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Periodismo

Fuentes: Público

Con los periódicos de los años 60 podíamos no sólo estar al tanto de la política mundial, sino asistir a debates apasionados, nunca sin fundamento, sobre los temas que más nos preocupaban, no ya políticos sino también científicos, culturales, sociales. Cada medio tenía su servicio de documentación, nunca publicaría deliberadas falsedades. Algunos medios sentaban cátedra, […]

Con los periódicos de los años 60 podíamos no sólo estar al tanto de la política mundial, sino asistir a debates apasionados, nunca sin fundamento, sobre los temas que más nos preocupaban, no ya políticos sino también científicos, culturales, sociales. Cada medio tenía su servicio de documentación, nunca publicaría deliberadas falsedades. Algunos medios sentaban cátedra, por su intachable ortografía, pero también por la correcta construcción de las frases y la estructuración inteligente de las colaboraciones. La concordancia de los titulares con los textos que encabezaban era imperativa, los pies de foto pasaban varios filtros para evitar contradicciones y se intentaba que la publicidad no interfiriera con el material editorial. Se evitaban las frases hechas. Nunca una explosión «hizo saltar todo por los aires», ninguna inundación «se llevó todo por delante» ni «arrastró todo lo que encontró a su paso», la lluvia nunca «hizo acto de presencia», ningún ingreso en un hospital era «con carácter de urgencia», nada tenía «carácter confidencial» -era confidencial y basta-.

Las cosas no quedaban «calcinadas» sino quemadas o carbonizadas, los equipos no «entrenaban», sino que se entrenaban, las bombas no «explosionaban» sino que explotaban; los superlativos holgaban y un coche destruido no estaba más destruido porque se dijera «destrozado». A ningún periodista se le iban a ocurrir preguntas como:»¿Qué se siente cuando se recibe este premio?» o «¿Cómo vivió usted la noticia de la muerte de su hermano?». Lo obvio no era noticia. Tampoco lo eran las conjeturas. Nunca un huracán «habría podido dejar» decenas de muertos. Los había dejado, o no era noticia. Salvo en algunos pasquines sensacionalistas, ni los sucesos ni las catástrofes, naturales o artificiales, merecían mucha atención por parte de las redacciones, a menos de ser salvajadas extremas o algo afín a las hecatombes. En buena medida los periódicos reflejaban la variedad del mundo, y todos los esfuerzos iban dirigidos a singularizarse en los quioscos. Los titulares de las primeras páginas diferían no sólo por su estilo, sino por su tema y sus valores tipográficos.

Una sana disciplina, entre pragmática y moral, confería a los medios un singular matiz didáctico que se expresaba en el valor relativo de las noticias, tanto por el lugar y el espacio que ocupaban como por su tratamiento gráfico y tipográfico. La prensa de entonces era imprescindible. Lo que no se comprende es qué está pasando con el periodismo hoy.