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Reflexiones sobre el pase de Puricelli de Defensa a Seguridad

Río de Sangre

Fuentes: Rebelión

En su discurso del 25 de Mayo, la Presidenta Cristina Fernandez, resaltando la colaboración entre militantes y militares hizo una referencia histórica que vale la pena considerar. Cito: «Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles […]

En su discurso del 25 de Mayo, la Presidenta Cristina Fernandez, resaltando la colaboración entre militantes y militares hizo una referencia histórica que vale la pena considerar. Cito: «Quiero que tomemos ese ejemplo, cómo se volcó el pueblo solidario y también algo maravilloso que me llenó el corazón y que fue ver trabajar a miles y miles de jóvenes de la política, de las iglesias junto a los hombres de las Fuerzas Armadas, porque ¿saben qué? Yo estoy segura que quienes pergeñaron ese golpe terrible del 24 de marzo de 1976, quisieron tender un río de sangre que separara al pueblo de las Fuerzas Armadas».

Las «Fuerzas Armadas» al momento del golpe del 24 de marzo de 1976 ya habían cometido, los golpes de estado de 1966 (el de Onganía contra el presidente Illia), el de 1962 contra el presidente Frondizi, el de 1955 contra el presidente Perón, el de 1943 contra el presidente Castillo y el de 1930 contra el presidente Irigoyen. Si un río de sangre separó al pueblo de las Fuerzas Armadas, ese río no nació en 1976, sino antes, bastante antes. Acaso desde la desmovilización del Ejercito Libertador de San Martín, que no portaba la bandera argentina sino la divisa de la Unidad Americana, como Bolívar, cuya derrota explica la fragmentación del sueño de la Patria Grande que unía a ambos gigantes de la lucha anticolonialista.  

Estas Fuerzas Armadas no son herederas de San Martín y Belgrano, sino de Mitre y Roca, los jefes del exterminio de los pueblos originarios que habían sobrevivido al genocidio europeo originario: el de la Conquista Imperial de Nuestra América. Hacia finales del siglo XIX culminó un largo periodo de luchas internas entre las distintas elites regionales y la porteña con el triunfo de esta última, ya aliada firmemente al Imperio Británico, y la definitiva organización del estado capitalista argentino. 

Esto se logró con la transformación de Buenos Aires en la capital nacional, el control del Puerto y con él de la Aduana, principal fuente de ingresos por ese tiempo; la sanción de un conjunto de Códigos  y Leyes que dieron estructura jurídica burguesa a la Nación y la construcción de un relato histórico, un mito fundacional burgués,  que incluía la idea de que el Ejercito Genocida de los pueblos en la Guerra de la Triple Alianza (masacraron a dos de cada tres paraguayos -guaraníes- varones) y de la Campaña del Desierto, era la continuación de aquel otro, popular, rebelde y revolucionario de Güemes, Belgrano, Monteagudo y San Martín. 

Esa no es nuestra historia. La nuestra es la historia de la represión española contra los pueblos originarios, los esclavos y todo el que se rebelara contra el orden Colonial, tarea para lo cual contaron con la Inquisición que trajeron a América muy temprano. Es la historia de las masacres del Ejercito contra los pueblos originarios y la represión de los obreros de la Patagonia Rebelde o la Semana Trágica.

Tempranamente, el Estado Nacional organizó un Aparato Jurídico Represivo y un Aparato Policial de control y represión a los rebeldes. Digo, la ley 4144 de 1902, la de Seguridad Nacional de 1910 y la formación de la Sección Especial de lucha contra el Comunismo al interior de la Policía Federal. Leyes y Secciones que con distintos nombres prepararon y antecedieron la labor de 1976, que por cierto no surgió de la nada.  

Pero dejemos la historia y concentrémosnos en otra cuestión, acaso más importante: la supuesta transformación de las Fuerzas Armadas en una fuerza amiga del pueblo y su servicio, cuestión que se probaría con la participación militar en las labores de auxilio tras la catástrofe social de La Plata (que llueva es natural, que haya inundaciones y muertes, es un fenómeno social). Claro que estas Fuerzas Armadas no son las de 1976. Pero no solo por la voluntad transformadora del Gobierno de los Kirchner. No lo son porque el propio Imperio presionó para reformular los Ejércitos de la Región en los 90, en el pico del fundamentalismo privatizador, buscaron reemplazar los Ejércitos de Reclutas por fuerzas profesionales.

Fue Menem el que dio el paso de gigantes al transformar las FF.AA. en lo que son hoy: una fuerza pequeña, de voluntarios asalariados y con centro en las misiones internacionales de paz de la ONU. Las FF.AA. se han achicado, pero no el aparato armado del estado, en su lugar han crecido exponencialmente la Gendarmería Nacional, la Prefectura Nacional, la Policía Federal y las Policías Provinciales y hasta ha surgido un nuevo aparato armado del que se sabe muy poco: los efectivos de las agencias privadas de seguridad, dirigidas por militares o policías en retiro y bajo la influencia del Mossad y la CIA. La presencia en las rutas y las calles de la Gendarmería Nacional forma parte del paisaje del siglo XXI y parecen invisibles puesto que casi nadie habla de ellas. 

«Bajo la conducción de Puricelli, el Ministerio de Defensa ha permitido la reaparición de las tendencias militares a la autonomía, la intervención en cuestiones políticas y hasta cierta solapada reivindicación del terrorismo de Estado« decía Horacio Verbitsky en setiembre del 2012.  «Desde que asumió como ministro de Defensa, en diciembre de 2010, Arturo Puricelli fue reacio al deslinde entre el terrorismo de Estado y las Fuerzas Armadas integradas al sistema institucional que marcaron los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, y sus ministros José Pampuro y Nilda Garré. Puricelli no ha tenido reparo en criticar ante personal del ministerio los juicios por violaciones a los derechos humanos porque «algo había que hacer para pararlos. Yo los conozco, en Ezeiza quisieron matar a Perón […] Entre sus asesores designó al Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica Argentina, Fabián Calle, un entusiasta de la contrainsurgencia «para hacer frente a grupos, organizaciones y redes armadas que recurran a tácticas y estrategias guerrilleras y/o terroristas»… Su equipo de colaboradores está plagado de familiares e incluye al hermano, dos hijos, un sobrino y sus respectivas parejas. La actividad más regular de Puricelli son los viajes al exterior, siempre con demasiados acompañantes.

Y el mismo día denuncia en Pagina 12 que en el Ministerio de Defensa se dictan cursos de lucha antiterrorista por parte de instructores yanquis: «El Brigadier Mayor (R) Richard Goetze, uno de los especialistas estadounidenses en Seguridad Nacional, Guerra No Convencional y Operaciones de Información, que durante toda la semana pasada entrenaron a tres docenas de funcionarios civiles del ministerio de Defensa, fue agregado militar en la Argentina durante los peores años del terrorismo de Estado… Quien hoy dirige el Grupo Militar en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, el coronel Patrick D. Hall, también tiene una historia interesante que los cursantes no conocen: Hall estaba asignado en Caracas cuando el presidente Hugo Chávez denunció la injerencia militar estadounidense en la política de su país».

Cinco días después del discurso presidencial, Cristina promueve al Ministro Puricelli de Defensa a Seguridad; es decir, lo lleva al verdadero Comando del Aparato Militar del Estado en estos días. De las investigaciones sobre el Proyecto X ni una palabra. Sobre el descubrimiento de un Oficial de Inteligencia de la Policía Federal actuando sobre el movimiento popular en estos días o sobre la brutal represión en Castelli, Chaco, setenta heridos, dos muertos incluido un niño de dos años, tampoco. Conviene, para cerrar, una breve referencia a una cuestión teórica que adquiere inusitada vigencia en la Argentina y es la cuestión de la batalla cultural. Y es que algunos creen que la hegemonía cultural se resuelve en el terreno «cultural».  Con gestos como el descuelgue del cuadro de Videla del Colegio Militar o con reconocimientos a algunos de los que lucharon contra la impunidad. Y he ahí el problema.

La hegemonía cultural que logró la cultura represiva y egoísta, no se logró por medios «culturales». No es que Alfredo Martínez de Hoz le ganó un debate a  Rodolfo Walsh; digamos en el estadio de Boca; no fue así la cosa. A Rodolfo Walsh lo balearon en la esquina de Entre Ríos y San Juan y fue llevado a la Esma. Así se impuso el neoliberalismo, a sangre y fuego; y no es con gestos y cursos de derechos humanos que cambiará la Bonaerense o la Formoseña o la Chaqueña o la Santafecina; es con políticas efectivas de conducción política democrática, con una clara decisión de no reprimir, de no torturar, de no someter a tratos indignos e inhumanos a ninguna persona en condiciones de encierro policial o carcelario, con la firme voluntad de expulsar de la fuerza a toda persona comprometida con el Terrorismo de Estado, la Violencia Institucional, el tráfico de Drogas, la prostitución, el armado de causas contra inocentes y por supuesto la represión lisa y llana a los que luchan. Porque es ofensivo a la memoria de Julio López y Luciano Arruga afirmar que en este periodo no hay desaparecidos, como si solo contarán los del pasado y se pudiera convivir con los del presente. Hay que terminar con todas las impunidades. Las de ayer y las de hoy. Solo así se cerrará el río de sangre que hay entre los hombres armados por el Estado y el pueblo. Solo así se conquistara la democracia verdadera que nos merecemos y que es imprescindible si de liberación nacional se trata. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.