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¿Quién se acuerda hoy de Mónica Lewinsky?

Fuentes: Rebelión

¿Cuánto tiempo pasó de lo de Mnica Lewinsky? ¿Quién se acuerda de eso ahora? ¿O quién se acuerda en estos momentos de Gorbachov? ¿O de la muerte de Lady Di, o del presunto envenenamiento del Papa Juan Pablo I. Seguramente nadie. ¿Por qué habría que recordarlos? Sin duda, nadie recuerda todas estas «super» noticias ahora, […]

¿Cuánto tiempo pasó de lo de Mnica Lewinsky? ¿Quién se acuerda de eso ahora? ¿O quién se acuerda en estos momentos de Gorbachov? ¿O de la muerte de Lady Di, o del presunto envenenamiento del Papa Juan Pablo I. Seguramente nadie. ¿Por qué habría que recordarlos?

Sin duda, nadie recuerda todas estas «super» noticias ahora, pero en el momento en que estuvieron de moda nadie, absolutamente nadie, podía escapar a su esfera de fascinación, a su influjo.

El mundo contemporáneo se va construyendo cada vez más acentuadamente a través de las «noticias» que se venden. Las «noticias de moda» terminan siendo, casi sin objeción, la realidad misma. Esto marca un cambio profundo en la historia; cambio que, en sí mismo, no tendría que provocar ninguna preocupación.

La realidad, y con esto no queremos ni remotamente abrir el debate filosófico correspondiente, porque no es este el espacio adecuado, es siempre la realidad construida, es el horizonte humano desde donde se nos descubren las cosas, el mundo simbólico, histórico, culturalizado. En tal sentido, entonces, la realidad contemporánea es la realidad mediática, la que nos ofrecen los grandes medios masivos de comunicación.

La preocupación por expresarlo con alguna voz apropiada; tal vez podría decirse: la pregunta, la reflexión que surge en torno a ese modelo de realidad gira en torno al grado de incidencia que tiene el común de la gente sobre su producción. La realidad se produce: de acuerdo, pero ¿quién la produce? ¿El común de la gente?

Quizá, formulada la pregunta en relación a las categorías generales que modelan una realidad supuestamente suprahistórica (tiempo y espacio, la axiología dominante, la idea de dios, causa y efecto, las estructuras lógicas del pensamiento, por dar algunos ejemplos) no sea fácil, al contrario: quizá sea imposible señalar quién es el que la pergeña. Pero en nuestra realidad mediática actual, en la tendencia que se va perfilando como dominante y, por lo que todo pareciera indicar, sin alternativas a la vista, ese «quién» productor asume una forma concreta, con nombre y apellido, persona tangible. Hoy día son las grandes cadenas manipuladoras de los medios masivos quienes modelan la realidad.
Con el auge siempre creciente de los medios masivos de información el sujeto término medio no produce nada, cada vez menos, respecto a su realidad. Consume pasivamente modelos fabricados sobre los que no tiene ningún poder de incidencia.

Las «democracias post modernas» para decirlo de alguna manera tolerable, son lo más alejado posible de un modelo democrático. Verdaderamente, la población, el habitante típico de la aldea global, pasa a ser o consumidor o potencial votante, siendo esas las únicas facetas que interesan a los centros de poder, quienes deciden las líneas maestras del mundo. Por tanto, como dijera Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de Ronald Reagan: «En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón».

En este contexto la «venta de noticias» es elemento clave, determinante, para el éxito de ese proyecto de sociedad. Que la gente no piense, que repita embobada las noticias y los espejos de colores eficientemente manipulados, con la tecnología cada vez más sofisticada que las potencias producen, creando esa masa homogénea de consumidores que, cada tantos años, es llevada a la ilusión de elegir a sus gobernantes.

En esta dinámica, entonces, cualquier noticia valga como ejemplo paradigmático, la de Mónica Lewinsky no es sino un momento, un eslabón en la ininterrumpida sucesión de distractores. La realidad es presentada como beautiful show por medio de «informaciones» parciales, fragmentarias, discontinuadas que, consecuentemente entonces, crean una realidad parcial, fragmentada, discontinuada.

Felizmente, aunque suene a tendenciosa y artera propaganda, existen medios de información alternativos, donde se busca tener otra visión de la realidad: imparcial, compleja, guiada por la historia. Medios donde Mónica Lewinsky no es noticia, y si, por el contrario, las grandes empresas tabacaleras que se vieron golpeadas por los juicios anti-tabaco generados por los demócratas con Clinton a la cabeza, de quien a nadie le debe importar su vida privada ni sus preferencias sexuales. Medios que no buscan manipular las emociones y controlar la razón sino entrever la verdad.
El desafío es grande, sin dudas; pero a esta tendencia empresarial de vendible mercadería noticiosa se debe oponer un proyecto de información éticamente responsable.

Siendo ampulosos se podría decir que de ello depende la realidad.