El pasado 20 de agosto, el redactor jefé del izquierdista diario libanés al-Ajbar, publicó este editorial explicando las razones de la salida del consejo de redacción de uno de sus fundadores, el escritor Jaled Saguia. Este texto incuye, por un lado, toda una lección de periodismo; no es frecuente que un medio haga públicas las diferencias desatadas en su seno. Por otro, refleja muy bien la fractura que la revuelta siria ha generado no sólo en en la izquierda libanesa sino un poco en todas partes.Traducido del árabe para Rebelión por Antonio Martínez Castro
Bashar Al Asad ha utilizado el enfrentamiento de Siria contra Israel para hacer ver que la postura del pueblo y el régimen sirios coinciden y así evitar que las revueltas se propaguen por su país. Al mismo tiempo, todo el mundo sabe que en Siria hay razones sociales, económicas y políticas de sobra para una revolución y que lo que hace falta es empezar de inmediato con profundas reformas. En el periódico al-Ajbar se ha tratado el tema con profusión tanto en los artículos firmados por la familia de al-Ajbar como en los de opinión. Cuando empezaron las protestas en Siria, decidimos que nuestra línea editorial debía ir en la dirección de insistir en que Siria, tanto el pueblo como el régimen, debían emprender grandes reformas y que el presidente Bashar, debido a su enfrentamiento con Israel, disponía de crédito suficiente para liderar el proceso puesto que además no todos los sirios condenan su política.
Pese a que el fondo de todo lo que se publicaba estaba claro, hubo una reacción muy dura por parte del gobierno sirio, que no distinguía entre promover reformas radicales y pedir el derrocamiento del régimen.
Con el paso del tiempo, la división en Siria se trasladó con fuerza al corazón del Líbano. No hacía falta dar explicaciones para entender los posicionamientos de unos y de otros en función de las fuerzas políticas y los movimientos populares. Esta situación era muy cómoda para quienes miran desde un solo ángulo; bien para los partidarios de la resistencia que ven en su propia supervivencia la prioridad absoluta que prevalece sobre todas las demás, que apoyan al régimen sirio y que son quienes consideran que las revueltas responden a una conspiración extranjera, aunque no niegan la necesidad de que el presidente Bashar al-Asad emprenda reformas dirigidas por él personalmente; bien para los rivales de Siria y enemigos de la resistencia que consideran que la prioridad está en derrocar totalmente el régimen de Damasco.
La escena libanesa, al igual que la árabe, empezó a dividirse de verdad, especialmente porque tras la experiencia libia, bahreiní y yemení se despejaron muchas dudas sobre qué postura política adoptar en lo que a Siria se refiere. No había tiempo para reconsiderar el alineamiento con Siria y era preciso distinguir entre acontecimientos incuestionables como las revoluciones de Egipto y Túnez, y otros en el que Occidente se apresura bajo la égida de EEUU y la caterva de árabes liderados por Arabia Saudí para tomar el control y encuadrar ciertas revoluciones en el marco de sus propios intereses y no en el interés de los pueblos de esos países. Todo esto agudizó la crisis y la discusión.
Paralelamente la represión a los manifestantes por parte del régimen sirio tomaba un cariz humanitario preocupante. Los asesinatos y detenciones aumentaban a la vez que se discutía sobre la veracidad de las declaraciones del régimen sirio sobre la existencia de una conspiración orquestada desde el extranjero y ejecutada por grupos de alborotadores. Esto produjo una mayor división. Así es que todo el mundo, incluidos nosotros, nos convertimos en prisioneros de los hechos diarios. En este contexto se acusó al periódico Al-Ajbar de formar parte de un coro mediático dirigido y financiado por Qatar con el objetivo de derribar al régimen sirio. Entonces el Gobierno sirio prohibió de forma intermitente la entrada de algunos números del diario. Aludían a todo lo que se escribía en el diario, pero se detenían especialmente en los artículos firmados por la pluma de Jaled Saghia que escribía de acuerdo a una estrategia propia que intentó consagrar en la dirección de redacción para cubrir con equidad profesional los hechos en Siria.
Jaled era explícito y sincero al considerar que lo que sucedía en Siria era una revolución popular y legítima contra un régimen dictatorial y que Al-Ajbar, que había estado del lado de todas las revoluciones en el resto de países árabes, no podía pararse a las puertas de Damasco. Sabía perfectamente lo delicado que era por parte de al-Ajbar adoptar esa postura debido a que Al-Asad y su régimen apoyan a la resistencia, así que decidió que había que trabajar en dos ejes: uno consistente en condenar la represión y fraternizar con el pueblo sirio distanciándose del discurso oficial del régimen, y el otro, quedarse en la reivindicación de reformas sin llegar a pedir el cambio ni el derrocamiento del régimen.
Se continuó discutiendo el tema bastante tiempo hasta que un día las autoridades sirias prohibieron totalmente la entrada al país del periódico al-Ajbar. Fue un duro golpe. Las autoridades sirias, con ayuda de sus aliados libaneses, lanzaron una campaña contra al-Ajbar y contra sus articulistas más importantes, especialmente Jaled, y más tarde los servicios secretos sirios dieron instrucciones a sus mercenarios para que hiciesen un acoso personal a Jaled Saghia, hablaron de él de forma nauseabunda e intentaron de este modo forzar a que el diario al-Ajbar cambiase su enfoque de la crisis siria.
En este clima, la división en el seno del Comité de redacción se acentuaba cada vez más respecto a la línea a tomar para cubrir los eventos en Siria y sobre la conducta apropiada para dirigir el diario en esta crisis que se había convertido en algo público y personal al tiempo. En el momento más tenso y de mayor división decidimos abstenernos de escribir sobre Siria. Esta decisión incluía al jefe de redacción, Ibrahim al- Amin, al segundo, Jaled Saghia, a los dos directores de redacción, Pierre Abi Saab y Elie Shalhub, así como al responsable de la sección de asuntos árabes e internacionales, Bashir al-Bikr. Aprovechamos la decisión de dejar de escribir sobre el expediente sirio para negociar cómo había que comportarse desde aquel momento en adelante. El ambiente era complicado, las presiones políticas y las personales se cruzaban en un clima tenso a todos los niveles. Todo el mundo sabe que el editor de al-Ajbar, el Dr. Hasan al-Jalil, y otros accionistas se oponen a la idea de derrocar al régimen sirio, sin que eso signifique que no apoyen las reivindicaciones del pueblo o que quieran silenciar las injusticias y la represión. Se consideró que al-Ajbar era capaz de expresar todo eso de forma distinta a como se venía haciendo, especialmente, por el compañero Jaled Saghia.
El compañero Jaled se expresaba de una forma que hacía peligrar al-Ajbar, diluía la identidad del diario y hacía temblar los cimientos sobre los que se había edificado desde su fundación, y además debería haberse abstenido de apoyar la revolución del pueblo sirio puesto que esta cuestión no estaba consensuada por la dirección de redacción.
Un tiempo después el compañero Jaled se fue de vacaciones y aprovechamos su ausencia para revisar el enfoque del diario para la próxima etapa. Por aquel entonces Jaled no podía ocultar su dilema: por un lado, sentía que su postura y su forma de escribir sobre Siria perjudicaban a al-Ajbar, por otro, sentía que el hecho de que el diario al-Ajbar tuviese una política de entendimiento con el régimen sirio le perjudica a él personalmente. Y así es que dijo con franqueza que él no quería resultar gravoso para nadie, así como no quería que su trabajo en la institución le resultase gravoso a él moral, política y profesionalmente. Entonces decidió que irse era la mejor solución y que ése era el momento apropiado.
A raíz de su partida, hubo muchas iniciativas y discusiones en las que se intercambiaron puntos de vista y surgieron ideas. Cuando volvió Jaled de vacaciones nos reunimos con él, discutimos, le planteamos principios de acuerdo y soluciones con el propósito de que se quedara en el diario. Sin embargo, con el paso de los días, Jaled se dio cuenta de que todo lo que se le había ofrecido no le daba la confianza suficiente como para seguir formando parte del comité de redacción y participar en la toma de decisiones. Tampoco encontraba la confianza necesaria para poder expresar con libertad su opinión sobre los acontecimientos en Siria. Ése era el problema y las diferencias siempre salían a relucir a la hora de abordar política y profesionalmente la crisis siria. Jaled sopesó las ofertas que se le hicieron, pero las ideas que le planteaban no llegaron a convencerlo de que abandonase la idea de dimitir. En la última reunión sobre el tema, Jaled dijo que el periódico al-Ajbar se dirigía hacia un lugar desconocido y distinto al que le había entregado cinco años de su vida y que por lo tanto insistía en irse. Presentó la dimisión oficial por escrito y manifestó su conformidad y ejecución inmediata.
Por supuesto, la salida de Jaled de al-Ajbar no es algo pasajero ni trivial. Era uno de los miembros fundadores, el vicepresidente de redacción y era quien llevó de hecho la dirección del diario desde la muerte de Joseph Samaha hasta que se fue de vacaciones. En la mano de Jaled está una parte del alma de al-Ajbar, él es uno de sus maravillosos secretos y el que manejaba la cinta adhesiva que mantenía unida a la variedad del periódico. Se fue dejando muchas cosas sobre las mesas de los compañeros y entre las paredes de la institución. El mayor desafío que nos queda es conservar las ideas que Jaled defendió con elegancia y altura, y recordar que hizo todo lo posible para hacer del al-Ajbar el menú favorito de muchos que, como nosotros, sienten amargamente su partida. Tenemos la esperanza de que Jaled herede algo del estilo de nuestro gran maestro Joseph Samaha que abandonaba y se alejaba para después volver y ocupar de nuevo su lugar.
Fuente original: http://www.al-Ajbar.com/print/19445