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¿Resignación, miedo o doble moral en una trabajadora de El País y en el público que la escuchaba?

Fuentes: Rebelión

«A mí me parece fatal que los publiquen. ¿Puedo conseguir que los quiten? No». Con estas palabras respondía Soledad Gallego-Díaz, periodista del equipo de dirección de El País y comentarista habitual de la actualidad política a la persona que le había preguntado qué pensaba, como feminista, del hecho de que El País publicara anuncios de […]

«A mí me parece fatal que los publiquen. ¿Puedo conseguir que los quiten? No». Con estas palabras respondía Soledad Gallego-Díaz, periodista del equipo de dirección de El País y comentarista habitual de la actualidad política a la persona que le había preguntado qué pensaba, como feminista, del hecho de que El País publicara anuncios de prostitución, los llamados anuncios clasificados, o «de relax» como los denomina el consejero delegado de Prisa, en el curso de una charla-debate organizado por Liberación-Amauta el viernes 31 en Madrid.

«¿Si a usted le parece fatal, ¿no puede hacer algo, quién podría hacer algo?», volvieron a preguntar a la periodista. Gallego-Díaz respondió así: «Los lectores pueden hacer algo, pueden dejar de comprar el periódico». Sin ironía y con cierta tristeza imaginamos que ella habrá dejado de comprarlo los días en que está fuera de la redacción y no se lo regalan. Pero lo que ha motivado estas líneas es que la periodista continuó diciendo: «Puedes escribir al periódico, organizar envíos masivos de cartas protestando por eso, obviamente yo trabajo allí y difícilmente yo puedo organizar eso (risas) pero no tengo ningún inconveniente en que se haga desde fuera».

La periodista sonrió, y la mayoría del público se rió, pareciendo encontrar lógico que, puesto que ella trabajaba allí, claro, cómo iba a organizar algo. ¿Qué ha pasado en este país? ¿Tan baratos eran los principios, las convicciones, los ideales? ¿Han bastado unas cuantas pagas extraordinarias, unas cuantas comidas en buenos restaurantes con gente famosa para que surja, tan fácilmente, la risa y la complicidad? ¿Sería tan extraño, tan cansado, tan costoso, quizá tan arriesgado, que un grupo de trabajadoras y trabajadores de El Páis reclamara a su periódico la supresión de anuncios de clasificados en el caso de que, como a Soledad Gallego-Díaz, le pareciera fatal su publicación?

Hay sin duda problemas más graves que el hecho de que un periódico obtenga beneficios de los anuncios de compraventa del cuerpo de mujeres muchas de ellas en situación de explotación y extorsión y sin garantías legales. El consejero delegado de Prisa se mostró en una ocasión partidario de la regulación de la prostitución. Pero el hecho es que por el momento esa regulación no se ha producido y el periódico obtiene dinero de quién sabe qué extorsiones, qué tratas de blancas, qué proxenetismo. Y el hecho es que esos anuncios son una prueba irrefutable de la falsa moral, de la doble moral, de la imposibilidad de que la línea editorial del periódico acuda a un argumento ético o de justicia sin carecer por completo de credibilidad, pues con esos anuncios el periódico retrata su criterio: «Lo único que nos importa es el dinero».

Los lectores pueden dejar de comprar El País por ese motivo o por otros muchos, al parecer hay bastantes que ya lo están haciendo: ¿pero es tan extraño como para mover a risa imaginar que aquellas personas que todos los meses cobran un dinero que en parte procede de algo que les parece fatal pudieran hacer algo en el interior de su empresa? ¿Hasta ese grado de esclavitud ha llegado la relación laboral en este país que la sola posibilidad de que los trabajadores se organicen para criticar algo de su empresa parece cómica a la persona que la formula en voz alta y al público que la escucha? ¿No se organizan por miedo, lo cual muchos otros trabajadores y trabajadoras comprenderían, o el motivo es tal vez esa otra pasión descrita como ciega y baja adhesión a la autoridad?

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