, como lo mostró la crisis de 1982 y la de 2001 que terminaron con las sobrevaluaciones previas del peso. El gobierno salió del paso de la crisis de 2008 pero no resolvió la cuestión de fondo. La sobrevaluación es empujada por la inflación. El problema es que ésta genera al mismo tiempo la necesidad de comprar dólares para escapar de la pérdida de valor de los ahorros. Para que la sobrevaluación siga en marcha el gobierno debe emitir más pesos para que se mantenga una proporción alta de pesos por dólares y este siga barato ante el aumento de la demanda. Lo cual generó más inflación. Esa espiral empezó a comerse las reservas de dólares del gobierno. Sumado al hecho de que por la baja productividad de la industria petrolera local como resultado del agotamiento de los pozos, se hizo necesario aumentar la importación de combustible [7]. Algo que no se revirtió con la estatización parcial de YPF. La sangría de dólares llevó todo el esquema al colapso. Por si esto fuera poco, el precio de la soja dejó de subir y la oferta de dólares vía endeudamiento nunca llegó. El cepo que limitó la compra de dólares se hizo inevitable para ganar tiempo. Poco, pero algo al fin. Al bloquear el acceso al dólar, el gobierno atacó sobre todo a un sector de la clase obrera que no encontró ningún mecanismo de ahorro. Los cacerolazos que se produjeron fueron protagonizados en su mayor parte por los obreros mejor pagos – aunque con una proto-dirección burguesa- que veían perder parte de su salario al no encontrar refugio frente a la inflación [8]. Algo que el gobierno reconoce al abrir la posibilidad de compra de dólares para los asalariados mejor pagos, después de haberlos acusado de «privilegiados». La burguesía también se quejó del cepo al dólar porque no podía ahorrar. Aunque estaban mejor parados que los obreros para enfrentar la pérdida de valor del peso gracias a la compra de bonos que luego son vendidos en el extranjero (el llamado «contado con liqui») y a la posibilidad de remarcar precios.
Por supuesto, la necesidad de conseguir dólares para escapar de la inflación no se anula por una ley. Pese a la prohibición de comprarlos a precio oficial se generó el mercado negro (o blue) con un dólar mucho más caro. De esta manera, el gobierno generaba una devaluación parcial de la economía. Sin perder la capacidad de transmitir renta a la burguesía que la apoyaba (parte de los industriales, bancos y multinacionales) por la vía de mantener sobrevaluado el dólar oficial para la exportación, la importación y la fuga de capital, reducía la demanda de dólares oficiales a través del control de un mercado paralelo más caro. Pero otra vez, se trataba de una escapatoria acotada. La inflación ya se empezó a desbocar al estar los precios regidos por el dólar blue. Solo como ejemplo, los precios de la nafta de la empresa estatal se ajustaban con los cambios del dólar paralelo. Por lo tanto, la presión sobre el dólar oficial aumentó. La devaluación era ya inevitable por causas internas y el tiempo ganado por el gobierno se agotaba.
Un crecimiento crítico
El crecimiento de la renta de la tierra es resultado directo de la crisis mundial. Dos causas explican la suba de los precios de las commodities y las dos están vinculadas. La «real» es el aumento de la demanda china impulsada por su expansión y la «ficticia» es la devaluación del dólar que impulsó una inflación mundial y el refugio financiero en las materias primas. La expansión china está basada en los bajos salarios y se alimenta de la demanda de los EEUU, que a su vez se sostiene sobre la base del financiamiento de China que le compra bonos del tesoro. Es decir que la expansión «real» del gigante asiático se da gracias a los bonos y a la especulación financiera que impulsó la recuperación parcial de los EEUU. Como se ve, todo es muy endeble y la sobreproducción mundial sigue latente sin haberse resuelto las causas de fondo de la crisis.
En este escenario, China empezó a bajar su tasa de crecimiento [9]. La proyección a la suba de las materias primas se frenó y a la vez se empezó a dudar de su capacidad de seguir comprando bonos del tesoro de los EEUU. Ante este panorama, el conjunto de las llamadas economías emergentes empezó a evidenciar problemas. Brasil -supuesta nueva superpotencia- se vio envuelta en una rebelión popular ante la evidencia de que no podía sostener el transporte público. A esto se le sumó la crisis sanitaria y educativa que vive, profundizadas por la fuga de capital reciente. Durante 2012, comenzó una lenta devaluación. Otro de los «emergentes» que devaluó fue Turquía.
La devaluación suave pero generalizada de los llamados países emergentes y la perspectiva de un freno al crecimiento chino pusieron más presión al endeble esquema cambiario argentino. Ahora se tornaba más difícil la apropiación de renta al mismo tiempo que se avizoraba una perspectiva de disminución de la misma. Además, las devaluaciones generalizadas implican otro problema. Por la vía inflacionaria, el gobierno había logrado bajar los salarios en relación al resto de las mercancías (y por lo tanto subir las ganancias de los capitalistas). Todo este esfuerzo pro patronal que le implicó la pérdida de apoyo de una fracción de la clase obrera y la ruptura con una parte de la burocracia sindical no se reflejó en una baja suficiente del costo laboral local en dólares: el costo laboral de los países que devaluaron fue menor al argentino. En particular, esto se ve al comparar el costo laboral con Brasil. El país vecino tiene su moneda aún más sobrevaluada que la moneda argentina gracias a que cuenta con el ingreso de divisas por exportación de materias primas y endeudamiento externo. Pese a esto y como muestra del verdadero carácter de los gobiernos de Lula y Rousseff, Brasil tiene costos laborales menores que la Argentina (ver gráfico 2). Si la situación ya era complicada por lo explicado en el acápite anterior, el escenario mundial se combinó con los problemas internos en el cóctel explosivo de los últimos días.
Perspectivas
La devaluación puso en evidencia la crisis de la economía en su conjunto. El resultado será una doble contracción. Por un lado, habrá menos renta para los ineficientes capitales locales. Los terratenientes deberán hacer algo con su plata y reinsertar sus dólares en la economía nacional, pero es probable que una parte importante la fuguen del país. Por el otro lado, una parte del consumo se evaporará de la mano de la escalada inflacionaria que se produzca que, a su vez, pondrá una nueva presión sobre el dólar para ahorro. Esto llevará a una nueva apreciación de la moneda que podrá ser paleada con una nueva devaluación que acelerará otra vez la inflación. Salvo que se consiga una masa grande de dólares que frene la corrida. El gobierno apuesta a zafar de esta espiral que recuerda a la crisis de 1975 (el llamado «Rodrigazo») por la vía de obligar al sector agrario a liquidar la parte de la cosecha que mantuvo en silobolsas o a la espera de que algún organismo internacional le preste plata y así conseguir dólares. Ninguna de las dos estrategias parece ser la solución. La primera porque lo que queda por liquidar es menos de lo que el gobierno dice [10] y la segunda es menos factible de ocurrir porque a las dificultades para acordar con el Club de París y los fondos buitres, se añade que no parece buen negocio apostar financieramente a un país que muestra menor capacidad de pago en dólares luego de la devaluación. El esquema de pagar para volver a pedir prestado que Kicillof copia de Cavallo parece no poder repetirse tan fácilmente. Pero aún cuando funcionase, el resultado no tiene por qué ser diferente al del método original.
Ante este panorama, la oposición patronal de Massa, Macri y Binner se quedó sin programa. El gobierno se los robó al devaluar y hacer todo lo que pedían en la campaña electoral. La última semana puso en evidencia tanto la unidad de intereses que ambos representan como la imposibilidad de los mismos de expresar alguna salida frente a la crisis que no pase por el ajuste social. Aunque esta evidencia no alcanza para que la clase obrera se plantee en forma automática una alternativa, sí abre una brecha. Alguna fracción impotente de la burguesía se propondrá como recambio. Es así que las organizaciones revolucionarias tienen una oportunidad de plantearse una intervención de conjunto y dejar atrás rencillas ridículas como las que tuvieron los partidos integrantes del Frente de Izquierda. Dicha intervención debe apostar antes que nada a poner límite a la baja salarial por la vía de exigir un mecanismo automático de actualización salarial, como ser una indexación por encima de la inflación. Luchar además por el acceso a mecanismos de ahorro como la compra de dólares, no sólo para los obreros mejor pagos sino también para los de menor ingreso que quedaron afuera de la nueva normativa. Aunque un paso progresivo, esas luchas no salen del terreno gremial y serán sólo paliativos ante la profundización de la contracción de la economía.
Es necesario apostar, por lo tanto, a una salida de fondo. Dicha salida pasa por una acción política que identifique las fuentes de los problemas de la acumulación de capital. La Argentina es una economía basada en capitales ineficientes que viven no sólo de la baja salarial sino de la renta de la tierra (y de la deuda externa, cuando está disponible). La lucha, por lo tanto, tiene que pasar por la apropiación de dicha renta en manos de la clase obrera. Es probable que la devaluación vaya acompañada en breve por alguna acción del gobierno de apropiar la renta a través de impuestos o incluso algún tipo de estatización del comercio exterior. En el 2008, un conflicto de este tipo encontró a la izquierda o detrás de la patronal agraria o paralizada [11]. En esa disputa interburguesa que toda crisis genera, es necesario plantearse una estrategia que ponga a la clase obrera en el centro de la escena para que deje de ser un convidado de piedra. Sin ninguna concesión a la burguesía agraria ni a los dueños de la tierra pero a la vez combatiendo el intento del gobierno de transferir la renta a la ineficiente burguesía local y extranjera. Para eso hay que plantearse medidas expropiatorias tanto de la renta de la tierra como de la industria y los servicios. Cualquier plan de estatización del comercio exterior o de control de precios que no vaya acompañado por una centralización de la producción llevará a un nuevo fracaso. La crisis es una crisis del capital en su conjunto y por lo tanto requiere una estrategia que lo ponga en cuestión.
Como vimos se trata de una crisis que tiene particularidades nacionales pero es de carácter mundial. Por lo tanto, debe estar basado en una estrategia internacional que impulse estas transformaciones en el resto de América Latina. Parte de la clase obrera brasileña, aunque sin una presencia de la izquierda revolucionaria, ya se puso de pie en las movilizaciones por el Passe Libre, contra el Mundial y en apoyo a los docentes [12]. En Venezuela el agotamiento de la política chavista de no avanzar hacia una verdadera expropiación de la burguesía con devaluaciones peores que la argentina, muestra los límites de las salidas bonapartistas [13]. Las devaluaciones implementadas generan una competencia entre las diferentes fracciones nacionales de la clase obrera por ver quién tiene el menor costo laboral en dólares. La acción internacional para enfrentar esta salida común de los capitalistas a nivel regional se vuelve imprescindible.
La izquierda argentina se encuentra a la vanguardia regional para impulsar dicha acción. No sólo por su desarrollo electoral sino sobre todo por su peso y autoridad ganada en diferentes fracciones del movimiento obrero. Es su responsabilidad histórica la convocatoria urgente a un congreso para discutir un programa de acción unificado que supere las consignas gremiales y plantee una perspectiva socialista que lejos de ser utópica se muestra como la salida más realista frente a la hecatombe capitalista que una vez más está en marcha.
Notas
[2] Bil, Damián: «Síganme… La asunción de Kicillof en Economía y el noventismo kirchnerista» en El Aromo N° 76, enero-febrero 2014. http://goo.gl/auHvco; Mussi, Emiliano: «En busca de la deuda perdida. Las razones del cepo al dólar y la posible reapertura del canje» en El Aromo N° 70, enero-febrero 2013 http://goo.gl/8nqXqF
[3] Rodriguez Cybulski, Viviana: «Un corte y una quebrada. El eterno tango de los salarios argentinos» en El Aromo N° 72, mayo-junio de 2013. http://goo.gl/ZP3Rhp; Rodriguez Cybulski, Viviana: «Pobres pero caros. Los límites de la suba salarial bajo el kirchnerismo» en El Aromo N° 70, enero-febrero de 2013. http://goo.gl/Vk0RfX
[4] Para un análisis histórico del rol de la renta de la tierra en la acumulación de capital en la Argentina y un análisis de los mecanismos de su apropiación por diferentes sujetos sociales, ver Iñigo Carrera, Juan: La formación económica de la sociedad argentina , Imago Mundi, 2007.
[5] Seiffer, Tamara: «La militarización de la población sobrante. El Plan Ahí y el uso de las Fuerzas Armadas para la política social» en El Aromo N° 68, septiembre – octubre de 2012, http://goo.gl/EFTqOF
[6] Bil, Damián: «Verde insuficiente. El tipo de cambio como mecanismo de apropiación de renta de la tierra agraria» en El Aromo N° 71, marzo-abril de 2013. http://goo.gl/rlrFvA; Rodriguez Cybulski, Viviana: «Mitos cambiarios. Los debates sobre la utilidad de la devaluación» en El Aromo N° 68, Septiembre-Octubre de 2012. http://goo.gl/OBYWzp
[7] Farfaro Ruiz, Betania: «¿Por qué vino Rockefeller? El acuerdo YPF-Chevron y las perspectivas de la rama petrolera» en El Aromo N° 74, septiembre-octubre de 2013. http://goo.gl/mVuDzS
[8] Kornblihtt, Juan: «¿Robo para la corona o reino (en crisis) del capital?» en El Aromo N° 70 enero-febrero 2013, http://goo.gl/fjKcRI; Kabat, Marina: «Divide y reinarás. Cristina y su política frente a la clase obrera» en El Aromo N° 70 enero-febrero 2013. http://goo.gl/kRY3PY; Harari, Ianina; Nicolás Villanova: «Coordenadas de la huelga general. Un balance del 20N» en El Aromo N° 70 enero-febrero 2013. http://goo.gl/mwOIRo; Alvarez Prieto, Natalia: «Desobedientes. Los docentes frente al paro general del 20N» en El Aromo N° 70, enero-febrero 2013. http://goo.gl/db7zyE
[9] Magro, Bruno: «Espejo oriental. El ajuste en China» en El Aromo N° 76, enero-febrero de 2014. http://goo.gl/Vk07x6. Para un análisis del rol de China en la crisis mundial y su impacto en la lucha de clases: Magro, Bruno: «Exportadora de ilusiones. China en el epicentro de la crisis mundial«, El Aromo N° 69, noviembre-diciembre de 2012. http://goo.gl/FFIUbj
[10] Ver nota de Longoni Matías, Clarín 27/01/2014.
[11] Ver Sartelli, Eduardo (coord.): Patrones en la ruta, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008.
[12] Sleiman, Valeria y Federico Genera: «V de vinagre. El despertar de la clase obrera en Brasil» en El Aromo Nº 73, julio-agosto de 2013. http://goo.gl/UsnvnC; Pereira Leal, Leovegildo: «¡Adelante! Las perspectivas de las movilizaciones populares en Brasil » en El Aromo n° 73, julio-agosto de 2013. http://goo.gl/V2VsKz; Grimaldi, Nicolás: «La contraofensiva. El gobierno de Dilma Roussef frente a la movilización obrera» en El Aromo n° 74, septiembre-octubre de 2013. http://goo.gl/8nqXqF; Simoes, Roberto: «Las huelgas docentes en Brasil. Los trabajadores de la educación de Río de Janeiro resisten la política meritocrática» en El Aromo N° 74, septiembre-octubre de 2013. http://goo.gl/y0lJ4Q; Penna, Adriana: «La dictadura de los megaeventos en Brasil. Deporte y capital: una relación conflictiva» en El Aromo N° 74, septiembre-octubre de 2013. http://goo.gl/mhnyPD
[13] Kornblihtt, Juan: «Chavismo devaluado. La modificación del tipo de cambio como expresión de la crisis en Venezuela» en El Aromo N° 71, marzo-abril de 2013. http://goo.gl/1toF8t
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