Por distintas señales sospechábamos que la corrupción no sólo se aloja entre la clase política y empresarial con el toma y daca del cohecho entre otras figuras del delito y de la trapisonda. Pero de un tiempo a esta parte, y precisamente con la irrupción en la escena pública de un partido político de nuevo […]
Por distintas señales sospechábamos que la corrupción no sólo se aloja entre la clase política y empresarial con el toma y daca del cohecho entre otras figuras del delito y de la trapisonda. Pero de un tiempo a esta parte, y precisamente con la irrupción en la escena pública de un partido político de nuevo cuño, que no es de esto ni de lo otro, cuyo liderazgo está compuesto de profesionales de la enseñanza, se han hecho evidentes la bellaquería y las inmundicias que también en forma de corrupción anidan en el periodismo de pretendida vanguardia. Disponían desde hace mucho tiempo de los datos y los titulares que por motivos varios no los pasaron al primer plano de la información, y los han ido dosificando en función de intereses espurios ajenos a ese cacareado deber de informar, como interés espurio es todo lo que no tiene que ver con el afecto ni con la pureza de intenciones…
El pundonor de esos profesionales de la enseñanza, en virtud de un imperativo categórico moral que a muchos políticos en activo debiera avergonzar no ya por haberse enriquecido a costa del dinero público sino también por su pasividad cómplice, es lo que les ha hecho sentirse obligados a tratar de detener la hemorragia por la que sangra este país. Se trata de una hemorragia que afecta a millones de personas (dejemos de intentar ennoblecer la palabra persona con el ampuloso calificativo de ciudadanos y ciudadanas, porque en quien es tratado como cosa o como siervo por los poderes y por los empresarios, no hay ni rastro de ciudadanía) que viven desesperadas o se mueren. Una hemorragia que proviene de un artefacto económico con la etiqueta de «crisis» llegada del cielo o del azar como todo en este sistema sin planificar, pero sobre todo, del despilfarro y del despojo de dinero público a los que han sometido a las arcas públicas numerosos políticos y empresarios de los sucesivos gobiernos que han ido desfilando desde 1978, con el consentimiento además de otras instituciones.
Pues bien, en estas dramáticas condiciones, tres cuartas partes de los periodistas notables (notables no por su valentía o por su objetividad, sino por su miserable ralea) que confeccionan en redacciones o aprueban las portadas de los periódicos impresos que fenecen día a día, se nos revelan como enormes corruptos de la conciencia, de la voluntad y de la ética de las que vienen blasonando nada más iniciarse esta democracia del demonio. Periodistas que compiten en corrupción (aunque en este caso la corrupción no tenga que ver directamente con el dinero) en la que ellos, periodistas, resultan todavía más repulsivos y villanos porque trafican con la conciencia y la opinión pública de una manera infecta. Prostituirse por poder o por dinero, que es lo que aquellos rufianes metidos a políticos han venido haciendo durante décadas, es indecente además de ser delito. Pero la corrupción de los periodistas de los que hablo afecta profundamente a su ontología. Porque no puede haber peor corrupción en cuya virtud un profesional del periodismo sabiendo que miente, sabiendo que agiganta la pequeñez y empequeñece lo gigantesco, sabiendo que inunda de amarillismo y de sensacionalismo la atmósfera de las ideas que respiramos. Corrupción que supone haber prostituido su conciencia y que al final es para vender unos cuantos ejemplares más de periódicos, para llenar más horas de radio y televisión, pero también para traer nuevamente al primer plano de la actualidad el pensamiento único: el neoliberal. Me refiero a ese que privatiza hasta el aire que respiramos.
Y envilecer su conciencia significa desacreditar (restar crédito), desprestigiar (mermar prestigio), difamar (negar la buena fama) a particulares que sin el oficio declarado de político vienen manifestando, con la apoyatura al menos de los millones de personas excluidas socialmente, que España no puede ni debe seguir así. Y hasta tal punto todo esto es así que hasta un noble y voluntarioso ex político y ex presidente autonómico que frecuenta un programa de televisión, seguro que contaminado por el veneno destilado por periodistas y políticos neoliberales y fascistas, «exige» él también explicaciones a uno de esos profesores por un trivial asunto tributario convertido en escándalo por la maquinación de aquellos; un noble y voluntarioso político que por esa infección que propalan no hace más que seguir la senda marcada por aquellos inmundos periodistas y especialmente por dos de ellos: uno InMundo que patea platós televisivos mañaneros y un sábado noche tras otro para soltar un libelo tras otro, y otro que, aduciendo a toda hora ser profesor, catalán, y no sé cuántas cosas más, tildando a los presentes poco menos que tontos y amenazando con marcharse del plató, diseña, o las aprueba, portadas miserables, al mismo nivel de infamia que el anterior. Periodistas que, por cierto, dicen investigar pero que a juzgar por esa presencia y potencia en el firmamento televisivo, radiofónico y de la prensa escrita, no permiten adivinar de dónde sacan el tiempo para una tarea que se exige minuciosa y rigurosa, pero que probablemente tiene mucho más que ver con la compraventa de datos secretos por su naturaleza procedentes de centros neurálgicos del Estado y de las instituciones. En esas pésimas artes fundan su más que dudosa honestidad y su incuestionable parcialidad a favor de las ideas y opciones políticas que les aseguren que van a seguir viviendo del cuento de su cada vez más repulsiva profesión. Si echar de los púlpitos al clero franquista para que no nos atronaran con sus homilías nacional-catolicistas fue para subirse ellos a un taburete para predicar y practicar tanta inmundicia, somos cada vez más españoles los que empezamos a detestar al nauseabundo periodismo de estos nauseabundos periodistas… si es que realmente lo son. Porque ellos han sido los que han envenenado a este país más todavía de lo que ya estaba envenenado por prácticas, actitudes, mordidas y tráfico que ya se han ido abandonado hasta en países llamados tercermundistas. Y en lugar de respetar, ya que no apoyar, ideas y propósitos imprescindibles para sanear un poco a este país, cada día que pasa más dedican su profesión a maquinar con todo encono contra la justicia social y contra los miembros de una formación política. Un partido que se ha propuesto intentar salvar a millones de personas y recuperar para la nación la soberanía arrebatada por miles o centenares de miles de ladrones legales o ilegales que a cada minuto que pasa se enriquecen más y más…
Jaime Richart es Antropólogo y jurista.
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