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Sexto aniversario de ARGENPRESS

Por una prensa independiente y al servicio de los trabajadores y el pueblo

Fuentes: Argenpress

Es a Gramsci a quien le debemos una distinción entre dominio y hegemonía en la sociedad burguesa. El dominio, es practicado por las clases dirigentes de la sociedad en forma directa -coercitiva-, variando el grado de esta coerción de acuerdo a la evolución que tomen los conflictos en tiempos de crisis y de los sujetos […]

Es a Gramsci a quien le debemos una distinción entre dominio y hegemonía en la sociedad burguesa.

El dominio, es practicado por las clases dirigentes de la sociedad en forma directa -coercitiva-, variando el grado de esta coerción de acuerdo a la evolución que tomen los conflictos en tiempos de crisis y de los sujetos actuantes; el dominio, es el que le da forma al gobierno y a las tácticas que se adopten dentro del sistema de dominación.

La hegemonía, también es una expresión de la dominación, pero muchísimo más compleja que el «dominio a secas», ya que en esta intervienen una serie de ‘complejos entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales’, la ideología.

La ideología constituye todo un sistema de significados, valores y creencias, que nos acompañan desde que los hombres despertamos a las palabras. La burguesía impone su hegemonía a los hombres, creando la falsa conciencia de una concepción universal, donde lo que se destaca es su propia perspectiva, de que como clase dominante es la única posible.

Que los hombres «despiertan a las palabras», significa que creen poder «jugar» a ponerle el nombre a las cosas que acontecen ante ellos; es decir, que son capaces de un análisis objetivo y alejado de la visión interesada que la ideología le da a los hechos; una lectura libre y apolítica de la realidad, es esto lo que da lugar a la construcción de los mitos individuales sobre el origen de la propiedad, la igualdad ante el derecho, la libertad, la democracia, etc.

La ‘imposición’ de la ideología, cuenta a su favor con la existencia de una conciencia múltiple, indefinida e incompleta de los sectores dominados, y con un continuo y sistemático atropello a cualquier reflexión y debate público en términos de independencia de clase.

Objetivamente, si hay algo sobre lo que se miente, se desinforma y se niega en todo sistema de dominación, es sobre la existencia de conflictos entre las clases sociales o sobre el antagonismo de intereses económicos, históricos-sociales, de cada clase en lucha. Y esto en nombre de un sistema definitivo y completo, vencedor teórico-practico de cualquier perspectiva diferente: el capitalismo.

Cuando la centroizquierda, y alguna izquierda reformista, acepta la trampa de llamar «utopía» a cualquier proceso de transformación social que conduzca a un gobierno de trabajadores, la mesa está servida para disolver el factor subjetivo del proceso revolucionario, detrás de una perspectiva impotente que vuelva a ser dirigida por algún sector burgués opositor.

Utopía es el «sin lugar», el proyecto irrealizable que sólo se formula a los efectos de señalar lo que debería constituirse como ideal, el proyecto optimista de los pesimistas que notan «que el horizonte se aleja, cuanto más nos acercamos», esta paradoja es la que instala a este concepto, en boca de estas personas, como uno de los que en la actualidad sufren de una fuerte impronta religiosa y por lo tanto antimaterialista, no socialista.

Al capitalismo no le preocupa que la utopía alimente las almas inquietas, como tampoco, que la religión alimente las timoratas y conservadoras; al capitalismo le preocupan las ganancias y congelar los salarios.

Bajo el capitalismo, la ideología tiene una forma, valga la redundancia, Capitalista; que el burgués acepte de forma simple y grosera. El proletariado y el resto de sectores dominados no tienen una ideología propia, más que la que se le ha impuesto sobre su conciencia; por lo cual el trabajo para desarrollarse como clase social «para sí» pasa por la comprensión de los fenómenos que actúan para la manutención de la opresión y la miseria. La información y el análisis ayudan al proceso de hacer conciente lo inconsciente.

La prensa libre tiene en este sentido una importancia fundamental. El propósito de excluir, poniendo en cuestión, las significaciones y creencias que configuran la ideología dominante la vuelve subversiva no sólo de una determinada política particular, sino del proceso de explotación en general. El aporte crítico de una prensa anticapitalista, jaquea el conservadurismo de la vida social y penetra hondo en el cuestionamiento del proceso de la vida y de las relaciones culturales, políticas y económicas.

Muchos hombres, aun en la adultez, han perdido la perspectiva de un pensamiento independiente, para aceptar en su lugar una organización binaria de la realidad; y en este mismo movimiento dejan de percatarse de las diferencias entre el pasado y el presente, constituyendo una conciencia inarticulada, donde la historia empieza a cada instante.

El «binarismo» mental -si se me permite el término- excluye los significados de la inserción de cada clase social dentro del régimen burgués y los destinos históricos que los diferentes actores sociales tienen asignados para luchar por el progreso de la humanidad. El paso está dado, el «binarismo», sea democracia-dictadura; campo-gobierno; progresismo-neoliberalismo, no supera el limite «ideológico» de aceptar la explotación que determina esta configuración Institucional; rehenes de su propio estomago los intelectuales rezan a la Utopía, mientras que el capitalismo condena al hambre y a la miseria a miles de millones de hombres en el mundo.

Reducir al análisis, y por lo tanto criticar, los valores y creencias que irradia la clase dominante, no es una actividad de fácil realización.

Sigan en ese camino. Mis felicitaciones.