Hace 150 días Pablo González habló con Oihana por última vez. Como  periodista especializado en el espacio postsoviético, estaba cubriendo  las consecuencias de la invasión rusa en Ucrania. Aquella conversación  telefónica con su mujer y madre de sus tres hijos fue breve pero muy  clara. Le informó de que le habían detenido bajo la acusación de ser  espía ruso, le pedía que se pusiera en contacto con su abogado, Gonzalo Boye, e insistía en su inocencia. Era 28 de febrero y, desde entonces, no ha habido ningún otro contacto directo.
Estos cinco meses han dado para hacerse muchas preguntas y, por qué no decirlo, inicialmente  también alguna duda, disipada una vez vista la opacidad y las  irregularidades del procedimiento. No obstante, al margen de las  elucubraciones, hasta la fecha la única certeza es que Pablo ha estado  desamparado legalmente, sin acceso a un abogado durante semanas y sin  poder hablar con su familia. Y todo bajo la inacción de la comunidad  europea, que con su silencio y ciertas insinuaciones solo ha contribuido  a expandir el «algo habrá hecho», una sombra que atenta, además,  directamente a su credibilidad y prestigio profesional.
La  principal acusación que ha trascendido hasta la fecha es que se valía de  su condición de periodista para trabajar para el Kremlin. Sin embargo, a  estas alturas de la película, la Fiscalía polaca no ha sido capaz de  aportar ni una sola evidencia incontestable que justifique una decisión  tan dura e inhumana. Un proceder que no parece reprobable para las  instituciones españolas y europeas. Nadie cuestiona el proceder de  Polonia, a pesar de que su sistema judicial está cada vez más en  entredicho. En este sentido, el informe 2021/22 de Amnistía  Internacional constata cómo las autoridades polacas están centradas en  acabar con la independencia del poder judicial, con un dictamen del  Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra dos de los altos órganos  judiciales de Polonia, que incumplían las normas sobre juicios justos, y  cómo coartan la libertad de expresión con la condena de profesionales  que no les bailen el agua. 
Esta situación escapa a cualquier  lógica democrática y hace sospechar que el caso de Pablo no es más que  un «pequeño» daño colateral dentro de una estrategia geopolítica de  relaciones internacionales. No olvidemos que detener, aislar y mantener  incomunicado durante cinco meses a un ciudadano es un ataque contra los  derechos humanos, pero si el sujeto es, además, un periodista que puede  resultar incómodo, esta privación de derechos es asimismo un atentado  contra la libertad de expresión en un momento especialmente sensible.  Sin libertad de prensa el mundo se convierte en un lugar más peligroso.
Todas  las pruebas que se han hecho públicas hasta la fecha han sido  desmontadas en el acto con documentación oficial, pero pese a ello  incluso el MI6 británico daba por buenas dichas acusaciones hace unos  días, aceptando la tesis de la Fiscalía polaca en una absoluta violación  de la presunción de inocencia de Pablo, sin que ni siquiera haya sido  juzgado. Otra irregularidad que se suma a que ninguna autoridad impidió  que Pablo compareciera sin asistencia letrada ante el juzgado de  Polonia pocos días después de su detención, una situación absolutamente  inconcebible que contraviene todas las leyes internacionales.
Pero  hay más. Por poner otro ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos  Civiles y Políticos de la ONU, ratificado por Polonia, establece en su  artículo 14 que toda persona detenida tiene derecho a «disponer del  tiempo y de los medios adecuados para la preparación de su defensa y a  comunicarse con un defensor de su elección». A Pablo se le sigue negando  recibir el asesoramiento del abogado de su elección. Desde hace un par  de meses cuenta con un representante polaco. Sin embargo, y como ha  comentado Oihana en más de una entrevista, «tiene prohibido» hablar de  la situación procesal de Pablo, y aún no se ha puesto en contacto con  Gonzalo Boye. ¿Cómo es posible que las autoridades europeas se pongan de  perfil ante esta situación y no se interesen por la seguridad y el  bienestar de Pablo?
Precisamente este 27 de julio, cuando se  cumplen 150 días de su arresto, el presidente del Gobierno, Pedro  Sánchez, estará presente en la XIV Cumbre hispano-polaca y, según ha  informado Moncloa, se reunirá con el primer ministro Mateusz Morawiecki.  Los amigos de Pablo González nos sumamos a la petición de su familia de  pedir al presidente Sánchez que, por favor, se acuerde de él, un  ciudadano español detenido en un país de la Unión Europea al que le  niegan hablar con sus hijos, que solo ha recibido cuatro visitas del  cónsul en cinco meses y que no está teniendo la posibilidad de que su  abogado de confianza conozca las causas por las que se le acusan. 
Presidente  Sánchez, le pedimos que incluya la situación de nuestro amigo Pablo en  su agenda del día, que interceda por él ante su homólogo polaco para que  pueda tener una defensa y un juicio justo y, sobre todo, que se  respeten sus derechos. Por favor, realice las gestiones necesarias para  que la situación de Pablo mejore y pueda hablar con su mujer y sus  hijos, que no entienden por qué no dejan que su aita vuelva a casa. Sus  padres y su hermana también necesitan saber que está bien. Todas las  personas que queremos a Pablo llevamos cinco meses inmersos en una gran  incertidumbre. Necesitamos, por fin, empezar a dar respuesta a todas las  preguntas que nos llevamos haciendo estos cinco meses.
Maribel Martínez, Mónica Martínez y Oiane Flaño @FreePabloGonz, grupo de compañeros y amigos del periodista Pablo González


