Es muy probable que Argentina atraviese un gran giro político en 2014-2015. Estos virajes se han registrado al final de cada ciclo significativo de las últimas décadas. Ocurrió a mitad de los 70, durante los 80 y en el 2001-03. En los tres casos el peronismo registró una convulsión mayúscula. Durante el desmoronamiento de Isabelita, […]
Es muy probable que Argentina atraviese un gran giro político en 2014-2015. Estos virajes se han registrado al final de cada ciclo significativo de las últimas décadas. Ocurrió a mitad de los 70, durante los 80 y en el 2001-03.
En los tres casos el peronismo registró una convulsión mayúscula. Durante el desmoronamiento de Isabelita, la experiencia de Alfonsín y la gestión de Menem, el justicialismo quedó al borde del abismo. Esta conmoción demostró que no es una identidad política inmune a las decepciones que generan sus dirigentes. Logró reconstituirse de estas frustraciones, pero nunca recuperó la fidelidad popular que rodeó a su gestación.
El peronismo ha sobrevivido más que otras fuerzas semejantes de América Latina. Transitó por todos los caminos imaginables, pero el paso del nacionalismo inicial (1940-50) y la resistencia contra la proscripción (1960-70), al totalitarismo represivo (1974-75) y al neoliberalismo (1989-2000) dejó heridas que nunca cicatrizaron. No está destinado a recomponerse eternamente. Se ha regenerado por la incapacidad del establishment para encontrar formas más estables de manejo del estado y por las dificultades que enfrentó la izquierda, para transformar cada crisis del peronismo en una construcción superadora.
CONVERGENCIAS CONSERVADORAS
El ocaso actual del ciclo kirchnerista volverá a estar signado por el cuestionamiento a la tradición justicialista. A diferencia de sus antecesores, Néstor y Cristina encabezaron una administración con fisonomía centro-izquierdista y retórica progresista. Buscaron desactivar la gran rebelión del 2001 y restauraron el sistema político amenazado por esa sublevación. Finalmente lograron recomponer el poder de los privilegiados, pero otorgando importantes concesiones democráticas y sociales. En esta acción improvisaron un proyecto diferenciado del peronismo tradicional, que no generó una identidad sustituta.
Este ciclo concluye con un giro conservador. Cristina se adapta a las demandas del establishment para evitar el traumático final que afrontó Alfonsín. La derrota del 2013 sepultó el sueño de la re-reelección presidencial y han reaparecido las periódicas crisis económicas que sacuden al país. En este marco CFK protege su futuro y ha blindado su imagen con el auxilio de un jefe de gabinete, que se incinera diariamente para asegurar ese resguardo.
Este ocaso implica a una dura frustración para quienes esperaban construir un movimiento progresista y terminan sometidos al decrépito aparato justicialista. Discuten la subordinación directa a Scioli o una negociación posterior a las internas.
El progresismo K bajó las banderas en todos los momentos críticos de la década. Aceptó la devastación del subsuelo, la destrucción ferroviaria, la ley Antiterrorista y concluye avalando a un hombre de la derecha.
El recambio de CFK se dirimirá entre tres o cuatro candidatos del orden conservador. Todos disputan el favor del establishment, perfeccionando la misma agenda de «normalización del país» que exigen los dueños del poder. Exaltan el «dialogo» para «amigarse con el mundo», «recibir los capitales» y «copiar la gestión de nuestros vecinos».
Esta uniformidad seguramente quedará disfrazada por el chisporroteo electoral que encubrirá un giro reaccionario compartido. Esta convergencia explica la desaparición de los caceroleros de las calles. Saben que su programa será aplicado por cualquiera de los vencedores.
Los principales candidatos se apoyan en distintas tradiciones políticas y bases sociales para instrumentar los mismos proyectos. La derecha clásica -que siempre fue minoritaria y nunca pudo acceder al gobierno por las urnas- apuesta a fijar con Macri la agenda general y negociar también cuotas de poder. El PJ de Massa asume planteos reaccionarios explícitos con viajes a Estados Unidos y discursos de mano dura. El PJ de Scioli adopta la misma postura para buscar el soporte de los caciques provinciales, los barones del Gran Buenos Aires y los burócratas sindicales.
La alianza de UNEN con Macri que evalúa el pan-radicalismo confirma el perfil derechista de esta coalición. Como la UCR clásica continúa identificada con la impotencia para gobernar han recurrido a un clon de figuras mediáticas (Solanas-Carrió), probados hombres del establishment (Cobos, Sáenz) y gobernantes conservadores disfrazados de socialistas (Binner). Se ubican en el polo opuesto del reformismo y están muy lejos de la vieja socialdemocracia.
Este contexto preanuncia un imprevisible final de las elecciones, que se dirimiría en un ballotage. Como nadie tendrá mayorías parlamentarias absolutas se abre también la posibilidad de una concertación para asegurar la futura gobernabilidad. Esta perspectiva es promovida por los grandes grupos empresarios, que han confluido en torno a un programa común que ha sido dirigido a todos los competidores. La repetida convocatoria de los medios a imitar el modelo de la Concertación chilena apunta hacia el mismo objetivo.
Un artífice subterráneo de este proyecto es el Papa Francisco que propició el reciente giro contemporizador de Cristina. El pontífice interviene activamente en la política nacional para convertirse en el árbitro de las grandes decisiones. Aprovecha el clima de idolatría auspiciado por todas las figuras, que hacen cola para obtener su bendición. Muchos progresistas no sólo olvidan el pasado pro-dictatorial de Bergoglio, sino la amenaza que representa su influencia para las conquistas democráticas logradas y pendientes.
La principal consecuencia de este contexto político es la pérdida de gravitación de las fuerzas de centroizquierda, que ya se notó en los comicios del 2013. Como todo el espectro de partidos tradicionales asume la agenda conservadora, el progresismo ha quedado girando en el vacío. Está empujado a elegir entre Scioli, Massa, Cobos o Sáenz. Los artificios para diferenciar a Binner de este pelotón son insostenibles.
Los grupos de centroizquierda afrontan el dilema de aceptar silenciosamente la capitulación o ingresar en una parálisis indefinida. El progresismo K ya prepara un discurso de resignación y sus colegas anti- K se debaten entre la adaptación a UNEN y la presentación de alguna candidatura irrelevante.
EL PAPEL DE LA IZQUIERDA
Salta la vista la oportunidad que representa este escenario para la izquierda. La frustración con el kirchnerismo converge con la ausencia de un canal para reciclar esa decepción y con el visible avance de las corrientes anticapitalistas.
Lograron un importante crecimiento electoral y ya cuentan con varios diputados y legisladores. En varias provincias del interior recibieron una avalancha de sufragios. Las recientes elecciones de Mendoza han confirmado este ascenso sin precedentes desde el pre-peronismo.
La izquierda comienza a traducir al plano electoral la fuerza que acumula a nivel sindical, social y estudiantil. Una generación de jóvenes emancipada de los viejos prejuicios anticomunistas busca una nueva identidad política, que empieza a vislumbrar en las corrientes socialistas revolucionarias. ¿Cuál es el alcance de giro? ¿Revierte el ciclo histórico de 1945? ¿Los trabajadores que fueron desde la izquierda hacia el peronismo están transitando ahora el camino inverso?
Hay varios síntomas de esta posible transición. Pero conviene no observarlos como un episodio inédito en 70 años. El repunte de la izquierda se registró repetidamente en la historia contemporánea, cada vez que peronismo ingresó en un cono de sombras.
La izquierda se perfiló como una gran fuerza con el clasismo en los años 70 y quedó neutralizada por el retorno de Perón. Retomó este ascenso al final de la dictadura y quedó opacada por la avalancha de Alfonsín. Volvió a lograr cierta influencia a fines de los 80 y sus frentes electorales se desplomaron durante el menemismo. Tuvo un papel muy destacado en la rebelión del 2001 pero no pudo construir colectivamente y el kirchnerismo neutralizó esa pujanza. Ahora vuelve a ganar terreno y la nueva oportunidad que puede consolidarse o diluirse.
La izquierda conquista adhesiones porque es vista como un canal de resistencia al ajuste, que el oficialismo maquilla con argumentos insostenibles. Es tan absurdo afirmar que «esta devaluación es distinta», como reivindicar el enfriamiento de la economía como instrumento de freno de la corrida cambiaria.
CFK no pudo traspasarle el ajuste a su sucesor y puso en marcha la vieja receta de endeudamiento y tarifazos, haciendo los deberes con el FMI y el Club de Paris. Por eso indemniza a los depredadores de REPSOL y retoma los planes de «fomento del empleo», que Cavallo inauguró reduciendo los aportes patronales.
El gobierno podía intentar la nacionalización del comercio exterior frente a la crisis cambiaria de principio de año. Pero en lugar de obligar a los exportadores y financistas a liquidar las divisas optó por el libreto ortodoxo. Se ha confirmado que sólo un gobierno de izquierda llevará a cabo el control efectivo de los precios, la nacionalización de los bancos y la reforma impositiva progresiva.
El kirchnerismo recicló todos los desequilibrios estructurales de la economía, al renunciar a un desarrollo productivo basado en la apropiación estatal de la renta agro-sojera. Aceptó que la burguesía volviera a fugar capital y a remarcar precios sin invertir. A la hora de pagar las consecuencias de este desmadre pretende transferirle la factura a los trabajadores.
LUCHAS Y PRIORIDADES
Por estas razones la lucha social se ha intensificado. Es la respuesta a una inflación de 30-35% que licúa los salarios, las jubilaciones y todos los programas de gasto social. El gobierno oculta las cifras de pobreza e indigencia para no transparentar que el promedio actual de miseria se asemeja a los decenios anteriores. Nadie puede exhibir como un logro de la «década ganada» que la pobreza afecte hoy al trabajador y no al desocupado o que el asistencialismo evite las situaciones de extrema hambruna.
La gran huelga docente y el paro del 10 de abril han sido contundentes respuestas a estas agresiones. Los maestros le doblaron el brazo a Scioli obligándolo a encontrar fondos adicionales y acotaron el margen del gobierno nacional para recortar salarios. Se demostró que los chicos son rehenes de los ajustadores y no de los docentes.
Lo mismo ocurrió con el paro nacional que superó ampliamente a su precedente de noviembre pasado. El gobierno perdió capacidad de respuesta y sólo repitió los argumentos tradicionales de la derecha. Olvidó que el carácter «político» asumido por cualquier paro no reduce su legitimidad. Desconoció también que la «extorsión» es ejercida por las patronales y no por los piqueteros, que protegen con esa acción a los trabajadores en negro.
Es absurdo desmerecer la huelga como una maniobra de Moyano y Barrionuevo, cuando se gobierna con los gordos de la CGT. El paro fue una victoria popular que reflejó la fuerza social de los trabajadores. No constituyó el intrascendente episodio que imaginan los oficialistas al suponer que «mañana todo sigue igual». Lo más ridículo es presentar al paro como un acto de «egoísmo» por haber sido encabezado por los asalariados con mayores sueldos. Como esa ventaja les otorga mayor capacidad de movilización han liderado todas las grandes huelgas del país.
La presencia de la izquierda en los dos paros ilustra su penetración en los sindicatos. Movilizó a los trabajadores, impulsó asambleas, realizó piquetes y a diferencia de Micheli no se sacó ninguna foto con Moyano. Denunció a viva voz a la burocracia sindical, reinstalando esta vieja denominación del clasismo en el vocabulario político.
Las chicanas que ensaya el oficialismo para asociar la izquierda con Barrionuevo son disparates carentes de credibilidad. Un problema mucho más serio entraña el giro del sindicalismo oficialista de Yasky hacia el boicot abierto de las huelgas. Están cruzando una frontera de clase mucho más grave que el apoyo a un gobierno patronal.
Esta conducta es muy peligrosa cuando CFK acompaña su giro económico conservador con la ratificación de Milani y con un proyecto de ley contra piquetes para criminalizar la protesta social. Esta iniciativa no guarda ninguna relación con la conciliación de los derechos a manifestar y a circular.
Las situaciones dramáticas en los piquetes sólo aparecen cuando hay patotas vinculadas a los funcionarios o a la burocracia sindical. Las protestas populares que recurren a estos cortes para lograr visibilidad, buscan reducir al minino posible las perturbaciones que acompañan a cualquier protesta. El oficialismo intenta generalizar su auto-engaño, cuando afirma que los piquetes perdieron vigencia por el bienestar que aportó el modelo al conjunto de la población.
Todos los problemas que involucran el manejo de fuerzas represivas se han tornado muy serios frente a la dimensión alcanzada por la criminalidad. El viejo pacto de impunidad oficial con la policía para gestionar el delito sin que se note demasiado, ha sido quebrado por la expansión del narcotráfico. El encubrimiento político de las corruptas cúpulas policiales de Santa Fe y Córdoba ilustra hasta dónde llegar las complicidades actuales.
La misma connivencia se verifica en la fuga arreglada de presos y en el enorme caudal de fondos que manejan las barras bravas del futbol. Más grave es el chantaje que realizó la policía a fin del año pasado para someter a todos los gobernadores, con una liberación de zonas que condujo al asesinato de veinte personas.
Como nadie corta esta gangrena social mediante una drástica depuración de policías, jueces y funcionarios asociados al delito, gana terreno la campaña derechista a favor de un Blumberg II. Se promueve la mano dura contra la juventud con un gran despliegue de populismo punitivo, estigmatizaciones y cierto guiño a los linchamientos empobrecida. Scioli es un abanderado de esta política, que el gobierno convalida porque necesita pactos de impunidad para proteger a los funcionarios involucrados en negocios sucios.
Los tiempos se aceleran. Ya no sólo los grandes empresarios y medios de comunicación observan al gobierno actual como dato del pasado. El propio equipo de CFK comienza a actuar como una administración de transición. El escenario nacional tiende a quedar dominado por la agenda electoral y un fuerte polo político de la izquierda potenciará el desarrollo de las luchas que se avecinan.
Claudio Katz es Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz