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¿Quiénes pueden esperar?

Fuentes: Rebelión

Retomo acá un planteamiento de Carlos Debiasi, periodista argentino, radicado en París. «Operación ciudad muerta». Se trataba de una invitación a considerar otras formas de lucha. En particular otras formas de «parar», en un escenario conflictivo donde la represión puede ser brutal. La idea era salvar vidas, que lo que muera sea la actividad, no […]

Retomo acá un planteamiento de Carlos Debiasi, periodista argentino, radicado en París. «Operación ciudad muerta». Se trataba de una invitación a considerar otras formas de lucha. En particular otras formas de «parar», en un escenario conflictivo donde la represión puede ser brutal. La idea era salvar vidas, que lo que muera sea la actividad, no las personas. No los trabajadores. No los chicos. No las maestras y los maestros conscientes de sus responsabilidades, generosos en sus acciones. Específicamente, se apuntaba a un tipo de paro: organizado, masivo y -este es el punto- puertas adentro; nadie en las calles; ningún cuerpo que detener, golpear, maltratar. Denunciar y poner a salvo. Un tipo de acción capaz de incorporar un silencio sostenido y radical, en una actividad no sectorial que apunte al centro. A la compra-venta del país. A la compra-venta en el país. Un paro general sin fotos o donde las únicas fotos mostrarían eso, las calles desiertas, una ciudad muerta. Un panorama angustiante para visitas, turistas, inversores, que podría impactar al periodismo internacional y a otros observadores extranjeros (entre los cuales, algunos interlocutores privilegiados de este gobierno).

La invitación es doble. No solo se trata de imaginar una acción sino de repensar, más allá, si podemos seguir aplicando en Argentina (en Chile, en Francia, donde sea que corresponda) antiguas modalidades de lucha frente a un régimen político en gestación. Un régimen político que recoge de acá y de allá y que, estando del lado de la dictadura, tiene la formalidad de la democracia. Incluyendo la formalidad que consiste en tolerar reclamos, marchas, paros, nuevas marchas, nuevos paros, asestando su brutalidad de manera particularmente cínica y cruel. Un régimen político que pareciera estar en continuidad con lo ya padecido y que en otros aspectos innova, y por lo mismo, confunde, neutraliza y la obra de destrucción sigue su curso día a día.

Si las formas que tenemos de expresar nuestros rechazos (rara vez nuestras propuestas) no están dando resultados, ¿no es posible incorporar otras? ¿Pensar otras? ¿Quiénes pueden, hoy, esperar? ¿No es la espera, la capacidad de espera, lo que distingue hoy, en Argentina, los diversos grupos que conforman esta sociedad? ¿No es la mayor o menor capacidad de espera lo que me define como pobre, como rico, como clase media, como marginal? Y dentro de cada grupo, ¿como dominante o dominado? Pero también, ¿quiénes pueden sostener una lucha prolongada en las calles? ¿Quiénes pierden en esa lucha? ¿Quiénes pueden verse beneficiados? Porque si bien todos o casi todos -exceptuando la minoría de privilegiados- sufren las políticas de ajuste no todos las sufren por igual.

Estas son algunas de las preguntas o reflexiones que uno podía hacerse hoy, jueves 13 de septiembre, frente al Congreso, en el marco del paro docente.

Por momentos, había un impresionante contraste entre el tono de los oradores y lo que se veía ahí, al lado, al frente, detrás, por encima, en las rejas del Congreso. Muchas fotos. Muchas «selfies». Sonrisas. Risas. Alguna caricatura de Macri. Nuevas fotos. Puestos de venta. Todo un «merchandising» -me cuesta escribir la palabra- (infaltable iconografía del Che, Mafalda, y otros que duele nombrar) a disposición de «rebeldes» (antiguamente los términos eran incompatibles). El arcoíris de los pañuelos que expresan preferencias, diferencias compatibles. Sin embargo, fue el sentido de varios discursos, lo que se busca es la unidad. No era fácil escuchar. Por el bombo… Los bombos. En mi calidad de extranjera, pensé: ¿será que no interesa lo que dicen? ¿Será que no esperan (los del bombo, y otros que parecían sostener conversaciones ajenas al discurso pronunciado) «nada nuevo»? Sin embargo, hubo fuertes aplausos. Y entre las risas, rostros serios. También rostros devastados por el dolor.

Quizás haya también una cuestión generacional, quizás la conciencia de una eterna genealogía de luchas violentamente sancionadas de generación en generación, nos vuelva más severos incluso a los que también creemos que se puede y es necesario luchar con alegría. Pero no como eslogan. No frente a cualquier situación. No cuando la imagen que se impuso en los diarios que todavía leemos es la de un cuerpo torturado.

Frente a la invitación del último orador a mantener la lucha, a sostenerla en el tiempo, también era lícito preguntarse si uno se va a jubilar de manifestante. Si lo único que nos queda es la calle. La calle donde uno se inició a la vida política en décadas pasadas, la calle donde los padres se iniciaron a la vida política, la calle donde los abuelos, donde los bisabuelos incluso, lucharon y algunos perdieron la vida, en épocas remotas donde no había tantos representantes ni tantos representados. En épocas donde las cosas se tomaban literalmente a pecho y donde a nadie se le hubiera ocurrido sacarse fotos, en un lugar donde también estamos denunciando que la tortura ha vuelto a la Argentina a cara descubierta. Repito: la tortura ha vuelto a la Argentina a cara descubierta. Lo supimos anoche. Se denunció de todas las maneras posibles y el país no se detuvo.

Desde las altas esferas políticas, pasando por todos los estamentos intermedios, del oficialismo y de la oposición, de cara también a los que no tienen la política como profesión, ¿quiénes cuentan con tiempo? ¿Quiénes pueden esperar? ¿Qué más tiene que ocurrir para que el país se detenga? Para que el rechazo sea total. Para desarrollar formas eficaces de lucha contra esta dictadura, compatible con los protocolos de la democracia. Formas de lucha capaces de desarticular los mecanismos específicos con que nos aplastan y de preservar la integridad física de los luchadores.

No se trata de replantearse estas y otras cuestiones con fines derrotistas, desde luego, sino de considerar que si la sociedad justa e igualitaria que decimos defender, permanece como utopía, es sin duda porque el adversario es canalla y poderoso… pero también porque algo estamos haciendo… mal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.