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Otra falacia (no residual) del DGIM (diario global-imperial-monárquico)

Fuentes: Rebelión

Neruda confesó haber vivido. Yo, que no le llego ni a altura de su primer verso de adolescente (mucho menos claro está, a cualquiera de los poemas del Canto general, Residencia en la tierra u Odas elementales . ¡Lean, lean el último libro de Mario Amorós sobre su muerte!), yo, decía, confieso haber sido durante […]

Neruda confesó haber vivido. Yo, que no le llego ni a altura de su primer verso de adolescente (mucho menos claro está, a cualquiera de los poemas del Canto general, Residencia en la tierra u Odas elementales . ¡Lean, lean el último libro de Mario Amorós sobre su muerte!), yo, decía, confieso haber sido durante más de una década fiel lector de los editoriales de El País , el ex «independiente», el matutino global-imperial-monárquico que abona todos los vértices oscuros, oscurecidos y desalmados del sistema y pseudocivilización del Capital.

Peor imposible, dirán. Pido disculpas por ello. Crecer -política e intelectualmente- no es fácil.

Ahora, en cambio, ya no. No leo ni uno. Cuido mi salud mental, mi indignación poliética y la acidez de mi estómago que también cuenta. La salud, a pesar del señor Boi Ruiz -uno de los máximos privatizadores del gobierno de Mas, el soberbio, y Mas-Colell, el neoliberal fundamentalista- es un derecho ciudadano.

Pero, lo confieso también con roja vergüenza, a veces se me van los ojos. Donde no debieran. Viejas costumbres.

Se me fueron el pasado jueves al tercer editorial -«Acento» es el nombre general del apartado Llevaba por título esta vez «Un problema nada residual».

Gran parte del escrito está dedicado a la última ocurrencia de la señora Ana Botella, una excelente representante de la burguesía castellano-madrileña de toda la vida, neofranquista hasta la última base del último cromosoma de la célula más escondida. No me detengo en esa parte del editorial, no vale la pena. En contra de Feyerabend. Pongo la mirada en el primer párrafo del texto DGIM.

Se inicia así: «Últimamente, el de la recogida de basuras se ha convertido en tema ideal para provocar la controversia». A ver, a ver: ¿tema ideal? ¿Para provocar la controversia? ¿»Provocar» es palabra adecuada? ¿De qué controversia estará hablando el DGIM cuando habla de controversia? ¿No se observa una cierta insana felicidad? Por lo demás, ¿quién ha provocado, quién atiza el fuego de esta conversión ideal?

Finaliza el fragmento -me salto la parte central que luego comentaré- indicando que ahora, la alcaldesa no elegida de Madrid (lo de «no elegida» no es del DGIM), Ana Botella, es la que ha destapado la caja de los truenos. La mujer del «españolísimo» consejero José María Aznar ha anunciado, según parece, que se estudia en la capital del Reino de España (y V de Alemania) dejar de recoger las basuras los sábados y los domingos. Veremos en qué queda la cosa pero no entro en ello, no es el punto.

En medio, tras aquella obertura y este cierre, el editorial habla de lo que interesa, de lo que se quiere hablar. Aprovechando que el Ebro pasa por el Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia de Münster, habla de lo siguiente: «En mayo se supo de la rebelión ciudadana contra los regidores de Bildu en Gipuzkoa, que han establecido un ecológico pero incómodo sistema consistente en obligar a distribuir los residuos en cinco categorías y recoger cada uno de ellos sólo una vez por semana».

¿Rebelión ciudadana contra los regidores de Bildu? ¿Ustedes han visto alguna rebelión ciudadana? Yo sí, la de los mineros asturianos y leoneses por ejemplo. Pero, ¿contra Bildu precisamente? ¿Y qué han establecido esos regidores? Un sistema ecológico, palabra de DGIM. pero incómodo. ¡Vaya por Dios! ¿Y por qué es incómodo? Porque obliga, esta es la palabra elegida, porque no nos deja hacer lo que nos sale del sacro.

¿Y a qué nos «obliga»? A separar residuos en cinco grupos. Y si fuera en dos, en tres o en uno, ¿se hablaría también de obligación e incomodidad? ¿Es un disparate organizativo pensar en días distintos para la recogida de distintos residuos? ¿Es un imposible metafísico, una agresión a «nuestra libertad», aquella que consiste en hacer-lo-que-nos-salga-de-la-olla sea justo o no, adecuado o no, sostenible o no?

Aún más: suponiendo que fuera algo incómodo, suponiendo que se nos educara e impulsara a realizar esa separación de residuos, ¿es ese un argumento para descalificar una propuesta y para hablar, con la risa en los labios y atizando tempestades de acero y descalificación, de rebelión ciudadana?

¿Se trata o no se trata de crecer? ¿Se trata de pensar y educarnos en que la actual política sobre residuos -hay mil ejemplos más- es un callejón sin salida o, si se prefiere, con salida disparatada? ¿No se trata de probar nuevos caminos -pensados, meditados- que sean mucho más transitables a largo plazo aunque puedan ser un poco incómodos inicialmente?

No se trata de eso, claro está. De lo que se trata es de darle caña al mono. Y el mono, una vez, es Bildu. No por nacionalista, lo son también el PNV y CiU, sino porque las gentes que están detrás de BILDU corroboran una y mil veces más que los planes de integración de la Inmaculada transición-transacción tuvieron alguna hendidura, no fueron perfectos. Casi nada es perfecto, nos enseñó Billy Wilder.

Ellos no pasaron por el tubo y quieren no seguir pasando. Buscan nuevas formas de vivir que el tiempo y nosotros podemos ya imaginar. Pero el DGIM, el diario del sistema por antonomasia, imperial, crematístico, monárquico, de viejo (des)orden, no puede. Le es imposible, su cosmovisión chirría.

Sus negocios son sus negocios y sus finalidades político-culturales cada día son más evidentes. Y dan un poco de asquillo. ¿No creen?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.