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Presidencia, consumismo y capitalismo sano

Fuentes: Rebelión

Argentina está de parabienes. Ante el desastre financiero más o menos generalizado en el llamado Primer Mundo -no sabemos si la situación es peor en la zona Euro, el Japón o EE.UU. -, la situación económica de Argentina en particular y en cierto sentido de buena parte de América del Sur, es mucho menos turbulenta, […]

Argentina está de parabienes. Ante el desastre financiero más o menos generalizado en el llamado Primer Mundo -no sabemos si la situación es peor en la zona Euro, el Japón o EE.UU. -, la situación económica de Argentina en particular y en cierto sentido de buena parte de América del Sur, es mucho menos turbulenta, lo cual no quiere decir que esta región o la Argentina hayan resuelto todos los problemas de la llamada pobreza estructural, o que siquiera esté o estén cerca de hacerlo.

De todos modos, nos imaginamos que para presidentes de países con turbulencias que enfrentan muchas dificultades para ser reelectos, como Sarkozy u Obama, los numeritos electorales de Cristina tienen que ser más que seductores.
Pero en lugar de glorificar este momento, queremos analizar algunos aspectos de la presencia argentina en la reunión del G20, que es también B20 y L20.

B20 significa Business 20; el encuentro del mundo empresario. L20, Labour 20, el encuentro de «los trabajadores», la fuerza de trabajo…

El universo empresario está representado por empresarios. Poco que agregar. Seres humanos dedicados a mercantilizar todo lo que tocan. Como el rey Midas con el oro, el mundo empresario convierte en mercancía todo lo que tiene a su alcance. El tiempo, en primer lugar. Pero también otros bienes, servicios.

Y la cuestión pendiente es siempre la misma: si el aire, el agua, los bosques, el amor, los vínculos, la sabiduría, son mercantilizables. O que nos espera cuando eso es así.

Lo empresario es como la quintaesencia del sistema que algunos llaman capitalista, otros burgués, otros la modernidad, que rige nuestras vidas.

Lo laboral se presenta como lo sindical. El movimiento sindical se originó como una resistencia. A la explotación, a la mala (pésima) vida, a las injusticias. No por casualidad, las primeras agremiaciones se denominaron a sí mismas «sociedades de resistencia». Sin  embargo, lo que llega al G-20 poco tiene que ver con ello. Se trata de la CSI, Confederación Sindical Internacional, un engendro relativamente reciente, al menos de nombre, que en rigor es el sucesor «natural» de la CIOSL, la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, un aparato «sindical» creado por el Dpto. de Estado de EE.UU. en su puja contra el comunismo, en la posguerra, en los ’50. Luego del colapso soviético, EE.UU. se permite cambiar de montura y hasta de estilo, forjando esta CSI que es fruto de la conjunción del sindicalismo amarillo occidental subsidiado desde EE.UU., y la Confederación Mundial del Trabajo (CMT) democristiana. Así surge en 2007.

Llamativamente, la otra central sindical internacional, hoy en día muy venida a menos, regida desde la misma época por «los comunistas», la FSM, Federación Sindical Mundial, fundada en 1945, no se caracterizó nunca, tampoco ella, por su independencia. Pero eso hoy ha perdido relevancia.

Y la ex-CIOSL, que acompañara al Dpto. de Estado en prácticamente todos los golpes de estado habidos en la posguerra, se dedica ahora a asesorar a políticos y empresarios en estos macro-encuentros.

La CGT constituye desde hace mucho la representación gremial argentina, antes en la CIOSL, ahora en la CSI. Por eso, el conocido sindicalista Gerardo Martínez, secretario inmemorial del ramo  de la construcción llamado UOCRA, encabeza la representación sindical argentina al G-20. Es de destacar que este probadísimo sindicalista, jefe no sabemos si vitalicio pero sí crónico de la UOCRA, es un caracterizado cuadro de la seguridad argentina, que integró desde los ’70 nada menos que el Batallón 601, pieza clave y famosa por su sordidez, del «Proceso de Reorganización Nacional», la dictadura de los desaparecedores, con su sede aún hoy llamativa, en Callao y Viamonte.

Es decir, durante décadas, GM ha sido un agente doble. Extraordinaria capacidad de trabajo (y probablemente de ingresos). Lo de grupos de tareas, seguimiento y otras habilidades antisubversivas se ha traslucido en la propia actividad de la UOCRA, un sindicato bastante habituado a resolver con barras bravas o patotas algunos diferendos, hasta con albañiles disidentes del sindicato oficial, hoy oficialista.

El gobierno, entonces, ha concurrido al G20 con empresarios que suponemos afines, y su escolta sindical; Martínez y el titular de la ATE oficialista, H. Yaski.

Y como protagonista, por supuesto, la presidenta Cristina. Que tan ensalzada en la coyuntura, no pudo dejar de «bajar lìnea». Y nos ha revelado su pensamiento estratégico. Incrementar el consumo y, a la vez, regular los flujos de capitales para evitar el parasitismo financiero. Seguramente, buenísimas intenciones. ¿Cómo conciliarlas?

Fue el consumo convertido en programa de producción capitalista, el llamado consumismo, el que nos ha traído el desquicio financiero y esta destrucción ambiental cada vez más agravada. Para lo cual el sistema de poder vigente se ha valido de la universalización de las commodities, la sustitución de la calidad por la cantidad, la de la escasez por la proliferación de bienes, la de la localización económica por la globalización con su derroche de energía en fletes, la hipertecnologización progresivamente acelerada, sin atender contaminación, menoscabos a la calidad ambiental, fuga de tóxicos, despilfarro. Todo llevado por el afán de la ganancia, es decir de mercantilizarlo todo.

¿Cómo hace la presidenta para promover el consumo y a la vez frenar la financierización monstruosa, que hace que los circuitos de capital sean hoy en un 99 % virtuales y apenas un 1% de economía real, de bienes y servicios? ¿Con un retorno a un capitalismo de principios de… siglo XX? Pero entonces, ¡chau consumo! Pero, pero: ¿tiene algún sentido plantear algo así?

¿Cómo puede postular un mundo regulado y responsable cuando la Argentina vive de su inserción en esa cadena de hiperexplotación ambiental que es la soja, por ejemplo? El festín de los chacrers… ¿Cómo puede afirmar de que en Argentina «el 70% de lo alimentario» proviene de «la agricultura familiar»? ¿Hablaba del 2011 o de 1911? Con informes de un siglo atrás, es aventurado hacer descripciones presentes… ¿Cómo puede «defender» a la población rural que es precisamente la población que está desapareciendo de la Argentina gracias al  llamado «modelo agroindustrial» que ella tanto ensalza? ¿Cómo se hace para «combatir al capital» promoviéndolo y postulándolo? ¿Cómo se logra un capitalismo sano? ¿Puede existir un capitalismo sano? ¿Cómo se puede invocar no sé qué cambios en medio de todos los que representan este mundo-tal-cual-es; Obama, Sarkozy, Cameron, para nombrar apenas tres tristemente famosos?

Pero, bueno, si la presidenta va a hacer tamaños alegatos, tan del agrado de tanta progresía local, apoyada en fuerzas morales o políticas como las que encarna la doble figura de Gerardo Martínez, ya sabemos de qué se trata. Una vez más. Faltó sólo un recuerdo compungido por los dos años de la muerte de José Rodríguez, otro «ilustre» del sindicalismo cegetista, que lograra en su momento, 1976, 1977, etcétera, que la Mercedes Benz le depositara en cuentas, no sé si propias o del sindicato, un porcentaje de las ventas contra el suministro onorévole que este jerarca le hacía a la patronal de listas de sindicalistas rebeldes o verdaderos (elija el lector). Y la patronal se las entregaba ya sabe el lector a quién. El escándalo fue tal, cuando una investigación alemana lo puso al descubierto, que la internacional de mecánicos del mundo se vio obligada a retirarlo de la vicepresidencia y arrumbarlo en alguna vocalía menos visible…

Pero eso en Alemania. En Argentina, hoy en día, la prensa oficialista lo recuerda con unción (Tiempo Argentino, 6/11/2011).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.