Preparando el Primer encuentro nacional de la corriente intersindical que se realizará en el mes de agosto, y con un método muy saludable, se han abierto importantes discusiones que hacen a cómo debe concebirse y proyectarse este incipiente proceso de reorganización de los trabajadores. Dichas discusiones, por otra parte, reflejan la necesidad -luego de las […]
Preparando el Primer encuentro nacional de la corriente intersindical que se realizará en el mes de agosto, y con un método muy saludable, se han abierto importantes discusiones que hacen a cómo debe concebirse y proyectarse este incipiente proceso de reorganización de los trabajadores.
Dichas discusiones, por otra parte, reflejan la necesidad -luego de las importantes derrotas y transformaciones sufridas por los trabajadores durante la década Menemista- de repensar y reaprender de las nuevas y vivas experiencias que se están desarrollando, escapando al dogmatismo y al fácil pero inútil camino de intentar copiar o calcar enseñanzas de otros períodos de lucha, inscriptos en un muy diferente contexto económico, social y político al que hoy vivimos.
En este intento de agrupamiento convergen distintos organismos y experiencias de las nuevas luchas que van desde los Telefónicos hasta los trabajadores de Subte o del Garraham, las nuevas conducciones docentes, los trabajadores de Río Turbio o los metalúrgicos que vuelven a escena dando sus primeros pasos, junto a no docentes universitarios, representantes de los nuevos sectores de trabajadores como motoqueros del Simeca, y otros.
Es importante precisar, sin embargo, que el fenómeno abarca esencialmente a nucleos de activistas, delegados o agrupamientos sindicales antiburocráticos, resultando desconocida la construcción de la corriente sindical para la amplia mayoría de los trabajadores del país, los que siguen estando maniatados por el control burocrático, el temor a la pérdida del empleo, y especialmente, por la falta de experiencia de una camada de jóvenes trabajadores, todo lo que fue posible por la ausencia, durante más de una década, de importantes luchas de los ocupados.
Estos límites que no debemos perder de vista ni por un instante son el principal problema a enfrentar, por lo que se hace imprescindible establecer un diálogo con la amplia mayoría de los trabajadores, lo que obliga a escapar de clichés que sólo consumen un limitado sector de militantes de izquierda, pero que resultan incomprensibles e inútiles para el proceso y necesidades que viven la amplia mayoría de los trabajadores.
De qué hablamos cuando hablamos de «clasismo»
Porque ni es una palabra «mágica» que pueda abarcar todo… Ni puede estirarse como un chicle para que ella comprenda desde la lucha reivindicativa hasta la toma del poder y después… Menos que menos se expresó en nuestro país siempre con los mismos contenidos y lenguajes…
Entendemos por tanto al clasismo como un fenómeno muy amplio y contradictorio, que no puede definirse sino es a partir de las expresiones concretas de lucha de los trabajadores, de sus organismos y experiencias, como de las contradicciones y confusiones existentes en la propia conciencia.
La base obrera peronista desarrolló por ejemplo, fuertes expresiones de clase a través de los sindicatos, las comisiones internas y los cuerpos de delegados, como también creó una fuerte cultura obrera y ética propias, sin que ello implicara dejar de adorar y seguir a Perón y al peronismo como movimiento burgués nacionalista. Así los trabajadores peronistas habiendo logrado un alto poder de control en las fábricas, de desplegar la más amplia solidaridad de clase, de tener en vilo a las patronales y considerarlas sus enemigas, rechazaban la idea de realizar un cambio profundo de estructuras y relaciones sociales.
En mucho menor escala y como fenómeno de un importante sector de vanguardia (nunca alcanzó a dirigir a grandes sectores de trabajadores), el «clasismo» de los 70 también tuvo diversos matices. El Sitrac-Sitram levantó un programa claramente clasista-revolucionario, de transformación de la sociedad, a la par de una serie de reivindicaciones para el conjunto de los trabajadores, pero no tenía una política sistemática para ir a organizar a los trabajadores fábrica por fábrica, encarando su reorganización para desarrollar una amplia corriente clasista. El «clasismo» del Sitrac-Sitram, era, por tanto, más que una realidad que abarcara a amplios sectores de trabajadores, una consigna de propaganda y un sentimiento confuso de las tendencias de izquierda. Aunque la palabra clasismo haya logrado ser captada e interpretada por el conjunto del movimiento obrero de aquel período, conocida por su expresión de lucha antipatronal y especialmente, antiburocrática.
Si bien el Sitrac-Sitram no fue la única experiencia «clasista» de la época, fue su expresión más avanzada. La correcta y bella consigna «El Sitrac-Sitram no ha muerto ni morirá jamás», tiene el inmenso valor de rescatar simbólicamente uno de los procesos más avanzados que dió la clase trabajadora. Ello explica que los debates se remonten una y otra vez a esa experiencia. Pero su corto tiempo de vida y su posterior derrota se explican también porque no logró arraigarse ni desarrollarse como corriente realmente clasista en numerosos organismos de base de la clase trabajadora, la que seguía siendo mayoritariamente peronista. En estos límites es que deberíamos detenernos para no cometer los mismos errores.
El término «clasismo» expresa por tanto para nosotros, un proceso, un desarrollo, a través del cual la clase obrera va logrando su completa autodeterminación. Y como proceso, también por su experiencia en la lucha, tiene distintos estadios, Confusiones y/o contradicciones en la conciencia, los que deberemos comprender y distinguir para mejor dialogar… Porque salvo en los fríos programas de las organizaciones, no existe UN clasismo puro y acabado.
Por esta razón deberemos esforzarnos por construir una corriente intersindical en los más amplios sectores. «Amplios» no quiere decir ir a todos lados y a ninguno, o sólo volanteando… Significa detenernos en cada lugar de trabajo, escuchando, informándonos, encontrando junto a los nuevos activistas y trabajadores, las mejores palabras que expresen lo que necesitamos construir juntos.
Una corriente intersindical que llegue a todo el país, que sea amplia y respetuosa de la diversidad de ideas, que se proponga pelear por las necesidades de todos los trabajadores, que apoye y coordine las luchas. Que pelee contra los dirigentes sindicales traidores, y sea independiente de los patrones, del estado, de los gobiernos. Y que especialmente, sea muy, muy democrática. Que todo se resuelva en asambleas de base. Que los encuentros de la Corriente donde se reunan los activistas y los delegados, tengan su resolución final (votación) en las asambleas de los lugares de trabajo…
No hay dudas que, más allá de las palabras que utilicemos, este contenido es profundamente clasista.
Por qué también política
Algunos activistas plantean que la corriente intersindical debe ser sindical y punto. Hay organizaciones de izquierda que la critican porque es «sindicalista», pero a su vez están en contra de que una corriente sindical haga política porque para eso «están los partidos» (posiciones frente al Primero de Mayo). Pero no nos asombremos cuando luego exijan que el programa de la corriente sea tan plomo y extenso como el de los partidos.
Pero aún cuando exista ese peligro -que habrá que enfrentar- creemos que no es un invento nuestro la necesidad de que sea política, sino que expresa la propia vida real.
Creemos que la expresión de luchas que están dando los trabajadores hoy, son parte de la rebelión popular protagonizada en el 2001/02. Aquellas movilizaciones y reclamos -aún cuando los trabajadores ocupados no participaron activamente- contaron con su apoyo y simpatía, como heredan de esas gestas populares la posibilidad de organizarse y recuperarse hoy.
Pero también y especialmente, porque los años 2001-2002 colocaron para la amplia mayoría social el hecho incuestionable de quienes representaron la destrucción del país: el imperialismo, las privatizadas, la banca, los exportadores, etc.
Hoy, a diferencia de otros períodos, todo se sabe. Surgieron medios alternativos, se extendió la información… Centenares de activistas sociales y políticos investigan y hacen conocer al dedillo cuánto ganan las empresas privatizadas… Cuánto la Banca… Cuánto pagan a sus Gerentes, a sus Jefes las grandes empresas… Y ello es aprovechado y utilizado por los trabajadores en lucha para lograr contrastar estos datos frente a toda la sociedad…
Como son aprovechados los índices crecientes de superávit fiscal por parte de los empleados estatales…
No concebimos tampoco -producto del mismo proceso- a una corriente sindical que no tome en cuenta qué hacer con las empresas privatizadas, con el petróleo, con la energía, con el agua, con los ferrocarriles, porque toda la sociedad ha discutido y sigue discutiendo estos fundamentales problemas sin resolver.
¿Cómo tener un programa de lucha para que no entren las maquinas expendedoras de boleto sin plantear que el subte debe representar un servicio social y no una máquina de extraer más y más ganancias a costa de más desocupados? ¿Cómo poder luchar sólo sindicalmente en ferroviarios cuando los usuarios y los trabajadores viven todos los días al filo de la navaja por los accidentes cotidianos y las privadas se llevan millones por día en subsidios?
Estas fundamentales tareas pendientes no podrán ser abordadas programáticamente y de manera global por la corriente intersindical. Porque ello significa avanzar nada más ni nada menos que hacia un nuevo Proyecto de País, fundamental necesidad que quedó pendiente de la rebelión del 2001/02.
Pero es innegable que los trabajadores pueden y deben cumplir una importante función. Desde sus propios lugares de trabajo, y en estrecha combinación con la corriente intersindical, deberemos unir esfuerzos de asambleístas, vecinos, intelectuales, organismos de defensa de los recursos naturales, de los ferrocarriles, de la salud, de la educación, etc., para la tarea de recomposición del pueblo trabajador, que no es otra que la del país mismo.