Revisado para Rebelión por Caty R.
La noticia choca incluso a los que durante muchos años han denunciado las sospechosas actividades de Reporteros sin Fronteras. El jefe de esta organización, el francés Robert Ménard, durante una transmisión radiofónica en Francia, ha legitimado e incluso reivindicado el uso de la tortura.
El jefe de Reporteros sin Fronteras, una ONG nacida para defender la libertad de prensa y expresión en el mundo, Robert Ménard, en una emisión de France Culture -el audio de la que se puede escuchar en el sitio http://rue89.com/ legitimó el uso de la tortura.
Lo hizo con los argumentos típicos utilizados por los grandes torturadores de la historia, los Videla, los Pinochet: «Si hubiesen tomado de rehén a mi hija, no hubiese habido ningún límite al uso de la tortura». Con «ningún límite» Ménard entendió realmente ninguno, incluyendo la captura y tortura de familiares inocentes de presuntos terroristas.
Lo que Ménard defiende es lo que en Argelia hicieron cientos de veces los franceses y luego fue repetido miles de veces por las dictaduras (y a veces por las democracias) latinoamericanas que, como se pudo reconstruir, entrenaron a sus torturadores en Estados Unidos, pero a menudo con técnicas estrenadas por los franceses en Argelia e Indochina.
Para ser aún más claro y no dar lugar a malentendidos, Ménard citó el caso de Daniel Pearl, el periodista del Wall Street Journal secuestrado y asesinado en Paquistán. Para liberarlo, la dictadura amiga de Pervez Musharraf arrestó y torturó a los familiares de los presuntos captores. La conclusión es conocida. Con rara cobardía Ménard, para sustentar su tesis se escondió tras la viuda Pearl que, según él, defendería el uso de la tortura por la policía paquistaní en el vano intento de salvar a su marido.
Y aquí está el quid. Ménard, en su afán por crear una construcción ideológica que defienda Guantánamo y Abu Grahib, está fingiendo olvidarse de que saltar el límite de la tortura lo único que hace es igualar a los torturadores con los presuntos terroristas infrahumanos a quienes combaten. En Guatemala los manuales enseñaban a sacar los ojos a los niños para obligar a hablar a los padres. En Paquistán, como en Abu Grahib, Iraq, justificándose con la nobleza de la causa antiterrorista, usan los mismos manuales. Sin embargo el pobre Pearl fue igualmente asesinado.
Los argelinos, como los pueblos de Indochina, lograron liberarse del colonialismo, y hasta los torturadores criollos ya no saben dónde esconderse, como testimonia la noticia llegada desde Chile el martes, de la cadena perpetua a Hugo Salas Wenzer, uno de los principales colaboradores de Augusto Pinochet y autor intelectual de la masacre de Corpus Christi, cuando hizo asesinar doce militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
El cuestionado Ménard, hace dos años admitió que aceptaba dinero de la CIA para hacer que su organización, RSF (en la que colaboran ingenuamente cientos de voluntarios), resulte especialmente solícita en denunciar (a menudo modificando la verdad) las persecuciones a la prensa en países considerados enemigos por quien paga, típicamente, diariamente, continuamente, Cuba y Venezuela, Venezuela y Cuba. Al mismo tiempo RSF acepta dinero para callarse o reinterpretar las noticias de manera instrumental frente a las violaciones de la libertad de expresión cuando son cometidas por Estados Unidos o sus aliados.
Cuando Ménard afirma textualmente: «ya no es cuestión de ideas o de principios, sino de guerra», se ha integrado completamente en sistema ideológico de la guerra contra el terrorismo, de la negación, empezando por el «habeas corpus» de los derechos fundamentales del individuo. Ménard hoy sólo es un sicario a disposición del partido de la guerra, del neoconservadurismo puro y duro, de los Donald Rumsfeld, los Dick Cheney y los Alberto Gonzáles, cada vez más desprestigiados y sin embargo aún poderosos. RSF, a pesar de estos detalles siniestros sigue teniendo un gran prestigio internacional alimentado, por supuesto, por el hecho de estar completamente al servicio del pensamiento dominante. Sin embargo los cientos de voluntarios que creen que Reporteros sin Fronteras es una institución independiente, que trabaja por la libertad de expresión y que incluso está considerada progresista por algunos, están frente a una disyuntiva: hacerse cómplices o abrir los ojos.